El
nuevo papa que vino a limpiarle la cara al catolicismo predica la
austeridad, el ser buenos cristianos que se conforman con poco, el
observar a los ricos con paciencia y piedad. Los políticos de los países
más castigados por la crisis llaman a hacer otro esfuerzo más por la
patria y la economía nacional. En los países más estables el llamado a
la austeridad es para no caer en la desgracia de esos países, empujando a
trabajar en cada vez peores condiciones mientras se señalan como
amenaza las desgracias del ejército de reserva desocupado y hambriento
de esta u otra región. Los ecologistas y los economistas (¿o son lo
mismo?) llaman a la austeridad y nos culpan de las catástrofes
medioambientales. Según ellos, nuestras costumbres antiecológicas están
destruyendo el planeta, pero no dicen que esas costumbres son la forma
de vida impuesta democráticamente por la dictadura capitalista y que son
un grano de arena en el desierto de este modo de producción y
reproducción que se contrapone a la vida. Y ante todo tratan de ocultar
que la erradicación de esa destrucción planetaria sólo es posible
destruyendo esta sociedad de muerte sometida a la tasa de ganancia.
La
austeridad es un llamado a proteger el débil equilibrio de la economía
burguesa pidiendo sacrificios a los proletarios por el bien de la
nación. Un llamado a evitar que se profundicen y violenten aún más los
enfrentamientos de clase, dejando en ridículo a las fuerzas represivas
del Estado, así como a los negociadores de nuestras vidas quienes
siempre nos dicen que no debemos atacar sino aguantar: sindicatos más o
menos reformistas, partidos de todos los colores, grupejos más o menos
parlamentarios, ecologistas y autoproclamados filántropos. Los llamados a
la austeridad intentan disciplinar al proletariado y hacerlo colaborar
con sus explotadores, obligarnos a ajustarnos aún más los cinturones
frente a las migajas que quedan del triste festín burgués.
Pero
el proletariado… ¡Lo quiere todo! ¡Para apropiarse de lo que necesita,
para juzgar todo lo que ha creado este mundo de miseria inspirado en la
ganancia y si es necesario desecharlo, para destruir lo que nos
destruye.
Nuestra
clase está determinada históricamente por su propia vida a asumir una
lucha para abolir todas las condiciones que han separado al ser humano
de sus medios de vida, a imponer la sociedad sin clases que lleva en su
propio ser, derribando la tiranía del valor en favor de los intereses y
las necesidades de la vida. Las reivindicaciones que el proletariado va
realizando (menos horas de trabajo, más medios materiales para
satisfacer sus necesidades, rechazo a sacrificios…), y que tratan de ser
transformadas en reformas (es decir, destruidas) por el reformismo, son
los diferentes momentos, los diferentes niveles, en los que el
proletariado va expresando su tendencia a reivindicarlo todo. Son los
momentos de todo el proceso histórico en el que se desarrolla el
programa revolucionario del proletariado que se dirige hacia la
expropiación de los expropiadores aboliendo la propiedad privada, el
trabajo asalariado y el Estado, apropiándose de todos los medios de
producción y reproducción de la vida, pero no para tomarlos tal cual y
hacer uso de ellos, pues estos medios fueron concebidos por criterios de
valorización, sino para cuestionarlos en su totalidad, desechando lo
que haya que desechar… En definitiva, transformando toda la producción
material de la vida y haciendo de ella una producción verdaderamente
humana.
# Proletarios Internacionalistas, Enero de 2014.
www.proletariosinternacionalistas.org
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