Partido Comunista Internacional (El Proletario)
18 de diciembre de 2023
El próximo 20 de diciembre las principales organizaciones políticas y sindicales de la izquierda argentina han convocado una gran manifestación en la plaza de Mayo de la capital del país, Buenos Aires, para protestar por la aprobación del primer paquete de medidas del llamado “plan motosierra” del recién elegido gobierno de Milei, Caputo y Bullrich. La movilización, que integra tanto a diferentes corrientes sindicales nacionales, enucleadas en torno a CGT, como a las mayores asambleas piqueteras y a los partidos que conforman la coalición Frente de Izquierda (PTS, Partido Obrero, etc.), tiene como objetivo paralizar la ciudad durante todo el día y dar una muestra de la capacidad de la oposición parlamentaria y del mundo sindical de oponerse tanto a las medidas que se acaban de aprobar como a las que, sin duda, vendrán en un futuro inmediato.
El triunfo electoral de Milei se ha presentado, dentro y fuera del país, como la victoria de una corriente anti-stablishment de derechas, como si una fuerza subterránea de descontento plebeyo, anti-izquierdista y anti-estatista hubiese emergido súbitamente para “poner en orden” el país y hacer volver a la Argentina al puesto de primera categoría en la jerarquía mundial que, según Milei, un día tuvo. Para ello y ya desde el momento en que el ahora presidente era un diputado de la oposición al gobierno de Alberto Fernández, se ha enarbolado un programa de reformas económicas drásticas encaminadas al control de la inflación, la dolarización del país e, incluso, la supresión del Banco Central, todo ello envuelto en violentas consignas contra “la casta”, el peronismo y también los sindicatos y la izquierda en general.
Pero en realidad el gobierno de Milei no tiene absolutamente nada de novedoso. De hecho ni siquiera puede ser considerado “el gobierno de Milei”, porque no es otra cosa que una reagrupación detrás de la bandera de este histriónico personaje, de la vieja derecha encabezada por Macri y sus socios. En la práctica, las medidas económicas tomadas con esta primera ley ómnibus, que afecta tanto a cuestiones monetarias como fiscales, no tiene absolutamente nada de heterodoxa: donde iba a tener lugar una lucha contra la inflación que “no tocase al pueblo” (la frase es del propio Milei), hay medidas de devaluación salarial propiciadas por la devaluación del peso; donde se iba a bajar los impuestos, se han subido con el fin de facilitarles la tarea a los grandes exportadores; donde se iba a acabar con las prebendas de “la casta”, tenemos una nacionalización parcial de la deuda privada empresarial. Y a todo ello le acompaña la supresión de los subsidios, como el del transporte del Gran Buenos Aires, o su reducción por efecto de la inflación.
Ninguna medida de las tomadas puede sorprender a nadie ni entenderse como una ruptura en el comportamiento típico de la burguesía y sus gestores políticos en los países que necesitan un ajuste económico. La única diferencia, y esto sí es algo a resaltar, es la contundencia con la que se quiere implantar las reformas. Todo el juego democrático, el show creado entorno a la figura de Milei, etc. busca lograr el apoyo (al menos temporal) de las clases pequeño burguesas que se van a ver afectadas por las medidas y a las que se dirige su retórica del ahorro, el sacrificio, etc. Con esto, con la movilización de tipo populista que pretende enganchar a las clases medias depauperadas por la crisis de los últimos años, se busca bloquear al proletariado, evitar cualquier tipo de respuesta hundiendo su cabeza en la marea ascendente de la movilización nacionalista. Este es el verdadero poder de la democracia, del respeto al interés superior de la patria y del propio juego electoral que actúa como palanca para movilizar a los estratos sociales más abiertamente reaccionarios para imponer lo que en última instancia son los intereses de la alta burguesía financiera y de la oligarquía agraria del país. Milei hará lo que Macri quiso y no pudo hacer, y lo hará todo lo rápida y violentamente posible porque su única baza es aprovechar la fuerza de la movilización democrática que ha logrado en torno a su persona.
La clase obreras argentina, una de las más numerosas del continente y, también, una de las que más se ha empobrecido en las últimas décadas, tiene tras de sí una larga historia de revueltas y movilizaciones. Desde el Cordobazo de 1969 hasta los motines de 2001, pasando por la durísima represión sufrida a manos de la dictadura militar. Y es precisamente porque su historia de lucha (en las décadas recientes pero también en épocas pasadas, cuando los barrios obreros de Buenos Aires vieron crecer la fuerza de un gran proletariado inmigrado italiano y español) es larga e intensa que las grandes corrientes de la izquierda burguesa, entre las cuales principalmente el peronismo en cualquiera de sus formas, y del sindicalismo de concertación, están tan desarrolladas y tienen esa influencia entre los proletarios: han sido las bazas de la burguesía nacional para contener, en la medida de lo posible, la lucha de clase.
Especialmente después de las revueltas de 2001, cuando apareció el movimiento piquetero, que expresaba la tendencia de los proletarios más pobres, de los desempleados y los trabajadores precarios, a luchar por sus propios medios contra la patronal y contra su Estado, se redobló la presión que las corrientes de la izquierda burguesa ejercían sobre los proletarios. Los gobiernos peronistas de la familia Kirchner (por lo demás una estructura mafiosa en toda regla) se subieron a la ola del “socialismo del siglo XXI” que partía de Venezuela y Bolivia para tratar de noquear a la clase trabajadora y hacerla abandonar el camino de la lucha clasista. La crisis económica de 2008-2013, que afectó duramente a un país que básicamente sobrevive de la exportación de materias primas y productos agrícolas, así como los desajustes posteriores en la estructura de la demanda internacional de productos como la soja, etc., dieron lugar a una situación económica que estructuralmente era imposible de solucionar y para la cual se aplicó todo tipo de recetas. Desde el estímulo a la demanda hasta los préstamos del FMI, ninguna fórmula ha dado resultado y la consecuencia es una inflación galopante y un aumento de la miseria entre la clase proletaria que no tiene parangón en los años recientes.
Es por esto que el proletariado argentino debe enfocar su rabia y su odio de clase, tanto al gobierno de Milei como a los partidos que le han precedido y a los sindicatos en los que se han apoyado. Debe romper con una tradición que no es de lucha, sino de colaboración con la burguesía, y que le ha traído a esta situación. Debe desterrar el mito de la patria, del interés superior del país que conforma la doctrina de todos los sindicatos y corrientes sindicales mayoritarios y que impide que la confrontación necesaria con la burguesía (con la patronal, con la verdadera casta política y empresarial, etc.) se plantee abiertamente. Debe romper, también, con las corrientes que pretenden que es desde el Parlamento desde donde se puede frenar la ofensiva burguesa, que la lucha electoral puede revertir la situación creada por los últimos gobiernos: son las urnas las que han creado toda la fuerza de que hoy dispone su enemigo de clase y así sucederá siempre porque el Parlamento es el órgano por excelencia de colaboración entre clases y por lo tanto de sumisión del proletariado a la burguesía.
La clase proletaria argentina tiene un largo camino de sufrimiento y miseria abriéndose ante ella. Si este camino le lleva a deshacerse de las ilusiones políticas y sindicales que le atan a la burguesía y sus aliados, si le lleva a reanudar la lucha de clase tanto sobre el terreno inmediato del enfrentamiento económico como en el más amplio de la lucha política por fines propios… entonces, bienvenido sea el reto que hoy le lanza la burguesía. Si la clase burguesa busca la guerra, el proletariado debe responder con la guerra, pero con la guerra de clase la única que puede darle alguna esperanza de victoria.
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