Gilles
Dauvé
19/03/2022
Traducción semiautomática, original en:
https://ddt21.noblogs.org/?page_id=3380
En
1919, la llamada gripe española, que entre 1918 y 1921 causó la
muerte de entre 20 y 50 millones de personas, apenas tuvo importancia
en los debates de los delegados de todo el mundo que habían acudido
a preparar lo que sería el Tratado de Versalles. A principios de
2022, el número de muertes por Covid se acerca a los 5,8 millones.
Las pandemias del pasado pueden haber sido más graves (el sida se
cobró 33 millones de vidas), pero sus efectos en la política
mundial fueron mucho menores: fue necesario el desarrollo capitalista
del siglo XX para unificar realmente el planeta.
En
2020, durante algunas semanas o más, 3.000 millones de adultos
estuvieron inactivos o teletrabajaron, y 1.600 millones de jóvenes
vieron interrumpida su escolarización. En lugar de lockdown
(confinamiento)
Adam Tooze prefiere hablar de shutdown (parada,
o corte): a finales de febrero, antes de las medidas del
gobierno, el flujo de capitales se había ralentizado, había un
shock financiero, una caída de la bolsa, un descenso de la
inversión, y las empresas cerraban o pasaban a tiempo parcial. Según
Tooze, el lockdown
del gobierno no precedió sino que siguió al shutdown
económico, la contracción mundial del comercio y la producción
fue más rápida que la que se produjo tras el crac de 1929.
Sea
cual sea el momento, los Estados reaccionaron.
La
salud pública sólo existe como un aspecto del orden público.
El orden público enmarca lo que es necesario para que una sociedad
se perpetúe, según las normas y limitaciones del lugar y la época.
Hasta cierto punto, se tolera el fraude fiscal, pero cualquier ataque
a un banco será reprimido. Allí se libra la "guerra contra las
drogas" y en otros lugares se legaliza el consumo de cannabis.
La homosexualidad (masculina) fue ilegal en Inglaterra hasta 1967:
ahora es la homofobia la que se castiga en los tribunales.
La
salud pública no consiste en proteger o salvar vidas de forma
sistemática, como el Estado moderno no se ocupa de garantizar que
todo el mundo tenga un techo o una buena alimentación. Garantizar la
reproducción de la población significa prevenir y tratar las
enfermedades... tanto como lo permita una sociedad basada en las
relaciones de clase y los imperativos de la rentabilidad. Ante una
epidemia, el objetivo número uno de una política sanitaria no es
que haya el menor sufrimiento y muerte posible, sino evitar que un
exceso de enfermos atasque los servicios de urgencias y reanimación.
Un requisito que cada estado cumple según el nivel de orden o
desorden aceptable en proporción a las capacidades y criterios
socialmente aceptados en el país. En 2017, el 68% de las muertes en
Nigeria se debieron a enfermedades relacionadas con la pobreza,
frente al 3,5% en Alemania. En 2021, en Perú, las familias de los
pacientes de Covid tuvieron que comprar ellas mismas las bombonas de
oxígeno necesarias para el tratamiento. Pero incluso en un país
"rico" y con un "estado social" como Francia, a
principios de 2020 no se podía dar prioridad a la identificación de
los infectados (por la falta de pruebas), a la protección de la
población (por la falta de mascarillas), y más aún a centrarse en
los individuos de riesgo, los ancianos, las personas con
comorbilidades agravantes o las personas que viven fuera del sistema
sanitario. La sociedad no funciona para sacrificar todos sus recursos
a los débiles y vulnerables: sólo se ocupa de ellos si su situación
supera un umbral socialmente aceptable (dos o tres personas sin hogar
que mueren de frío cada invierno en Francia es aceptable, no
decenas).
Desde
el principio del
confinaminto, los observadores lúcidos
señalaron que la contención no serviría de mucho si no se
realizaba un cribado a gran escala, una distribución masiva de
mascarillas y una cuarentena de las personas infectadas.
Sin
embargo, dos años después, los promotores del confinamiento se
permiten decir que, al obligar a entre un tercio y la mitad de los
seres humanos a permanecer en casa, durante más o menos tiempo y en
distintos grados, su política sanitaria ha salvado innumerables
vidas.
(Dejemos
de lado aquí el hecho, igualmente incuantificable, de que, al
fomentar la soledad, el desamparo, el miedo y la desesperación, el
aislamiento forzado ha contribuido a aumentar la mortalidad en
proporciones ciertamente elevadas.)
El
verdadero éxito político de los Estados, y del capitalismo como
sistema mundial, es haber afrontado una crisis sanitaria tan grave
improvisando, afirmando una posición en enero para negarla en abril,
jugando tanto con el miedo como con la confianza, prohibiendo o
haciendo obligatorio un comportamiento un día, otro al siguiente,
sin renunciar nunca a los fundamentos de esta sociedad, ni perder su
poder. Las poblaciones sufrieron estos acontecimientos en un marco
que no habían elegido, y recibieron la terapia social y médica que
se les impuso. Al principio, el deterioro de los sistemas de
seguridad social, así como una medicina avanzada que descuidaba la
prevención, impidieron la aplicación de medidas de emergencia (sólo
unos pocos países adoptaron tales medidas, como Corea del Sur).
Entonces, con la pandemia en marcha y ganando terreno, los Estados se
contentaron con presentar el aislamiento forzoso como una medida
razonable: no importaba si era la mejor o la menos mala solución, ya
que era la única practicable.
Esto
no impidió muchas iniciativas de base -fabricación de máscaras
para el propio entorno,
solidaridad vecinal, etc.- pero no fueron más allá del ámbito
local. En general, una población reducida a la pasividad no fue
tratada, y mucho menos curada.
En
condiciones tan desfavorables, ¿cómo podrían escapar a la
confusión los discursos y acciones antivacunas y antipase?
Los "Convois de la liberté" canadienses y franceses fueron
un buen resumen de la mayoría de las ambigüedades contemporáneas,
mezclando reivindicaciones colectivas, protestas individuales,
eslóganes "de izquierdas" y lenguaje de extrema derecha.
Allí, como en otras partes, lo que domina es una demanda de libertad
disociada de lo que le daría contenido. Ser libre, personal o
colectivamente, sólo tiene sentido en relación -o incluso en
oposición- a otras personas y grupos. Para el empresario, la
"libertad" es la posibilidad de contratar y despedir según
sus intereses; para su empleado, es la posibilidad de exigir y
organizarse para ello.
Algunas
de las manifestaciones contra el pase
son iniciadas y dirigidas por la extrema derecha, otras por los
sindicatos y los izquierdistas, pero en la mayoría de ellas, la
multitud no es más que un amasijo intelectual y mental de ingenuidad
y agravios. Lo que destaca no es tanto la presencia de la extrema
derecha como la ausencia de un mínimo de opinión algo estructurada,
un vacío reconocido a menudo por los propios manifestantes en nombre
de un reclamado
apolitismo.
Cuando
no entendemos lo que somos, tampoco sabemos qué lo provoca. El
declive y el atropello de la lucha de clases desdibuja la existencia
misma de las clases sociales en el imaginario colectivo. Como a los
proletarios les cuesta reconocerse como lo que son, borran a la
burguesía de su conciencia y de sus debates. En el mejor de los
casos, el burgués es el rico, o más bien el muy rico y sobre todo
el demasiado rico. En lugar de entenderlo por su función
(gestionar la relación capital/trabajo en su propio beneficio), se
le describe como perteneciente a una élite manipuladora, a una
oligarquía que el Covid daría la oportunidad de "reiniciar"
el mundo. Al no poder identificar lo que se podría actuar, buscamos
nombres, y los encontramos en los participantes de Davos, los
miembros de los clubes nacionales (Le Siècle) y mejor aún de los
clubes transnacionales (Grupo Bilderberg).
Simétricamente,
ya que tenemos que reclamar algo, es tentador aferrarse a un símbolo
conveniente. "Francia", por ejemplo, se opone a los poderes
elusivos. En los desfiles de los Gilets Jaunes abundaban las banderas
tricolores, pero también las regionales. Los leones y las flores de
lis de Picardie no expresaban la reivindicación de una Picardie
política autónoma, sino que servían de referencia frente a un
adversario lejano y casi inaccesible -el Estado, París, Bruselas...-
que no se podía entender ni nombrar. Del mismo modo, en una ciudad
de la región de Oise, durante una manifestación contra el pase
en el otoño de 2021, una bandera bretona (añadida a la tricolor en
la misma pancarta) no señalaba ningún nacionalismo bretón: sólo
una identidad-refugio, a diferencia de las banderas políticas o
sindicales, que son criticadas por ser un signo de afiliación
partidista, y por lo tanto un símbolo de una división perjudicial
(entre la izquierda y la izquierda, por ejemplo), una división que
la tricolor evitaría al reunir a todos los ciudadanos
Es
más, los propios partidos supuestamente radicales están borrando la
representación de lo que se supone que encarnan. La hoz y el
martillo están pasados de moda. El megáfono, símbolo de la NPA,
es un instrumento de comunicación que sólo expresa el deseo de
hablar en público, y podría ser el logotipo de una empresa de
publicidad. La hoz y el martillo prometían un futuro de trabajo
generalizado (con herramientas que ya eran antiguas: este símbolo
data de 1917, y a menudo se asociaba con el arado y el martillo al
principio). Una visión limitada y criticable, pero criticable
precisamente porque afirmaba un contenido. El megáfono del NPA no
dice nada.
La
confusión intelectual y la difuminación de las líneas de visión
son siempre contrarrevolucionarias. Pero es dudoso que haya más
ambigüedad e incoherencia en las manifestaciones contra el pae que
en las habituales marchas sindicales, de izquierda o de extrema
izquierda.
El
autor de estas líneas prefirió vacunarse, más por comodidad que
por creer en la protección que ofrece contra el virus para él y
para los demás. Frente a los modernos medicamentos y tratamientos de
alta tecnología, incluso a los que tenemos conocimientos científicos
sólidos nos resulta difícil decidirnos, por no hablar del ciudadano
medio que carece de esos conocimientos. En Francia, el número de
vacunas obligatorias para un bebé ha pasado de tres a once: ¿quién
de nosotros podría decidir si son necesarias? Muy a menudo, en la
práctica, es imposible e inevitable dar a la medicina un mínimo de
confianza que difícilmente podríamos justificar.
Otros
compañeros han optado por rechazar la vacuna Covid. Algunos
ciertamente porque niegan la gravedad de la enfermedad, asimilando
por ejemplo el virus al de la gripe, pero nada prueba que este punto
de vista dominara entre los comunistas libertarios y anarquistas que
se oponen a la vacuna y al pase. Su principal motivación es la
desconfianza hacia las drogas, basada en las diversas catástrofes
farmacológicas (el "escándalo de los opioides" en Estados
Unidos es una de las más recientes), especialmente las vacunas
anti-Covid.
Añadamos
que una buena parte de los libertarios y comunistas que rechazan el
pase
sanitario, o incluso estas nuevas vacunas, no lo hacen por sí mismos
como individuos, sino por razones políticas derivadas de lo
que también consideran un interés colectivo.
Vacunarse
contra el Covid no es un imperativo político de solidaridad social,
de clase o humana, ni negarse a vacunarse es un gesto subversivo
dirigido contra el Estado, el capitalismo y sus apoderados
mediáticos. Y si esta vacunación se eleva al nivel de una cuestión
de principios, se debe sin duda a la falta de otros campos de lucha
en la actualidad.
A
la salud pública le ocurre lo mismo que a la ecología: reparamos
más o menos lo que hemos dañado, mientras seguimos sin prevenir las
catástrofes climáticas y sanitarias. En nombre del bien colectivo,
el Estado nos protege (a su manera y sin renunciar a su papel de
garante de los intereses de la clase burguesa) a cambio de nuestra
sumisión, ante el calentamiento global como ante una epidemia.
El
virus no demostró nada nuevo, ni cambió nada de fondo.
La
civilización capitalista no creó el SARS-CoV-2, pero ha contribuido
en gran medida a ello mediante el deterioro de la biodiversidad, la
deforestación, la agricultura industrial que favorece la aparición
de nuevos virus y enfermedades, la circulación cada vez más amplia
de personas y mercancías, y las viviendas insalubres. Después de
que las primeras contenciones permitieran temporalmente al planeta
respirar un poco y que el cielo se volviera azul, la crisis sanitaria
no aliviará la crisis ecológica. Dejar el coche en el garaje
durante un tiempo también significó vivir cada vez más con
Internet y una sobreabundancia de objetos conectados. Además, el
futuro del automóvil es eléctrico. Las "nuevas movilidades
urbanas", repletas de electrónica, anuncian una producción y
un consumo adicionales de electricidad (que, no lo olvidemos, es sólo
una forma y no una fuente de energía). Ya esperamos el regreso del
crecimiento virtuoso, puesto que pregresivamente se "descarboniza"..
A principios de 2022, la Unión Europea concedió la etiqueta "verde"
a la energía nuclear.
Más
que cualquier otro sistema, el capitalismo se ve impulsado
regularmente a la automutilación para rejuvenecerse. Se alimenta de
sus crisis, incluso de las graves como la de 1929, a costa de una
selección, incluso de una "destrucción creativa" de sus
élites económicas y políticas: renueva a los que gestionan la
relación capital/trabajo, las empresas y los mercados, mostrando una
adaptabilidad que asombraba al principio de la Revolución Industrial
y sigue sorprendiendo dos siglos después (véase, por ejemplo, la
composición de la clase dirigente china, que mezcla burócratas y
grandes empresarios).
El
papel de los Estados es evitar los desequilibrios sociales y
ecológicos excesivos y, si se producen, gestionarlos sin excesivos
conflictos: con algunas concesiones temporales, lo han conseguido en
la crisis sanitaria.
Si
la respuesta de los proletarios a la gestión burguesa de la pandemia
es limitada, es porque ya han sido golpeados antes, y
una crisis (económica, política o sanitaria) por sí sola no
revierte la situación.
Pero
hubo luchas. Desde el principio. Por ejemplo, el 16 de marzo de 2020,
una huelga en Mercedes-Benz en Vitoria (País Vasco español) para
obligar a la empresa a cerrar tras detectarse un caso positivo. Al
mismo tiempo, en Italia, se producen huelgas salvajes en
Fiat-Chrysler. En Estados Unidos, la presión de las bases empujó al
sindicato automovilístico UAW a obtener una paralización más o
menos completa de la producción en GM, Ford y Fiat-Chrysler el 18 de
marzo. A estas luchas les siguieron otras, casi en todos los
continentes, contra la gestión de la crisis, el deterioro de las
condiciones de vida y el fortalecimiento de la autoridad del Estado,
no sin la confusión antes mencionada. Hubo acciones defensivas
contra la falta de medidas sanitarias, y otras más ambiguas contra
el pase sanitario, pues es cierto que la "desobediencia"
abarca los más diversos significados: gesto puramente individual,
"desobediencia civil" pacífica, acción colectiva
antiestatal...
Como
explicó un camarada portugués en un correo electrónico, durante
las dos fases del encierro, el centro de Lisboa estuvo desierto,
mientras que en los suburbios se celebraron fiestas, los católicos
asistieron a misa a puerta cerrada, el Partido Comunista celebró su
fiesta anual, hubo marchas en solidaridad con Black Lives Matter y
los jóvenes organizaron raves en el sur. Estos comportamientos no
estaban motivados por un desprecio a la salud propia o ajena, sino
por un sentido de "comunidad", sea lo que sea, que prioriza
el mantenimiento de los lazos sociales sobre el distanciamiento
social: "Uno puede estar solo en la decisión de no
vacunarse, pero reunirse con otras doscientas personas
con las que se comparte una forma de identidad es una elección
social y colectiva que se enfrenta a una idea abstracta de sociedad.
Sería un error suponer que se trata simplemente de niños pequeños
y estúpidos: no lo eran. Eran activistas del PC y católicos, pero
también inmigrantes brasileños y caboverdianos.”
El
mundo no se limita a este ejemplo, hay muchos otros, y estas
disparidades no son sorprendentes: dos años de pandemia no han
paralizado a las poblaciones, ni han puesto fin a las luchas, ni han
disipado el equívoco y la incertidumbre reinantes. En general, una
resistencia múltiple no ha impedido a los gestores de este mundo
mantener el control de la situación. A menos que ocurra algo en un
futuro próximo que no podamos prever actualmente, el capitalismo
como sistema social y político mundial saldrá fortalecido de la
crisis de Covid. Lejos de estar moribundo, a pesar de sus
contradicciones, este sistema se mantiene unido tanto por su fuerza
de inercia como por un desarrollo siempre acelerado, destructivo y
catastrófico, pero sería un error negar su dinámica persistente.
Una
"crisis" es un momento decisivo, un punto de inflexión en
una enfermedad, un momento incierto que nos obliga a tomar
decisiones, que no son necesariamente las de una ruptura. Fracturas,
inestabilidades, contradicciones... no faltan, pero la verdadera
vulnerabilidad de nuestras sociedades proviene de lo que las impulsa:
la relación capital/trabajo asalariado. Lo que ocurra después
dependerá de los proletarios.
Mientras
tanto, es importante distinguir entre lo que está fuera de nuestro
control y lo que está bajo nuestro control. Philip K. Dick escribió
que "todos los gobernantes tienen un cierto aspecto ficticio
que, en definitiva, forma parte de su maquillaje escénico"
(La Penúltima Verdad, 1964). La pandemia actual tiene su
materialidad, sus millones de muertos, su aumento de la miseria, pero
también proyecta sus ficciones, sus mitos, sus ilusiones, y es mejor
no confundir la realidad con la ficción.
G.
D., marzo de 2022.
Lecturas
Adam
Tooze, The Shutdown: An Economic History of Covid, 2022. Bien
investigado, con las limitaciones inherentes a la historia inmediata.
Del mismo autor, se recomiendan los estudios sobre la economía del
Tercer Reich (Le salaire de la destruction : Formation et ruine de
l’économie nazie, 2012), y de los años 20 (Le Déluge :
1916-1931: Un nouvel ordre mondial, 2015). Libros publicados por
Belles Lettres.
Tristan
Leoni y Céline Alkamar, Whatever
it takes. Quoi qu’il en coûte. Le Virus, l’Etat et nous,
abril de 2020 (primera
y segunda
parte):
Gilles
Dauvé.,
Virus,
le monde d’aujourd’hui,
septiembre de 2020 [Hay
traducción:
https://hacialavida.noblogs.org/virus-el-mundo-de-hoy-guilles-dauve-septiembre-2020]
Anthithesi/Cognord,
La
réalité du déni et le déni de la réalité,
septiembre de 2021.
Muchas buenas ideas. Por desgracia,
acompañadas
de un gran defecto. Este texto razona como si un cierto número de
medidas fueran de hecho tan indispensables que todos
los que
cuestionan o rechazan el confinamiento, las vacunas o los pases
sanitarios deben ser considerados como movidos por "una
adhesión acrítica (y a veces inconsciente) a las teorías
reaccionarias de la conspiración protofascista".
Una amalgama abusiva. Se puede criticar el antifascismo sin ser
complaciente con el fascismo. Se puede criticar el sionismo sin ser
antisemita. Del mismo modo, se puede hablar de los
Grandes Negocios (incluyendo
la
Gran Farmacia)
sin creer que uno o varios comités semiocultos mueven los hilos de
la política mundial. Además, hay que desconfiar de palabras como
"conspiración" y "complot", que a menudo dicen
más sobre la persona que las utiliza que sobre aquello a lo que se
supone que se refieren.
¿Fueron Karl y Friedrich conspiradores
cuando escribieron que "el
gobierno moderno es sólo un comité que administra los asuntos
comunes de toda la clase burguesa"?
(Manifiesto
Comunista,
1848)? [Hay
traducción: https://antithesi.gr/?page_id=955]
Sobre
la imposible autorreforma ecológica: Pommes
de terre contre gratte-ciel,
incluyendo
« Le
Capitalisme ne sera pas écologique »
, noviembre de 2020.