Extraído de revista Revolución nro. 3 (marzo 2025)
Proletarios Internacionalistas https://proleint.org
Históricamente, la colonización está indisolublemente ligada al desarrollo del mercado mundial, que a su vez está indisolublemente ligado al pillaje y a la guerra. Esta colonización ha sido obra de empresas que combinan intereses imperialistas privados y nacionales, los cuales han encontrado en aquella el medio para aumentar su poder, al tiempo que materializaban inexorablemente la globalización del mercado y la competencia capitalista.
La visión sesgada en términos de «pueblos» niega sistemáticamente el antagonismo de clase que opera en las sociedades colonizadoras y, en su caso, en las sociedades colonizadas. Cuando estas últimas ya eran sociedades de clases (como el Imperio Inca, enfrentado a los colonos españoles), el colonizador siempre utilizó la estructura opresora existente para someter a las clases explotadas, a menudo mediante alianzas oportunistas, enfrentando a unos contra otros antes de subyugar a las clases dominantes nativas o deshacerse de ellas. Por otra parte, cuando los colonizadores se enfrentaban a comunidades indígenas que no estaban organizadas en clases, y cuando no se trataba sólo de establecer un puesto comercial sino de conquistar tierras, los métodos, con la colaboración , si era necesario, de esclavistas locales preexistentes, eran invariablemente: expoliación de tierras, éxodo forzoso, esclavización y/o masacre. (1)
Más allá de estos hechos, lo que ha colonizado fundamentalmente el mundo, en oposición a la producción material destinada a la subsistencia, es el intercambio de mercancías, y lo ha hecho de forma violenta, a través de la guerra, pero también a través del trastorno de las relaciones sociales inducido por el intercambio, por el dinero que le sigue (que tiende a disolver y sustituir todas las comunidades preexistentes) y, por último, por el trabajo asalariado, que lleva la desposesión y la alienación a un nivel nunca antes alcanzado.
Más aún, todo Estado-nación se ha construido mediante una colonización brutal dentro de sus propias fronteras contra todo lo que tiende a escapar a sus garras y a los imperativos económicos, ideológicos y disciplinarios que encarna en defensa de las necesidades del capital. Por su parte, los métodos y la ideología coloniales (racistas, sexistas, deshumanizadores) de los países colonizadores beneficiaron la implacable vigilancia policial de los «enemigos interiores», los incontrolados, los marginales, los refractarios, las minorías... En general, a medida que ha avanzado el desarrollo y el progreso capitalistas, también lo han hecho las políticas de reconfiguración del espacio, la tierra y el tejido urbano, el desplazamiento, el destierro, la requisa, la devastación y la exposición a la contaminación industrial.
Todas las luchas en este terreno, sobre todo las que apuntaban a alcanzar un cierto grado de autonomía, forman parte del movimiento comunista por la abolición de las condiciones existentes, de la lucha proletaria.
Incluso hoy se puede decir que el Estado sigue llevando a cabo su obra civilizadora y colonizadora contra todos los aspectos de la vida que puedan escapar a la mercancía y a la vigilancia policial, cuestión esencial que guía también la gestión de la migración y del mercado laboral. A esto, como al imperialismo y a la guerra, ningún Estado (por muy «popular» o «libre» que sea) contribuirá jamás a ofrecer una solución o contrapeso, porque ésa es su esencia misma. Oponer un Estado «libre y soberano» a un Estado «colonial» es un señuelo para distraernos de nuestra lucha, una lucha que ante todo no tiene patria.
Históricamente, este internacionalismo se ha expresado en la crítica del colonialismo y el racismo, así como en la crítica del punto de vista colonial y occidental del mundo, en tanto que punto de vista de la clase dominante que naturaliza su estatus, jerarquiza a la humanidad y considera su obra civilizadora beneficiosa por naturaleza, justificando todas las atrocidades. Por supuesto, la crítica revolucionaria a este aspecto esencial no siempre ha sido coherente y consecuente, y sería interesante profundizar en ello.(2) Las divisiones en el seno del proletariado no desaparecen mágicamente en el curso de los procesos de ruptura con el orden burgués, por drásticos que sean.
Las luchas de las poblaciones colonizadas han sido a menudo distorsionadas o invisibilizadas. [Desde el principio] comenzaron a surgir en las regiones y países colonizados diversas expresiones de crítica radical a la visión colonial y occidentalocéntrica del mundo, y a la continuación material, económica, militar, política, social e ideológica de la empresa colonial y capitalista, críticas más allá de las independencias nacionales que se produjeron según calendarios diferentes de un continente a otro.
Lo que suele promoverse bajo la etiqueta de decolonialismo, lejos de ser la punta de lanza de esta crítica, expresa generalmente su versión integrable y aceptable, es decir, su desviación, su captación dentro de un marco socialdemócrata, con todo lo que ello implica en términos de borrar las demarcaciones esenciales respecto al Estado, la nación, el pueblo y los frentes más diversos.
La ideología decolonial, por un lado, se presenta bajo el disfraz de anticapitalismo radical, pero por otro se ahoga en el circo electoral representando a los explotados provenientes históricamente de la inmigración.
En cualquier caso, es en un terreno de desorientación política y de fragmentación posmoderna de la crítica en una disección interminable de «dominaciones» y «opresiones» donde la ideología en su versión decolonial fascina y recluta. A nosotros nos corresponde reapropiarnos de la investigación sobre los fragmentos poco conocidos o falsificados de la historia capitalista y de nuestras luchas, sin someternos a ese marco que se limita a reivindicaciones de reequilibrio, de autodeterminación de los pueblos y no de emancipación revolucionaria mundial.
Notas:
(1) Para ser precisos, existen tres tipos de colonias, que, por supuesto, pueden combinarse en formas híbridas: un simple puesto comercial (teniendo en cuenta los trastornos económicos y sociales provocados por el comercio en torno a las rutas trazadas desde el puesto comercial), una colonia penal y, por último, una colonia de asentamiento, tanto si en este último caso se trata de someter a la población existente a la explotación (y a la mortalidad que conlleva).
(2) A modo de ejemplo recordemos el caso emblemático de la solidaridad de Louise Michel, deportada a Nueva Caledonia, con la revuelta kanak de 1878, actitud no compartida por todos sus compañeros de prisión.