En los últimos años asistimos a todo un movimiento social que aborda la “cuestión de la mujer” desde distintas ópticas, vértices y formas. Así, libros, páginas webs, agrupaciones de todo tipo, marchas, programas de televisión, diarios y también los ámbitos cotidianos hacen presente este tema, generan opinión, debates, algunos encuentros y desencuentros.
Esta cuestión muchas veces se presenta aislada del resto de las problemáticas con que nos encontramos cada día sobre–viviendo en el capitalismo. Sin desconocer las particularidades y especificidades, es importante luchar contra la lógica capitalista, casi como una advertencia, al momento de pensar estas realidades.
La ideología dominante nos dice que el capitalismo siempre estuvo acá, que siempre hubo escuelas, que siempre trabajamos y morimos en los trabajos, siempre formamos familias, parejas monógamas y heterosexuales y que, además, siempre hubo una diferencia radical entre una esfera pública y una privada, en la cual los problemas “personales” e “íntimos” no tienen origen social (son naturales) y, por tanto, son problemas individuales y deben ser solucionados de esa forma.
Tirando por tierra toda esta basura, podemos empezar a pensar desde una perspectiva que no atomice los problemas, sino que los historice y los ponga a jugar como parte de lo que son: un sistema de muerte, de ganancia y valorización constante en el que las necesidades y padecimientos de los seres humanos no son relevantes. Porque el capitalismo no es solo un modo de producir objetos–mercancías, es una relación social y como tal se ha desarrollado y modificado a lo largo de la historia, moldeando la explotación de todos y los vínculos que establecemos, impregnando incluso aquellos ámbitos o actividades que parecieran escapar a la lógica capitalista.
La mujer ha sido explotada y subordinada por el capitalismo desde sus inicios y de distintas formas a lo largo de la historia. Este desarrollo no es lineal ni exento de contradicciones. El Capital y el Estado fueron diseñando ideales y roles femeninos diversos según sus propias necesidades, sostuvieron y reforzaron la subyugación e invisibilización del trabajo doméstico de la mujer, naturalizándolo al mero rol femenino en un “equilibrio armónico” con el masculino, ambos necesarios al sistema productivo. Acompañando este proceso se separó hombres de mujeres y se los enfrentó en polos opuestos y funcionales. El hombre como trabajador fue el administrador principal del salario que repartía en el seno familiar para la reproducción de la futura fuerza de trabajo. Por lo tanto, se lo concibió como el protagonista principal de la producción social. Sin embargo, la reproducción de la sociedad capitalista corrió por cuenta de todos los explotados y explotadas.
Esto no ocurrió siempre del mismo modo, antes hubieron de sucederse otras muchas separaciones en la reproducción de cada ser humano y de la sociedad en su totalidad. La tierra y los cuerpos fueron sometidos al principio de la propiedad privada, enajenados y regulados desde la Iglesia y el Estado.
La división social del trabajo, los ciclos históricos de exclusión e inclusión de la mujer en el mercado de trabajo asalariado, la caza de “brujas” y la imposición de atributos diabólicos que culminarían en su contrario, en la mujer virginal y pasiva, determinaron los roles adecuados al proyecto de sociedad que se instauraba a la fuerza. Yendo un poco más lejos aún, hoy encontramos otro rol que coexiste y que presenta a una “supermujer” que mientras no abandona su “vocación” maternal en la esfera privada, busca posicionarse, en la esfera pública, como profesional exitosa y que aprendió a ciencia cierta lo que el sistema dicta: pisotear cabezas, ser egoísta y competir en el sistema.
Votar, tener un salario y, por lo tanto, penetrar en el mundo de la explotación laboral —el tiempo muerto en el que nuestra vida depende de un horario, un patrón y obligaciones impuestas para poder consumir lo que el mercado nos ofrece—, ser profesionales, formar parte de las fuerzas represivas del Estado, son actividades que a lo largo de estos años nos han ido incorporando. Todo lo cual encima es propagandeado como un cambio en la sociedad, como un logro de las mujeres, como si nos susurraran al oído: «¡Muy bien! Pueden ser iguales a nosotros. Nuestro mundo es la única realidad posible, gracias por sumarse a contribuir a su crecimiento».
Mucho se ha dicho y se ha hecho en pos de la “liberación de la mujer”, mucho de eso sigue significando una mejor integración y adaptación en este mundo impuesto. La liberación y resistencia de la mujer ante un sistema que la necesita aplacada luchando por una ilusión de empoderamiento muy difícilmente podrá escapar de la lógica capitalista.
No se trata de estar agradecidas al sistema por permitirnos vendernos igual que los hombres en el mercado laboral o romper un poco el esquema psíquico de la pasividad que nos han inculcado resquebrajando el rol que nos impusieron para acomodarnos al siguiente que nos darán.
Sabemos que estos roles y relaciones sociales en las que estamos inmersas no están aquí desde siempre y no son eternas. Podemos destruirlas. Esa ha de ser la base que nos permita reflexionar sobre las particularidades de este tema y su imbricación con la totalidad del sistema que nos oprime.
Sabemos que las condiciones a las que nos enfrentamos no son nada sencillas y nos movilizan a preguntarnos muchas cosas: ¿Queremos mejorar nuestras condiciones en lo inmediato? Sí, claro, no queremos ser encarceladas por abortar, tratadas como cuerpos–objetos a los que violar y traficar, usadas para publicitar mercancías y otras tantas aberraciones. Pero, ¿para qué nos sirve pedirle al sistema que nos reduce a estos roles, nos encarcela y subyuga que cambie esta situación? ¿Por qué no pensar en la posibilidad de superar de raíz este estado de cosas? Son estas condiciones las que nos impulsan a luchar y es en la lucha donde vamos encontrándonos e inventando algunas respuestas. La imaginación y la creación son nuestras, destruyamos esta realidad y construyamos el horizonte que queramos.
# Anónimo, palabrasdelucha@riseup.net
Panfleto repartido por las calles de la ciudad de Rosario en Octubre de 2016 en el marco de Encuentro Nacional de Mujeres
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