FD
11 de abril de 2020
La producción capitalista, que nunca ha sido «respetuosa» con los seres vivos, acabó produciendo en los años setenta y ochenta —es decir, mucho antes de la epidemia que apareció en China en el otoño de 2019— una crisis ecológica a la vez global y permanente(1) en forma de contaminación generalizada y cambio climático. Dicha crisis es global en la medida en que amenaza a largo plazo la reproducción de la biosfera terrestre, de la que también depende la vida humana. Es permanente en la medida en que es intrínseca a la subsunción real del trabajo y de la naturaleza bajo el capital. En otras palabras, pese a que representa un problema importante desde el punto de vista de la clase capitalista en todos sus Estados y bloques, no puede ser superada efectivamente en el marco de una nueva y superior reestructuración de la relación de explotación a escala mundial. Por otra parte, una reestructuración superior de esa relación, que integre mejor el discurso ecologista con pretensiones radicales, sigue siendo posible, al igual que una ruptura comunista en y en contra de esta reestructuración que la clase capitalista va a tratar de imponer.
En la pandemia del coronavirus confluyen dos procesos en principio autónomos, ya que desde los años setenta las crisis económicas y la continua destrucción de lo viviente no habían estado vinculados de forma inmediata. Sin embargo, entre noviembre de 2019 y marzo de 2020, una epidemia surgida en la ciudad de Wuhan se propagó muy rápidamente por todo el mundo, poniendo de manifiesto una vez más la gravedad de la crisis ecológica y precipitando al mismo tiempo el estallido de una crisis económica de gran envergadura, cuyo advenimiento se preveía desde la anterior, contenida pero no superada. Por una parte, la creciente contaminación de la tierra, del mar y del aire, el calentamiento global, el agotamiento del suelo y la deforestación masiva, la urbanización enloquecida que esteriliza la tierra y hace cada vez más inhabitables todas las ciudades, las epidemias cuya propagación facilita la destrucción de las barreras naturales que antaño limitaban la circulación de los virus, y la destrucción objetiva del material humano por parte de la industria farmacéutica son otros tantos aspectos de la crisis ecológica permanente, que es insuperable en el marco de los límites de la reproducción ampliada del capital. Por otra, en esta primavera de 2020, la ya notable desaceleración de la producción y el comercio, la exacerbación de las tensiones entre los Estados y los bloques, la necesidad de que esta vez todas las fracciones de la clase dominante tomen medidas radicales para relanzar la acumulación sobre una base más «sana», y sus previsibles tentativas de embarcarnos en sus conflictos internos definen la crisis económica en curso, que en cualquier caso marcará el fin del ciclo abierto en los años 70, si no la «crisis final» del sistema. Porque es a nosotros, proletarios y comunistas, a quienes corresponde sobre todo afrontar —tanto en la teoría como en la práctica— esta coyuntura epidémica de la destrucción continua de la vida y de crisis actual de reproducción del capital. No porque seamos revolucionarios por naturaleza, sino porque en esta coyuntura estamos todos en su punto de mira.
Frente a lo que sostuvo Camatte cuando teorizó la fuga de la comunidad material del capital, no existe una errancia de la humanidad (2), porque los seres humanos, divididos en primer lugar por la relación social de género, jamás han existido sino bajo modos y relaciones de producción de vida material determinados socio-históricamente. La degradación del medio ambiente natural terrestre hizo su aparición, en formas limitadas, en territorios a veces muy extensos, pero a un ritmo muy lento, mucho antes de la constitución del modo de producción capitalista. Sin embargo, para que la producción de la vida material de los numerosos grupos humanos que han poblado la Tierra llegase a ser tendencialmente destructiva de este medio ambiente, el capital tuvo que afirmarse como modo de producción dominante e imponer su desarrollo a todo el planeta, al precio de la destrucción de los antiguos modos de producción y de la integración o el exterminio de los pueblos que aún no habían sido formalmente sometidos a la esclavitud asalariada. En el transcurso de este proceso, que comenzó con la acumulación primitiva de capital pero que sólo se desarrolló a partir del afianzamiento de la producción capitalista en Europa Occidental y Norteamérica a principios del siglo XIX, cabe identificar dos momentos decisivos. En primer lugar, la subsunción real del trabajo y de la naturaleza por el capital, que tuvo lugar en torno a la Primera Guerra Mundial, con el establecimiento de la organización científica del trabajo en todos los países desarrollados y la finalización de la colonización del mundo por las potencias europeas. Después, la producción de la crisis ecológica mundial, que corresponde al desarrollo de un nuevo ciclo de acumulación y de luchas, es decir, a una reestructuración global de la relación de explotación en los años 70 y 80, que suprimió todo lo que fundamentaba aún la identidad obrera y, por tanto, la afirmación de la clase, tanto a nivel de la fábrica como de la sociedad.
Ahora bien, si la crisis ecológica se produjo en el transcurso de la última reestructuración capitalista, cabe preguntarse por qué los grupos surgidos de la ultraizquierda francesa a partir de 1968 no la integraron en la problemática de la comunización como abolición revolucionaria sin transiciones del capitalismo. Fundado en 1977, el grupo Théorie Communiste entendió perfectamente que esta reestructuración destructiva del «viejo movimiento obrero» implicaba la reproducción de la contradicción proletariado/capital bajo una forma en la que el proletariado tiende a producir su existencia de clase como una restricción exteriorizada en la clase capitalista (3). Pero ni TC ni ningún otro grupo que teorizara la comunización entendió que la reestructuración incluía desde el principio la producción de una crisis ecológica a la vez global y permanente. En efecto, tanto la forma en que se presentó de entrada el contraataque capitalista como el rechazo generalizado que se desarrolló tras la derrota obrera hicieron, por así decirlo, que el problema desapareciera antes de ser planteado. Por una parte, la clase capitalista ignoró el informe de los expertos publicado en 1972 bajo el título The Limits To Growth («Los límites al crecimiento»): relanzó la acumulación atacando primero las rigideces del trabajo en la cadena global, sin preocuparse ni por el agotamiento de los recursos (materiales + energía necesarios para la producción) ni por la contaminación generalizada (la tendencia a la destrucción de la biosfera). Por otra, las luchas (interclasistas) en el frente de la ecología política —en particular contra la producción de energía nuclear— se empantanaron rápidamente en la ideología reformista del decrecimiento, porque ponían abstractamente en tela de juicio el productivismo, no la producción de plusvalor, el capital como valor en proceso. Por último, hay que añadir a estos dos factores específicos otro más general. Al pensar la comunización en el presente de las luchas cotidianas de un proletariado actuando estrictamente como clase, TC no sólo tuvo que combatir la ideología burguesa del fin del proletariado sino también la ideología revolucionaria de la comunización a título humano, lo que le impidió, al menos en un primer momento, integrar en su labor un problema susceptible de poner a priori en tela de juicio la coherencia de la teoría que estaba elaborando.
En el seno de los límites de la reproducción ampliada del capital, la crisis ecológica no es superable. En efecto, el capital es producción por la producción misma, tendencia que las grandes crisis económicas que marcan la sucesión de los ciclos de acumulación corrigen de manera recurrente pero que reafirmada de nuevo en cada reestructuración. En otras palabras, la reproducción ampliada del valor del capital en proceso implica una producción creciente de materiales y energía (capital constante = medios de producción, especialmente maquinaria) y productos de consumo (capital variable = salarios = productos necesarios para los trabajadores). Y como la disminución tendencial de la tasa de ganancia promedio se compensa con el aumento tendencial de la tasa de explotación sólo al precio de un aumento relativo del capital constante muy superior al del capital variable, el resultado es simultáneamente un agravamiento constante de la degradación del medio natural y un empeoramiento constante de la situación social del proletariado en relación con la clase que lo explota. Cierto, la clase explotadora no puede evitar integrar en sus cálculos, al menos formalmente, la degradación catastrófica de la biosfera, y ante todo en la medida en que esta degradación afecta al trabajo global que requiere para valorizar al máximo el capital global acumulado. Por ejemplo, debe reflexionar sobre las formas de conservar la fuerza de trabajo y limitar así el impacto de futuras epidemias, sabedora de que ya no puede impedir la propagación acelerada de los virus. Igualmente, debe reflexionar acerca de la forma de limitar el impacto, ya significativo, de la urbanización y el agotamiento del suelo como consecuencia de la producción de alimentos. Ahora bien, su comprensión de todos los llamados problemas ecológicos es sólo formal, ya que no puede cuestionar la producción continuada de plusvalor. La crisis ecológica no es la contradicción del capital, que sigue siendo la explotación —o más bien las dos contradicciones mutuamente entrelazadas de la explotación de clase y la división de género— pero la lucha de clase del proletariado, siempre entorpecida por sobredeterminaciones (como la racialización), también está sobredeterminada ahora por el hecho de que la reproducción del capital amenaza la reproducción de la vida humana.
En la actual coyuntura epidémica, los comunistas necesitan, claro está, una visión políticamente activa de la fractura que puede producirse, a nivel de la experiencia vivida, entre clases (4). La fractura en el seno de las poblaciones confinadas, entre los proletarios, hombres y mujeres, gran parte de los cuales ha sido requisada en todos los países para dar el callo —en la fábrica, en el supermercado, en el hospital— y los capitalistas, que se esfuerzan por preservar sus condiciones inmediatas de explotación la que vez que cavilan sobre los medios de relanzar la acumulación más allá de la necesaria purga del capital ficticio. No obstante, no podemos ir más rápido que el viento, pese a que ya esté soplando con mucha fuerza. Por un lado, la epidemia de Covid se presenta inmediatamente como una perturbación exterior a la sociedad global, no sólo para la clase capitalista, sino también para la masa del proletariado e incluso para la mayoría de los revolucionarios. De ahí la adhesión formal de los proletarios al confinamiento, criticable no sólo desde un punto de vista comunista, sino incluso desde un punto de vista científico, y las fórmulas abstractas radicales del tipo «todo está ligado al modo de producción capitalista» (5). Desde un punto de vista comunista, el deseo de los proletarios cuyo trabajo se considera esencial de quedarse en casa, de recibir su salario sin trabajar, es muy comprensible, pero participa de la atomización del proletariado, y por tanto de la paz social que la clase enemiga necesita para reestructurar. Desde un punto de vista científico, cabe preguntarse si el confinamiento es realmente útil para contener una epidemia, plantear que en principio todavía hay que identificar muy rápidamente a los portadores del virus e imponer cuarentenas selectivas, y constatar que, de hecho, las autoridades sanitarias, pasando de la inacción al pánico, han confinado a falta de algo mejor (6). Por otra parte, si el confinamiento más o menos general de las poblaciones tiene más de confesión del fracaso sanitario de los Estados que de respuesta racional a la epidemia y si no puede ser mantenido indefinidamente al mismo nivel —muy elevado— que se ha alcanzado en China e incluso, en menor medida, en varios Estados europeos, existe el riesgo de que el desconfinamiento sea parcial y selectivo. A este respecto, la crítica del análisis de los camaradas chinos de Chuang por los camaradas italianos de Il Lato Cattivo (7) es criticable a su vez: bajo las condiciones de la epidemia se puede realizar un experimento de contrainsurgencia a título preventivo. Tanto en China como en Europa o en Estados Unidos (not so great again), el Estado, separado de la lucha de clases para mejor intervenir en ella, no necesita tener una estrategia perfectamente a punto: la contrainsurgencia es como la reestructuración: se improvisa contra los proletarios en el transcurso de las luchas.
«¿Quieres saber si tienes el coronavirus? ¡Escúpele a un burgués y espera los resultados! Solidaridad con los trabajadores.» Este mensaje, pintado en una sábana en el centro de Marsella anuncia muy bien el rumbo que estamos obligados a tomar, so pena de muerte, no debido al «enemigo invisible» sino debido a nuestro enemigo más visible y activo: la clase capitalista. Todos y todas tenemos una gran necesidad de salir. No sólo para ir a currar, hacer cola ante la puerta del supermercado o hacer un poco de ejercicio cada cual en su rincón, y ni siquiera para hacernos tests (aunque eso no estaría de más), sino para luchar juntos contra la explotación agravada que nos están imponiendo. ¡Un poco de aire! ¡Muerte al miedo! ¡Muerte a la Unión Sagrada Sanitaria!
Notas:
1 Concepto a construir, en la perspectiva de la comunización.
2 Errancia de la humanidad, 1973, en la red.
3 Véanse los análisis de Théorie Communiste, en su sitio.
4 Roland Simon sobre el texto de Chuang, Social Contagion, en el sitio https://dndf.org
5 Coronavirus, croissance de l’État, et reproduction, https://dndf.org
6 Lorgeril, Science du confinement ou Confinement de la science ?, en la red.
7 Covid-19 et au-delà, en https://dndf.org
Extraído de https://www.facebook.com/communisation
Original: https://dndf.org/?p=18482
jueves, 30 de abril de 2020
lunes, 27 de abril de 2020
¡Esperemos mantener los aspectos positivos de esta crisis!
Anselm Jappe
(Traducción automática)
6 de abril de 2020
Frente a la pandemia de coronavirus, Le Temps du Débat había previsto una serie de programas especiales titulados "Coronavirus: una conversación mundial" para reflexionar sobre los temas en juego en esta epidemia, reuniendo los conocimientos y las creaciones de intelectuales, artistas y escritores de todo el mundo. Desafortunadamente, esta serie tuvo que terminar después del primer episodio: "¿Qué nos hace el confinamiento? ». Por ello hemos decidido continuar esta conversación mundial en línea ofreciéndoles cada día, en la página web de France Culture, la visión inédita de un intelectual extranjero sobre la crisis que estamos atravesando.
***
¿Sonará la crisis del coronavirus la sentencia de muerte para el capitalismo, provocará el fin de la sociedad industrial y consumista? Algunos temen que lo haga, otros lo esperan. Es demasiado pronto para decirlo. La "reconstrucción" económica y social puede resultar tan difícil como el momento de la epidemia en otros aspectos. Lo que es seguro es que estamos experimentando, al menos en Europa, lo que es lo más cerca que hemos estado de un "colapso" desde 1945 - un colapso evocado tantas veces en el cine y la literatura llamados "post-apocalípticos", pero también por la crítica radical de la sociedad capitalista e industrial.
Sin embargo, la gravedad de esta crisis de la sociedad capitalista mundial no es una consecuencia directa y proporcionada de la escala de la enfermedad. Más bien, es la consecuencia de la extrema fragilidad de esta sociedad y una revelación de su estado real. La economía capitalista es una locura en sus cimientos, y no sólo en su versión neoliberal. Su único objetivo es multiplicar el "valor" creado por la simple cantidad de trabajo ("trabajo abstracto", como lo llama Marx) y representado en el dinero, sin tener en cuenta las necesidades y deseos reales de los seres humanos y las consecuencias para la naturaleza. El capitalismo industrial ha estado devastando el mundo por más de dos siglos. Está minado por contradicciones internas, la primera de las cuales es el uso de tecnologías que, al sustituir a los trabajadores, aumentan los beneficios a corto plazo, pero agotan la fuente última de todo beneficio: la explotación de la fuerza de trabajo. Durante cincuenta años, el capitalismo ha sobrevivido esencialmente gracias a la deuda, que ha alcanzado proporciones astronómicas. Las finanzas no son la causa de la crisis del capitalismo; al contrario, le ayudan a ocultar su falta de rentabilidad real, pero al precio de construir un castillo de naipes cada vez más inestable. Uno podría entonces preguntarse si el colapso de este castillo de naipes se debe a causas "económicas", como en 2008, o más bien ecológicas.
Con la epidemia, ha surgido un factor de crisis inesperado - lo principal, sin embargo, no es el virus, sino la sociedad que lo recibe. Ya se trate de la insuficiencia de las estructuras sanitarias afectadas por los recortes presupuestarios o del papel de la agricultura industrializada en la génesis de nuevos virus de origen animal, ya sea el increíble darwinismo social que propone (y no sólo en los países anglosajones) sacrificar lo "inútil" para la economía o la tentación de los Estados de desplegar sus arsenales de vigilancia: el virus arroja una luz cruel sobre los rincones oscuros de la sociedad.
En todas partes también, los efectos del virus muestran cuán peor será la situación de la burguesía mundial como clase con fines de lucro que la de los millones de habitantes de las barriadas, los Estados fallidos, las periferias o las clases más pobres abandonadas a su suerte en los centros capitalistas. ¿Promoverá también el asentimiento colectivo? Nadie lo sabe. Sin embargo, muchas personas ya están experimentando que hay mucho que se puede hacer sin perder nada esencial. Menos trabajo, menos consumo, menos viajes frenéticos, menos contaminación, menos ruido... ¡esperemos mantener los aspectos positivos de esta crisis! Estamos escuchando muchas conversaciones razonables estos días, en todas las áreas. Veremos si son similares a las resoluciones del Capitán Haddock cuando promete no beber más whisky si sale del presente peligro.
Tomado de: http://www.palim-psao.fr/2020/04/esperons-de-garder-ce-que-cette-crise-a-de-positif-par-anselm-jappe.html
(Traducción automática)
6 de abril de 2020
Frente a la pandemia de coronavirus, Le Temps du Débat había previsto una serie de programas especiales titulados "Coronavirus: una conversación mundial" para reflexionar sobre los temas en juego en esta epidemia, reuniendo los conocimientos y las creaciones de intelectuales, artistas y escritores de todo el mundo. Desafortunadamente, esta serie tuvo que terminar después del primer episodio: "¿Qué nos hace el confinamiento? ». Por ello hemos decidido continuar esta conversación mundial en línea ofreciéndoles cada día, en la página web de France Culture, la visión inédita de un intelectual extranjero sobre la crisis que estamos atravesando.
***
¿Sonará la crisis del coronavirus la sentencia de muerte para el capitalismo, provocará el fin de la sociedad industrial y consumista? Algunos temen que lo haga, otros lo esperan. Es demasiado pronto para decirlo. La "reconstrucción" económica y social puede resultar tan difícil como el momento de la epidemia en otros aspectos. Lo que es seguro es que estamos experimentando, al menos en Europa, lo que es lo más cerca que hemos estado de un "colapso" desde 1945 - un colapso evocado tantas veces en el cine y la literatura llamados "post-apocalípticos", pero también por la crítica radical de la sociedad capitalista e industrial.
Sin embargo, la gravedad de esta crisis de la sociedad capitalista mundial no es una consecuencia directa y proporcionada de la escala de la enfermedad. Más bien, es la consecuencia de la extrema fragilidad de esta sociedad y una revelación de su estado real. La economía capitalista es una locura en sus cimientos, y no sólo en su versión neoliberal. Su único objetivo es multiplicar el "valor" creado por la simple cantidad de trabajo ("trabajo abstracto", como lo llama Marx) y representado en el dinero, sin tener en cuenta las necesidades y deseos reales de los seres humanos y las consecuencias para la naturaleza. El capitalismo industrial ha estado devastando el mundo por más de dos siglos. Está minado por contradicciones internas, la primera de las cuales es el uso de tecnologías que, al sustituir a los trabajadores, aumentan los beneficios a corto plazo, pero agotan la fuente última de todo beneficio: la explotación de la fuerza de trabajo. Durante cincuenta años, el capitalismo ha sobrevivido esencialmente gracias a la deuda, que ha alcanzado proporciones astronómicas. Las finanzas no son la causa de la crisis del capitalismo; al contrario, le ayudan a ocultar su falta de rentabilidad real, pero al precio de construir un castillo de naipes cada vez más inestable. Uno podría entonces preguntarse si el colapso de este castillo de naipes se debe a causas "económicas", como en 2008, o más bien ecológicas.
Con la epidemia, ha surgido un factor de crisis inesperado - lo principal, sin embargo, no es el virus, sino la sociedad que lo recibe. Ya se trate de la insuficiencia de las estructuras sanitarias afectadas por los recortes presupuestarios o del papel de la agricultura industrializada en la génesis de nuevos virus de origen animal, ya sea el increíble darwinismo social que propone (y no sólo en los países anglosajones) sacrificar lo "inútil" para la economía o la tentación de los Estados de desplegar sus arsenales de vigilancia: el virus arroja una luz cruel sobre los rincones oscuros de la sociedad.
En todas partes también, los efectos del virus muestran cuán peor será la situación de la burguesía mundial como clase con fines de lucro que la de los millones de habitantes de las barriadas, los Estados fallidos, las periferias o las clases más pobres abandonadas a su suerte en los centros capitalistas. ¿Promoverá también el asentimiento colectivo? Nadie lo sabe. Sin embargo, muchas personas ya están experimentando que hay mucho que se puede hacer sin perder nada esencial. Menos trabajo, menos consumo, menos viajes frenéticos, menos contaminación, menos ruido... ¡esperemos mantener los aspectos positivos de esta crisis! Estamos escuchando muchas conversaciones razonables estos días, en todas las áreas. Veremos si son similares a las resoluciones del Capitán Haddock cuando promete no beber más whisky si sale del presente peligro.
Tomado de: http://www.palim-psao.fr/2020/04/esperons-de-garder-ce-que-cette-crise-a-de-positif-par-anselm-jappe.html
Coronavirus y el colapso de la modernización
Roswitha Scholz & Herbert Böttcher
Marzo de 2020
El coronavirus es el detonante, pero no la causa de la profundización en la actual situación de crisis. Este virus acelera la desintegración de la economía capitalista. Al contrario de la crisis del 2007/2008, que ha logrado su paroxismo al nivel de los bancos de “importancia sistémica”, la economía real, por su parte, en este momento debe recibir millones en ayuda económica. Se solicita de nuevo al Estado (social) el cual durante el triunfo del neoliberalismo ha sido desacreditado como hamaca social y como lastre dentro de la competencia entre territorios, centros y metrópolis. Aquello que se había impuesto como modelo exitoso del capitalismo enfocado en la competencia entre territorios e impulsado mediante la finanza no era en sí más que una estrategia para extender la crisis del capitalismo. No es por azar que el coronavirus se estrella contra un sistema de salud parcialmente privatizado y deteriorado por los recortes presupuestarios, así como dentro de las regiones en crisis, sobre una situación de derrumbe a veces completo de las estructuras del mercado y del Estado.
Ya durante las primeras experimentaciones neoliberales de la década de 1970, que Augusto Pinochet ‒ apoyado por los Chicago Boys en torno a la figura de Milton Friedman ‒ había llevado a Chile bajo una dictadura militar asesina, las críticas habían remarcado que el lema era en aquel entonces: “El estado de bienestar esclaviza. El estado policial libera”. En efecto, los pasos siguientes de la historia del neoliberalismo ha estado marcada de igual forma por un recrudecimiento de la represión, sobretodo de aquellas personas que han pasado a ser innecesarias para la valorización del capital: los cesantes y los trabajadores precarizados, pasando por los refugiados, los enfermos y los ancianos no rentables. La exclusión y la represión no son simples productos del capitalismo neoliberal, sino que también se deben al vínculo entre el capitalismo y la democracia, el liberalismo y la represión, que está a la base del “estado de excepción”. A lo largo de las últimas décadas, el “estado de excepción” se ha vuelto un “estado normal”, particularmente para los refugiados[1]. Bajo la presión de la crisis del coronavirus, han habido deportaciones colectivas forzadas desde Grecia hacia Turquía. Existe el temor que durante la crisis capitalista, agravada por la crisis pandémica, las represiones estatales experimentadas durante la epidemia del coronavirus se vayan intensificando ‒ combinadas con una barbarización creciente de la policía y de la justicia (corrupción, vínculos mafiosos, etc.).
Como durante la “cultura de la recepción” de 2015, esta vez no se puede todavía tener confianza sobre los llamados a la solidaridad. Nadie de los medios políticos ha tenido la idea de mejorar los “ingresos” de los indigentes ni de los mendigos en el marco de la crisis del coronavirus. Sus oportunidades de recibir donaciones de los transeúntes y/o de recolectar botellas[2] han sido considerablemente reducidas. Ninguna reflexión política ha sido llevada a cabo para apoyar a las personas que dependen de Hartz IV[3] y del subsidio de solidaridad a los adultos mayores y que se ven enfrentados a un empeoramiento de su situación alimenticia en razón del acaparamiento de los productos de bajo costo y del cierre de los comedores de beneficencia y de las sopas populares. La solidaridad política se extiende, a lo más, hacia aquellos que son valorizables y aún tienen una “importancia sistémica” y, si todo sale bien, se extiende a los adultos mayores que deben pasar su merecida jubilación posterior a una larga vida de actividad.
En esta situación, las mujeres han sido particularmente solicitadas como “limpiadoras” de la crisis. En tal rol, han sido objeto de una gran atención. No obstante, hay que recordar que este reconocimiento interviene al momento de la desintegración del patriarcado capitalista[4]. En esta fase, las mujeres han sido cada vez más llamadas a ocuparse de la lucha por la supervivencia. Su importancia y su función debería por tanto ser percibida en este contexto, en vez de exigir simplemente la revalorización del trabajo de las mujeres y una remuneración apropiada. El conjunto de procesos de crisis fundamental debe ser el punto de partida del análisis y de la reflexión sobre las acciones apropiadas.
Mientras tanto, cada vez se elevan más voces para pedir libertades civiles liberales, destacando al mismo tiempo que para los intereses económicos, es necesario preparar la vuelta a la normalidad. A este efecto, sacado de la locura social-darwiniana, se está dispuesto a sacrificar seres humanos. Son precisamente los ancianos que se le niega el derecho a la vida[5]. No es sorprendente los auto denominados “especialistas de la ética de negocios” tales como Dominik H. Enste en el Tagesspielgel (24.3.2020) tengan igualmente algo que decir. En una lógica utilitarista, advierte que la salud no debe ser muy costosa. Cita como ejemplo a los británicos: Ellos han “definido claramente que la extensión de una vida tiene el derecho de costar: 30 000 libras, con excepciones que llegan a 70 000 o 80 000 libras”. No se requiere mucha imaginación para entender que las reivindicaciones en materia de selección según “factores de costo humano” van a seguir multiplicándose de aquí en adelante.
Lo que se debe preparar, es el momento de reactivación de la supuesta normalidad del capitalismo y de la economía. Existe la preocupación que ella no dé lugar a nuevas restricciones y nuevas transformaciones sociales, lo que también podría conducir a disturbios y saqueos, como el caso de Sicilia. Para hacerles frente, la policía y la armada están dispuestas a la aplicación del estado de excepción. El ministerio americano de justicia contempla poder retener a las personas en un tiempo indefinido y sin proceso judicial alguno[6]. Las discusiones actuales en Alemania demuestran una tendencia a partir de la cual la flexibilización del estado de excepción social global tendrá que acompañarse con una extensión del estado de excepción para los adultos mayores y los grupos de riesgo vital, vale decir para su aislamiento.
Son personas que han sido reducidas a “empresarios-de-sí-mismos”[7] competitivos dentro del marco de la individualización y que son expuestos al aislamiento, así como a nuevas oleadas de empobrecimiento, de represión y de salvajismo. La gente de clase media en particular está destruida por el stress, que ha mutado siendo ahora un símbolo de éxito, y los imperativos de relajación de la industria del descubrimiento personal, en la cual la relajación deviene una performance de alto nivel, sin que ellas puedan recuperar a un sí mismo como prueba de recuperación. Las consecuencias socio-psicológicas del aislamiento ya se manifiestan bajo la forma depresiva y de una escalada en la violencia, específicamente respecto a aquella ejercida hacia las mujeres, en situaciones en las que las personas son remitidas a sí mismas y a su entorno inmediato. A menor vuelta a la normalidad cotidiana, mayor es la difusión del empobrecimiento y la decadencia social, mientras más el sujeto competitivo orientado hacia la “lucha de todos contra todos” corre el peligro de encontrarse en una lucha de darwinismo social sin importarle las víctimas que ella implica.
Aquello que Robert Kurz ha descrito en varios de sus libros y lo que sabemos sobre todo de las regiones en descomposición del mundo globalizado, probablemente se tornará también para nosotros muy perceptible. Los movimientos sociales hacia la izquierda, las posiciones en materia de crisis y de colapso como aquellos de la crítica del valor-disociación no han sido y no son tomados en serio e inclusive son completamente ignorados. Ahora bien, los fantasmas de la conspiración sospechosos como los de Dirk Müller (“Mr. Dax”) así como los análisis del colapso como aquellos de Friedrich y Weik[8], quienes después de la “crisis más grande de todos los tiempos” ahora intentan poner en circulación la idea de desarrollar un nuevo capitalismo que funcione de mejor forma. Los izquierdistas se involucran en un hiper-social-democratismo con el Green New Deal, la redistribución, la expropiación, etc. que se mantiene dentro de los marcos de dicha forma capitalista. O también: toda la humanidad se ha declarado como clase obrera contra aquel “1%” quienes poseen los medios de producción y son dueños de todo, y todo el desastre no se entiende como algo inmerso dentro del marco del capitalismo y de su “contradicción en curso”, sino que es comprendido dentro del propio marco del neoliberalismo.
La recomposición siempre cambiante de los polos del mercado y el Estado en función del curso de la crisis es cada vez menos posible, ya que a medida que esta empeora, dicha alternancia llega cada vez más rápidamente a sus límites internos. Una vuelta al Estado-Nación sería fatal. El cierre de las fronteras refleja lo impotente que es dicho modelo y constituye una medida de substitución. Mejor habría que dar muestras de pragmatismo y de cooperación a escala internacional para así poder contener la actual crisis que finaliza nada más ni nada menos que con la pandemia del Coronavirus. La investigación, los intercambios de mercancías, etc., la producción de bienes vitales deberían de organizarse más allá de las fronteras nacionales desde una forma no burocratizada y libre para hacerle frente a otras consecuencias bárbaras de este período del capitalismo. La situación actual de fuerza mayor exige apoyo mutuo y cooperación. No obstante, tal pragmatismo y esta cooperación no deben ser confundidos de manera kitsch con la figuración de una sociedad distinta que se está diseñando. Esta no podrá aparecer más que en el momento en el que reflexión y acción conduzcan hacia una ruptura con las formas societales propias del valor-disociación.
Notas:
[1] Podemos referirnos sobre esta temática de la teorización desarrollada en torno al estado de excepción desde un punto de vista de la wert kritisch, comprendiendo una crítica a aquella realizada por Giorgio Agamben, sobre este tema, véase a Robert Kurz, Impérialisme d’exclusion et état d’exception [Imperialismo de exclusión y estado de excepción]. (Paris, Divergences, 2018) (NdE).
[2] En Alemania, gracias al sistema de consignas de personas – a menudo adultos/as mayores- difícilmente pueden hacerse algunas monedas juntando botellas vacías y llevándolas a los puntos de venta. (NdT)
[3] Las reformas Hartz son las reformas del mercado del trabajo que tuvieron lugar en Alemania, entre los años 2003 y 2005, bajo el mando del canciller Gerhard Schröder (SPD). El inspirador de aquellas reformas, Peter Hartz, era el director del personal de Volkswagen, donde negociaba los acuerdos sobre la flexibilidad horaria […] Estas controversiales reformas, oficialmente, apuntaban a adaptar el derecho (del trabajo fiscal) alemán en la nueva situación económica del sector de servicios. Las reformas se han implementado progresivamente, bajo la forma de las cuatro leyes, pero la más importante es la ley de Hartz IV. Esta fusiona las ayudas sociales y las indemnizaciones de desempleo -de más de un año- en una única alocación indemnizada. La baja cantidad de este presupuesto – 409 euros por mes en 2017 para una persona sola- se supone que motiva al beneficiado a buscar más rápido un empleo, tan mal remunerado y poco conforme a sus expectativas o habilidades como lo es dicho salario. Su atribución está condicionada por un régimen de control de los más coercitivos de Europa. (wikipedia, extracto de la página: https://fr.wikipedia.org/wiki/R%C3%A9formes_Hartz).
[4] Ver Roswitha Scholz, Le Sexe du capitalisme. “Masculinité” et “féminité” comme piliers du patriarcat producteur de marchandises [El sexo del capitalismo -masculinidad- y -femineidad- como pilar del patriarcado productor de mercancías], Albi, Crise & Critique, 2019 (N.d.E).
[5] Ver Klaus Benesch: “Money before Lives” [El dinero antes que la vida], Telepolis, 26.3.2020
[6] Ver Florian Rötzer: “US-Justizministerium will im Notstand unbegrenzt ohne Prozess inhaftieren können” [El ministerio de justicia americano quiere la potestad de encarcelar gente sin proceso alguno y por un período ilimitado de tiempo durante el estado de urgencia sanitaria], (Telepolis, 23.3.2020.)
[7] La “Ich-AG” que se podría traducir también como “Yo-S.A.” no guarda relación con un estatuto jurídico como emprendimiento autónomo en Francia, sino que una actitud individual requerida en el mercado laboral (N.d.T.).
[8] Marc Friedrch y Matthias Weik se han hecho famosos durante los últimos años con libros tales como Sonst knallt`s `- Warum wir Wirtschaft und Politik neu denken müssen [Sino esto va a estallar – por qué debemos repensar la economía y la política] (2017) y Der größte Crash aller Zeiten [La crisis más grande de la historia]. Dirk Müller, corredor de bolsa, gestionario y fondos ey autor de libros, también se ha hecho famoso en Alemania bajo el apodo de Mr. Dax, y después de la crisis financiera del 2008, ha publicado un libro titulado Crash-Kurs [En curso hacia la crisis], en el que también destaca en tanto que teórico del complot. Estos autores parten desde hipótesis no marxistas sobre la crisis y permanecen sustancialmente en el plano socio-económico. Son invitados a los talk-shows así como miembros asociados en entrevistas populares ; por otra parte,a menudo han sido tratados como dudosos “profetas de la crisis”
Original en alemán: https://exit-online.org/textanz1.php?tabelle=aktuelles&index=3&posnr=731
Traducción al francés: http://www.palim-psao.fr/2020/04/le-coronavirus-et-l-effondrement-de-la-modernisation-par-roswitha-scholz-et-herbert-bottcher.html
Tomado de: http://www.revistarosa.cl/2020/04/27/coronavirus-y-el-colapso-de-la-modernizacion
Marzo de 2020
El coronavirus es el detonante, pero no la causa de la profundización en la actual situación de crisis. Este virus acelera la desintegración de la economía capitalista. Al contrario de la crisis del 2007/2008, que ha logrado su paroxismo al nivel de los bancos de “importancia sistémica”, la economía real, por su parte, en este momento debe recibir millones en ayuda económica. Se solicita de nuevo al Estado (social) el cual durante el triunfo del neoliberalismo ha sido desacreditado como hamaca social y como lastre dentro de la competencia entre territorios, centros y metrópolis. Aquello que se había impuesto como modelo exitoso del capitalismo enfocado en la competencia entre territorios e impulsado mediante la finanza no era en sí más que una estrategia para extender la crisis del capitalismo. No es por azar que el coronavirus se estrella contra un sistema de salud parcialmente privatizado y deteriorado por los recortes presupuestarios, así como dentro de las regiones en crisis, sobre una situación de derrumbe a veces completo de las estructuras del mercado y del Estado.
Ya durante las primeras experimentaciones neoliberales de la década de 1970, que Augusto Pinochet ‒ apoyado por los Chicago Boys en torno a la figura de Milton Friedman ‒ había llevado a Chile bajo una dictadura militar asesina, las críticas habían remarcado que el lema era en aquel entonces: “El estado de bienestar esclaviza. El estado policial libera”. En efecto, los pasos siguientes de la historia del neoliberalismo ha estado marcada de igual forma por un recrudecimiento de la represión, sobretodo de aquellas personas que han pasado a ser innecesarias para la valorización del capital: los cesantes y los trabajadores precarizados, pasando por los refugiados, los enfermos y los ancianos no rentables. La exclusión y la represión no son simples productos del capitalismo neoliberal, sino que también se deben al vínculo entre el capitalismo y la democracia, el liberalismo y la represión, que está a la base del “estado de excepción”. A lo largo de las últimas décadas, el “estado de excepción” se ha vuelto un “estado normal”, particularmente para los refugiados[1]. Bajo la presión de la crisis del coronavirus, han habido deportaciones colectivas forzadas desde Grecia hacia Turquía. Existe el temor que durante la crisis capitalista, agravada por la crisis pandémica, las represiones estatales experimentadas durante la epidemia del coronavirus se vayan intensificando ‒ combinadas con una barbarización creciente de la policía y de la justicia (corrupción, vínculos mafiosos, etc.).
Como durante la “cultura de la recepción” de 2015, esta vez no se puede todavía tener confianza sobre los llamados a la solidaridad. Nadie de los medios políticos ha tenido la idea de mejorar los “ingresos” de los indigentes ni de los mendigos en el marco de la crisis del coronavirus. Sus oportunidades de recibir donaciones de los transeúntes y/o de recolectar botellas[2] han sido considerablemente reducidas. Ninguna reflexión política ha sido llevada a cabo para apoyar a las personas que dependen de Hartz IV[3] y del subsidio de solidaridad a los adultos mayores y que se ven enfrentados a un empeoramiento de su situación alimenticia en razón del acaparamiento de los productos de bajo costo y del cierre de los comedores de beneficencia y de las sopas populares. La solidaridad política se extiende, a lo más, hacia aquellos que son valorizables y aún tienen una “importancia sistémica” y, si todo sale bien, se extiende a los adultos mayores que deben pasar su merecida jubilación posterior a una larga vida de actividad.
En esta situación, las mujeres han sido particularmente solicitadas como “limpiadoras” de la crisis. En tal rol, han sido objeto de una gran atención. No obstante, hay que recordar que este reconocimiento interviene al momento de la desintegración del patriarcado capitalista[4]. En esta fase, las mujeres han sido cada vez más llamadas a ocuparse de la lucha por la supervivencia. Su importancia y su función debería por tanto ser percibida en este contexto, en vez de exigir simplemente la revalorización del trabajo de las mujeres y una remuneración apropiada. El conjunto de procesos de crisis fundamental debe ser el punto de partida del análisis y de la reflexión sobre las acciones apropiadas.
Mientras tanto, cada vez se elevan más voces para pedir libertades civiles liberales, destacando al mismo tiempo que para los intereses económicos, es necesario preparar la vuelta a la normalidad. A este efecto, sacado de la locura social-darwiniana, se está dispuesto a sacrificar seres humanos. Son precisamente los ancianos que se le niega el derecho a la vida[5]. No es sorprendente los auto denominados “especialistas de la ética de negocios” tales como Dominik H. Enste en el Tagesspielgel (24.3.2020) tengan igualmente algo que decir. En una lógica utilitarista, advierte que la salud no debe ser muy costosa. Cita como ejemplo a los británicos: Ellos han “definido claramente que la extensión de una vida tiene el derecho de costar: 30 000 libras, con excepciones que llegan a 70 000 o 80 000 libras”. No se requiere mucha imaginación para entender que las reivindicaciones en materia de selección según “factores de costo humano” van a seguir multiplicándose de aquí en adelante.
Lo que se debe preparar, es el momento de reactivación de la supuesta normalidad del capitalismo y de la economía. Existe la preocupación que ella no dé lugar a nuevas restricciones y nuevas transformaciones sociales, lo que también podría conducir a disturbios y saqueos, como el caso de Sicilia. Para hacerles frente, la policía y la armada están dispuestas a la aplicación del estado de excepción. El ministerio americano de justicia contempla poder retener a las personas en un tiempo indefinido y sin proceso judicial alguno[6]. Las discusiones actuales en Alemania demuestran una tendencia a partir de la cual la flexibilización del estado de excepción social global tendrá que acompañarse con una extensión del estado de excepción para los adultos mayores y los grupos de riesgo vital, vale decir para su aislamiento.
Son personas que han sido reducidas a “empresarios-de-sí-mismos”[7] competitivos dentro del marco de la individualización y que son expuestos al aislamiento, así como a nuevas oleadas de empobrecimiento, de represión y de salvajismo. La gente de clase media en particular está destruida por el stress, que ha mutado siendo ahora un símbolo de éxito, y los imperativos de relajación de la industria del descubrimiento personal, en la cual la relajación deviene una performance de alto nivel, sin que ellas puedan recuperar a un sí mismo como prueba de recuperación. Las consecuencias socio-psicológicas del aislamiento ya se manifiestan bajo la forma depresiva y de una escalada en la violencia, específicamente respecto a aquella ejercida hacia las mujeres, en situaciones en las que las personas son remitidas a sí mismas y a su entorno inmediato. A menor vuelta a la normalidad cotidiana, mayor es la difusión del empobrecimiento y la decadencia social, mientras más el sujeto competitivo orientado hacia la “lucha de todos contra todos” corre el peligro de encontrarse en una lucha de darwinismo social sin importarle las víctimas que ella implica.
Aquello que Robert Kurz ha descrito en varios de sus libros y lo que sabemos sobre todo de las regiones en descomposición del mundo globalizado, probablemente se tornará también para nosotros muy perceptible. Los movimientos sociales hacia la izquierda, las posiciones en materia de crisis y de colapso como aquellos de la crítica del valor-disociación no han sido y no son tomados en serio e inclusive son completamente ignorados. Ahora bien, los fantasmas de la conspiración sospechosos como los de Dirk Müller (“Mr. Dax”) así como los análisis del colapso como aquellos de Friedrich y Weik[8], quienes después de la “crisis más grande de todos los tiempos” ahora intentan poner en circulación la idea de desarrollar un nuevo capitalismo que funcione de mejor forma. Los izquierdistas se involucran en un hiper-social-democratismo con el Green New Deal, la redistribución, la expropiación, etc. que se mantiene dentro de los marcos de dicha forma capitalista. O también: toda la humanidad se ha declarado como clase obrera contra aquel “1%” quienes poseen los medios de producción y son dueños de todo, y todo el desastre no se entiende como algo inmerso dentro del marco del capitalismo y de su “contradicción en curso”, sino que es comprendido dentro del propio marco del neoliberalismo.
La recomposición siempre cambiante de los polos del mercado y el Estado en función del curso de la crisis es cada vez menos posible, ya que a medida que esta empeora, dicha alternancia llega cada vez más rápidamente a sus límites internos. Una vuelta al Estado-Nación sería fatal. El cierre de las fronteras refleja lo impotente que es dicho modelo y constituye una medida de substitución. Mejor habría que dar muestras de pragmatismo y de cooperación a escala internacional para así poder contener la actual crisis que finaliza nada más ni nada menos que con la pandemia del Coronavirus. La investigación, los intercambios de mercancías, etc., la producción de bienes vitales deberían de organizarse más allá de las fronteras nacionales desde una forma no burocratizada y libre para hacerle frente a otras consecuencias bárbaras de este período del capitalismo. La situación actual de fuerza mayor exige apoyo mutuo y cooperación. No obstante, tal pragmatismo y esta cooperación no deben ser confundidos de manera kitsch con la figuración de una sociedad distinta que se está diseñando. Esta no podrá aparecer más que en el momento en el que reflexión y acción conduzcan hacia una ruptura con las formas societales propias del valor-disociación.
Notas:
[1] Podemos referirnos sobre esta temática de la teorización desarrollada en torno al estado de excepción desde un punto de vista de la wert kritisch, comprendiendo una crítica a aquella realizada por Giorgio Agamben, sobre este tema, véase a Robert Kurz, Impérialisme d’exclusion et état d’exception [Imperialismo de exclusión y estado de excepción]. (Paris, Divergences, 2018) (NdE).
[2] En Alemania, gracias al sistema de consignas de personas – a menudo adultos/as mayores- difícilmente pueden hacerse algunas monedas juntando botellas vacías y llevándolas a los puntos de venta. (NdT)
[3] Las reformas Hartz son las reformas del mercado del trabajo que tuvieron lugar en Alemania, entre los años 2003 y 2005, bajo el mando del canciller Gerhard Schröder (SPD). El inspirador de aquellas reformas, Peter Hartz, era el director del personal de Volkswagen, donde negociaba los acuerdos sobre la flexibilidad horaria […] Estas controversiales reformas, oficialmente, apuntaban a adaptar el derecho (del trabajo fiscal) alemán en la nueva situación económica del sector de servicios. Las reformas se han implementado progresivamente, bajo la forma de las cuatro leyes, pero la más importante es la ley de Hartz IV. Esta fusiona las ayudas sociales y las indemnizaciones de desempleo -de más de un año- en una única alocación indemnizada. La baja cantidad de este presupuesto – 409 euros por mes en 2017 para una persona sola- se supone que motiva al beneficiado a buscar más rápido un empleo, tan mal remunerado y poco conforme a sus expectativas o habilidades como lo es dicho salario. Su atribución está condicionada por un régimen de control de los más coercitivos de Europa. (wikipedia, extracto de la página: https://fr.wikipedia.org/wiki/R%C3%A9formes_Hartz).
[4] Ver Roswitha Scholz, Le Sexe du capitalisme. “Masculinité” et “féminité” comme piliers du patriarcat producteur de marchandises [El sexo del capitalismo -masculinidad- y -femineidad- como pilar del patriarcado productor de mercancías], Albi, Crise & Critique, 2019 (N.d.E).
[5] Ver Klaus Benesch: “Money before Lives” [El dinero antes que la vida], Telepolis, 26.3.2020
[6] Ver Florian Rötzer: “US-Justizministerium will im Notstand unbegrenzt ohne Prozess inhaftieren können” [El ministerio de justicia americano quiere la potestad de encarcelar gente sin proceso alguno y por un período ilimitado de tiempo durante el estado de urgencia sanitaria], (Telepolis, 23.3.2020.)
[7] La “Ich-AG” que se podría traducir también como “Yo-S.A.” no guarda relación con un estatuto jurídico como emprendimiento autónomo en Francia, sino que una actitud individual requerida en el mercado laboral (N.d.T.).
[8] Marc Friedrch y Matthias Weik se han hecho famosos durante los últimos años con libros tales como Sonst knallt`s `- Warum wir Wirtschaft und Politik neu denken müssen [Sino esto va a estallar – por qué debemos repensar la economía y la política] (2017) y Der größte Crash aller Zeiten [La crisis más grande de la historia]. Dirk Müller, corredor de bolsa, gestionario y fondos ey autor de libros, también se ha hecho famoso en Alemania bajo el apodo de Mr. Dax, y después de la crisis financiera del 2008, ha publicado un libro titulado Crash-Kurs [En curso hacia la crisis], en el que también destaca en tanto que teórico del complot. Estos autores parten desde hipótesis no marxistas sobre la crisis y permanecen sustancialmente en el plano socio-económico. Son invitados a los talk-shows así como miembros asociados en entrevistas populares ; por otra parte,a menudo han sido tratados como dudosos “profetas de la crisis”
Original en alemán: https://exit-online.org/textanz1.php?tabelle=aktuelles&index=3&posnr=731
Traducción al francés: http://www.palim-psao.fr/2020/04/le-coronavirus-et-l-effondrement-de-la-modernisation-par-roswitha-scholz-et-herbert-bottcher.html
Tomado de: http://www.revistarosa.cl/2020/04/27/coronavirus-y-el-colapso-de-la-modernizacion
domingo, 26 de abril de 2020
Capitalismo, reproducción y cuarentena
Silvia Federici
16 de abril del 2020
Nosotras como feministas, los movimientos de mujeres en todo el mundo, hace muchísimos años venimos repitiendo que este sistema no garantiza nuestro futuro, no garantiza nuestra vida. Este sistema nos está matando de tantas formas diferentes pero conectadas: nos está matando con la agricultura industrializada, con la comida que nos da diabetes. En el 2019 más de 4 millones de personas murieron de diabetes en el mundo por esta comida fast food tan venenosa. Y también la contaminación de las aguas, los pesticidas. Entonces las mujeres del mundo, campesinas, indígenas, urbanas, son la primera línea en la lucha por una sociedad diferente. Por una reproducción que nos da vida, nos da futuro, que nos nutre, que no nos va a matar.
Es muy importante decir que esta pandemia hace muy visible, muy evidente, lo que pasa cada día con la guerra, con los desahucios, con las deslocalizaciones, las expropiaciones, la gente que es expulsada de su campo, con la contaminación del medio ambiente, la destrucción de la naturaleza. Otro ejemplo es el aumento de la desesperación. Hoy se habla en Estados Unidos de que 20 mil personas murieron por el coronavirus. Es terrible, es terrorífico. Solamente el año pasado 48 mil personas se suicidaron. Se suicidaron porque esta vida siempre es más triste, siempre es más difícil.
Como siempre, las que más sufren son las mujeres. Hoy podemos ver que son la primera línea como trabajadoras de cuidado (enfermeras, cajeras en las tiendas). Y también el incremento de trabajo en la casa, tener a los hijos, no transmitirles miedo, protegerlos de esta amenaza.
Todo esto pone en el centro, hace muy visible, la importancia de la reproducción. Reproducción es una palabra que todavía hace referencia a muchísimas realidades diferentes pero conectadas. Reproducción es el cuidado, las crianzas, cocinar, acompañar a los enfermos. Y también el cuidado de la naturaleza. Es la agricultura sustentable, donde las mujeres son las primeras trabajadoras. Una agricultura que no termina en el lucro, sino en el sustento de su familia. Es así que pueden controlar que lo que entra al cuerpo no te va a matar, te va a nutrir. Esta agricultura industrializada nos ha dado el cáncer, muchísimas enfermedades que son completamente derivadas de un modelo basado en el lucro. No es como la pequeña agricultura, donde la gente trabajaba con una relación muy directa con la naturaleza. Esta globalización, esta división internacional de la producción basada en el lucro no tiene ningún sentido: buscar la manzana que llega de China o de miles de kilómetros.
Entonces podemos ver que la reproducción es el terreno estratégico fundamental para la construcción de un futuro, de una sociedad. Reproducción significa vida, significa futuro. Vivimos en un sistema capitalista que su problema fundamental, lo que lo hace insustentable, es que sistemáticamente se basa sobre la subordinación de la reproducción de la vida. La subordinación de nuestra vida, de nuestro futuro. Se basa en el lucro individual, en el lucro de las grandes compañías y corporaciones. Esto es el capitalismo. Se funda sobre la explotación del trabajo humano y la subordinación de nuestra reproducción. Se puede ver que todas las medidas políticas y económicas que ponen en acción están conformadas por esta finalidad.
Las mujeres ya están dando esta lucha. Los movimientos de mujeres son hoy estratégicamente importantes. Podemos ver que la lucha es para recuperar la medida más básica de nuestra reproducción. Que sea la riqueza social que hemos producido, que sea la tierra, que sea el control sobre el agua, sobre las selvas. Crear una forma de organización. Hay redes de mujeres que ya se están formando para fortalecer los lazos. Fortalecer no solo nuestra capacidad de resistencia al Estado, sino de imponer otro tipo de sociedad. Como se dice en España y en América Latina: una sociedad donde la vida esté en el centro. Y también crear formas de reproducción más solidarias.
Durante muchos años, con compañeras de todo el mundo hablamos de la política de los comunes. Nunca se verificó con tanta claridad este concepto. Pensar colectivamente, no individualmente. Pensar nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo, el futuro. Pensarlo colectivamente, no como seres aislados. Ahora están intentando aislarnos en el nombre de esta epidemia. Debemos tener mucho cuidado. El miedo es que usarán la epidemia. El miedo de morir, que es muy fuerte, muy legítimo, lo usarán para continuar aislándonos, desmantelando nuestras protestas.
Es importante que desde abajo empezamos a recuperar el control de nuestra vida y a tomar decisiones colectivas. Esto signfica también que parte de nuestra lucha debe ser la de imponer al Estado como parte de la recuperación de la riqueza social. El Estado debe relocalizar los lugares donde podemos cuidar nuestra salud. Ahora solo podemos estar en la casa o en el hospital. Mucha gente tiene miedo de ir al hospital porque saben que se pueden infectar. El hospital no es solamente un espacio de cuidado de la salud. Es un lugar donde no hay insumos, donde quienes trabajan están en peligro. Entonces: la importancia de relocalizar, de tener estructuras de la comunidad, como alguna vez tuvieron muchísimos países. Antes del neoliberalismo exisitieron pequeñas clínicas, lugares, donde una persona podía ir si tenía problemas, sin necesidad de ir al hospital. En esta estructura se podía ejercitar también un mayor control sobre el tipo de cuidado que nos dan, que necesitamos. Se podría establecer un intercambio entre la gente del barrio, de la comunidad, con quienes trabajan en las instituciones. Necesitamos revitalizar esta estructura.
Hoy no es Estado sí o no. Es claro que tenemos la necesidad de usar estructuras que llegan de las instituciones, porque no tenemos alternativa. Una alternativa es comenzar a reflexionar colectivamente sobre lo que necesitamos, sobre nuestra salud, sobre la comida, sobre el territorio, sobre todas las situaciones que afectan nuestra vida. Mientras tanto, relocalizar la agricultura, la salud. Crear formas de control colectivo, de tomar decisiones de comprender.
Yo creo que es importante reflexionar sobre la realidad cotidiana antes del coronavirus. Y hablo sobre todo de Estados Unidos: en el período 2017-2018 más de 60.000 personas han muerto por Influenza. Y cerca de medio millón de personas murieron de cáncer. Miles y miles mueren de diabetes. Es una estadística increíble. Volviendo al comienzo: es un sistema que crea una condición de muerte permanente. Y sin hablar de la guerra: por años y años Estados Unidos y la Comunidad Europea en complicidad están creando una situación de guerra permanente que ha destruido Medio Oriente y ahora el norte de África.
Entonces: como mujeres, como feministas, ver que tenemos una mirada particularmente clara de la importancia de la reproducción de la vida. De cuáles son nuestras vulnerabilidades y cuáles son las necesidades que tenemos. Podemos ver que necesitamos una lucha muy amplia. Una lucha que conecta a las mujeres de áreas urbanas con áreas rurales para crear nuevas estructuras, nuevos lazos de solidaridad, nuevas formas de reproducción. Siempre inspiradas por el concepto de que la reproducción de la vida, la finalidad de la sociedad, debe ser el bienestar, el buen vivir y no el lucro privado.
Transcripción de este video: https://youtu.be/owGL58FdCPs
16 de abril del 2020
Nosotras como feministas, los movimientos de mujeres en todo el mundo, hace muchísimos años venimos repitiendo que este sistema no garantiza nuestro futuro, no garantiza nuestra vida. Este sistema nos está matando de tantas formas diferentes pero conectadas: nos está matando con la agricultura industrializada, con la comida que nos da diabetes. En el 2019 más de 4 millones de personas murieron de diabetes en el mundo por esta comida fast food tan venenosa. Y también la contaminación de las aguas, los pesticidas. Entonces las mujeres del mundo, campesinas, indígenas, urbanas, son la primera línea en la lucha por una sociedad diferente. Por una reproducción que nos da vida, nos da futuro, que nos nutre, que no nos va a matar.
Es muy importante decir que esta pandemia hace muy visible, muy evidente, lo que pasa cada día con la guerra, con los desahucios, con las deslocalizaciones, las expropiaciones, la gente que es expulsada de su campo, con la contaminación del medio ambiente, la destrucción de la naturaleza. Otro ejemplo es el aumento de la desesperación. Hoy se habla en Estados Unidos de que 20 mil personas murieron por el coronavirus. Es terrible, es terrorífico. Solamente el año pasado 48 mil personas se suicidaron. Se suicidaron porque esta vida siempre es más triste, siempre es más difícil.
Como siempre, las que más sufren son las mujeres. Hoy podemos ver que son la primera línea como trabajadoras de cuidado (enfermeras, cajeras en las tiendas). Y también el incremento de trabajo en la casa, tener a los hijos, no transmitirles miedo, protegerlos de esta amenaza.
Todo esto pone en el centro, hace muy visible, la importancia de la reproducción. Reproducción es una palabra que todavía hace referencia a muchísimas realidades diferentes pero conectadas. Reproducción es el cuidado, las crianzas, cocinar, acompañar a los enfermos. Y también el cuidado de la naturaleza. Es la agricultura sustentable, donde las mujeres son las primeras trabajadoras. Una agricultura que no termina en el lucro, sino en el sustento de su familia. Es así que pueden controlar que lo que entra al cuerpo no te va a matar, te va a nutrir. Esta agricultura industrializada nos ha dado el cáncer, muchísimas enfermedades que son completamente derivadas de un modelo basado en el lucro. No es como la pequeña agricultura, donde la gente trabajaba con una relación muy directa con la naturaleza. Esta globalización, esta división internacional de la producción basada en el lucro no tiene ningún sentido: buscar la manzana que llega de China o de miles de kilómetros.
Entonces podemos ver que la reproducción es el terreno estratégico fundamental para la construcción de un futuro, de una sociedad. Reproducción significa vida, significa futuro. Vivimos en un sistema capitalista que su problema fundamental, lo que lo hace insustentable, es que sistemáticamente se basa sobre la subordinación de la reproducción de la vida. La subordinación de nuestra vida, de nuestro futuro. Se basa en el lucro individual, en el lucro de las grandes compañías y corporaciones. Esto es el capitalismo. Se funda sobre la explotación del trabajo humano y la subordinación de nuestra reproducción. Se puede ver que todas las medidas políticas y económicas que ponen en acción están conformadas por esta finalidad.
Las mujeres ya están dando esta lucha. Los movimientos de mujeres son hoy estratégicamente importantes. Podemos ver que la lucha es para recuperar la medida más básica de nuestra reproducción. Que sea la riqueza social que hemos producido, que sea la tierra, que sea el control sobre el agua, sobre las selvas. Crear una forma de organización. Hay redes de mujeres que ya se están formando para fortalecer los lazos. Fortalecer no solo nuestra capacidad de resistencia al Estado, sino de imponer otro tipo de sociedad. Como se dice en España y en América Latina: una sociedad donde la vida esté en el centro. Y también crear formas de reproducción más solidarias.
Durante muchos años, con compañeras de todo el mundo hablamos de la política de los comunes. Nunca se verificó con tanta claridad este concepto. Pensar colectivamente, no individualmente. Pensar nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo, el futuro. Pensarlo colectivamente, no como seres aislados. Ahora están intentando aislarnos en el nombre de esta epidemia. Debemos tener mucho cuidado. El miedo es que usarán la epidemia. El miedo de morir, que es muy fuerte, muy legítimo, lo usarán para continuar aislándonos, desmantelando nuestras protestas.
Es importante que desde abajo empezamos a recuperar el control de nuestra vida y a tomar decisiones colectivas. Esto signfica también que parte de nuestra lucha debe ser la de imponer al Estado como parte de la recuperación de la riqueza social. El Estado debe relocalizar los lugares donde podemos cuidar nuestra salud. Ahora solo podemos estar en la casa o en el hospital. Mucha gente tiene miedo de ir al hospital porque saben que se pueden infectar. El hospital no es solamente un espacio de cuidado de la salud. Es un lugar donde no hay insumos, donde quienes trabajan están en peligro. Entonces: la importancia de relocalizar, de tener estructuras de la comunidad, como alguna vez tuvieron muchísimos países. Antes del neoliberalismo exisitieron pequeñas clínicas, lugares, donde una persona podía ir si tenía problemas, sin necesidad de ir al hospital. En esta estructura se podía ejercitar también un mayor control sobre el tipo de cuidado que nos dan, que necesitamos. Se podría establecer un intercambio entre la gente del barrio, de la comunidad, con quienes trabajan en las instituciones. Necesitamos revitalizar esta estructura.
Hoy no es Estado sí o no. Es claro que tenemos la necesidad de usar estructuras que llegan de las instituciones, porque no tenemos alternativa. Una alternativa es comenzar a reflexionar colectivamente sobre lo que necesitamos, sobre nuestra salud, sobre la comida, sobre el territorio, sobre todas las situaciones que afectan nuestra vida. Mientras tanto, relocalizar la agricultura, la salud. Crear formas de control colectivo, de tomar decisiones de comprender.
Yo creo que es importante reflexionar sobre la realidad cotidiana antes del coronavirus. Y hablo sobre todo de Estados Unidos: en el período 2017-2018 más de 60.000 personas han muerto por Influenza. Y cerca de medio millón de personas murieron de cáncer. Miles y miles mueren de diabetes. Es una estadística increíble. Volviendo al comienzo: es un sistema que crea una condición de muerte permanente. Y sin hablar de la guerra: por años y años Estados Unidos y la Comunidad Europea en complicidad están creando una situación de guerra permanente que ha destruido Medio Oriente y ahora el norte de África.
Entonces: como mujeres, como feministas, ver que tenemos una mirada particularmente clara de la importancia de la reproducción de la vida. De cuáles son nuestras vulnerabilidades y cuáles son las necesidades que tenemos. Podemos ver que necesitamos una lucha muy amplia. Una lucha que conecta a las mujeres de áreas urbanas con áreas rurales para crear nuevas estructuras, nuevos lazos de solidaridad, nuevas formas de reproducción. Siempre inspiradas por el concepto de que la reproducción de la vida, la finalidad de la sociedad, debe ser el bienestar, el buen vivir y no el lucro privado.
Transcripción de este video: https://youtu.be/owGL58FdCPs
Carta de un padre insumiso
Anónimo
25 de abril de 2020
Soy padre de una niña de ocho años y un niño de tres. Vivimos en un pueblo con más de 20.000 habitantes. Tan pronto como el Gobierno de España declaró el «estado de alarma» por la expansión del coronavirus Covid-19, mi compañera y yo tuvimos claro que, sabiendo lo que se sabía del virus y viendo que el gobierno seguía mandando a trabajar a miles de trabajadores, no debíamos mantener a nuestros hijos encerrados en casa. Consideramos que el hecho de que nuestros hijos salieran algo a la calle era «esencial».
El decreto del estado de alarma nos dejaba el resquicio de llevar a nuestros hijos a la compra y alegar que no había ningún otro adulto con el que pudieran quedarse en casa. Sin embargo, no nos pareció lo más sensato ni lo más seguro, para ellos ni para los demás, llevar a nuestros hijos a hacer colas, o a comercios en espacios cerrados. Decidimos que iría a hacer la compra yo solo y después saldríamos a la calle con nuestros hijos. Así, una vez pasada la hora de cierre de los comercios, a mediodía, tomando calles poco transitadas por peatones o policía, no acercándonos a nadie, no hablando con nadie y no tocando nada, mi hija y yo hemos salido diariamente de nuestro pueblo y caminado una hora por un camino de montaña.
Mi compañera también ha salido con nuestro hijo diariamente, con la misma disciplina, siempre por espacios abiertos, pero sin llegar a salir del pueblo. Ha tenido que soportar ser censurada por alguna amable señora asomada a su balcón, y la policía los han mandado a casa, de malas maneras, sin pararse a demostrar si efectivamente había algún otro adulto con el que nuestro hijo pudiera quedarse mientras ella iba a la farmacia de guardia, por ejemplo.
Pasaron así cuatro semanas tras la declaración del estado de alarma. Los datos debían de ser mejores, pues el gobierno decidió mandar de vuelta al trabajo a los miles de trabajadores «no esenciales» que había sacado de las calles dos semanas antes. Sin embargo, también optó por mantener a los niños encerrados en sus casas y seguir imponiendo el régimen de confinamiento más severo de Europa, que no atiende a diferencias entre pueblos, regiones o ciudades y del que no se salvan ni las islas. No parecen haberse dado cuenta de que, para poder tomar un poco el aire, han condenado a todo aquel que no tenga perro a ir a comercios en espacios cerrados y a comprar cualquier cosa para poder obtener el recibo de compra que les sirva de salvoconducto ante la policía, cuando sería bastante menos peligroso, virológicamente hablando, poder dar un limitado paseo al aire libre. Para ello, además de utilizar discursos paternalistas que infantilizan a la población, el gobierno ha promovido el bombardeo mediático con ruedas de prensa en las que, tras el puntual recuento de bajas, señores de uniforme dan cuenta de la ingente cantidad de sanciones impuestas. Puede que la «desescalada» policial y militar sea lo último que veamos en esta crisis.
Pasadas cinco semanas, la curva de contagios estaba ya «aplanada», el riesgo de colapso del recortado sistema sanitario español era mucho menor, y las evidencias científicas empezaban a poner en duda que los niños sean grandes «vectores de transmisión» del coronavirus, poniendo así aún más en evidencia que el confinamiento total de los niños es una decisión política, no científica. Esto, por otra parte, ya lo habían demostrado las distintas políticas, con distintas medidas de gestión de la crisis, impulsadas por los distintos gobiernos europeos.
Debido a una cuestión laboral, un día en el que no habíamos podido salir con nuestros hijos al mediodía, decidimos hacerlo al anochecer. De nuevo, pasada la hora de cierre de los comercios, y con estricta disciplina, salimos de casa por separado, yo con la niña y mi compañera con el niño. Sin embargo, en esta ocasión, más de cinco semanas después, y para celebrar que un par de días antes se había anunciado que por fin podríamos salir con nuestros hijos más tranquilamente, decidimos encontrarnos y correr y saltar un poco los cuatro juntos detrás de una casa apartada en la que actualmente no vive nadie. Sin embargo, alguien nos vio y nos denunció a la policía municipal. Una patrulla en coche salió a nuestro encuentro. Aunque uno de los dos agentes, visiblemente nervioso, amenazó un par de veces con multarnos, finalmente me tomaron los datos y nos dejaron marchar «con una advertencia».
No sé si el más calmado de los policías tomó esta decisión de forma personal, por alguna consigna de sus superiores o debido a alguna sugerencia de los responsables políticos del municipio. Sea cual sea la razón, la verdad es que nos ahorró el tener que recurrir la multa para tratar de no vernos obligados a pagarla. De hecho, numerosos juristas, e incluso la abogacía del estado, han mostrado sus dudas sobre la legalidad de muchas de las multas que se están imponiendo. Al parecer, para ser multado acorde a la ley, hay que haber desobedecido una orden expresa, clara e individualizada, esto es, negarse a volver a casa aunque te lo haya ordenado un policía.
De todas formas, no nos pudimos ir sin que antes uno de los policías, delante de nuestros hijos, comparara la situación actual con una guerra y nos recordara que «la ley es igual para todos». No era momento para chistes, ignoro qué dice la Ley Mordaza sobre el sentido del humor. No obstante, hasta a mi hija de ocho años le resulta evidente que pasar el confinamiento en una casa con varios cientos de metros cuadrados y otros tantos de jardín, como aquella tras la que nos encontrábamos cuando apareció la policía, debe de ser bastante más saludable y llevadero que hacerlo en nuestro piso de alquiler sin balcón. Anatole France dijo una vez que «la majestuosa igualdad de las leyes prohíbe, tanto a los ricos como a los pobres, dormir bajo los puentes, mendigar en la calle y robar pan».
De todas formas, al día siguiente volvimos a salir al monte y a la calle, y así lo hemos hecho hasta hoy, porque ésta nos parece la mejor manera de cuidar de nuestros hijos, de nosotros mismos y de la sociedad. Los de mi generación, afortunadamente, y gracias al esfuerzo de muchos otros, no tuvimos ocasión de declararnos insumisos al servicio militar obligatorio. Sin embargo, el mundo actual nos brinda y brindará muchas otras ocasiones para practicar la insumisión, y creemos que el mundo será mejor si lo hacemos.
No he escrito esto antes porque no quería poner el foco de atención, ni el represivo, sobre aquellas personas que, como nosotros, han decidido no seguir, respecto a sus hijos, todas las directrices del decreto del estado de alarma. Ahora que ya podemos salir una hora a la calle con nuestros hijos, no quiero terminar estas líneas sin mandar un abrazo a esos padres con niños con los que fortuitamente, y sin mediar palabra, me he cruzado en estas seis semanas. Nos hemos visto y nos hemos reconocido. Un abrazo. Asimismo, quiero agradecer a todos aquellos que nos han visto desde sus ventanas y, tal vez sin estar de acuerdo con lo que hacíamos, han optado por no llamar a la policía. Gracias.
Sólo me queda desearos a todos buenas noches. Voy a contarles a mis hijos el cuento del vicepresidente que se compró un caserón con jardín y después encerró en sus casas a sus antiguos vecinos del barrio obrero.
Nos vemos en la calle.
Un padre insumiso
Se puede reproducir este texto tranquilamente
Tomada de: https://www.edicioneselsalmon.com/2020/04/25/carta-de-un-padre-insumiso/
P.D.: Si alguien quiere saber más acerca de las evidencias científicas a las que me he referido más arriba, puede consultar «El confinamiento infantil no tiene base científica», Ewa Chmielewska, CTXT, 21 de abril de 2020.
25 de abril de 2020
Soy padre de una niña de ocho años y un niño de tres. Vivimos en un pueblo con más de 20.000 habitantes. Tan pronto como el Gobierno de España declaró el «estado de alarma» por la expansión del coronavirus Covid-19, mi compañera y yo tuvimos claro que, sabiendo lo que se sabía del virus y viendo que el gobierno seguía mandando a trabajar a miles de trabajadores, no debíamos mantener a nuestros hijos encerrados en casa. Consideramos que el hecho de que nuestros hijos salieran algo a la calle era «esencial».
El decreto del estado de alarma nos dejaba el resquicio de llevar a nuestros hijos a la compra y alegar que no había ningún otro adulto con el que pudieran quedarse en casa. Sin embargo, no nos pareció lo más sensato ni lo más seguro, para ellos ni para los demás, llevar a nuestros hijos a hacer colas, o a comercios en espacios cerrados. Decidimos que iría a hacer la compra yo solo y después saldríamos a la calle con nuestros hijos. Así, una vez pasada la hora de cierre de los comercios, a mediodía, tomando calles poco transitadas por peatones o policía, no acercándonos a nadie, no hablando con nadie y no tocando nada, mi hija y yo hemos salido diariamente de nuestro pueblo y caminado una hora por un camino de montaña.
Mi compañera también ha salido con nuestro hijo diariamente, con la misma disciplina, siempre por espacios abiertos, pero sin llegar a salir del pueblo. Ha tenido que soportar ser censurada por alguna amable señora asomada a su balcón, y la policía los han mandado a casa, de malas maneras, sin pararse a demostrar si efectivamente había algún otro adulto con el que nuestro hijo pudiera quedarse mientras ella iba a la farmacia de guardia, por ejemplo.
Pasaron así cuatro semanas tras la declaración del estado de alarma. Los datos debían de ser mejores, pues el gobierno decidió mandar de vuelta al trabajo a los miles de trabajadores «no esenciales» que había sacado de las calles dos semanas antes. Sin embargo, también optó por mantener a los niños encerrados en sus casas y seguir imponiendo el régimen de confinamiento más severo de Europa, que no atiende a diferencias entre pueblos, regiones o ciudades y del que no se salvan ni las islas. No parecen haberse dado cuenta de que, para poder tomar un poco el aire, han condenado a todo aquel que no tenga perro a ir a comercios en espacios cerrados y a comprar cualquier cosa para poder obtener el recibo de compra que les sirva de salvoconducto ante la policía, cuando sería bastante menos peligroso, virológicamente hablando, poder dar un limitado paseo al aire libre. Para ello, además de utilizar discursos paternalistas que infantilizan a la población, el gobierno ha promovido el bombardeo mediático con ruedas de prensa en las que, tras el puntual recuento de bajas, señores de uniforme dan cuenta de la ingente cantidad de sanciones impuestas. Puede que la «desescalada» policial y militar sea lo último que veamos en esta crisis.
Pasadas cinco semanas, la curva de contagios estaba ya «aplanada», el riesgo de colapso del recortado sistema sanitario español era mucho menor, y las evidencias científicas empezaban a poner en duda que los niños sean grandes «vectores de transmisión» del coronavirus, poniendo así aún más en evidencia que el confinamiento total de los niños es una decisión política, no científica. Esto, por otra parte, ya lo habían demostrado las distintas políticas, con distintas medidas de gestión de la crisis, impulsadas por los distintos gobiernos europeos.
Debido a una cuestión laboral, un día en el que no habíamos podido salir con nuestros hijos al mediodía, decidimos hacerlo al anochecer. De nuevo, pasada la hora de cierre de los comercios, y con estricta disciplina, salimos de casa por separado, yo con la niña y mi compañera con el niño. Sin embargo, en esta ocasión, más de cinco semanas después, y para celebrar que un par de días antes se había anunciado que por fin podríamos salir con nuestros hijos más tranquilamente, decidimos encontrarnos y correr y saltar un poco los cuatro juntos detrás de una casa apartada en la que actualmente no vive nadie. Sin embargo, alguien nos vio y nos denunció a la policía municipal. Una patrulla en coche salió a nuestro encuentro. Aunque uno de los dos agentes, visiblemente nervioso, amenazó un par de veces con multarnos, finalmente me tomaron los datos y nos dejaron marchar «con una advertencia».
No sé si el más calmado de los policías tomó esta decisión de forma personal, por alguna consigna de sus superiores o debido a alguna sugerencia de los responsables políticos del municipio. Sea cual sea la razón, la verdad es que nos ahorró el tener que recurrir la multa para tratar de no vernos obligados a pagarla. De hecho, numerosos juristas, e incluso la abogacía del estado, han mostrado sus dudas sobre la legalidad de muchas de las multas que se están imponiendo. Al parecer, para ser multado acorde a la ley, hay que haber desobedecido una orden expresa, clara e individualizada, esto es, negarse a volver a casa aunque te lo haya ordenado un policía.
De todas formas, no nos pudimos ir sin que antes uno de los policías, delante de nuestros hijos, comparara la situación actual con una guerra y nos recordara que «la ley es igual para todos». No era momento para chistes, ignoro qué dice la Ley Mordaza sobre el sentido del humor. No obstante, hasta a mi hija de ocho años le resulta evidente que pasar el confinamiento en una casa con varios cientos de metros cuadrados y otros tantos de jardín, como aquella tras la que nos encontrábamos cuando apareció la policía, debe de ser bastante más saludable y llevadero que hacerlo en nuestro piso de alquiler sin balcón. Anatole France dijo una vez que «la majestuosa igualdad de las leyes prohíbe, tanto a los ricos como a los pobres, dormir bajo los puentes, mendigar en la calle y robar pan».
De todas formas, al día siguiente volvimos a salir al monte y a la calle, y así lo hemos hecho hasta hoy, porque ésta nos parece la mejor manera de cuidar de nuestros hijos, de nosotros mismos y de la sociedad. Los de mi generación, afortunadamente, y gracias al esfuerzo de muchos otros, no tuvimos ocasión de declararnos insumisos al servicio militar obligatorio. Sin embargo, el mundo actual nos brinda y brindará muchas otras ocasiones para practicar la insumisión, y creemos que el mundo será mejor si lo hacemos.
No he escrito esto antes porque no quería poner el foco de atención, ni el represivo, sobre aquellas personas que, como nosotros, han decidido no seguir, respecto a sus hijos, todas las directrices del decreto del estado de alarma. Ahora que ya podemos salir una hora a la calle con nuestros hijos, no quiero terminar estas líneas sin mandar un abrazo a esos padres con niños con los que fortuitamente, y sin mediar palabra, me he cruzado en estas seis semanas. Nos hemos visto y nos hemos reconocido. Un abrazo. Asimismo, quiero agradecer a todos aquellos que nos han visto desde sus ventanas y, tal vez sin estar de acuerdo con lo que hacíamos, han optado por no llamar a la policía. Gracias.
Sólo me queda desearos a todos buenas noches. Voy a contarles a mis hijos el cuento del vicepresidente que se compró un caserón con jardín y después encerró en sus casas a sus antiguos vecinos del barrio obrero.
Nos vemos en la calle.
Un padre insumiso
Se puede reproducir este texto tranquilamente
Tomada de: https://www.edicioneselsalmon.com/2020/04/25/carta-de-un-padre-insumiso/
P.D.: Si alguien quiere saber más acerca de las evidencias científicas a las que me he referido más arriba, puede consultar «El confinamiento infantil no tiene base científica», Ewa Chmielewska, CTXT, 21 de abril de 2020.
viernes, 24 de abril de 2020
[Chile] Antiforma nro.1
Revista teórica de crítica revolucionaria (Otoño de 2020 en Chile)
Incluye:
Apocalipsis y revolución. Pimer capítulo: Salto mortal
G. Cesarano & G. Collu:
Ingenierización social
N+1
Cueste lo que cueste. El virus, el Estado y nosotros
Tristan Leoni & Céline Alkamar
Desconfinamiento selectivo y experimentos sanitarios: ira y asco
Carbure
Covid-19 y más allá
Il Lato Cattivo
Leer en: https://rentry.co/antiforma
Incluye:
Apocalipsis y revolución. Pimer capítulo: Salto mortal
G. Cesarano & G. Collu:
Ingenierización social
N+1
Cueste lo que cueste. El virus, el Estado y nosotros
Tristan Leoni & Céline Alkamar
Desconfinamiento selectivo y experimentos sanitarios: ira y asco
Carbure
Covid-19 y más allá
Il Lato Cattivo
Leer en: https://rentry.co/antiforma
Covid-19, lucha de clases y el futuro de la revuelta en la región chilena
Vamos hacia la vida
Abril 2020
Abril 2020
El 18 de abril se cumplió un mes desde que el gobierno encabezado por Piñera decretaba estado de catástrofe por 90 días a raíz de la propagación del coronavirus entre la población: de esta forma se formalizaba abiertamente, con la excusa de proteger a las personas, la dictadura democrática del capital que había sido expuesta por la revuelta proletaria que comenzó el 18 de octubre. Desde entonces el antagonismo entre la economía capitalista y las necesidades humanas se ha hecho evidente, y millones de personas han podido experimentar en carne propia que, en una sociedad que no está organizada para la satisfacción comunitaria de las necesidades humanas, la propagación de un virus tiene el carácter de una desgracia para la población trabajadora forzada a tener que elegir entre la muerte por virus o la muerte por hambre, entre enfermarse o dejar de pagar el alquiler. El COVID-19 ha venido a profundizar las contradicciones de la vida capitalista, acelerando el proceso de crisis y recesión económica generalizada que se venía gestando desde el año 2008. El coronavirus, de hecho, no es más letal que otras enfermedades, pero su importancia y su efecto en la sociedad capitalista mundial puede ser explicado por el contexto global en que se inserta su aparición. En realidad, el mayor detonador del alto número de muertes y contagiados no es otro que la organización social capitalista, y esto aplica no solo en lo que respecta a este nuevo virus, sino que puede generalizarse a los millones de muertes que cada año se producen en el mundo por enfermedades curables en una sociedad en la cual un rico jamás morirá por tener demasiado dinero, pero un pobre siempre morirá por carecer de él.
La verdad es que la catástrofe más inminente se cierne desde hace mucho tiempo sobre nuestras cabezas, de ella han existido varias y sorprendentes pruebas a las cuales no se ha reaccionado con la misma alarma que se reacciona al COVID-19. El océano es un basurero de plástico, el material radioactivo se acumula sin cesar, las especies animales se extinguen masivamente, los bosques y selvas más fundamentales para la biósfera arden en llamas y el ártico se derrite cada año a una proporción que supera con creces las estimaciones anuales de los científicos. En la región chilena, en pleno auge de la pandemia, el gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago encarna perfectamente la lógica homicida del sistema al declarar que “la economía también trae salud” y que “no podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas”. En realidad, la dictadura democrática del capital desde el principio de la pandemia ha estado en línea con los razonamientos del gerente, y su estrategia de “cuarentenas progresivas” no es otra cosa que una administración empresarial de la muerte, en la cual se condena al contagio a un número indeterminado de personas hasta que la entidad gubernamental considere que ya ha sido suficiente y, solamente entonces, aplica cuarentena al sector donde se han detectado mayor cantidad de contagios confirmados. De hecho, ya se preparan para una pronta apertura del comercio a gran escala y del retail, e incluso anticipan estar preparando un retorno a las clases presenciales en las escuelas durante el mes de mayo.
Sin embargo, cuando la necesidad se vuelve la regla, todo lo inútil es abandonado. La pandemia también ha venido a darle profundidad a la experiencia colectiva de los meses de revuelta, y el proletariado de la región chilena ha podido experimentar de forma concreta que un mundo sin escuelas y sin trabajos inútiles es posible. Es por ello que capitalistas, gobernantes, burócratas y policías están desesperados para que volvamos a la normalidad del capital (ya le llaman oficialmente la “nueva normalidad”), al trabajo incesante y al encierro en los centros de adoctrinamiento. Con todo, no han podido evitar lo inevitable y la normalidad capitalista se ha visto interrumpida en lo fundamental, obligándonos por fin a vivir nuestra propia vida, sin los miles de subterfugios que, más mal que bien, sostenían lo insostenible. Y esta vida nos ha golpeado con toda su realidad, con todo lo dulce y agraz que pueda tener. Se ha abierto un espacio para resolver nuestras propias contradicciones que hasta ayer se escamoteaban a un futuro inexistente, absorbido por la marcha de la mercancía, o que se ahogaba con alcohol u otras de los cientos de drogas y distracciones que produce el capital para seres que hemos sido reducidos a la infantilización y dependencia más vergonzosa. Por otro lado, la demanda aumentada de psicólogos vía “streaming” evidencia lo aberrante de una normalidad en la que miles de personas ocultaban su malestar interior bajo el sometimiento a una rutina frenética y sin pausa, manteniendo la organización psicológica a costa de aplastar su humanidad. No vale la pena una cordura que se mantiene al precio de un escape constante, es preferible una locura que tiene sus pies bien puestos en la tierra, y eso es justamente lo que ha traído la pandemia: ha puesto a las personas a pensar seriamente, quizás por primera vez, sobre su propia vida.
Este hecho no escapa a la vista y la consciencia de quienes nos dominan parasitando nuestra vida, y día y noche conspiran para evitar que pasemos demasiado tiempo fuera del redil del trabajo, la distracción y el consumo. En las últimas semanas los medios de comunicación no cesan de hablar sobre la crisis económica que resultará de la paralización parcial de la producción y el consumo masivo, y ya dejan entrever que será la clase trabajadora quien deberá pagar las consecuencias de la crisis del capital. En este sentido, el FMI augura que América Latina será una de las regiones más afectadas por la crisis, y en su informe Chile se destaca como una de las economías más dañadas. En esta misma línea, en su discurso del 19 de abril Piñera oficializaba la nueva ofensiva gubernamental sobre el proletariado al declarar que vamos a tener que ajustar nuestra actividad diaria a la mentada “nueva normalidad”, augurando de pasada que el virus va a permanecer al menos dos años rondando la sociedad. No nos engañemos: no es el virus el causante de estos cambios, sino que simplemente ha sido el detonante de unas transformaciones que ya se dejaban entrever con el estallido de revueltas proletarias en varios continentes. El estado de excepción no se acabará con el fin de la pandemia, ni en Chile ni en ninguna parte del mundo. La clase capitalista mundial ha dado un paso y no volverá atrás.
Ante este nuevo escenario histórico, hemos de prepararnos en cuerpo y espíritu para luchar, porque quienes gobiernan nuestra vida encarnando la lógica del capital están dispuestos a arrastrar a nuestros hijos a la calle, a abandonar a nuestros padres a su suerte y sacrificar las vidas que sean necesarias para perpetuar la marcha mortal de la economía. Y lo están haciendo. En cuanto a esto, el virus ha logrado lo que no pudo alcanzar la revuelta: nos coloca al pie de la encrucijada que estructura ocultamente la totalidad de nuestras vidas: la economía o la vida. El proletariado de la región chilena ha realizado grandes proezas durante la revuelta, pero una parte de la clase trabajadora se vistió de amarillo para defender el supermercado y la farmacia del barrio. Pues bien, ahora que el gobierno se prepara para forzar la vuelta a escuelas y trabajos, y que el supermercado y la farmacia demuestran no tener miramientos al cobrar cada vez más caros los productos esenciales, en muchas personas comienza a madurar la certeza de que cuando llegue el momento tendremos que tomar por la fuerza aquello que nos venden a cambio de nuestra sangre. De nosotrxs depende, porque lo que está en juego es histórico. O los capitalistas y sus esbirros imponen el estado de excepción que sitúa la economía por sobre la vida, o nosotros imponemos nuestro propio estado de excepción. O se vinculan todas las verdades que están saliendo a la luz o nos adentramos juntxs al matadero.
Contra toda perspectiva del colapso del capitalismo producto de este virus o de otra catástrofe presente o venidera, consideramos la autoemancipación de la humanidad proletarizada como la única crisis terminal del capitalismo. Y no por azar ni tampoco porque esta afirmación se corresponda mejor con nuestros deseos particulares, sino porque el colapso del capital necesariamente tiene que ocurrir como el producto del enfrentamiento y aniquilación de sus propias contradicciones internas, de la cual la relación de explotación de la humanidad asalariada es la fundamental. La sociedad capitalista ha sobrevivido -y sobrevivirá fortalecida-, a cualquier crisis o movimiento social reivindicativo que no liquide sus bases fundamentales: clases sociales, mercancía, capital, valor, trabajo asalariado, democracia y Estado.
En otras palabras, para llevar a la realidad las consignas más lúcidas de la revuelta, para conquistar una vida que valga la pena ser vivida, el proletariado de la región chilena va a tener que adoptar la consigna radical: revolución o extinción. Desde ahora en adelante, la injusticia se volverá cada vez más escandalosa, porque este virus es la primera de varias crisis cada vez más crudas por venir, en las que convergerán la depresión económica y la degradación de las condiciones materiales de vida de la humanidad proletarizada, con una profundización de los efectos de la devastación capitalista de la naturaleza. Hasta el momento, el partido del orden capitalista ha soportado los embates de la tormenta proletaria, y se ha mantenido en el poder sin llegar ni siquiera a jugar la carta de la dimisión de Piñera. Más aún, en medio de la pandemia y del estado de excepción ha suspendido indefinidamente el plebiscito de abril, una maniobra que durante el verano le permitió a la burguesía ganar tiempo y energías mientras la mayoría del proletariado perdía la suya esperando conquistar una mejora en sus condiciones de vida aprobando la realización de una nueva constitución. Es decir, no solo el Estado está lejos de ser sobrepasado, sino que demuestra haberse fortalecido parcialmente durante la crisis sanitaria y ya anuncia en el presente su ofensiva a futuro. Como sea, en medio de una crisis general del capital el Estado no tiene ninguna mejora concreta que vender al proletariado, y la represión ha demostrado ser su lenguaje más efectivo para lidiar con el estallido de la rebelión.
Las puertas del devenir están abiertas, y la lucha de clases será el elemento determinante de todo lo que ocurra desde ahora en adelante. Si la revuelta tiene un futuro más allá de los límites democráticos, si es capaz de convertirse en revolución, dependerá únicamente de la capacidad de la humanidad proletarizada para realizar una salida común de la barbarie a la que nos arrastra el capital.
La verdad es que la catástrofe más inminente se cierne desde hace mucho tiempo sobre nuestras cabezas, de ella han existido varias y sorprendentes pruebas a las cuales no se ha reaccionado con la misma alarma que se reacciona al COVID-19. El océano es un basurero de plástico, el material radioactivo se acumula sin cesar, las especies animales se extinguen masivamente, los bosques y selvas más fundamentales para la biósfera arden en llamas y el ártico se derrite cada año a una proporción que supera con creces las estimaciones anuales de los científicos. En la región chilena, en pleno auge de la pandemia, el gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago encarna perfectamente la lógica homicida del sistema al declarar que “la economía también trae salud” y que “no podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas”. En realidad, la dictadura democrática del capital desde el principio de la pandemia ha estado en línea con los razonamientos del gerente, y su estrategia de “cuarentenas progresivas” no es otra cosa que una administración empresarial de la muerte, en la cual se condena al contagio a un número indeterminado de personas hasta que la entidad gubernamental considere que ya ha sido suficiente y, solamente entonces, aplica cuarentena al sector donde se han detectado mayor cantidad de contagios confirmados. De hecho, ya se preparan para una pronta apertura del comercio a gran escala y del retail, e incluso anticipan estar preparando un retorno a las clases presenciales en las escuelas durante el mes de mayo.
Sin embargo, cuando la necesidad se vuelve la regla, todo lo inútil es abandonado. La pandemia también ha venido a darle profundidad a la experiencia colectiva de los meses de revuelta, y el proletariado de la región chilena ha podido experimentar de forma concreta que un mundo sin escuelas y sin trabajos inútiles es posible. Es por ello que capitalistas, gobernantes, burócratas y policías están desesperados para que volvamos a la normalidad del capital (ya le llaman oficialmente la “nueva normalidad”), al trabajo incesante y al encierro en los centros de adoctrinamiento. Con todo, no han podido evitar lo inevitable y la normalidad capitalista se ha visto interrumpida en lo fundamental, obligándonos por fin a vivir nuestra propia vida, sin los miles de subterfugios que, más mal que bien, sostenían lo insostenible. Y esta vida nos ha golpeado con toda su realidad, con todo lo dulce y agraz que pueda tener. Se ha abierto un espacio para resolver nuestras propias contradicciones que hasta ayer se escamoteaban a un futuro inexistente, absorbido por la marcha de la mercancía, o que se ahogaba con alcohol u otras de los cientos de drogas y distracciones que produce el capital para seres que hemos sido reducidos a la infantilización y dependencia más vergonzosa. Por otro lado, la demanda aumentada de psicólogos vía “streaming” evidencia lo aberrante de una normalidad en la que miles de personas ocultaban su malestar interior bajo el sometimiento a una rutina frenética y sin pausa, manteniendo la organización psicológica a costa de aplastar su humanidad. No vale la pena una cordura que se mantiene al precio de un escape constante, es preferible una locura que tiene sus pies bien puestos en la tierra, y eso es justamente lo que ha traído la pandemia: ha puesto a las personas a pensar seriamente, quizás por primera vez, sobre su propia vida.
Este hecho no escapa a la vista y la consciencia de quienes nos dominan parasitando nuestra vida, y día y noche conspiran para evitar que pasemos demasiado tiempo fuera del redil del trabajo, la distracción y el consumo. En las últimas semanas los medios de comunicación no cesan de hablar sobre la crisis económica que resultará de la paralización parcial de la producción y el consumo masivo, y ya dejan entrever que será la clase trabajadora quien deberá pagar las consecuencias de la crisis del capital. En este sentido, el FMI augura que América Latina será una de las regiones más afectadas por la crisis, y en su informe Chile se destaca como una de las economías más dañadas. En esta misma línea, en su discurso del 19 de abril Piñera oficializaba la nueva ofensiva gubernamental sobre el proletariado al declarar que vamos a tener que ajustar nuestra actividad diaria a la mentada “nueva normalidad”, augurando de pasada que el virus va a permanecer al menos dos años rondando la sociedad. No nos engañemos: no es el virus el causante de estos cambios, sino que simplemente ha sido el detonante de unas transformaciones que ya se dejaban entrever con el estallido de revueltas proletarias en varios continentes. El estado de excepción no se acabará con el fin de la pandemia, ni en Chile ni en ninguna parte del mundo. La clase capitalista mundial ha dado un paso y no volverá atrás.
Ante este nuevo escenario histórico, hemos de prepararnos en cuerpo y espíritu para luchar, porque quienes gobiernan nuestra vida encarnando la lógica del capital están dispuestos a arrastrar a nuestros hijos a la calle, a abandonar a nuestros padres a su suerte y sacrificar las vidas que sean necesarias para perpetuar la marcha mortal de la economía. Y lo están haciendo. En cuanto a esto, el virus ha logrado lo que no pudo alcanzar la revuelta: nos coloca al pie de la encrucijada que estructura ocultamente la totalidad de nuestras vidas: la economía o la vida. El proletariado de la región chilena ha realizado grandes proezas durante la revuelta, pero una parte de la clase trabajadora se vistió de amarillo para defender el supermercado y la farmacia del barrio. Pues bien, ahora que el gobierno se prepara para forzar la vuelta a escuelas y trabajos, y que el supermercado y la farmacia demuestran no tener miramientos al cobrar cada vez más caros los productos esenciales, en muchas personas comienza a madurar la certeza de que cuando llegue el momento tendremos que tomar por la fuerza aquello que nos venden a cambio de nuestra sangre. De nosotrxs depende, porque lo que está en juego es histórico. O los capitalistas y sus esbirros imponen el estado de excepción que sitúa la economía por sobre la vida, o nosotros imponemos nuestro propio estado de excepción. O se vinculan todas las verdades que están saliendo a la luz o nos adentramos juntxs al matadero.
Contra toda perspectiva del colapso del capitalismo producto de este virus o de otra catástrofe presente o venidera, consideramos la autoemancipación de la humanidad proletarizada como la única crisis terminal del capitalismo. Y no por azar ni tampoco porque esta afirmación se corresponda mejor con nuestros deseos particulares, sino porque el colapso del capital necesariamente tiene que ocurrir como el producto del enfrentamiento y aniquilación de sus propias contradicciones internas, de la cual la relación de explotación de la humanidad asalariada es la fundamental. La sociedad capitalista ha sobrevivido -y sobrevivirá fortalecida-, a cualquier crisis o movimiento social reivindicativo que no liquide sus bases fundamentales: clases sociales, mercancía, capital, valor, trabajo asalariado, democracia y Estado.
En otras palabras, para llevar a la realidad las consignas más lúcidas de la revuelta, para conquistar una vida que valga la pena ser vivida, el proletariado de la región chilena va a tener que adoptar la consigna radical: revolución o extinción. Desde ahora en adelante, la injusticia se volverá cada vez más escandalosa, porque este virus es la primera de varias crisis cada vez más crudas por venir, en las que convergerán la depresión económica y la degradación de las condiciones materiales de vida de la humanidad proletarizada, con una profundización de los efectos de la devastación capitalista de la naturaleza. Hasta el momento, el partido del orden capitalista ha soportado los embates de la tormenta proletaria, y se ha mantenido en el poder sin llegar ni siquiera a jugar la carta de la dimisión de Piñera. Más aún, en medio de la pandemia y del estado de excepción ha suspendido indefinidamente el plebiscito de abril, una maniobra que durante el verano le permitió a la burguesía ganar tiempo y energías mientras la mayoría del proletariado perdía la suya esperando conquistar una mejora en sus condiciones de vida aprobando la realización de una nueva constitución. Es decir, no solo el Estado está lejos de ser sobrepasado, sino que demuestra haberse fortalecido parcialmente durante la crisis sanitaria y ya anuncia en el presente su ofensiva a futuro. Como sea, en medio de una crisis general del capital el Estado no tiene ninguna mejora concreta que vender al proletariado, y la represión ha demostrado ser su lenguaje más efectivo para lidiar con el estallido de la rebelión.
Las puertas del devenir están abiertas, y la lucha de clases será el elemento determinante de todo lo que ocurra desde ahora en adelante. Si la revuelta tiene un futuro más allá de los límites democráticos, si es capaz de convertirse en revolución, dependerá únicamente de la capacidad de la humanidad proletarizada para realizar una salida común de la barbarie a la que nos arrastra el capital.
miércoles, 22 de abril de 2020
[Covid19, Grecia] La llamada inicial. Contra los efectos nocivos para la auto-organización proletaria de la ideología de "quedarse en casa".
Asamblea de trabajadores y desempleados de la Plaza Syntagma
18 de Marzo 2020
En la época de la pandemia (que ciertamente es favorecida por el modo de producción capitalista, si no surge directamente de ella), es más evidente que nunca que la función del estado capitalista implica la protección del capital y el trabajo en general. Sin embargo, en términos que no permiten la auto-actividad de la clase trabajadora.
Frente a un nuevo "enemigo invisible" en medio de una crisis continua de reproducción de las relaciones capitalistas, el Estado elige cerrar ciertos sectores (relacionados con la circulación de mercancías no esenciales) e impone medidas para proteger al menor coste posible la mayor parte de la fuerza de trabajo necesaria, habiendo ya proscrito una parte de ella.
El personal político del capital es muy consciente del estado deplorable del sistema de salud pública ya que ellos mismos han aplicado políticas de extrema austeridad, de depreciación del trabajo y de reducción de la mano de obra, especialmente en los sectores de la reproducción de la fuerza de trabajo. Por eso que temen que el alto grado de contagio del virus invisible haga demasiado visibles las consecuencias de sus propias políticas, y por eso tratan de relegar al olvido y a la invisibilidad su exitosa campaña de recorte de los gastos estatales en materia de reproducción durante los últimos años de la llamada "crisis de la deuda". Si el estado capitalista ya podía presentarse como una organización autónoma y neutral que funcionaba en interés de la "sociedad civil" y de la "nación", ahora, en las condiciones de pánico masivo que el propio estado creó, aparece mucho más como "guardián de la salud pública" y "protector" de todos nosotros, aunque en términos militares. La cuarentena impuesta tiene como objetivo adicional la represión preventiva de cualquier cuestionamiento de la política estatal o de cualquier iniciativa proletaria autónoma y concertada de reivindicaciones y resistencias, especialmente cuando se presenta en términos de policía higiénica y disciplina, estigmatizando a los que violan el dogma de "quedarse en casa" como socialmente irresponsables y criminales.
Sin embargo, el confinamiento/auto-confinamiento debido al coronavirus y la prevención/prohibición de mítines/reuniones o, peor aún, la suspensión voluntaria del funcionamiento de los colectivos políticos tiene resultados desastrosos. El aislamiento o auto-aislamiento intensifica la sensación de debilidad y parálisis en condiciones de pánico masivo, en el mismo momento en que ya han surgido problemas muy graves, especialmente en lo que respecta a las relaciones laborales y los salarios.
• Porque no creemos que la esfera pública proletaria deba retroceder ante los discursos de guerra del gobierno y el terrorismo mediático.
• Porque la "nueva sociabilidad" bajo el eslogan de "quedate en casa" (solo), que el personal político del capital quiere imponernos, prepara la distopía de la persona antisocial, individualista, solitaria e indefensa.
• Porque muchos de nosotros ya estamos en riesgo de salud en nuestros lugares de trabajo.
• Porque muchos de nosotros ya nos quedamos en casa sin salario, mal pagados o desempleados.
• Porque las relaciones laborales en varios sectores ya han sufrido otra mutación violenta (mucho más extensa que la del SARS-CoV-2).
• Porque los mecanismos de represión les otorga la oportunidad de hacer lo que quieran y suprimir ciertas estructuras que el proletariado (internacional) utiliza para satisfacer sus necesidades "ilegales".
• Porque ningún tipo de cooperación política/organizativa puede funcionar en condiciones de (auto)aislamiento, distanciamiento social y monólogos contemplativos en facebook.
• Y porque no compartimos los sentimientos de "solidaridad nacional" expresados desde la periferia al centro metropolitano en apoyo al monólogo de los jefes.
• Por todo ello, elegimos continuar nuestras reuniones (manteniendo las medidas de auto-protección e higiene) para discutir todo esto, así como sobre las formas colectivas de tratar con ellos.
¡LA "RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL" ES UNA IDEOLOGÍA CAPITALISTA Y UN ENGAÑO!
¡AUMENTAR LOS GASTOS DEL ESTADO PARA EL SISTEMA DE SALUD PÚBLICA Y NO PARA LOS MILITARES!
NO ESTAREMOS CONFINADOS EN CASA
¡ABAJO LA POLICÍA, EL EJÉRCITO Y LA ADMINISTRACIÓN BIO-POLÍTICA DEL PROLETARIADO!
SALARIO SOCIAL COMPLETO PARA TODOS LOS TRABAJADORES DESPEDIDOS O CON LICENCIA
CONTRATACIÓN INMEDIATA CON AUMENTO DE SALARIOS EN HOSPITALES Y SUPERMERCADOS PARA QUE LOS TRABAJADORES EXISTENTES NO SE SIENTAN COMPLETAMENTE ABRUMADOS
18 de Marzo 2020
En la época de la pandemia (que ciertamente es favorecida por el modo de producción capitalista, si no surge directamente de ella), es más evidente que nunca que la función del estado capitalista implica la protección del capital y el trabajo en general. Sin embargo, en términos que no permiten la auto-actividad de la clase trabajadora.
Frente a un nuevo "enemigo invisible" en medio de una crisis continua de reproducción de las relaciones capitalistas, el Estado elige cerrar ciertos sectores (relacionados con la circulación de mercancías no esenciales) e impone medidas para proteger al menor coste posible la mayor parte de la fuerza de trabajo necesaria, habiendo ya proscrito una parte de ella.
El personal político del capital es muy consciente del estado deplorable del sistema de salud pública ya que ellos mismos han aplicado políticas de extrema austeridad, de depreciación del trabajo y de reducción de la mano de obra, especialmente en los sectores de la reproducción de la fuerza de trabajo. Por eso que temen que el alto grado de contagio del virus invisible haga demasiado visibles las consecuencias de sus propias políticas, y por eso tratan de relegar al olvido y a la invisibilidad su exitosa campaña de recorte de los gastos estatales en materia de reproducción durante los últimos años de la llamada "crisis de la deuda". Si el estado capitalista ya podía presentarse como una organización autónoma y neutral que funcionaba en interés de la "sociedad civil" y de la "nación", ahora, en las condiciones de pánico masivo que el propio estado creó, aparece mucho más como "guardián de la salud pública" y "protector" de todos nosotros, aunque en términos militares. La cuarentena impuesta tiene como objetivo adicional la represión preventiva de cualquier cuestionamiento de la política estatal o de cualquier iniciativa proletaria autónoma y concertada de reivindicaciones y resistencias, especialmente cuando se presenta en términos de policía higiénica y disciplina, estigmatizando a los que violan el dogma de "quedarse en casa" como socialmente irresponsables y criminales.
Sin embargo, el confinamiento/auto-confinamiento debido al coronavirus y la prevención/prohibición de mítines/reuniones o, peor aún, la suspensión voluntaria del funcionamiento de los colectivos políticos tiene resultados desastrosos. El aislamiento o auto-aislamiento intensifica la sensación de debilidad y parálisis en condiciones de pánico masivo, en el mismo momento en que ya han surgido problemas muy graves, especialmente en lo que respecta a las relaciones laborales y los salarios.
• Porque no creemos que la esfera pública proletaria deba retroceder ante los discursos de guerra del gobierno y el terrorismo mediático.
• Porque la "nueva sociabilidad" bajo el eslogan de "quedate en casa" (solo), que el personal político del capital quiere imponernos, prepara la distopía de la persona antisocial, individualista, solitaria e indefensa.
• Porque muchos de nosotros ya estamos en riesgo de salud en nuestros lugares de trabajo.
• Porque muchos de nosotros ya nos quedamos en casa sin salario, mal pagados o desempleados.
• Porque las relaciones laborales en varios sectores ya han sufrido otra mutación violenta (mucho más extensa que la del SARS-CoV-2).
• Porque los mecanismos de represión les otorga la oportunidad de hacer lo que quieran y suprimir ciertas estructuras que el proletariado (internacional) utiliza para satisfacer sus necesidades "ilegales".
• Porque ningún tipo de cooperación política/organizativa puede funcionar en condiciones de (auto)aislamiento, distanciamiento social y monólogos contemplativos en facebook.
• Y porque no compartimos los sentimientos de "solidaridad nacional" expresados desde la periferia al centro metropolitano en apoyo al monólogo de los jefes.
• Por todo ello, elegimos continuar nuestras reuniones (manteniendo las medidas de auto-protección e higiene) para discutir todo esto, así como sobre las formas colectivas de tratar con ellos.
¡LA "RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL" ES UNA IDEOLOGÍA CAPITALISTA Y UN ENGAÑO!
¡AUMENTAR LOS GASTOS DEL ESTADO PARA EL SISTEMA DE SALUD PÚBLICA Y NO PARA LOS MILITARES!
NO ESTAREMOS CONFINADOS EN CASA
¡ABAJO LA POLICÍA, EL EJÉRCITO Y LA ADMINISTRACIÓN BIO-POLÍTICA DEL PROLETARIADO!
SALARIO SOCIAL COMPLETO PARA TODOS LOS TRABAJADORES DESPEDIDOS O CON LICENCIA
CONTRATACIÓN INMEDIATA CON AUMENTO DE SALARIOS EN HOSPITALES Y SUPERMERCADOS PARA QUE LOS TRABAJADORES EXISTENTES NO SE SIENTAN COMPLETAMENTE ABRUMADOS
viernes, 17 de abril de 2020
[Francia] DESCONFINAMIENTO SELECTIVO Y EXPERIMENTOS SANITARIOS: IRA Y ASCO
Carbure blog
16 de
abril 2020
La decisión presidencial de reabrir las escuelas, escuelas de secundaria e institutos el 11 de mayo no ha engañado a nadie, ya sea a los docentes o a los demás: lo que está en juego no es paliar las desigualdades educativas que engendraría la interrupción de las clases —ese es el argumento oficial— sino pura y simplemente mandar a los padres de vuelta al trabajo.
(...) la reapertura de las escuelas no se hará de golpe el 11 de mayo, sino que empezará primero en los barrios populares y las zonas rurales. La comunicación ministerial también acude a la nota compasiva, incluso humanitaria: «el primer criterio es ante todo social, los grupos más frágiles».
Así pues, son estos «grupos más frágiles» los que tendrán la suerte de ser los primeros en volver a trabajar. Los demás, los menos frágiles, es decir, los más favorecidos, o sea, los que actualmente teletrabajan desde su segunda residencia en la Dordoña, podrán quedarse en casa con sus hijos y permanecer al abrigo del virus. Entre estas dos categorías, muchísima gente todavía se pregunta por dónde van a ir los tiros.
Leer el articulo completo:
https://carbureblog.files.wordpress.com/2020/04/desconfinamiento-selectivo-y-experimentos-sanitarios.pdf
(...) la reapertura de las escuelas no se hará de golpe el 11 de mayo, sino que empezará primero en los barrios populares y las zonas rurales. La comunicación ministerial también acude a la nota compasiva, incluso humanitaria: «el primer criterio es ante todo social, los grupos más frágiles».
Así pues, son estos «grupos más frágiles» los que tendrán la suerte de ser los primeros en volver a trabajar. Los demás, los menos frágiles, es decir, los más favorecidos, o sea, los que actualmente teletrabajan desde su segunda residencia en la Dordoña, podrán quedarse en casa con sus hijos y permanecer al abrigo del virus. Entre estas dos categorías, muchísima gente todavía se pregunta por dónde van a ir los tiros.
Leer el articulo completo:
https://carbureblog.files.wordpress.com/2020/04/desconfinamiento-selectivo-y-experimentos-sanitarios.pdf
EL VIRUS Y EL ÁRBOL DE DINERO
Perspectiva Internacionalista
31 de marzo de 2020
La crisis viral se ha transformado en una crisis global de reproducción social sin un fin a la vista. Con el cierre de fábricas, oficinas, escuelas e innumerables otras instituciones, muchos millones de personas en todo el mundo se enfrentan a la pérdida de ingresos, vivienda y acceso a recursos básicos de supervivencia. Mientras tanto, la pandemia mortal continúa, extendiéndose a los países más pobres del mundo que están aún menos preparados para contenerla. Todo el mundo está conmocionado. La confianza en la sabiduría de nuestros amos capitalistas, y en su capacidad para lidiar con los peligros actuales, está sufriendo un gran daño. Las imponentes columnas de mármol de los templos del gobierno y las finanzas, ya no se ven tan robustas. Crece la sensación de que todo esto podría estar al borde del colapso. Muchos tienen miedo. Muchos recurrieron a la compra-pánico (en particular a la acumulación de papel higiénico, lo que sugiere que el papel higiénico podría convertirse en la moneda post-apocalíptica :). Algunos, buscando un objetivo por su miedo, maltrataron a los asiáticos. Muchos más cuidaron a los más vulnerables, se ayudaron mutuamente, se solidarizaron con los trabajadores de la salud y los enfermos. Estas reacciones espontáneas indican las direcciones opuestas en las que podría ir el mundo.
Leer el artículo completo:
jueves, 16 de abril de 2020
[Covid19] Dos artículos de dos exmiembros de la Internacional Situacionista
EL DESPOTISMO OCCIDENTAL
Gianfranco Sanguinetti, 1 de abril de 2020
https://rentry.co/t2zoh
PUEBLOS DEL MUNDO, ¡UN ESFUERZO MÁS!
Raoul Vaneigem, 10 de abril 2020
https://periodicoelamanecer.wordpress.com/2020/04/12/pueblos-del-mundo-un-esfuerzo-mas-raoul-vaneigem/
viernes, 10 de abril de 2020
Contra la aceptación
R.M.
8 de abril de 2020
publicado en https://periodicoanarquia.wordpress.com
Si la filosofía es un ordenamiento discursivo, racional y sistemático, este momento es ideal para ella, o sea, para buscar nuevas formas y sentidos, para ordenar. De todas formas, el mundo hoy no está en caos sino más bien bajo un desorden de sentidos e incertidumbres. Aunque esto es interesante, no podemos ser optimistas pues hemos visto qué hace el Poder con las “crisis” y los momentos de incertidumbre. Una y otra vez, lxs poderosxs utilizan los desbarajustes a su entero beneficio. Guerras, epidemias, revueltas, todo les sirve para reforzar su dominio. Ahora, ordenarnos y ordenar no debe confundirse con detenernos. De hecho, este es el peor momento para detenerse. Debemos, por el contrario, largarnos sin pausa a la aventura de crear y experimentar diferentes ordenamientos del mundo, diferentes realidades posibles para no tener que volver al mundo tal cual era hace unos meses. Ordenar, dar sentidos diferentes a las cosas pasa necesariamente por experimentar cosas nuevas. En términos más subversivos, resistir, autoorganizarse, crear y atacar este sistema.
Seamos clarxs, el mundo no parece ir hacia mejor. Una nueva y más violenta recesión puede instalarse haciendo pagar muy caro el respirar. Lxs más pesimistas prevén sistemas sanitarios colapsados y simpatías crecientes hacia sistemas de control social más sofisticados. Acá, hay dos bloques bien marcados que no sólo desean, sino que trabajan incansablemente para volver a la normalidad de la explotación. Lxs nuevxs gobernantes con sus empresas aliadas aun no pudieron demostrar sus recetas de gestión y lxs viejxs, junto a sus empresas y organizaciones, ya se apuraron a juramentar (como si hubiera alguna duda) su completo apoyo a la defensa del dominio. Ambos bloques juntos representan el verdadero partido del Estado que buscará seguir imponiéndose en estos meses.
Y frente a la nueva “crisis” económica las conclusiones que prepara el partido del Estado y sus ejércitos hieden a vieja fórmula. Pueden ser reducidas las plantillas de trabajadorxs, construida la operatividad con menos gastos, acelerada la implementación del “teletrabajo” y reducidas las personas a una empresarialización total con más horas reales de trabajo y menos responsabilidad de las empresas. Su conclusión entonces, de la cual querrán hacernos partícipes, se materializará en una vida bajo la obligación de emprender, competir, consumir y, para peor, siempre estar “positivxs” en un mundo cada vez más injusto.
La conclusión nuestra sin embargo es otra, hay una necesidad imperiosa de transformar la realidad sin volver a lo que causó el problema y amenaza con profundizarlo. No sólo no es necesario volver a la explotación que produjo lo que vivimos hoy, sino que es necesario recrear lo social, esta vez desde bases y relaciones diferentes. Tenemos una oportunidad histórica, es ver a lxs empresarixs relamerse y prepararse como locxs para salvar su negocio para entender que debemos actuar. Es hora de que ellxs no ganen.
Además, nuestra conclusión no es mera abstracción sino que surge de la experiencia. Lo repetimos hasta el cansancio, no hay conclusiones generalizables sobre otro mundo si no se lo experimenta de alguna forma ahora. Los argumentos de aquellxs que en otras épocas se largaron a la revolución social no se basaban en novelas de Zola o en artículos de Kropotkin o Marx sino en cientos de experiencias no olvidadas y revalorizadas por su propia voluntad. Los actos solidarios que tenemos alrededor deben convertirse en nuestra experiencia viva y útil.
Y es nuestra experiencia la que puede enseñarnos a reevaluar los miles los gestos que han teñido nuestra ciudad contra el mercado, la explotación y la codicia en estos días. Ya estamos experimentando ese otro mundo, ya lo hemos experimentado muchas veces, basta creer en nuestras fuerzas. Una vez más, el mundo empresarial se prepara, se organiza para mantenernos en su negocio, preparémonos nosotrxs para volarlo. Convirtamos las defensas que hemos creado, los gestos solidarios, de apoyo mutuo y valentía en ofensivas contra su normalidad y no volvamos nunca más. Frente a estos primeros tiempos de caída, algunxs han creado espacios de mutuo apoyo mientras que el mundo empresarial y sus sirvientxs aprovechan para hacerse publicidad, hacer política y preparar el ajuste de nuestras cadenas. No las pidamos más grandes, cortémoslas.
Es necesario dotar de prácticas, orientación y sentidos nuevos nuestras vidas y nuestra resistencia. Dar nuevos ordenes a lo instituido. Reordenar una marchita realidad para que valga la pena. Que no haya vuelta atrás.
El peor virus es el capitalismo
8 de abril de 2020
publicado en https://periodicoanarquia.wordpress.com
Si la filosofía es un ordenamiento discursivo, racional y sistemático, este momento es ideal para ella, o sea, para buscar nuevas formas y sentidos, para ordenar. De todas formas, el mundo hoy no está en caos sino más bien bajo un desorden de sentidos e incertidumbres. Aunque esto es interesante, no podemos ser optimistas pues hemos visto qué hace el Poder con las “crisis” y los momentos de incertidumbre. Una y otra vez, lxs poderosxs utilizan los desbarajustes a su entero beneficio. Guerras, epidemias, revueltas, todo les sirve para reforzar su dominio. Ahora, ordenarnos y ordenar no debe confundirse con detenernos. De hecho, este es el peor momento para detenerse. Debemos, por el contrario, largarnos sin pausa a la aventura de crear y experimentar diferentes ordenamientos del mundo, diferentes realidades posibles para no tener que volver al mundo tal cual era hace unos meses. Ordenar, dar sentidos diferentes a las cosas pasa necesariamente por experimentar cosas nuevas. En términos más subversivos, resistir, autoorganizarse, crear y atacar este sistema.
Seamos clarxs, el mundo no parece ir hacia mejor. Una nueva y más violenta recesión puede instalarse haciendo pagar muy caro el respirar. Lxs más pesimistas prevén sistemas sanitarios colapsados y simpatías crecientes hacia sistemas de control social más sofisticados. Acá, hay dos bloques bien marcados que no sólo desean, sino que trabajan incansablemente para volver a la normalidad de la explotación. Lxs nuevxs gobernantes con sus empresas aliadas aun no pudieron demostrar sus recetas de gestión y lxs viejxs, junto a sus empresas y organizaciones, ya se apuraron a juramentar (como si hubiera alguna duda) su completo apoyo a la defensa del dominio. Ambos bloques juntos representan el verdadero partido del Estado que buscará seguir imponiéndose en estos meses.
Y frente a la nueva “crisis” económica las conclusiones que prepara el partido del Estado y sus ejércitos hieden a vieja fórmula. Pueden ser reducidas las plantillas de trabajadorxs, construida la operatividad con menos gastos, acelerada la implementación del “teletrabajo” y reducidas las personas a una empresarialización total con más horas reales de trabajo y menos responsabilidad de las empresas. Su conclusión entonces, de la cual querrán hacernos partícipes, se materializará en una vida bajo la obligación de emprender, competir, consumir y, para peor, siempre estar “positivxs” en un mundo cada vez más injusto.
La conclusión nuestra sin embargo es otra, hay una necesidad imperiosa de transformar la realidad sin volver a lo que causó el problema y amenaza con profundizarlo. No sólo no es necesario volver a la explotación que produjo lo que vivimos hoy, sino que es necesario recrear lo social, esta vez desde bases y relaciones diferentes. Tenemos una oportunidad histórica, es ver a lxs empresarixs relamerse y prepararse como locxs para salvar su negocio para entender que debemos actuar. Es hora de que ellxs no ganen.
Además, nuestra conclusión no es mera abstracción sino que surge de la experiencia. Lo repetimos hasta el cansancio, no hay conclusiones generalizables sobre otro mundo si no se lo experimenta de alguna forma ahora. Los argumentos de aquellxs que en otras épocas se largaron a la revolución social no se basaban en novelas de Zola o en artículos de Kropotkin o Marx sino en cientos de experiencias no olvidadas y revalorizadas por su propia voluntad. Los actos solidarios que tenemos alrededor deben convertirse en nuestra experiencia viva y útil.
Y es nuestra experiencia la que puede enseñarnos a reevaluar los miles los gestos que han teñido nuestra ciudad contra el mercado, la explotación y la codicia en estos días. Ya estamos experimentando ese otro mundo, ya lo hemos experimentado muchas veces, basta creer en nuestras fuerzas. Una vez más, el mundo empresarial se prepara, se organiza para mantenernos en su negocio, preparémonos nosotrxs para volarlo. Convirtamos las defensas que hemos creado, los gestos solidarios, de apoyo mutuo y valentía en ofensivas contra su normalidad y no volvamos nunca más. Frente a estos primeros tiempos de caída, algunxs han creado espacios de mutuo apoyo mientras que el mundo empresarial y sus sirvientxs aprovechan para hacerse publicidad, hacer política y preparar el ajuste de nuestras cadenas. No las pidamos más grandes, cortémoslas.
Es necesario dotar de prácticas, orientación y sentidos nuevos nuestras vidas y nuestra resistencia. Dar nuevos ordenes a lo instituido. Reordenar una marchita realidad para que valga la pena. Que no haya vuelta atrás.
El peor virus es el capitalismo
jueves, 9 de abril de 2020
Sobre el ataque a nuestros lazos
Extraído del nº 1 de la publicación Madrid cuarentena city
Marzo de 2020
El confinamiento tiene unas consecuencias desastrosas sobre uno de los pilares más importantes de nuestra vida: las relaciones personales. Éstas están siendo obligadas a distanciarse, a romperse, a sustituir el contacto de la carne por el aislamiento de los bits y las pantallas. No es como cuando alguien que quieres marcha por situaciones vitales a algún lugar alejado, donde se tiene la certeza de que ese lazo seguramente a la vuelta esté polvoroso pero intacto, o que vivirá en el recuerdo; pero ahí se tiene el apoyo de todas las otras relaciones en las que nos apoyamos en nuestra vida diaria. Esta situación de cuarentena ha interrumpido forzosamente de la noche a la mañana el curso de nuestras interacciones sociales, ha confinado nuestras vidas al módulo de aislamiento.
Hay quien tiene suerte y al menos (al menos porque para nada completa el vacío que han dejado los lazos distanciados) puede pasar el confinamiento con gente que quiere y en la que apoyarse mutuamente, pero, ¿qué es de las personas que viven solas? ¿quién escuchará sus gritos de ayuda cuando el suicidio aupado por la ansiedad llame a su puerta? ¿Y las mujeres que tienen a su propio carcelero en casa? Se dice que la policía estará atenta de llamadas por violencia de género, pero no podemos esperar que la policía solucione estos problemas, menos aún cuando sabemos que la mayoría de las veces contribuyen a la vejación y humillación de la mujer maltratada. Además, ¿realmente estando encerrada con una persona que te domina podrás coger el teléfono?, ¿podrás salir a la calle? Las cifras de feminicidios nos mostrarán que no. ¿Y quién no tiene sitio donde vivir? A los que los militares “ayudarán” y “relocalizarán”. No debemos fiarnos para nada de lo que dice el Ejército que hará cuando no estemos mirando porque estemos encerrados en casa.
Y para añadir otra piedra a la mochila, el pánico social no sólo ha hecho que individualmente la gente rompa sus lazos, sino que intente romper los que intentan resistir. Regañinas desde los balcones por caminar juntas por la calle, por darse la mano, abrazarse, besarse… Ansiedad colectiva en la base del “yo me estoy quedando en mi casa y tú te lo estás tomando a broma”. Pero es que hablar por whatsapp, skype, redes sociales y demás alternativas que nos proporciona la tecnología ni de lejos valen para salir de la ciénaga de ansiedad y locura en la que nos han hundido. Se necesita contacto, se necesita caminar con alguien sin estar pensando que un coche patrulla nos va a poner un multón por mantener los lazos y no caer en la histeria.
¿Qué pasará cuando podamos volver a salir a la calle y no sepamos relacionarnos en grupo, cara a cara en una plaza? ¿Cuando la ansiedad social esté generalizada y tengamos que unirnos y luchar contra el mundo de mierda en el que vivimos?
No dejemos que el pánico social y el control estatal destruya lo más valorable que tenemos, fortalezcamos nuestros lazos para que sean cadenas irrompibles que barran la dominación.
Hay quien tiene suerte y al menos (al menos porque para nada completa el vacío que han dejado los lazos distanciados) puede pasar el confinamiento con gente que quiere y en la que apoyarse mutuamente, pero, ¿qué es de las personas que viven solas? ¿quién escuchará sus gritos de ayuda cuando el suicidio aupado por la ansiedad llame a su puerta? ¿Y las mujeres que tienen a su propio carcelero en casa? Se dice que la policía estará atenta de llamadas por violencia de género, pero no podemos esperar que la policía solucione estos problemas, menos aún cuando sabemos que la mayoría de las veces contribuyen a la vejación y humillación de la mujer maltratada. Además, ¿realmente estando encerrada con una persona que te domina podrás coger el teléfono?, ¿podrás salir a la calle? Las cifras de feminicidios nos mostrarán que no. ¿Y quién no tiene sitio donde vivir? A los que los militares “ayudarán” y “relocalizarán”. No debemos fiarnos para nada de lo que dice el Ejército que hará cuando no estemos mirando porque estemos encerrados en casa.
Y para añadir otra piedra a la mochila, el pánico social no sólo ha hecho que individualmente la gente rompa sus lazos, sino que intente romper los que intentan resistir. Regañinas desde los balcones por caminar juntas por la calle, por darse la mano, abrazarse, besarse… Ansiedad colectiva en la base del “yo me estoy quedando en mi casa y tú te lo estás tomando a broma”. Pero es que hablar por whatsapp, skype, redes sociales y demás alternativas que nos proporciona la tecnología ni de lejos valen para salir de la ciénaga de ansiedad y locura en la que nos han hundido. Se necesita contacto, se necesita caminar con alguien sin estar pensando que un coche patrulla nos va a poner un multón por mantener los lazos y no caer en la histeria.
¿Qué pasará cuando podamos volver a salir a la calle y no sepamos relacionarnos en grupo, cara a cara en una plaza? ¿Cuando la ansiedad social esté generalizada y tengamos que unirnos y luchar contra el mundo de mierda en el que vivimos?
No dejemos que el pánico social y el control estatal destruya lo más valorable que tenemos, fortalezcamos nuestros lazos para que sean cadenas irrompibles que barran la dominación.
miércoles, 8 de abril de 2020
El Estado con mascarilla
Miguel Amorós
Confinado en su casa muy a su pesar, el 7 de abril de 2020.
La actual crisis ha significado unas cuantas vueltas de tuerca en el control social por parte del Estado. Lo principal en esa materia ya estaba bastante bien implantado porque las condiciones económicas y sociales que hoy imperan así lo exigían; la crisis no ha hecho más que acelerar el proceso. Estamos participando a la fuerza como masa de maniobra en un ensayo general de defensa del orden dominante frente a una amenaza global. El coronavirus 19 ha sido el motivo para el rearme de la dominación, pero igual hubiera servido una catástrofe nuclear, un impasse climático, un movimiento migratorio imparable, una revuelta persistente o una burbuja financiera difícil de manejar. No obstante la causa no es lo de menos, y la más verídica es la tendencia mundial a la concentración de capitales, aquello a lo que los dirigentes llaman indistintamente mundialización o progreso. Dicha tendencia halla su correlato en la tendencia a la concentración de poder, así pues, al refuerzo de los aparatos de contención, desinformación y represión estatales. Si el capital es la sustancia de tal huevo, el Estado es la cáscara. Una crisis que ponga en peligro la economía globalizada, una crisis sistémica como dicen ahora, provoca una reacción defensiva casi automática y pone en marcha mecanismos disciplinarios y punitivos de antemano ya preparados. El capital pasa a segundo plano y entonces es cuando el Estado aparece en toda su plenitud. Las leyes eternas del mercado pueden tomarse unas vacaciones sin que su vigencia quede alterada.
El Estado pretende mostrarse como la tabla salvadora a la que la población debe de agarrarse cuando el mercado se pone a dormir en la madriguera bancaria y bursátil. Mientras se trabaja en el retorno al orden de antes, o sea, como dicen los informáticos, mientras se intenta crear un punto de restauración del sistema, el Estado interpreta el papel de protagonista protector, aunque en la realidad este se asemeje más al de bufón macarra. A pesar de todo, y por más que lo diga, el Estado no interviene en defensa de la población, ni siquiera de las instituciones políticas, sino en defensa de la economía capitalista, y por lo tanto, en defensa del trabajo dependiente y del consumo inducido que caracterizan el modo de vida determinado por aquella. De alguna forma, se protege de una posible crisis social fruto de otra sanitaria, es decir, se defiende de la población. La seguridad que realmente cuenta para él no es la de las personas, sino la del sistema económico, esa a la que suelen referirse como seguridad “nacional”. En consecuencia, la vuelta a la normalidad no será otra cosa que la vuelta al capitalismo: a los bloques colmena y a las segundas residencias, al ruido del tráfico, a la comida industrial, al trasporte privado, al turismo de masas, al panem et circenses... Las formas extremas de control como el confinamiento y la distancia interindividual terminarán, pero el control continuará. Nada es transitorio: un Estado no se desarma por propia voluntad, ni prescinde gustosamente de las prerrogativas que la crisis le ha otorgado. Simplemente, “hibernará” las menos populares, tal como ha hecho siempre. Tengamos en cuenta que la población no ha sido movilizada, sino inmovilizada, por lo que es lógico pensar que el Estado del capital, más en guerra contra ella que contra el coronavirus, trata de curarse en salud imponiéndole condiciones cada vez más antinaturales de supervivencia.
El enemigo público designado por el sistema es el individuo desobediente, el indisciplinado que hace caso omiso de las órdenes unilaterales de arriba y rechaza el confinamiento, se niega a permanecer en los hospitales y no guarda las distancias. El que no comulga con la versión oficial y no se cree sus cifras. Evidentemente, nadie señalará a los responsables de dejar a los sanitarios y cuidadores sin equipos de protección y a los hospitales sin camas ni unidades de cuidados intensivos suficientes, a los mandamases culpables de la falta de tests de diagnóstico y respiradores, o a los jerarcas administrativos que se despreocuparon de los ancianos de las residencias. Tampoco apuntará el dedo informativo a expertos desinformadores, a empresarios que especulan con los cierres, a los fondos buitre, a los que se beneficiaron con el desmantelamiento de la sanidad pública, a quienes comercian con la salud o a las multinacionales farmacéuticas... La atención estará siempre dirigida, o mejor teledirigida, a cualquier otro lado, a la interpretación optimista de las estadísticas, al disimulo de las contradicciones, a los mensajes paternalistas gubernamentales, a la incitación sonriente a la docilidad de las figuras mediáticas, al comentario chistoso de las banalidades que circulan por las redes sociales, al papel higiénico, etc. El objetivo es que la crisis sanitaria se compense con un grado mayor de domesticación. Que no se cuestione un ápice la labor de los dirigentes. Que se soporte el mal y que se ignore a los causantes.
La pandemia no tiene nada de natural; es un fenómeno típico de la forma insalubre de vida impuesta por el turbocapitalismo. No es el primero, ni será el último. Las víctimas son menos del virus que de la privatización de la sanidad, la desregulación laboral, el despilfarro de recursos, la polución creciente, la urbanización desbocada, la hipermovilidad, el hacinamiento concentracionario metropolitano y la alimentación industrial, particularmente la que deriva de las macrogranjas, lugares donde los virus encuentran su inmejorable hogar reproductor. Condiciones todas ellas idóneas para las pandemias. La vida que deriva de un modelo industrializador donde los mercados mandan es aislada de por sí, pulverizada, estabulada, tecnodependiente y propensa a la neurosis, cualidades todas que favorecen la resignación, la sumisión y el ciudadanismo “responsable”. Si bien estamos gobernados por inútiles, ineptos e incapaces, el árbol de la estupidez gobernante no ha de impedirnos ver el bosque de la servidumbre ciudadana, la masa impotente dispuesta a someterse incondicionalmente y encerrarse en pos de la seguridad aparente que le promete la autoridad estatal. Esta, en cambio, no suele premiar la fidelidad, sino guardarse de los infieles. Y, para ella, en potencia, infieles lo somos todos.
En cierto modo, la pandemia es una consecuencia del empuje del capitalismo de estado chino en el mercado mundial. La aportación oriental a la política consiste sobre todo en la capacidad de reforzar la autoridad estatal hasta límites insospechados mediante el control absoluto de las personas por la vía de la digitalización total. A esa clase de virtud burocrático-policial podría añadirse la habilidad de la burocracia china en poner la misma pandemia al servicio de la economía. El régimen chino es todo un ejemplo de capitalismo tutelado, autoritario y ultradesarrollista al que se llega tras la militarización de la sociedad. En China la dominación tendrá su futura edad de oro. Siempre hay pusilánimes retardados que lamentarán el retroceso de la “democracia” que el modelo chino conlleva, como si lo que ellos denominan así no fuera otra cosa que la forma política de un periodo obsoleto, el que correspondía a la partitocracia consentida en la que ellos participaban gustosamente hasta ayer. Pues bien, si el parlamentarismo empieza a ser impopular y maloliente para los dirigidos en su mayoría, y por consiguiente, resulta cada vez menos eficaz como herramienta de domesticación política, en gran parte es debido a la preponderancia que ha adquirido en los nuevos tiempos el control policial y la censura sobre malabarismo de los partidos. Los gobiernos tienden a utilizar los estados de alarma como herramienta habitual de gobierno, pues las medidas que implican son las únicas que funcionan correctamente para la dominación en los momentos críticos. Ocultan la debilidad real del Estado, la vitalidad que contiene la sociedad civil y el hecho de que al sistema no le sostiene su fuerza, sino la atomización de sus súbditos descontentos. En una fase política donde el miedo, el chantaje emocional y los big data son fundamentales para gobernar, los partidos políticos son mucho menos útiles que los técnicos, los comunicadores, los jueces o la policía.
Lo que más debe de preocuparnos ahora es que la pandemia no solo culmine algunos procesos que vienen de antiguo, como por ejemplo, el de la producción industrial estandardizada de alimentos, el de la medicalización social y el de la regimentación de la vida cotidiana, sino que avance considerablemente en el proceso de la digitalización social. Si la comida basura como dieta mundial, el uso generalizado de remedios farmacológicos y la coerción institucional constituyen los ingredientes básicos del pastel de la cotidianidad posmoderna, la vigilancia digital (la coordinación técnica de las videocámaras, el reconocimiento facial y el rastreo de los teléfonos móviles) viene a ser la guinda. De aquellos polvos, estos lodos. Cuando pase la crisis casi todo será como antes, pero la sensación de fragilidad y desasosiego permanecerá más de lo que la clase dominante desearía. Ese malestar de la conciencia restará credibilidad a los partes de victoria de los ministros y portavoces, pero está por ver si por sí solo puede echarlos de la silla en la que se han aposentado. En caso contrario, o sea, si conservaran su poltrona, el porvenir del género humano seguiría en manos de impostores, pues una sociedad capaz de hacerse cargo de su propio destino no podrá formarse nunca dentro del capitalismo y en el marco de un Estado. La vida de la gente no empezará a caminar por senderos de justicia, autonomía y libertad sin desprenderse del fetichismo de la mercancía, apostatar de la religión estatista y vaciar sus grandes superficies y sus iglesias.
Confinado en su casa muy a su pesar, el 7 de abril de 2020.
La actual crisis ha significado unas cuantas vueltas de tuerca en el control social por parte del Estado. Lo principal en esa materia ya estaba bastante bien implantado porque las condiciones económicas y sociales que hoy imperan así lo exigían; la crisis no ha hecho más que acelerar el proceso. Estamos participando a la fuerza como masa de maniobra en un ensayo general de defensa del orden dominante frente a una amenaza global. El coronavirus 19 ha sido el motivo para el rearme de la dominación, pero igual hubiera servido una catástrofe nuclear, un impasse climático, un movimiento migratorio imparable, una revuelta persistente o una burbuja financiera difícil de manejar. No obstante la causa no es lo de menos, y la más verídica es la tendencia mundial a la concentración de capitales, aquello a lo que los dirigentes llaman indistintamente mundialización o progreso. Dicha tendencia halla su correlato en la tendencia a la concentración de poder, así pues, al refuerzo de los aparatos de contención, desinformación y represión estatales. Si el capital es la sustancia de tal huevo, el Estado es la cáscara. Una crisis que ponga en peligro la economía globalizada, una crisis sistémica como dicen ahora, provoca una reacción defensiva casi automática y pone en marcha mecanismos disciplinarios y punitivos de antemano ya preparados. El capital pasa a segundo plano y entonces es cuando el Estado aparece en toda su plenitud. Las leyes eternas del mercado pueden tomarse unas vacaciones sin que su vigencia quede alterada.
El Estado pretende mostrarse como la tabla salvadora a la que la población debe de agarrarse cuando el mercado se pone a dormir en la madriguera bancaria y bursátil. Mientras se trabaja en el retorno al orden de antes, o sea, como dicen los informáticos, mientras se intenta crear un punto de restauración del sistema, el Estado interpreta el papel de protagonista protector, aunque en la realidad este se asemeje más al de bufón macarra. A pesar de todo, y por más que lo diga, el Estado no interviene en defensa de la población, ni siquiera de las instituciones políticas, sino en defensa de la economía capitalista, y por lo tanto, en defensa del trabajo dependiente y del consumo inducido que caracterizan el modo de vida determinado por aquella. De alguna forma, se protege de una posible crisis social fruto de otra sanitaria, es decir, se defiende de la población. La seguridad que realmente cuenta para él no es la de las personas, sino la del sistema económico, esa a la que suelen referirse como seguridad “nacional”. En consecuencia, la vuelta a la normalidad no será otra cosa que la vuelta al capitalismo: a los bloques colmena y a las segundas residencias, al ruido del tráfico, a la comida industrial, al trasporte privado, al turismo de masas, al panem et circenses... Las formas extremas de control como el confinamiento y la distancia interindividual terminarán, pero el control continuará. Nada es transitorio: un Estado no se desarma por propia voluntad, ni prescinde gustosamente de las prerrogativas que la crisis le ha otorgado. Simplemente, “hibernará” las menos populares, tal como ha hecho siempre. Tengamos en cuenta que la población no ha sido movilizada, sino inmovilizada, por lo que es lógico pensar que el Estado del capital, más en guerra contra ella que contra el coronavirus, trata de curarse en salud imponiéndole condiciones cada vez más antinaturales de supervivencia.
El enemigo público designado por el sistema es el individuo desobediente, el indisciplinado que hace caso omiso de las órdenes unilaterales de arriba y rechaza el confinamiento, se niega a permanecer en los hospitales y no guarda las distancias. El que no comulga con la versión oficial y no se cree sus cifras. Evidentemente, nadie señalará a los responsables de dejar a los sanitarios y cuidadores sin equipos de protección y a los hospitales sin camas ni unidades de cuidados intensivos suficientes, a los mandamases culpables de la falta de tests de diagnóstico y respiradores, o a los jerarcas administrativos que se despreocuparon de los ancianos de las residencias. Tampoco apuntará el dedo informativo a expertos desinformadores, a empresarios que especulan con los cierres, a los fondos buitre, a los que se beneficiaron con el desmantelamiento de la sanidad pública, a quienes comercian con la salud o a las multinacionales farmacéuticas... La atención estará siempre dirigida, o mejor teledirigida, a cualquier otro lado, a la interpretación optimista de las estadísticas, al disimulo de las contradicciones, a los mensajes paternalistas gubernamentales, a la incitación sonriente a la docilidad de las figuras mediáticas, al comentario chistoso de las banalidades que circulan por las redes sociales, al papel higiénico, etc. El objetivo es que la crisis sanitaria se compense con un grado mayor de domesticación. Que no se cuestione un ápice la labor de los dirigentes. Que se soporte el mal y que se ignore a los causantes.
La pandemia no tiene nada de natural; es un fenómeno típico de la forma insalubre de vida impuesta por el turbocapitalismo. No es el primero, ni será el último. Las víctimas son menos del virus que de la privatización de la sanidad, la desregulación laboral, el despilfarro de recursos, la polución creciente, la urbanización desbocada, la hipermovilidad, el hacinamiento concentracionario metropolitano y la alimentación industrial, particularmente la que deriva de las macrogranjas, lugares donde los virus encuentran su inmejorable hogar reproductor. Condiciones todas ellas idóneas para las pandemias. La vida que deriva de un modelo industrializador donde los mercados mandan es aislada de por sí, pulverizada, estabulada, tecnodependiente y propensa a la neurosis, cualidades todas que favorecen la resignación, la sumisión y el ciudadanismo “responsable”. Si bien estamos gobernados por inútiles, ineptos e incapaces, el árbol de la estupidez gobernante no ha de impedirnos ver el bosque de la servidumbre ciudadana, la masa impotente dispuesta a someterse incondicionalmente y encerrarse en pos de la seguridad aparente que le promete la autoridad estatal. Esta, en cambio, no suele premiar la fidelidad, sino guardarse de los infieles. Y, para ella, en potencia, infieles lo somos todos.
En cierto modo, la pandemia es una consecuencia del empuje del capitalismo de estado chino en el mercado mundial. La aportación oriental a la política consiste sobre todo en la capacidad de reforzar la autoridad estatal hasta límites insospechados mediante el control absoluto de las personas por la vía de la digitalización total. A esa clase de virtud burocrático-policial podría añadirse la habilidad de la burocracia china en poner la misma pandemia al servicio de la economía. El régimen chino es todo un ejemplo de capitalismo tutelado, autoritario y ultradesarrollista al que se llega tras la militarización de la sociedad. En China la dominación tendrá su futura edad de oro. Siempre hay pusilánimes retardados que lamentarán el retroceso de la “democracia” que el modelo chino conlleva, como si lo que ellos denominan así no fuera otra cosa que la forma política de un periodo obsoleto, el que correspondía a la partitocracia consentida en la que ellos participaban gustosamente hasta ayer. Pues bien, si el parlamentarismo empieza a ser impopular y maloliente para los dirigidos en su mayoría, y por consiguiente, resulta cada vez menos eficaz como herramienta de domesticación política, en gran parte es debido a la preponderancia que ha adquirido en los nuevos tiempos el control policial y la censura sobre malabarismo de los partidos. Los gobiernos tienden a utilizar los estados de alarma como herramienta habitual de gobierno, pues las medidas que implican son las únicas que funcionan correctamente para la dominación en los momentos críticos. Ocultan la debilidad real del Estado, la vitalidad que contiene la sociedad civil y el hecho de que al sistema no le sostiene su fuerza, sino la atomización de sus súbditos descontentos. En una fase política donde el miedo, el chantaje emocional y los big data son fundamentales para gobernar, los partidos políticos son mucho menos útiles que los técnicos, los comunicadores, los jueces o la policía.
Lo que más debe de preocuparnos ahora es que la pandemia no solo culmine algunos procesos que vienen de antiguo, como por ejemplo, el de la producción industrial estandardizada de alimentos, el de la medicalización social y el de la regimentación de la vida cotidiana, sino que avance considerablemente en el proceso de la digitalización social. Si la comida basura como dieta mundial, el uso generalizado de remedios farmacológicos y la coerción institucional constituyen los ingredientes básicos del pastel de la cotidianidad posmoderna, la vigilancia digital (la coordinación técnica de las videocámaras, el reconocimiento facial y el rastreo de los teléfonos móviles) viene a ser la guinda. De aquellos polvos, estos lodos. Cuando pase la crisis casi todo será como antes, pero la sensación de fragilidad y desasosiego permanecerá más de lo que la clase dominante desearía. Ese malestar de la conciencia restará credibilidad a los partes de victoria de los ministros y portavoces, pero está por ver si por sí solo puede echarlos de la silla en la que se han aposentado. En caso contrario, o sea, si conservaran su poltrona, el porvenir del género humano seguiría en manos de impostores, pues una sociedad capaz de hacerse cargo de su propio destino no podrá formarse nunca dentro del capitalismo y en el marco de un Estado. La vida de la gente no empezará a caminar por senderos de justicia, autonomía y libertad sin desprenderse del fetichismo de la mercancía, apostatar de la religión estatista y vaciar sus grandes superficies y sus iglesias.
martes, 7 de abril de 2020
CAPITALISMO Y CATÁSTROFE. APUNTES PARA UNA MERA CONTRIBUCIÓN A LA GUERRA EN CURSO
C.F.L. / C.H.
01 de abril de 2020.
01 de abril de 2020.
Chile.
"Ahora puede ser aislado y tratado el virus humano."
W. S. Burroughs.
Partimos de la siguiente premisa:
I
La catástrofe es el capitalismo demócrata humanista.
De esta premisa inicial, derivamos las siguientes consecuencias:
II
La democracia representativa se ha convertido en la condición de posibilidad del modo de producción y socialización capitalista.
III
La democracia capitalista es la negación de todo aquello que implique un común.
IV
Esta democracia, entendida como el modo de organización propio del capitalismo, tiene su fundamento en la dominación, es decir, en la jerarquía.
V
Si la democracia tiene su fundamento en la dominación, se constituye en la especialización del poder, en la dominación de clase a partir de la jerarquía.
VI
“La democracia nace a partir del momento en que existe división entre los hombres y repartición del tener. Lo que quiere decir que nace con la propiedad privada, los individuos y la división de la sociedad en clases, con la formación del Estado” (CAMATTE).
VII
Democracia y violencia son las dos caras de una misma moneda y establecen entre sí una relación de interdependencia. Es decir, el estado de naturaleza hobbesiano, la guerra de todos contra todos, es con toda propiedad el modo de socialización capitalista-demócrata.
VIII
Sobre esta base, la dictadura es sólo un momento de la democracia.
IX
Si la polis griega del siglo V “será el lugar de un espacio social específicamente político público y común” (COLOMBO), al contrario del postulado que indica que la polis era el espacio donde los hombres “se reconocen como iguales” (COLOMBO), la democracia capitalista será el escenario de la más absoluta separación.
X
En democracia, la organización de la clase dominante es análoga a la organización de la mafia.
XI
“(JEHOVÁ) A la mujer dijo: Multiplicaré en gran número los dolores de tus preñeces; con dolor darás a luz a tus hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (GÉNESIS 3: 6).
XII
La base del sistema de dominación por parte del hombre se encontrará, entonces, en la teología: “Y los bendijo Dios y les dijo: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (GÉNESIS 1: 28).
XIII
Por la palabra, el hombre accedió al púlpito, y desde ahí vio a sus semejantes como sus diferenciantes.
XIV
En este sentido, lo que hace al hombre suponerse superior a otras formas de vida, como la animal o la vegetal es su absoluta incapacidad de comunicarse o interiorizarse con ellas.
XV
En consecuencia, el Humanismo es uno de los fundamentos de la Democracia Occidental.
XVII
Si la dominación es la base de la especialización capitalista, la economía es su brazo armado.
XVIII
La libertad propia del capital se reduce al momento de la decisión bastarda, el instante en que el ciudadano elige entre una u otra mercancía.
XIX
Así, la libertad capitalista es la libertad de comercio.
XX
“El Espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden presente mantiene consigo mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia” (DEBORD).
XXI
Mientras el infeliz de Han postula que en la sociedad del cansancio el paradigma inmunitario ha sido superado, todos los Estados a nivel global se encuentran ensayando el control total de la población a escala planetaria.
XXII
Al ser imposición de un modo de producción y socialización basados en la dominación y la alienación, el común es la pura irrupción de un Otro.
XXIII
La catástrofe capitalista no sólo acabará con la forma de vida hasta el momento conocida, sino que destruirá el planeta que nos da cobijo.
XXIV
Si la primera fase de la sociedad el espectáculo implica la “dominación de la economía sobre la vida social” (DEBORD), y la segunda fase conlleva una torsión de la realidad que implica “un desplazamiento generalizado del tener al parecer (DEBORD), para Bourriaud, la tercera fase de la sociedad espectacular implica un viraje del parecer al aparecer. Para nosotros, la cuarta fase de la sociedad del espectáculo consiste en un nuevo desplazamiento, esta vez del aparecer al participar.
XXV
A esta nueva fase, la denominamos el HOLOGRAMA.
XXVI
El Holograma es la expresión fantasmatica de la comunidad, allí donde la comunidad sólo existe en su imposibilidad.
XXVII
Ya lo sabemos bien: no hay ningún paraíso perdido que encontrar, ninguna Edad de Oro que recuperar.
XXVIII
Frente a nuestros ojos no sólo se encuentra el desierto que debemos abandonar, también estamos frente a las ruinas sobre las que debemos volver a construir.
CONTESTACIÓN
XXIX
Hasta el momento, “los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diferentes modos; de lo que se trata es de transformarlo” (MARX), para nosotros, destruirlo.
XXX
Por lo tanto, ante la catástrofe en ciernes, se hace imperativo el ejercicio de otra-forma-de-vida.
XXXI
A esa otra-forma-de-vida aquí la llamaremos Comunismo, o lo que es lo mismo, Comunización.
I
La catástrofe es el capitalismo demócrata humanista.
De esta premisa inicial, derivamos las siguientes consecuencias:
II
La democracia representativa se ha convertido en la condición de posibilidad del modo de producción y socialización capitalista.
III
La democracia capitalista es la negación de todo aquello que implique un común.
IV
Esta democracia, entendida como el modo de organización propio del capitalismo, tiene su fundamento en la dominación, es decir, en la jerarquía.
V
Si la democracia tiene su fundamento en la dominación, se constituye en la especialización del poder, en la dominación de clase a partir de la jerarquía.
VI
“La democracia nace a partir del momento en que existe división entre los hombres y repartición del tener. Lo que quiere decir que nace con la propiedad privada, los individuos y la división de la sociedad en clases, con la formación del Estado” (CAMATTE).
VII
Democracia y violencia son las dos caras de una misma moneda y establecen entre sí una relación de interdependencia. Es decir, el estado de naturaleza hobbesiano, la guerra de todos contra todos, es con toda propiedad el modo de socialización capitalista-demócrata.
VIII
Sobre esta base, la dictadura es sólo un momento de la democracia.
IX
Si la polis griega del siglo V “será el lugar de un espacio social específicamente político público y común” (COLOMBO), al contrario del postulado que indica que la polis era el espacio donde los hombres “se reconocen como iguales” (COLOMBO), la democracia capitalista será el escenario de la más absoluta separación.
X
En democracia, la organización de la clase dominante es análoga a la organización de la mafia.
XI
“(JEHOVÁ) A la mujer dijo: Multiplicaré en gran número los dolores de tus preñeces; con dolor darás a luz a tus hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (GÉNESIS 3: 6).
XII
La base del sistema de dominación por parte del hombre se encontrará, entonces, en la teología: “Y los bendijo Dios y les dijo: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (GÉNESIS 1: 28).
XIII
Por la palabra, el hombre accedió al púlpito, y desde ahí vio a sus semejantes como sus diferenciantes.
XIV
En este sentido, lo que hace al hombre suponerse superior a otras formas de vida, como la animal o la vegetal es su absoluta incapacidad de comunicarse o interiorizarse con ellas.
XV
En consecuencia, el Humanismo es uno de los fundamentos de la Democracia Occidental.
XVII
Si la dominación es la base de la especialización capitalista, la economía es su brazo armado.
XVIII
La libertad propia del capital se reduce al momento de la decisión bastarda, el instante en que el ciudadano elige entre una u otra mercancía.
XIX
Así, la libertad capitalista es la libertad de comercio.
XX
“El Espectáculo es el discurso ininterrumpido que el orden presente mantiene consigo mismo, su monólogo elogioso. Es el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de existencia” (DEBORD).
XXI
Mientras el infeliz de Han postula que en la sociedad del cansancio el paradigma inmunitario ha sido superado, todos los Estados a nivel global se encuentran ensayando el control total de la población a escala planetaria.
XXII
Al ser imposición de un modo de producción y socialización basados en la dominación y la alienación, el común es la pura irrupción de un Otro.
XXIII
La catástrofe capitalista no sólo acabará con la forma de vida hasta el momento conocida, sino que destruirá el planeta que nos da cobijo.
XXIV
Si la primera fase de la sociedad el espectáculo implica la “dominación de la economía sobre la vida social” (DEBORD), y la segunda fase conlleva una torsión de la realidad que implica “un desplazamiento generalizado del tener al parecer (DEBORD), para Bourriaud, la tercera fase de la sociedad espectacular implica un viraje del parecer al aparecer. Para nosotros, la cuarta fase de la sociedad del espectáculo consiste en un nuevo desplazamiento, esta vez del aparecer al participar.
XXV
A esta nueva fase, la denominamos el HOLOGRAMA.
XXVI
El Holograma es la expresión fantasmatica de la comunidad, allí donde la comunidad sólo existe en su imposibilidad.
XXVII
Ya lo sabemos bien: no hay ningún paraíso perdido que encontrar, ninguna Edad de Oro que recuperar.
XXVIII
Frente a nuestros ojos no sólo se encuentra el desierto que debemos abandonar, también estamos frente a las ruinas sobre las que debemos volver a construir.
CONTESTACIÓN
XXIX
Hasta el momento, “los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diferentes modos; de lo que se trata es de transformarlo” (MARX), para nosotros, destruirlo.
XXX
Por lo tanto, ante la catástrofe en ciernes, se hace imperativo el ejercicio de otra-forma-de-vida.
XXXI
A esa otra-forma-de-vida aquí la llamaremos Comunismo, o lo que es lo mismo, Comunización.
CRISIS CAPITALISTA, PANDEMIA Y EL PROGRAMA DE LA REVOLUCIÓN
Anónimo
Chile, abril de 2020
“El mismo Marx señaló que el sistema abstracto del desarrollo capitalista no bastaba para hacer ninguna predicción acerca del mundo real. Todas las crisis en el capitalismo deben ser explicadas a partir de las condiciones dadas, empíricas, ‘a partir del movimiento real de la producción, de la competencia y del crédito capitalista’. El análisis en términos del concepto de valor del desarrollo capitalista postula ‘la posibilidad de crisis por una simple consideración de la naturaleza general del Capital, sin considerar las relaciones reales y adicionales que forman las condiciones del proceso de producción real’”. Paul Mattick, “Marx y Keynes”, 1969.
“El movimiento actual de la sociedad en general (hablamos del mundo entero) tiende a una descomposición de las tradicionales formas de dominación burguesa.
La paz social auspiciada por el crédito y el consumo de las últimas décadas hace tiempo que se ha visto quebrantada; el proletariado en distintas partes del globo ha ido accionando con fuerzas y debilidades, manifestándose en contra de sus condiciones de explotación, miseria y exclusión.
[...] La descomposición social del capitalismo llevará necesariamente a un enfrentamiento entre el proletariado y el Estado.
[...] Esta re-estructuración capitalista (que lleva a una movilización de todas las capas de la sociedad) siempre se hace a costa del proletariado y éste por débil que sea subjetivamente en su fase actual, no lo dejará sin pelear en defensa de sus vidas”. Periódico “Anarquía y Comunismo” Nº3, “La vieja y olvidada lucha de clases”, 2015.
Al parecer, la crisis capitalista comienza por fin a reventar. Lo trágico para nosotrxs, es que revienta en nuestras caras. Y es que, si bien la crisis era una especie de lugar común para lxs entendidxs en economía capitalista que solo confirmaba la existencia de sus propios límites y su estado de descomposición, hoy se nos presenta sobrepasando cualquier lección que se pudiera sacar de sus manuales, haciendo a todo el mundo cuestionarse sobre su propia época histórica ¿será una crisis pasajera o será acaso el principio del fin? ¿Podrá la humanidad sobreponerse a los números económicos e imponer sus necesidades, o se prestará nuevamente como carne de cañón para la reestructuración del mercado?
Según vemos, y como siempre, son muchas las preguntas y pocas las respuestas.
Para empezar, la crisis de valor propiamente dicha se veía venir desde hace ya bastantes años y, como decíamos, se había convertido en una amenaza constante, incluso se podría decir que ésta nunca se fue desde que en 2008 explotara bajo la famosa crisis de Lehman Brothers. Desde ahí en adelante los economistas no han dejado de lamentarse y convivir con el lento crecimiento económico. Y si bien hace ya un tiempo se hablaba de su importante profundidad histórica, su forma de presentarse en la realidad diaria no fue sino la misma con la que fue desplegado todo el aparato militar de los Estados hasta el día de hoy, de una forma solapada y subterránea solo perceptible para lxs más críticxs o paranoicxs, como una normalidad impuesta a fuerza de pura costumbre. De la misma forma como la guerra mundial permanente, el despliegue terrorista del imperialismo económico, se impuso como una normalidad en la guerra al terrorismo en sus versiones Al Qaeda e Isis. Y así la guerra en Siria, lxs miles de refugiadxs que escaparon hacia el viejo continente, el Brexit y los descalabros de la guerra comercial que al tiempo provocó el ascenso de la economía China. El desarrollo productivo de esta última en cuanto a tecnología y a su ejército de proletarixs asalariadxs terminó de trastocar el “turbulento” panorama mundial, su mapa comercial y las viejas alianzas de la burguesía, a la vez que aceleró la volatilidad económica por la invasión de sus baratijas.
Todo esto se mostraba posible y próximo, pues como dice la vieja teoría marxista, solo el trabajo vivo crea valor; solo con relación a éste puede desplegarse el crédito y el capital financiero, y dado que la competencia capitalista expulsa de su seno a una siempre creciente masa de proletarixs remplazándolos por máquinas, era solo cosa de tiempo para que este sistema social se mostrara insostenible e incapaz de mantener las ganancias de la clase dominante. Las mieles del capitalismo parecían cada vez solo una rancia e insípida sustancia artificial.
En medio de este panorama (y aunque no se viera venir, dada la normalización cotidiana de la catástrofe) fue tomando fuerza la revuelta en Irán, Francia y China, pasó por Ecuador y terminó por reventar en este país en octubre pasado, salpicando por todos lados la miseria acumulada bajo la burbuja crediticia. En nuestro caso, se expresó como una fértil y alegre primavera que se extendió hasta el verano; llena de esperanzas y fraternidad, tanta que no dejaba de atemorizar el solo imaginar cómo se cobrarían aquellos hermosos actos de soberbia e irrespetuosidad proletaria sobre un futuro deplorable; desde ahí entendimos que efectivamente ya no había vuelta atrás. Los meses que siguieron y la vuelta en marzo no dejó de afirmar nuestra comprensión, sobre todo con las caóticas manifestaciones desde el Partido del Orden y su incapacidad de encuadrar el proceso.
O así lo pensábamos. Tras la segunda semana de marzo donde el proletariado realizó una importante demostración de fuerzas, el Estado juega su as bajo la manga declarando el Estado de catástrofe y luego el toque de queda. Si bien la posible llegada de la pandemia al país era ya sabida desde finales de 2019, el Gobierno de Piñera, abalado por todo su set de coalición y oposición, optó criminal y oportunistamente por poner manos en el asunto en marzo como respuesta a la coyuntura social, legitimando el despliegue policial y militar por todo el territorio bajo la excusa de su dictadura sanitaria.
Se puede pretender entender el fenómeno del coronavirus desde muchas perspectivas: como un arma biológica para eliminar proletarixs y así responder al siempre restringido requerimiento del capital de fuerza de trabajo; como una forma de enfrentar el problema mundial de las pensiones o como una forma directa de contra revolución y de justificación del terrorismo estatal. También podemos simplemente comprenderlo como un “accidente natural” (aprovechado eso sí en la medida de sus posibilidades por el Capital mundial) de la desastrosa e insalubre competencia mercantil (con sus tráficos humanos, animales y biológicos en general), y probablemente todas tengan una cuota de razón. Aun así, todas ellas chocan directamente con un solo límite: sus profundas y negativas consecuencias sobre la economía capitalista; y es que algo queda claro, el coronavirus no es una respuesta a la crisis, sino su consecuencia. El aislamiento y distanciamiento social en tanto fenómeno mundial es algo que ni el tele trabajo ni un aumento en la explotación dentro de los sectores que aún se mantienen productivos pueden compensar: la baja en la circulación, la quiebra de amplios sectores de pequeña y mediana empresa, el aumento explosivo del desempleo, entre otros, no son cosas que ningún Estado pueda planear, ni mucho menos sopesar cuando la mayoría de ellos optan por créditos billonarios que difícilmente puedan ser pagados en sintonía.
El coronavirus ha llevado la crisis capitalista a un nivel que la ciencia económica es incapaz de resolver por sí sola y en ese sentido la teoría de Marx acerca de los límites económicos no solo no se equivocó, sino que incluso -y lamentablemente- no pudo advertir la dantesca magnitud de su catástrofe (1).
Pero los capitalistas del mundo, aunque este sea un contexto desconocido, saben de contra tendencias y de la inevitabilidad del ciclo económico a la crisis, y en ese sentido saben -por lo menos en teoría- qué medidas aplicar para sopesar el descalabro económico y, por otro lado, saben también de la gravedad del asunto. Desde la crítica a la economía política se han identificado siempre 3 contra tendencias principales y, aunque como dice la cita inicial, no bastan para predecir ninguna cosa, vale la pena tenerlas en cuenta:
1. La reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción de la clase trabajadora, o lo que es igual, el salario.
2. La destrucción de fuerzas productivas: eliminación de proletarixs.
3. Compensar la caída del plusvalor individual con el aumento de los volúmenes de valor, lo que significa expansión del mercado.
Estas 3 contra tendencias se evidenciaron claramente en las guerras mundiales con su enorme genocidio y el lucrativo efecto sobre la industria armamentista y la reconstrucción; en el papel no sería irracional pensar una posibilidad parecida para la realidad actual. Pero los tiempos “cambian”, y si los efectos de la crisis no pudieron ser previstos en su magnitud por el cálculo teórico, posiblemente tampoco se demuestren suficientes para el próximo intento de los capitalistas por salvar sus pellejos: se podría casi asegurar que el capital mundial jugará sus cartas sin pudor para poder reestructurar su orden económico, y en ese proceso obviamente aumentará la explotación, eliminarán proletarixs y buscarán fuentes de capital fresco para explotar, lo que es difícil imaginar es en qué grado. Es posible leer señales al respecto en el conflicto Colombia-Venezuela, la puesta de precio a las cabezas del Estado bolivariano y la respuesta de Irán poniéndole precio a la cabeza de Trump, o en la hace rato clara intención de lxs capitalistas de explotar el Amazonas (recordemos el proyecto IIRSA y la tendencia que representa Bolsonaro en Brasil) (2).
De todas formas, nos es difícil pensar en una salida imperialista siguiendo el patrón de las dos primeras guerras mundiales y, dada las características de la forma en que se ha impuesto el despotismo capitalista en las últimas dos décadas (3), no podemos dejar de pensar en una forma parecida de imponer la guerra mundial, como una forma extrema y militar de control social cotidiano que contenga la respuesta proletaria a la profundización de la explotación y la miseria, y como forma de permitir el acceso al saqueo indiscriminado de las zonas vírgenes del planeta. Nos es difícil pensar en otra opción, pero no quita su posibilidad siempre latente.
Sea como sea, todo esto solo es una razón más para seguir luchando. El proletariado está condenado a luchar y enfrentarse al Estado y no tiene elección al respecto. Lo hará de manera digna, preparada y consciente o lo hará por hambre. Lo que puede elegir es no agachar la cabeza y buscar la victoria si se lo propone (esto lo vimos con nuestros propios ojos en nuestra revuelta e incipiente revolución). El capitalismo mundial puede jugar sus cartas, pero nadie le garantiza que le resulten pues su estado es grave y lxs proletarixs en los mismos países imperialistas y alrededor del mundo no se la darán fácil; el proletariado puede hacer la revolución mundial también si las posibilidades se le presentan (4).
Pero para todo esto debe comprender la urgencia de sus tareas, debe comprender que la destrucción del capitalismo no es una utopía o una consigna sino una necesidad. Romper con la política de las migajas y las demandas sociales para preparar el terreno para la lucha real y directa. Debe comprender que su fenómeno es internacional y de clase y que su compromiso es también en contra de sus propios Estados y contra cualquiera, por más izquierdista que se presente. Esto es lo que llamamos el programa proletario y es la única garantía de no caer en las trampas del enemigo que se presentarán siempre en la defensa nacionalista o de algún bloque burgués con capa colorada (por ejemplo, el caso de Venezuela con sus alianzas rusas y chinas).
El capitalismo está en crisis y querrá superarla por todos los medios a costa nuestra. Dependerá de nosotrxs dejar un mundo peor al que conocimos o formar parte de los primeros golpes mortales a este sistema de muerte.
A construir poder territorial, a desplegar la solidaridad y las redes comunitarias; el comunismo es una realidad presente en el seno de la catástrofe capitalista y solo en la medida en que se fortalezca podremos dejar atrás toda la vieja mierda acumulada por años y siglos. Ahora más que nunca es necesario extender la comunidad de lucha internacional contra el capitalismo genocida.
¡A construir la alternativa proletaria!
¡Vivir sin capitalismo es posible!
¡Vamos hacia la vida!
Según vemos, y como siempre, son muchas las preguntas y pocas las respuestas.
Para empezar, la crisis de valor propiamente dicha se veía venir desde hace ya bastantes años y, como decíamos, se había convertido en una amenaza constante, incluso se podría decir que ésta nunca se fue desde que en 2008 explotara bajo la famosa crisis de Lehman Brothers. Desde ahí en adelante los economistas no han dejado de lamentarse y convivir con el lento crecimiento económico. Y si bien hace ya un tiempo se hablaba de su importante profundidad histórica, su forma de presentarse en la realidad diaria no fue sino la misma con la que fue desplegado todo el aparato militar de los Estados hasta el día de hoy, de una forma solapada y subterránea solo perceptible para lxs más críticxs o paranoicxs, como una normalidad impuesta a fuerza de pura costumbre. De la misma forma como la guerra mundial permanente, el despliegue terrorista del imperialismo económico, se impuso como una normalidad en la guerra al terrorismo en sus versiones Al Qaeda e Isis. Y así la guerra en Siria, lxs miles de refugiadxs que escaparon hacia el viejo continente, el Brexit y los descalabros de la guerra comercial que al tiempo provocó el ascenso de la economía China. El desarrollo productivo de esta última en cuanto a tecnología y a su ejército de proletarixs asalariadxs terminó de trastocar el “turbulento” panorama mundial, su mapa comercial y las viejas alianzas de la burguesía, a la vez que aceleró la volatilidad económica por la invasión de sus baratijas.
Todo esto se mostraba posible y próximo, pues como dice la vieja teoría marxista, solo el trabajo vivo crea valor; solo con relación a éste puede desplegarse el crédito y el capital financiero, y dado que la competencia capitalista expulsa de su seno a una siempre creciente masa de proletarixs remplazándolos por máquinas, era solo cosa de tiempo para que este sistema social se mostrara insostenible e incapaz de mantener las ganancias de la clase dominante. Las mieles del capitalismo parecían cada vez solo una rancia e insípida sustancia artificial.
En medio de este panorama (y aunque no se viera venir, dada la normalización cotidiana de la catástrofe) fue tomando fuerza la revuelta en Irán, Francia y China, pasó por Ecuador y terminó por reventar en este país en octubre pasado, salpicando por todos lados la miseria acumulada bajo la burbuja crediticia. En nuestro caso, se expresó como una fértil y alegre primavera que se extendió hasta el verano; llena de esperanzas y fraternidad, tanta que no dejaba de atemorizar el solo imaginar cómo se cobrarían aquellos hermosos actos de soberbia e irrespetuosidad proletaria sobre un futuro deplorable; desde ahí entendimos que efectivamente ya no había vuelta atrás. Los meses que siguieron y la vuelta en marzo no dejó de afirmar nuestra comprensión, sobre todo con las caóticas manifestaciones desde el Partido del Orden y su incapacidad de encuadrar el proceso.
O así lo pensábamos. Tras la segunda semana de marzo donde el proletariado realizó una importante demostración de fuerzas, el Estado juega su as bajo la manga declarando el Estado de catástrofe y luego el toque de queda. Si bien la posible llegada de la pandemia al país era ya sabida desde finales de 2019, el Gobierno de Piñera, abalado por todo su set de coalición y oposición, optó criminal y oportunistamente por poner manos en el asunto en marzo como respuesta a la coyuntura social, legitimando el despliegue policial y militar por todo el territorio bajo la excusa de su dictadura sanitaria.
Se puede pretender entender el fenómeno del coronavirus desde muchas perspectivas: como un arma biológica para eliminar proletarixs y así responder al siempre restringido requerimiento del capital de fuerza de trabajo; como una forma de enfrentar el problema mundial de las pensiones o como una forma directa de contra revolución y de justificación del terrorismo estatal. También podemos simplemente comprenderlo como un “accidente natural” (aprovechado eso sí en la medida de sus posibilidades por el Capital mundial) de la desastrosa e insalubre competencia mercantil (con sus tráficos humanos, animales y biológicos en general), y probablemente todas tengan una cuota de razón. Aun así, todas ellas chocan directamente con un solo límite: sus profundas y negativas consecuencias sobre la economía capitalista; y es que algo queda claro, el coronavirus no es una respuesta a la crisis, sino su consecuencia. El aislamiento y distanciamiento social en tanto fenómeno mundial es algo que ni el tele trabajo ni un aumento en la explotación dentro de los sectores que aún se mantienen productivos pueden compensar: la baja en la circulación, la quiebra de amplios sectores de pequeña y mediana empresa, el aumento explosivo del desempleo, entre otros, no son cosas que ningún Estado pueda planear, ni mucho menos sopesar cuando la mayoría de ellos optan por créditos billonarios que difícilmente puedan ser pagados en sintonía.
El coronavirus ha llevado la crisis capitalista a un nivel que la ciencia económica es incapaz de resolver por sí sola y en ese sentido la teoría de Marx acerca de los límites económicos no solo no se equivocó, sino que incluso -y lamentablemente- no pudo advertir la dantesca magnitud de su catástrofe (1).
Pero los capitalistas del mundo, aunque este sea un contexto desconocido, saben de contra tendencias y de la inevitabilidad del ciclo económico a la crisis, y en ese sentido saben -por lo menos en teoría- qué medidas aplicar para sopesar el descalabro económico y, por otro lado, saben también de la gravedad del asunto. Desde la crítica a la economía política se han identificado siempre 3 contra tendencias principales y, aunque como dice la cita inicial, no bastan para predecir ninguna cosa, vale la pena tenerlas en cuenta:
1. La reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción de la clase trabajadora, o lo que es igual, el salario.
2. La destrucción de fuerzas productivas: eliminación de proletarixs.
3. Compensar la caída del plusvalor individual con el aumento de los volúmenes de valor, lo que significa expansión del mercado.
Estas 3 contra tendencias se evidenciaron claramente en las guerras mundiales con su enorme genocidio y el lucrativo efecto sobre la industria armamentista y la reconstrucción; en el papel no sería irracional pensar una posibilidad parecida para la realidad actual. Pero los tiempos “cambian”, y si los efectos de la crisis no pudieron ser previstos en su magnitud por el cálculo teórico, posiblemente tampoco se demuestren suficientes para el próximo intento de los capitalistas por salvar sus pellejos: se podría casi asegurar que el capital mundial jugará sus cartas sin pudor para poder reestructurar su orden económico, y en ese proceso obviamente aumentará la explotación, eliminarán proletarixs y buscarán fuentes de capital fresco para explotar, lo que es difícil imaginar es en qué grado. Es posible leer señales al respecto en el conflicto Colombia-Venezuela, la puesta de precio a las cabezas del Estado bolivariano y la respuesta de Irán poniéndole precio a la cabeza de Trump, o en la hace rato clara intención de lxs capitalistas de explotar el Amazonas (recordemos el proyecto IIRSA y la tendencia que representa Bolsonaro en Brasil) (2).
De todas formas, nos es difícil pensar en una salida imperialista siguiendo el patrón de las dos primeras guerras mundiales y, dada las características de la forma en que se ha impuesto el despotismo capitalista en las últimas dos décadas (3), no podemos dejar de pensar en una forma parecida de imponer la guerra mundial, como una forma extrema y militar de control social cotidiano que contenga la respuesta proletaria a la profundización de la explotación y la miseria, y como forma de permitir el acceso al saqueo indiscriminado de las zonas vírgenes del planeta. Nos es difícil pensar en otra opción, pero no quita su posibilidad siempre latente.
Sea como sea, todo esto solo es una razón más para seguir luchando. El proletariado está condenado a luchar y enfrentarse al Estado y no tiene elección al respecto. Lo hará de manera digna, preparada y consciente o lo hará por hambre. Lo que puede elegir es no agachar la cabeza y buscar la victoria si se lo propone (esto lo vimos con nuestros propios ojos en nuestra revuelta e incipiente revolución). El capitalismo mundial puede jugar sus cartas, pero nadie le garantiza que le resulten pues su estado es grave y lxs proletarixs en los mismos países imperialistas y alrededor del mundo no se la darán fácil; el proletariado puede hacer la revolución mundial también si las posibilidades se le presentan (4).
Pero para todo esto debe comprender la urgencia de sus tareas, debe comprender que la destrucción del capitalismo no es una utopía o una consigna sino una necesidad. Romper con la política de las migajas y las demandas sociales para preparar el terreno para la lucha real y directa. Debe comprender que su fenómeno es internacional y de clase y que su compromiso es también en contra de sus propios Estados y contra cualquiera, por más izquierdista que se presente. Esto es lo que llamamos el programa proletario y es la única garantía de no caer en las trampas del enemigo que se presentarán siempre en la defensa nacionalista o de algún bloque burgués con capa colorada (por ejemplo, el caso de Venezuela con sus alianzas rusas y chinas).
El capitalismo está en crisis y querrá superarla por todos los medios a costa nuestra. Dependerá de nosotrxs dejar un mundo peor al que conocimos o formar parte de los primeros golpes mortales a este sistema de muerte.
A construir poder territorial, a desplegar la solidaridad y las redes comunitarias; el comunismo es una realidad presente en el seno de la catástrofe capitalista y solo en la medida en que se fortalezca podremos dejar atrás toda la vieja mierda acumulada por años y siglos. Ahora más que nunca es necesario extender la comunidad de lucha internacional contra el capitalismo genocida.
¡A construir la alternativa proletaria!
¡Vivir sin capitalismo es posible!
¡Vamos hacia la vida!
NOTAS:
(1) Con todo, podemos leer dentro del análisis marxiano un intento por comprender la economía desde esta visión más compleja y total. Al respecto resulta interesante la visión que hemos leído en el apartado Virus y Concepción materialista de Rolando Astarita, u otros aportes compañeros; si bien este intento de comprensión orgánica ha existido, el COVID-19 ha llevado a este análisis y al económico clásico de la crisis a un nivel hasta ahora no muy conocido.
(2) Cuando estamos terminando de escribir esto nos han llegado noticias de la movilización de tropas por parte del Estado venezolano a la frontera colombiana, a su vez que se anuncia una supuesta “destitución” de Bolsonaro por parte de los mandos militares, todas noticias en desarrollo.
(3) El control social cada vez más extremo, el despliegue policial y militar (recordemos las ya viejas alianzas y ejercicios militares del ejército de EE.UU. en Colombia y en este país, con su base militar en Concón y el adiestramiento criminal del Comando Jungla en Colombia) y la inseguridad laboral con la excusa de la independencia y la “pequeña empresa”.
(4) Obviamente, cuando hablamos de revolución no hablamos de ella en el sentido del purismo ideológico; cuando nos referimos al concepto de revolución nos referimos a la cuestión práctica del trastrocamiento radical de la estructura dominante. El proletariado ha vivido varias revoluciones sin por eso haber llegado a eliminar el capitalismo, pero si han puesto en cuestión todo su orden y han representado una reorganización total de las estructuras sociales. Cuando hablamos de la revolución actual lo hablamos en estos mismos términos y así se ha demostrado con el tiempo, efectivamente ya no hay vuelta atrás y nada será como antes, lo que no sabemos es su resultado.