16/10/2020
CIRCULO ANTIFORMAL MARX-BAKUNIN
JOVENES PROLETARIOS SIN SINDICATO
Una larga “paz social” en este pedazo de territorio mercantil llamado Perú se estaba disimulando en el tiempo. La DEMOCRACIA que es el caballito de batalla de la clase burguesa, la hizo estallar.
La lucha interna entre ambas facciones de la burguesía, representada de un lado por el legislativo que se abandero descaradamente en asumir una lucha moral “contra la corrupción”, y el ejecutivo representado por Vizcarra, cada una representando sus intereses y agendas políticas por el control de las estructuras del Estado, no tuvo otro desenlace que la repartija del poder para acomodar la administración del capital.
La agudización paulatina de estas disputas políticas, llega aparejada de una crisis económica internacional donde el capitalismo nos viene mostrando su pestífero cadáver y que como una bestia mecánica de explotación va esparciendo sus embates de miseria, alienación y precarización intensificada.
Los procesos de rebelión y lucha que se están presentando en el momento y a los cuales asistimos, se van desarrollando en un sentido general débil. Impulsada por una izquierda del capital ya moribunda que, al pedir “mejores gestiones económicas”, a “enjuiciar a los corruptos”, e igualar el “reparto de la riqueza” y finalmente concluir en “nueva constitución”, deposita ilusoriamente su fe en el cambio de administradores en el Estado y su solución por medio de éste. Es decir, sin cuestionar las relaciones sociales de producción capitalistas y la masificación de seres humanos proletarizados que ésta relación necesita para subsistir, alientan la reforma del estado de cosas existente para el cambio de una clase de explotadores por otra, por medio de la entidad que protege la ejecución de todas las explotaciones: el Estado, cuna de la reproducción de la explotación social.
¡La clase explotada no tiene necesidad de elegir a nuestros próximos verdugos, si no el de combatir los medios y las estructuras que los reproducen de igual manera! ¡Tenemos que tomar las riendas de las luchas en nuestras manos!!
En este escenario, se han ido sumando gradualmente otras demandas de luchas fuera de las luchas interclasistas de la burguesía que denuncian la vida precaria, la agonía en el trabajo, la rabia de vivir en un mundo que no nos pertenece, la humillación de los políticos. Este año de la crisis sanitaria capitalista saco a relucir todas sus contradicciones, y la necesidad de asumirnos orgánicamente en una lucha que tenga como fin practico nuestra auto emancipación como clase proletarizada.
Apostemos por construir el proyecto de negación que supere este inhumano mundo. Nuestros compañeros de otras épocas demostraron lo que hay que hacer como mínimo para ganar. Escupamos en esa aguanta bendita que se nos ha prohibido escupir: La economía, porque sabemos que el capitalismo no nos ofrece nada salvo la esclavitud más brutal y exagerada y en su derrumbe histórico seremos nosotros sus primeras víctimas. Solo en la lucha se conoce a la clase amiga y a la clase enemiga y solo mediante la lucha nos podemos aproximar a un cisma re-ordenador social que crecerá mucho más rápido que nuestros salarios de hambre.
¡POR LA AUTONOMIA Y GENERALIZACION DE LOS MEDIOS PARA LA LUCHA!
¡CONTRA EL CAPITAL, EL ESTADO Y LA DEMOCRACIA!
¡LA VIDA NO SE MENDIGA, SE TOMA!
¡OMNIA SUNT COMMUNIA!
miércoles, 18 de noviembre de 2020
[Perú] UNA FARSA DEAMBULA ENTRE NOSOTROS
La nueva anormalidad. Un suave golpe de Estado
Gobernar por el miedo en tiempos de crisis
Miguel Amorós
12 de noviembre de 2020
España
La catástrofe no solo es la promesa de desgracia hecha por la civilización industrial, es ya nuestro presente inmediato. Lo confirma el alarmismo de los expertos ante la posibilidad anunciada a los cuatro vientos de un colapso del sistema sanitario. Al decretar el fin del estado de alarma anterior, los gobernantes intentaban evitar la agudización de la crisis económica. Sin embargo, la precipitación por sacar la economía del confinamiento ha conducido a lo contrario: los rebrotes del virus no han tardado en venir, o al menos es lo que dicen las estadísticas de interesados estudios científicos. Según dejan entrever los medios de desinformación, la gestión efectiva de la pandemia no pudo ser más desastrosa, pues si bien una sociedad de consumo no es capaz de sobrevivir con una economía semiparalizada, tampoco puede dejar de lado a los consumidores. Su grado de disponibilidad para el trabajo y el dispendio, o sea, lo que suele llamarse salud, ha de ser satisfactorio. Más claro: por no dar un salto hacia delante en el control social de envergadura suficiente, los dirigentes se han visto forzados a dar un paso atrás, proclamando un nuevo estado de alarma con el fin de acogerse a disposiciones disciplinarias anteriores, preparadas con restricciones inútiles en «actividades no esenciales», toques de queda y confinamientos a la carta. No es seguro que estemos ante una “segunda ola”, pero lo cierto es que estamos ante un verdadero golpe de Estado. Por la vía de la excepción se abre un segundo capítulo en la implantación de una dictadura sanitaria destinada a perdurar. El pájaro desarrollista con la ayuda del virus mediático incuba el huevo de la tiranía.
En verdad, las condiciones de vida en la sociedad del crecimiento infinito constituyen una seria amenaza para la salud del vecindario, pero los dirigentes y sus asesores no plantean soluciones técnicas que no discurran en el sentido de los intereses dominantes. El problema es que estos son contradictorios. Hay conflicto de potencias y conflicto dentro de ellas. Las estructuras de poder se están reconfigurando a escala mundial ante las crisis venideras que el choque de intereses está planteando. Se articulan de nuevo los Estados, el capitalismo y la tecnociencia -la megamáquina- con previsibles malas consecuencias para la población, de la cual una parte cada vez mayor ya resulta inútil para el sistema. Se trata de gestionar excedentes, técnicamente, bien por guerras, bien mediante enfermedades infecciosas. Si lo que se persigue es la obediencia incondicional, el miedo, y en casos graves, el terror, es la herramienta necesaria de gobierno. En el caso concreto de la pandemia, todo consistiría en encajar la salud con la economía convirtiendo aquella en una oportunidad de tecnificación y desarrollo. La costosa sanidad pública se dejaría tal como está, es decir, semidesmantelada. Los medicamentos caros y las vacunas milagreras serían el primer objetivo de la industria farmacéutica, la más corrupta, y por supuesto, de los gobiernos. Acompañadas por medidas profilácticas como el lavado de manos, el saludo con codo, el pago con tarjeta, la mascarilla, la distancia, la ventilación, el silencio y pronto el carnet de inmunidad, abrirán paso al control general. Pero para que la población obedezca los consejos que brinda la farmacopea del espectáculo, urge una sumisión servil, y ahí está el problema: nadie cambia alegremente sus hábitos sociales por el aislamiento sin sentido por más que lo ordenen las autoridades. Situaciones supuestamente alarmantes requieren dosis superiores de catastrofismo y gran despliegue policial. La dominación ha de recurrir primero al miedo y luego, si eso no funciona con todos, a la fuerza. Políticamente, eso significa la supresión de las apariencias democráticas del parlamentarismo en pro del autoritarismo típico de las dictaduras, cuya eficacia ahora depende de un control digital absoluto. En efecto, la supresión de las libertades formales (de circulación, de reunión, de manifestación, de residencia, de prescripción médica, etc.) que garantizan las constituciones, el «rastreo», las multas y el fomento de la delación, tienen muy poco que ver con el derecho a la salud y mucho con la remodernización del poder a la que no es ajena la pérdida de confianza de los gobernados, que, ante la duplicidad, la ineptitud y la irresponsabilidad de los gobernantes, incurren con desenvoltura en la desobediencia. Y puesto que la soberanía llamada popular allá donde reina la mundialización no reside realmente en el pueblo, considerado un ser irracional que debe ser neutralizado, sino en el Estado, fiel ejecutor de los designios de las altas finanzas, el despotismo es la respuesta natural del poder a la pérdida de legitimidad. Al separar la gobernanza del derecho mediante decretos ad hoc de legalidad cuestionable, el Estado cobra a la población el peaje de una pretendida crisis que confiesa no haber sabido conjurar, pero de la que culpa al “comportamiento incívico” de determinados sectores, principalmente juveniles. Si no hubiera resistencia a tanto abuso, la vida social acabaría recluida en el espacio virtual y lo único democrático que permanecería en pie sería el contagio.
El último libro de Vaneigem empieza así: «Desde los días sombríos que iluminaban la noche de los tiempos, solamente era cosa de morir. De ahora en adelante se trata de vivir. Vivir en fin, es reconstruir el mundo». Literalmente, la situación empuja a una reacción colectiva contra la privatización, la artificialización y la burocratización en defensa de la vida, estrechamente ligada a la defensa de la libertad. Lo que mata a la una (el Estado, el Capital), mata a la otra, por lo que tal defensa empieza por la desobediencia civil a los dictados de ambos. Ellos son el verdadero peligro, y no el virus. La reacción desobediente contra todas las imposiciones constituye en estos momentos el eje de la lucha social, pero desobedecer no es suficiente: frente a la confusión fomentada por el poder, hay que reivindicar la verdad. Conviene evitar a toda costa que la protesta sea desacreditada por las alucinaciones del complotismo y el negacionismo. Las fisuras que se están produciendo en el consenso científico pueden contribuir a ello. Respecto a la pandemia, la primera norma de la autodefensa aconseja guardar distancias higiénicas con el Estado e ir a la autogestión de la sanidad. El coronavirus, arma del Estado, también podría usarse en su contra. No interesa una sanidad pública porque depende del Estado y sus filiales autonómicas, sino un sistema de salud en manos de colectivos compuestos por personal sanitario, usuarios y enfermos. La cuestión consiste menos en crear clínicas alternativas en la órbita de la economía social -opción tampoco descartable-, que en arrebatar al Estado la gestión de una medicina que se quiere a escala humana, es decir, descentralizada y próxima. Nada será posible sin sostenidos estallidos de cólera que pongan en movimiento a masas insumisas hartas de sufrir la torpe manipulación de las autoridades y sus estúpidos confinamientos. Mejor afrontar las consecuencias de su insubordinación que vivir bajo la férula de ejecutivos ignorantes y tecnócratas embusteros. En un mundo determinado por el trabajo muerto y devorado por una psicosis inducida desde los medios, que sean cada vez más los cuerdos que tomen partido por la naturaleza, libertad, la verdad y la vida.
¡La bolsa o la vida! O el caos económico y sanitario, o el fin de la dominación. O las engañosas comodidades cada vez mas constreñidas de una economía mortífera, o la aventura de una existencia soberana, esa es la cuestión. Las protestas conscientes de la vida cotidiana han de tener como horizonte un mundo antidesarrollista, no patriarcal, sin polución, sin alimentos industriales, sin ocio de fábrica, sin basura, desglobalizado y desestatizado. Si nos detenemos de nuevo en la salud, recordemos que para propagarse, los virus requieren una población numerosa, densa y en perpetuo movimiento. En cambio, los agrupamientos pequeños y tranquilos no padecen enfermedades epidémicas. El hacinamiento y la hiperactividad promueven la transmisión -condiciones que se dan óptimamente en las metrópolis-, así como también los desplazamientos masivos debido a las hambrunas, las guerras y el turismo. Razones de más para que el mundo a reconstruir sea un agregado de pacíficas comunas autosuficientes mayormente rural, desmotorizado, desurbanizado y desmilitarizado.
El capital mata
Grupo Barbaria
7 noviembre, 2020
España
Sacrificio, resistencia, moral de victoria, unidad (entre empresarios y trabajadores). Estas palabras constituyen el mantra que repite de modo machacón el presidente de España, Pedro Sánchez, desde el inicio de la pandemia. Su uso no es casual: quieren que los proletarios y proletarias veamos nuestras necesidades amordazadas, que no luchemos por nuestros intereses, en un momento en que nuestra vida se ve amenazada.
Sacrificio, resistencia, moral de victoria y unidad son sinónimos de pasividad, de dejarnos matar como carne de cañón, sometiéndonos a las necesidades del gobierno y del capital, de su lógica de acumulación.
En la primavera de este año murieron decenas de miles de personas en el Estado español y más de un millón de personas en todo el mundo, aunque los datos reales son siempre muy superiores a los oficiales. En esa ocasión fue flagrante cómo todos los Estados pusieron las necesidades de la economía nacional por encima de las vidas y la salud. De hecho, el gobierno de España, en el inicio del verano, llevó a cabo un desconfinamiento acelerado para impulsar el turismo y la hostelería, una de las principales actividades económicas de un capital local cada vez más en crisis. Los telediarios locales dedicaban más de la mitad de su duración a enseñarnos las terrazas de los bares repletos. Los noticiarios empezaban su emisión saludando a los turistas alemanes que llegaban a Mallorca de nuevo. El gobierno anunciaba triunfante que «habíamos vencido al virus». El sacrificio, la resistencia, la unidad y la moral de victoria habían ganado. Y, sin embargo…
Sin embargo, era muy fácil prever que no iba a ser así, que el virus volvería con la fuerza de la reanudación de la producción y circulación mercantil. Y mucho antes de lo que ningún experto había previsto. Sucedió ya durante el verano, primero en Aragón y Cataluña, y desde agosto en Madrid.
Y sin embargo el Estado no tomó medidas, y no es casual. Lo que interesa al Estado es que la economía avance y crezca, porque es de ese modo que se alimenta el capital, que nos devora y nos hace víctimas colaterales pero necesarias. A finales del verano, desde la televisión, asistimos con machacona insistencia a la necesidad de abrir las escuelas, a toda costa, cayese quien cayese. La ministra de Educación, Celáa, llegó a anunciar en El País que los beneficios de su apertura eran superiores a los riesgos (o sea la enfermedad y muerte de trabajadores y familias). Los beneficios consistían en que la máquina siguiese funcionando, que la sociedad siguiese produciendo y consumiendo y para ello los alumnos debían estar confinados en las escuelas. Las luchas que surgieron frente a la apertura de las escuelas, como la que se dio en Madrid, fueron importantes pero muy minoritarias. A día de hoy ya hay al menos un docente muerto que sumar a las frías estadísticas de los caídos en combate. Todo ello bajo el nombre de la unidad, resistencia y moral de victoria.
Poco a poco se anuncia un segundo confinamiento domiciliario. La enfermedad no deja de crecer y con ella los hospitalizados, ingresados en UCI y muertos diarios. Víctimas colaterales de la moral de victoria, carnes de cañón del capital. Y, sin embargo, un segundo confinamiento será muy diferente al primero. De hecho ya lo es. Porque no hay soluciones dentro del capital: confinamiento significa, dentro de los parámetros capitalistas, paro y pobreza, miseria y hambre, despidos y precarización laboral. Por eso es falsa la polarización entre partidos de izquierda y de derecha. Si no hay soluciones dentro del capital, los políticos, sin importar el bando en el que estén, no pueden más que administrar el desastre y mandar a la policía cuando protestamos. Y entre ellos, la izquierda lo hace mintiendo. El gobierno más progresista de la historia de España, como le autodenominaron sus followers con el histrionismo que caracteriza a la izquierda progre, dijo por boca de su vicepresidente segundo que no iban a dejar a nadie atrás. Pero ya se sabe, las palabras son palabras y no valen nada. Lo que sí vale son las necesidades de la economía nacional, que se expresan en miles de desahucios semanales, cientos de miles de despidos al mes, millones de personas en la pobreza y miseria.
Ese es el material inflamable que alimentará las hogueras, presentes y futuras, de la rabia social. La rabia ya ha empezado. Se ha expresado en las movilizaciones de estos días, de un modo muy confuso, con una participación cierta también de grupos de extrema derecha, pero no podemos dejar que los árboles nos impidan ver el bosque. Lo que hay es una enorme rabia social que se acumula y se acumulará cada vez con más fuerza. De fondo asistimos a un mundo que ya no da más de sí, que ha agotado su base propulsora (la acumulación de capital en forma de valor) y que a eso añade una acumulación catastrófica de crisis, desde la pandemia al cambio climático. Es importante analizar estos disturbios y manifestaciones en perspectiva, no en la fotografía del momento, sino en proceso. La instantánea no nos permite reconocer la secuencia de los acontecimientos, éstos solo se pueden entender dentro de la dinámica más general del capitalismo. Y esta dinámica es catastrófica.
Estamos entrando en el final de una larga historia, en la crisis de supervivencia del capital. Con ello no afirmamos que el camino sea fácil o sencillo, todo lo contrario. Nos encontraremos con mucho material inflamable durante estos años, material que despertará luchas y polarizaciones sociales. Lo decisivo es que estas luchas adquieran una dirección y sentido de clase. Y para ello debemos constituirnos en un cuerpo unido de combate —esto es, en clase— contra todos nuestros enemigos. Y eso incluye a los fascistas pero también al izquierdismo socialdemócrata en todas sus variantes.
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Ver también:
Un mundo que ya no
(02/11/2020)
http://barbaria.net/2020/11/02/un-mundo-que-ya-no
lunes, 2 de noviembre de 2020
[Argentina] Documental: HUMO. Reflexiones más allá de las quemas
Durante el año 2020, antes y durante la llamada pandemia del COVID19, grandes incendios se registraron en todo el cauce del río Paraná. Dentro de las islas, el fuego ha arrasado flora, fauna y ranchos de isleños. En las ciudades de la costa, una nube de humo y ceniza de intenso olor lo cubría todo. Montes nativos destruidos, animales carbonizados, gente sin casa y, tras los barbijos, narices y gargantas lastimadas.
A pesar del aislamiento impuesto, miles de personas nos encontramos en cortes, asambleas, escraches y movilizaciones exigiendo el fin de las quemas. Hasta ahora, ha prevalecido el pedido de más legalidad y el falso supuesto de “la ausencia del Estado”.
Desde una perspectiva anticapitalista y antiestatal nos proponemos analizar lo que viene sucediendo en las islas, a fin de promover una reflexión más profunda acerca del origen de los incendios, así como también una crítica hacia el legalismo y el llamado “desarrollo sustentable”.
El modelo agroindustrial y la especulación inmobiliaria siguen destruyendo la vida en pos de la ganancia, pero también la resistencia y la lucha continúan brotando por todos lados. Consideramos necesario afilar la crítica y las acciones contra el sistema capitalista. Este documental es un aporte en ese sentido.
¡Ni quemas, ni dragado, ni agrotóxicos!
¡Tierra y libertad!
Boletín La Oveja Negra
Rosario, noviembre de 2020
Si considerás que este material merece ser recomendado, ¡a proyectarlo y difundirlo libremente!
Muerte a la propiedad en todas sus formas.