Estos días de revuelta nos parecen más largos de lo habitual. Vemos imágenes de una semana atrás y se nos hacen extrañamente antiguas. Todo lo contrario a lo que ocurría antes, cuando todo era “normal”, cuando la rutina muchas veces angustiante consumía implacable e imperceptiblemente nuestros días.
“Chile despertó”, se lee y escucha en todas partes. Y si bien esta explosión de rabia se nos presenta como el repentino abandono de un pesado letargo, tampoco es exacto decir que simplemente estábamos dormidxs o absolutamente engañadxs; son muchos los precedentes de agitación social que podemos citar (lo más reciente: el tenaz movimiento de estudiantes secundarixs, las diversas y masivas manifestaciones feministas contra la violencia patriarcal-capitalista, la revuelta comunitaria en Quintero-Puchuncaví contra la devastación ambiental, la continuidad de la resistencia de las comunidades Mapuche, y un rico etcétera de valiosas experiencias). La lucha siempre ha estado presente. Lo mismo en todas partes del mundo. Pero el pasado 18 de octubre se abrió una grieta profunda en la coraza de esta sociedad, acostumbrada al aislamiento y la sumisión. Y ya nada volverá a ser igual. Nos demostramos que somos miles, millones, hermanadxs en el rechazo a la miseria cotidiana y en los deseos de construir colectivamente un mundo mejor. A partir de entonces, la totalidad del discurso oficial de la dominación, a través del gobierno, su supuesta oposición, y la prensa en general, ha quedado en entredicho. Hoy todo nos parece posible. Por eso debemos, ahora más que nunca, permanecer despiertxs, evitando caer en los cantos de sirena con los que buscarán aplacarnos.
Nuestros conflictos
Donde quiera que pongamos atención, vemos lo absurdo y terrible de la “normalidad” a la que quieren arrastrarnos nuevamente.
En el caso del acceso a la educación, si bien las protestas estudiantiles han permitido abrir unos centímetros las puertas de las universidades para lxs hijxs del proletariado, esto ocurre a costa de la desvalorización creciente de las carreras técnicas y profesionales. La educación es una mercancía, y como tal, mientras se “democratiza” y pierde su condición de “lujo”, también pierde su valor. En cualquier caso, los establecimientos públicos siguen estando en precarias condiciones, y su semejanza a cárceles no pasa para nada inadvertida.
En materia de salud, es más que evidente que siendo pobres, enfermarse es casi una maldición. Esperando atención, a menudo de mala calidad, van muriendo nuestros familiares, nuestrxs amigxs. La otra opción es pagar cantidades ridículamente grandes de dinero, que por lo demás tampoco aseguran calidad. ¿Medicamentos? Un negocio obsceno. Y ya tenemos el antecedente de la sucia colusión de las grandes cadenas de farmacias.
¿Vivienda? Es casi imposible el publicitado “sueño de la casa propia”, sobre todo en las ciudades más pobladas. A lo sumo, debemos optar por departamentos minúsculos más similares a nichos de cementerio que a un hogar, o a barrios periféricos que los noticieros se encargan de estigmatizar.
¿Y qué pasa con el trabajo? Lo de toda la vida. Escaso y mal pagado, así lo siente la inmensa mayoría. Y precario. Y absurdo, por lo demás. ¿Cuántxs profesionales hay trabajando en call-centers, molestando a deudores en nombre de empresas que solo acrecientan sus ganancias con cada día que pasa?
¿Y lo que llaman el “medio ambiente”? Degradación y destrucción de ecosistemas, pérdida de biodiversidad, saqueos de “recursos naturales”, contaminación de agua y aire, despojo de tierras para monocultivos, etc. Intervenciones nocivas que dañan nuestro entorno y nuestra salud, contribuyendo a empeorar el catastrófico escenario global de cambio climático.
Y el transporte, obviamente, que aparte de ser indigno y estar centrado en el mero traslado de mercancías humanas para ir a producir dinero para otrxs en los centros de trabajo, o para acudir a los templos de consumo que proliferan como plaga en las ciudades, también está pensado para enriquecer a un puñado de empresarios.
Y podríamos seguir con una interminable lista. Horrible sistema de pensiones, inhumano sistema carcelario, depresión… Y todo empeora si eres mujer.
El asunto es respondernos lo siguiente: ¿Qué produce todos estos problemas, que se nos presentan como una condena?, y ¿cómo solucionamos verdaderamente el conjunto de estas miserias?
A pesar de que lo escondan o disimulen, sabemos o intuimos aquello que se encuentra tras todos estos “escollos” que debemos sortear diariamente. Y si bien es fácil percibir y denunciar lo que parecen excesos o abusos (como en el caso de las AFP, en el que se enriquecen a manos llenas los dueños de estas a costa de toda una vida de ahorros de trabajadoras y trabajadores, quienes luego de jubilarse recibirán pensiones minúsculas y humillantes), debemos comprender que estos son solo manifestaciones de una realidad cuyo eje es la explotación y la competencia para la generación de ganancias y acumulación de unos pocos, quienes conforman la clase capitalista.
En nuestra sociedad, un grupo explota a otro a través del trabajo, y este grupo necesita de un entramado institucional para asegurar su dominación: el Estado. Tanto su origen histórico como su función social actual es este: asegurar la continuidad del capitalismo. Todas sus estructuras y funciones están orientadas en ese sentido. Por tanto, no hay ninguna oposición entre Estado y Capital, sino que son parte indivisible del mismo sistema de explotación. Y nosotrxs somos quienes lo sufrimos.
Así, cada aspecto de la sociedad gira en torno a la búsqueda de la maximización de las ganancias de la clase capitalista: la educación, para formar individuos adaptados a la producción de mercancías y un comportamiento sumiso a la legalidad de este sistema; la salud, para mantener apenas con vida a quienes con su trabajo sostienen esta sociedad; el urbanismo, diseñando las ciudades y los territorios según las exigencias de las empresas; el “transporte público”, cuyo objetivo es satisfacer las exigencias del mercado del trabajo, el consumo y la rentabilidad de las empresas transportistas, etc. Y a su vez, los capitalistas tienden a mercantilizar cada uno de estos aspectos, para hacerlos aún más rentables: pagar por atención médica, por “buena” educación, el negocio inmobiliario, etc.
Entonces, para enfrentar nuestros problemas debemos ir a la raíz de ellos. Y hacer esto no equivale a reducir la complejidad del problema, sino precisamente comprenderla mejor, para actuar mejor.
¿Asamblea Constituyente? ¿Nueva Constitución? ¿Estado?
Al calor de la lucha, nos hemos ido reconociendo y organizando, generando en este primer período las asambleas barriales o territoriales. En ellas comenzamos a plantear los problemas que nos aquejan y generamos las respectivas reivindicaciones, discutiendo cómo conseguirlas. El ánimo es de ser perseverantes y no dejar que nos manipulen. Pero una de las más sutiles y eficaces formas de manipulación es hacernos pasar por propias ciertas demandas que sirven en realidad a otros.
Durante los últimos días se ha venido repitiendo una idea que ya se había difundido, con menos eco, tiempo antes: La idea de avanzar hacia una Asamblea Constituyente y la creación de una nueva constitución política. Se plantea que esos sean los objetivos generales que dirijan a las asambleas territoriales. ¿Son esos nuestros objetivos? ¿Responden estas propuestas realmente a nuestros intereses? Como hemos discutido, el Estado no es un aparato neutro que está ahí para organizar nuestra vida, sino una institución que resguarda los intereses de la clase dominante. Para eso es que existen sus Fuerzas Armadas y sus policías. Y esa labor la han dejado lo suficientemente clara durante la revuelta: decenas de personas asesinadas, cientos de otras golpeadas, torturadas, secuestradas, sexualmente abusadas, miles de compañerxs detenidxs. No podemos engañarnos ante esta sangrienta evidencia. Nuestras vidas dependen de tener esto siempre en mente.
Entonces, la canalización política de nuestro malestar, para al final del día dejar intacto el sistema que ha producido todos los conflictos que hoy enfrentamos, no puede ser nuestra opción. Ya la institucionalidad habla de realizar “cabildos”, oponiéndolos a las asambleas territoriales, o fagocitándolas, para que la “clase política” supuestamente nos escuche. Pero para eso nos impondrán condiciones. Quieren antes pacificarnos. Obviamente nos prefieren bien domesticadxs y “dispuestxs al diálogo”. Podrán sacar a los militares de las calles, pero ¿qué sentido tiene hablar de diálogo, cuando ya sabemos de la amenaza de balas que hay sobre nosotrxs si consideran que nos “pasamos de la raya”?
Es evidente que ya no nos conformamos con las migajas de los gobernantes de turno, ni nos convencen las críticas de su seudo-oposición, la que en bloque no duda en condenar la masiva combatividad vista en las calles.
No tenemos recetas, ni es posible tenerlas. Pero tampoco podemos celebrar nuestra dispersión, ni tomar por positivas lo que precisamente son nuestras debilidades. Fortalezcamos las organizaciones autónomas que la lucha ha creado: las Asambleas Territoriales. Estrechemos los lazos entre ellas. Rechacemos la intervención politiquera. Generemos reivindicaciones mínimas que alivien nuestra existencia, con miras a cambiar verdaderamente este sistema que está podrido desde sus cimientos.
No volvamos a su “normalidad”, ni hagamos nuestro su “sentido común”, el que es incapaz de concebir un mundo sin explotación, sin maquinaria estatal que nos controle y reprima. No ocupemos el lenguaje de nuestros amos.
O nos resignamos a confiar en que las mismas lógicas y estructuras responsables de la precarización de nuestras vidas resuelvan nuestros conflictos, o nos atrevemos a ser protagonistas de nuestro propio destino.
¡Ánimo y adelante!
Autor desconocido
Chile. 31 de octubre de 2019
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