Boletín Contra la Contra #3 (México)
26 de marzo de 2020
Desde
el año 2019 la economía mundial ha venido dando señas de
desaceleración, augurando una inminente crisis para este 2020. Si esto
no fuera suficiente, desde principios de este año se ha agudizado la
guerra comercial por el precio del petróleo, fraguada entre EEUU y
Rusia, desembocando en la caída estrepitosa del precio del crudo,
beneficiando con esto a los países que tienen las suficientes reservas
(Rusia y Arabia Saudita) para amoldar su producción a los precios bajos.
Por otro lado, el brote de la nueva sepa de coronavirus “Covid-19”, que
ha ocasionó estragos en China desde fines del año pasado, ha rebasado
fronteras y ha impactado en el resto del mundo, con ello, la inminente
crisis económica no ha hecho sino adelantarse. La economía mundial ya
está en plena crisis, los gestores del poder están pendientes a los
grandes rescates financieros, la burguesía comienza a cerrar fábricas y
despedir empleados tomando como pretexto la dichosa “cuarentena”. El
desastre es inminente.
No obstante, es importante saber que las pérdidas monetarias no significan la caída del sistema capitalista.
El capitalismo buscará en todo momento reestructurarse con base en
medidas de austeridad impuestas a los proletarios para paliar todas las
catastróficas consecuencias que traerá consigo[1].
Y esto se debe a que los “golpes” que ha sufrido el capitalismo a causa
de estos fenómenos, son simplemente pérdidas en su tasa de ganancia,
pero tales pérdidas no alteran en lo absoluto su estructura y esencia,
es decir las relaciones sociales que le posibilitan seguir en pie:
mercancía, valor, mercado, explotación y trabajo asalariado. De hecho,
es en estas situaciones cuando el capital reafirma más sus necesidades:
sacrificar a millones de seres humanos a favor de los intereses
económicos, haciendo que la polarización entre clases sociales se
agudice y revelando con más fuerza en qué posición se encuentra la clase
dominante, la cual realiza todos los esfuerzos a su alcance para
preservar este estado de cosas.
Y no
es que la burguesía “haya planeado con antelación toda esta situación en
torno a la pandemia para beneficiarse” (como rezan los conspiranoicos)
al permitir que el sector más vulnerable (los ancianos) fallezca en los
hospitales, en sus casas o hasta en la calle… y así ahorrarse
millonarias cantidades de dinero en pagar pensiones. Esta situación, así
como muchas otras, solo se dio como una maniobra oportuna que el
momento exigía. Las cuestiones geopolíticas, de competición de mercados y
de guerra mediática que puedan resultar de esto, son solo la
consecuencia, más nunca la causa de lo que va configurándose.
Es
evidente que toda esta situación que ha ganado terreno mundialmente aún
yace en una fase temprana, pues las carencias y desabasto que afrontan
los hospitales y las casas funerarias, rebasados en capacidad, son solo
la punta del iceberg, pues aún falta ver los efectos de la escasez de
alimentos y el desempleo cuando todo llegue a tope, en resumen, los
efectos más adversos están aún por ocurrir.
De
hecho, no es de extrañar que a raíz de este recrudecimiento se han
exacerbado la locura y la histeria social, y cuyo reducto deja por
resultado mayor atomización e individualismo, imperando el “sálvese
quien pueda”, así como el “chivateo” de los buenos ciudadanos que
secundan las labores de la policía, delatando a cualquiera que transité
por las calles a pie.
Y pese a lo
anterior, la lógica del capital no ha podido materializarse de manera
total y uniforme. La conciencia de clase resurge y se vislumbra como
única perspectiva posible entre cientos de escombros, tal vez de manera
difusa, pero su desarrollo es latente. Cada vez se generaliza más la
noción de que la burguesía ha sido la responsable de propagar el virus,
no sólo “porque son los burgueses los que viajan más”, sino porque ellos
descansan en cuarentena mientras nosotros nos exponemos a infectarnos
debido a que estamos obligados a salir a la calle para buscar el
sustento diario. Es aquí donde la solidaridad de clase reaparece
poniendo en común algunos medios de subsistencia básicos, participando
de los saqueos y colocando barricadas para cortar las vías al turismo
(como en chile). Esos resquicios de comunidad humana son una base que
será decisiva en las luchas que pudieran generarse cuando la catástrofe
sobrepase sus dimensiones.
Sin
embargo, no debemos conformarnos ni sentirnos complacidos con esos
mínimos aspectos; por el contrario debemos plantearnos ir más allá de
eso. Es vital entender que mientras como clase sometida a los designios
de la burguesía, permanezcamos contemplando y afrontando esta situación
bajo meros paliativos reformistas que evadan la necesidad de superar
definitivamente este sistema[2],
todos nuestros esfuerzos solo darán tiempo a nuestros enemigos para
fortalecerse y continuarnos gobernando y explotando a su antojo.
¿Qué
los avistamientos de la fauna silvestre en las urbes citadinas que
yacen en cuarentena, son un triunfo de la naturaleza que ahora reclama
lo que es suyo? Tal “triunfo”, aún así suponga la realización
malthusiana de “acabar con la población excedente”, es solo una
situación pasajera que está condenada a retornar a lo mismo de manera
casi inmediata. Porque en el fondo, lo que seguirá dominando es un modo
de producción que no puede prescindir de las metrópolis de concreto,
asfalto y coches, de las industrias de monocultivos, las plantas de
energía nuclear y de la industria pesada a base de combustibles fósiles.
Las contradicciones cada vez más agudas de este modo de producción
(crisis, guerra, pandemias, destrucción ambiental, pauperización,
militarización), que recrudecerán nuestras condiciones de supervivencia,
no darán paso de manera mecánica ni mesiánica al fin del capitalismo. O mejor dicho, tales condiciones, aunque serán fundamentales, no bastarán. Porque
para que el capitalismo vea su fin, es imprescindible la existencia de
una fuerza social, antagonista y revolucionaria que logre direccionar el
carácter destructivo y subversivo hacia algo completamente diferente de
lo que presenciamos y conocemos ahora.
Querámoslo
o no, no podemos dejar una cuestión tan importante como la revolución a
rienda suelta, a la simple suerte. Es necesario experimentar la
resolución a ese problema con base en la organización de tareas que
puedan irse presentando, es decir, el agrupamiento para la apropiación y
defensa de las necesidades más inmediatas (no pagar adeudos, ni
alquileres, ni impuestos), pero también, la ruptura con todas las
ilusiones y espejismos que nos llevan a gestionar las mismas miserias
bajo otra careta.
¿Fomentar la economía local?
¡Abolir el intercambio mercantil y el dinero!
¡Frente al reformismo, la ruptura radical!
¡Frente al inmediatismo, la perspectiva histórica!
¡Frente al localismo, el internacionalismo!
***
Nota apócrifa
La
ideología dominante nos bombardea a través de todos sus aparatos con
ilusiones que versan sobre una “posible” prosperidad bajo las
condiciones existentes de explotación y miseria. La clase capitalista
nos ideologiza para acatar dócilmente “un modo de vida” alienado, donde
todo cuestionamiento a sus fundamentos esté fuera de todo raciocinio.
Pero
lo cierto es que nada de ese paraíso en el “mejor de los mundos
posibles” concuerda con los cientos de esclavos negros traficados en
Libia; los ghetos copados de droga en Afganistán, la represión feroz en
la franja de Gaza, los migrantes haitianos muriendo de inanición en
Tijuana, la represión sangrienta contra los proletarios en Chile, los
bombardeos en la frontera turco-siria o la hambruna que azota Yemen.
No
es necesario esperar la distopía o las escenas hollywodescas del
apocalypsis, porque estas ya se manifiestan materialmente en distintas
partes del globo, y de hecho superan con creces cualquier intento de
representación en la ficción cinematográfica.
La actual pandemia del covid-19 es una etapa más en la degradación a la que nos lleva esta sociedad productora de mercancías.
Etapa ante la cual solo se reafirma que el verdadero provenir solo pende de dos hilos:
¡Revolución comunista o perecer en la penumbra!
Notas:
[1]
Medidas que de hecho ya están siendo llevadas a cabo del modo más
brutal y ruin: cientos de miles (si no es que millones) de despedidos,
echados sin más de sus puestos de trabajo, dejados a su suerte en mayor
probreza y precariedad.
[2]
Se nos ha hablado mucho de que una alternativa es fomentar el comercio
local por fuera de las multinacionales y grandes corporativos. El
problema de este tipo de respuestas es que, por un lado, si bien
resuelven momentáneamente el problema del abastecimiento de insumos para
algunos proletarios, los reajustes que traerá consigo al crisis del
capital, solo traerán más inflación y contingencias por periodos más
breves de tiempo. Refugiarnos en intentos de economías más benevolentes,
solo prolongan lo que inevitablemente en un futuro sin alternativas
deberemos asumir: la guerra de clases, es decir el enfrentamiento contra
la burguesía y el ejercicio de un programa revolucionario que tenga
como objetivo concluir toda relación social mediada por el intercambio,
el tiempo como medida de trabajo y la relación salarial.
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