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martes, 18 de octubre de 2022

[Chile] 3 AÑOS DE OCTUBRE: RESTAURACIÓN CAPITALISTA Y EMPEORAMIENTO DE NUESTRAS CONDICIONES DE VIDA

Vamos Hacia la Vida
18 de octubre 2022. Santiago de Chile

A tres años de la revuelta del 2019 no debiera sorprendernos la escalada represiva del gobierno de Boric, como tampoco el resultado del plebiscito, pues cualquiera fuera “el ganador”, nuestra derrota ya había sido sellada de antemano al encauzar por la vía democrática la potencia de octubre. En su lugar debemos reflexionar sobre la situación mundial de crisis del capital y de cómo se manifiesta en el territorio dominado por el Estado de Chile. El mundo se ha transformado en un polvorín que estalla de manera cada vez más frecuente, demostrando el agotamiento del consenso social, que ha sido incapaz de asegurar las condiciones mínimas de sobrevivencia para el conjunto de la humanidad. Si no rompemos con esta realidad, el advenimiento del autoritarismo será pavimentado por la misma democracia, intensificando la descomposición social y la precarización de nuestras vidas. La imposición del TPP-11 por parte de todo el espectro político –desde la izquierda más multicolor, a la derecha más fascistoide–, obedece a una necesaria reconfiguración del capital en nuestra región, al igual que el despliegue de los milicos en el Wallmapu y la dura represión a las salvajes manifestaciones estudiantiles.

La lucha por la emancipación humana, por una sociedad sin clases y en armonía con la tierra, que la revuelta puso en evidencia al suspender momentáneamente el orden del capital, expresa la necesidad de superar este orden social que nos lleva de forma acelerada al abismo. No nos interesa transformar esta fecha en una conmemoración estilizada de nuestra actividad contra el orden existente. Queremos dejar en claro que la única forma de salir de la derrota es volver a la calle, fomentar la autoactividad proletaria, superar la deriva democrática –ya debería estar más que demostrado que nos lleva a un callejón sin salida– y transformar nuestras relaciones en un movimiento colectivo hacia una ruptura real con nuestra miseria, rompiendo las separaciones que nos impone el capital y el Estado, y así hacer florecer nuevamente la fuerza subversiva de aquel 18 de octubre, pero esta vez, sin dar vuelta atrás.
Por el momento, tenemos tareas urgentes que enfrentar, como exigir la libertad de l@s pres@s polític@s de la revuelta, anarquistas, subversiv@s y mapuche.
 
¡Burgueses de derecha y burgueses de izquierda deben ser iguales ante el odio del proletariado!

domingo, 11 de septiembre de 2022

[Chile] EL REFORMISMO NUNCA HA HECHO REVOLUCIONES

Vamos Hacia la Vida
11 de septiembre 2022. Santiago de Chile

Cuando l@s explotad@s deciden confiar el destino de sus vidas en sus propias manos, todos aquellos sectores cuya existencia depende de la explotación se unen en su contra, aplicando diversas estrategias para contenerl@s y derrotarl@s. Así, se comprometen de derecha a izquierda todos los partidos que defienden las categorías fundamentales de la civilización capitalista.

En los años 60-70 se vivía una inmensa oleada revolucionaria internacional, y en Chile se gestaba un proceso que captaba la atención del mundo entero. Este proceso no se encontraba acotado a los avatares de la alianza reformista de la Unidad Popular, con Allende a la cabeza. Por el contrario, emergía de un creciente movimiento social que se expresaba heterogéneamente en ocupaciones de fábricas, tomas de fundos y terrenos, comedores populares, asociaciones culturales, y una amplia gama de experiencias comunitarias y anticapitalistas. Como sucede en estos casos, este movimiento chocaba tanto contra limitaciones que surgían y se potenciaban desde su propia dinámica interna, como contra la continua y feroz represión estatal (se registraron varias matanzas en pocos años, como la de Pampa Irigoin en Puerto Montt en 1969, bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva, cuando 11 poblador@s son asesinad@s, incluyendo un lactante de 3 meses) y el encuadramiento reformista.

Apoyada en estas luchas, la UP logra llegar al gobierno en 1970, para aplicar un programa socialdemócrata mientras combatía abiertamente a quienes rompían por debajo con los marcos de la legalidad burguesa y se atrevían a actuar autónomamente.

Durante tres años la actividad autónoma de obrer@s, campesin@s y poblador@s, que daba frutos con la conformación de los cordones industriales, la expropiación de fundos a un ritmo que la UP no podía —a pesar de sus esfuerzos— controlar, o los comandos comunales y las juntas de abastecimiento y precios (JAP), se fue haciendo cada vez más intolerable para la clase capitalista.

El sanguinario golpe militar ocurre entonces como última medida para resguardar a la clase dominante, enmarcándose en la respuesta contrarrevolucionaria que en todo el globo reestructuraba al Capital en crisis. Pero su éxito en derrotar al proletariado no se explica sin la constante labor reaccionaria de la propia izquierda, que lo desorganiza, reprime y literalmente desarma.

«Cuarenta y cinco días antes del golpe Allende consideraba que los principales problemas del país eran las demandas salariales excesivas de los obreros, su ‘economicismo’, y el ‘paralelismo sindical’ de los cordones industriales. Pronunció un severo sermón contra la clase obrera y aclaró tajantemente: ‘ESTE PAIS VIVE UN PROCESO CAPITALISTA’; anunció una severa política salarial advirtiendo que en el año próximo los reajustes de sueldos podrían ser inferiores al alza del costo de la vida, aclaró que las FF.AA. seguirían aplicando estrictamente la ley de control de armas y sugirió, en medio de una ovación de sus anfitriones ‘comunistas’ que el MIR podría estar actuando en complicidad con la CIA. Como vemos, una excelente política para preparar al proletariado para los enfrentamientos que se avecinaban»[1].

Se hace ineludible ponderar entonces el rol desmovilizador de la izquierda del capital, que se mueve dentro del marco político burgués y que no se propone otra cosa que el reacomodo de las lógicas mercantiles, haciendo por tanto un balance de su papel en los 70 y el que ha desempeñado desde la revuelta de 2019, principalmente  través de los partidos hoy en el gobierno (P"C" y FA), pero también de aquellos grupos que le entregan su “apoyo crítico”, secundándolos en su maniobras con la pretensión “ingenua” de “desbordarlos”. De esta manera, a partir del “Pacto por la Paz y la Nueva Constitución” firmado por la casi totalidad de partidos políticos con representación parlamentaria el 15 de noviembre de 2019, todo el partido del orden se ha dedicado a diluir la potencia del imponente movimiento desarrollado desde las jornadas históricas del 18-19 de octubre. Su objetivo explícito fue salvar la institucionalidad, gobierno y congreso principalmente, a través de sucesivos eventos electorales que secuestraron la autoactividad de la clase, saboteando las nacientes Asambleas Territoriales, y potenciando el sentido común propio de esta sociedad organizada en torno a la explotación  y dominación social y, por tanto, del fetichismo estatal. Este es el objetivo declarado del proceso constituyente. Su rol fue ciertamente efectivo: las campañas electorales, primero para el plebiscito de entrada, y luego para la elección de constituyentes y otras más (entre las que destaca la presidencial de 2021) sirvieron al propósito de despejar relativamente las calles, quitar fuerza a varias expresiones de autoorganización y luchas reivindicativas, además de otorgar impunidad a los responsables del terrorismo estatal y reafirmar la prisión política para decenas de pres@s de la revuelta. Pero para las ilusiones de un amplio sector que veía en la confección de una nueva constitución una vía para acceder a derechos sociales, este camino resultó en un estrepitoso fracaso, consumado el pasado 4 de septiembre.

El proletariado no se moviliza tras consignas ideológicas ni promesas que se le presentan como ajenas, sino por sus necesidades concretas, lo que no significa que no pueda actuar de forma consciente. La reducción y codificación de las luchas reivindicativas proletarias en categorías propias de los nichos del mercado académico no tienen otro efecto que fragmentar las luchas, aislarlas y finalmente desconectarlas de su sentido original, imponiéndolas luego como algo externo y sembrando la decepción e impotencia. Este es uno de los factores que se encuentra tras la apabullante derrota electoral del “apruebismo”. Además de una pésima campaña, los grupos políticos reaccionarios supieron sacar mejor provecho de temas como la unidad nacional, la seguridad y el orden, que son “propios” de su “ámbito”. Temas que la izquierda del capital no busca nunca tratar en profundidad, sino que, hermanada con sus rivales de derecha, utiliza también de forma proselitista. Consignas patrioteras, respuestas a las mentiras y “campañas del terror” de la derecha que hacen todo lo posible por desmarcarse de cualquier amenaza real al poder y sus lacayos, centralidad de la familia y otros valores rancios, incluyendo el sexismo, racismo y homofobia, son elementos muy comunes de observar en sectores supuestamente ríticos, lo que llegó al paroxismo luego del reciente triunfo del “rechazo”, en la que se observó una verdadera ola de desprecio hacia el “populacho” por quienes pretendían luchar en su nombre.

Tanto los procesos de los años 70 como los de 2019 en adelante, interrumpen su extensión y profundización cuando no dirigen sus críticas y sus luchas contra el núcleo de las relaciones capitalistas (trabajo, dinero, valor) y al Estado como tal. Las lecciones evidentes acerca del papel de los sectores reformistas, que no son solo una versión moderada dentro de las luchas contra el capital, sino que poseen objetivos radicalmente distintos (preservación del orden social capitalista versus su negación radical y superación), no deben ser escondidas bajo la alfombra para volver a desfilar hacia el matadero.

Nuestro camino no es la integración en la política actual sino su destrucción. Esta es una necesidad que surge de las mismas experiencias. Seguir dándose de cabeza contra el muro institucional, pidiendo una y otra vez una “verdadera y democrática” asamblea constituyente y nueva constitución, en lugar de crear y potenciar nuestros propios espacios, fortalecer los lazos y las discusiones fraternas entre individuos y colectividades, y conformar relaciones solidarias que respondan a nuestras necesidades más acuciantes e inmediatas, no puede ser la senda a seguir.

No olvidamos a nuestr@s caíd@s. No perdonamos a l@s asesin@s, torturador@s y sus cómplices de derecha e izquierda.                  

¡QUE LA MEMORIA HISTÓRICA SEPULTE A QUIENES CONDENAN LA VIOLENCIA PROLETARIA!

                                                                                

Nota:
[1]     Helios Prieto (1973) Chile: los gorilas estaban entre nosotros. Se puede descargar junto a otros materiales relacionados desde acá: http://el-radical-libre.blogspot.com/2019/09/la-dictadura-del-capital-es-permanente.html

miércoles, 9 de marzo de 2022

Reflexiones a propósito de la carnicería capitalista en curso (Rusia-Ucrania)

Vamos hacia la vida
12/03/2022, Chile

“Lo absurdo de una lucha antifascista que escogiera la guerra como medio de acción aparece así claramente. No solo significaría combatir una opresión salvaje aplastando los pueblos bajo el peso de una masacre todavía más salvaje, sino también extender bajo una fórmula distinta el régimen que se pretendía suprimir. Es ingenuo pensar que un aparato de Estado que se ha vuelto poderoso por medio de una guerra victoriosa dulcificaría la opresión que ejerce sobre su propio pueblo el aparato de Estado enemigo, todavía sería más ingenuo pensar que dejaría que surgiera una revolución proletaria entre el pueblo, aprovechando la derrota sin ahogarla en el mismo momento en la sangre (…) principalmente en caso de guerra hay que escoger entre dificultar el funcionamiento de la máquina militar de la que uno mismo es un engranaje, o bien colaborar con esta máquina a segar ciegamente vidas humanas”. Simone Weil, Reflexiones sobre la guerra, 1933.

 

La actual etapa del desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas −que no son más que sus fuerzas destructivas −, trae consigo acontecimientos que se suceden uno tras otro, como una espiral siempre creciente de su crisis generalizada, en donde convergen la crisis del trabajo –que se manifiesta en la expulsión de seres humanos del proceso productivo mismo–, devastaciones ambientales –de las que la pandemia del Covid-19 y el cambio climático son consecuencias directas–, grandes flujos migratorios, entre otras catástrofes que se han vuelto cotidianas. La guerra y el militarismo son inseparables de esta irracional dinámica propia del capitalismo: hoy nos vemos enfrentados a la que se dice es la mayor movilización bélica desde la Segunda Guerra Mundial, con la invasión de la Federación Rusa a Ucrania, bajo la excusa presunta, de enfrentar la “nazificación” y defender la zona separatista del Donbás.

Como si la catástrofe capitalista y las fuerzas de la contrarrevolución que ésta moviliza no fueran suficientes, vemos a grupos que se autodefinen como anticapitalistas defender abiertamente, o de manera solapada, el avance y bombardeo de las tropas rusas sobre las ciudades ucranianas. Un@s por una especie de rusofilia relativa a alguna nostalgia por la URSS, otr@s porque consideran a las fuerzas políticas y militares de occidente con las que se enfrenta Rusia como la encarnación del mal absoluto, y algun@s debido a que consideran que la ofensiva rusa sí tiene realmente como objetivo la defensa de la República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk, en Donbás y, que por lo tanto, constituye alguna forma de combate o de apoyo contra el “fascismo” de Ucrania. Así, sectores que van desde el leninismo-estalinismo hasta el anarquismo, no han tardado en encuadrarse a favor de una invasión militar por parte del Estado de una superpotencia mundial y su clase dominante, desechando el internacionalismo y cualquier perspectiva revolucionaria, relativizando las motivaciones y las consecuencias sangrientas de esta guerra imperialista. La experiencia histórica anticapitalista nos ilustra que las guerras imperialistas no son sino la forma en que el capital se reestructura a partir de una disputa bélica entre las distintas facciones de la burguesía internacional, en donde el proletariado es usado como carne de cañón, y la conciencia de que ningún Estado jamás movilizará sus tropas por motivos e intereses que no sean los de su clase dominante, se hacen agua ante la tentación de defender un proyecto de autonomía territorial −en forma de república, por cierto− ante la ofensiva “fascista” que el Estado ucraniano y las milicias irregulares neonazis mantienen contra la región del Donbás. El sinsentido de estas posiciones no resiste un análisis crítico mínimo, ni en su propia lógica −la motivación antifascista− una vez enfrentadas a la realidad, ni tampoco ante una práctica anticapitalista y revolucionaria coherente: el desarrollo y el resultado de la guerra lo confirmarán.

Desde su auge hasta la fecha, la civilización capitalista ha asentado su poderío, entre otras formas, a través de la guerra, que no es más que la continuación de la economía por otros medios. Es decir, una continuación de la perpetua competencia entre distintas facciones de la burguesía por apropiarse de la mayor parte posible de la masa de plusvalía social, la cual por cierto, se encuentra en constante declive, debido al límite de acumulación interno con el cual está chocando el capital. El conflicto bélico ha fomentado, en gran medida, el desarrollo y la innovación industrial, lo que a su vez, posibilitó el desarrollo de las fuerzas productivas aplicadas en el “progreso” técnico, científico e industrial de la máquina militar, con vista a la conquista de recursos naturales, materias primas, regiones, ventajas competitivas en relación a otros Estados y mercados que permitan continuar con la reproducción, cada vez más acrecentada del capital y del poder de la clase capitalista. Si el capital es, ante todo, una forma de organización social que pone a la humanidad y a todo lo que habita en la tierra a merced de una explotación desenfrenada con el único propósito de echar a andar la economía y perpetuar a la clase dominante cuyo poderío depende de ésta, se desprende entonces, que las guerras no tienen otro propósito que perpetuar esta forma específica de reproducción y su consecuente dominación social. Así, las facciones del capital enfrentadas en la obtención de esta base material para asegurar su posición, más o menos hegemónica en la dominación capitalista, deben asegurar este poderío en el plano militar.

En el caso de este conflicto esta dinámica es particularmente ilustrativa: la invasión sobre Ucrania es un movimiento estratégico del imperialismo ruso frente al avance del bloque occidental OTAN-EE.UU. En décadas recientes, el desarrollo tecnológico y científico de la industria armamentista ha hecho posible el desarrollo de armas hipersónicas que podrían, entre otras cosas, tener alcances de potencia atómica. Esto implica que aquel Estado que logre la supremacía en esta área del desarrollo tecnológico contaría con la garantía de su supremacía en el área militar, pues esto brinda la posibilidad de acabar con la infraestructura crítica de la potencia enemiga inmovilizando en poco tiempo su capacidad de respuesta, anulando el riesgo de una represalia de la misma magnitud, superando así el esquema militar de la “Destrucción Mutua Asegurada” (Mutually Assures Destruction o MAD en inglés) que primó y garantizó la paz relativa entre las potencias imperialistas durante la Guerra Fría, en base al equilibrado poder de destrucción atómica de aquel entonces. Así, la posible entrada de Ucrania en el bloque militar de la OTAN y el posterior despliegue armamentístico en su territorio, pone en peligro la “seguridad” del área de influencia de Rusia: esta es la verdadera razón inmediata que provocó el conflicto.

En este mismo sentido, Rusia no pretende prolongar la ocupación territorial y militar sobre Ucrania, sino que mediante la invasión pretende imponer por la fuerza la “neutralidad” del Estado ucraniano ante la OTAN, evitando su adhesión a esta coalición. Y para lograr este fin, Rusia negociará un compromiso con Ucrania, y sí es necesario, derrocará a la actual administración y pondrá un gobierno títere que siga los dictados del Kremlin.

Mientras Putin y el Estado ruso afirman el carácter presuntamente humanitario de su invasión, asegurando que protegen la vida de l@s separatistas del Donbás, l@s líderes de la Unión Europea lloran lágrimas de cocodrilo por l@s civiles que son masacrados en los combates –que ya huyen por cientos de miles de sus hogares–, pero en realidad, les asusta la idea de una guerra que genere un punto de no retorno, que perjudique sus negocios y su dependencia energética. La verdad no se encuentra en las declaraciones públicas de ninguna de las potencias implicadas, sino que en el movimiento de sus fuerzas materiales –económicas, políticas, militares– que constituyen la base real de este conflicto.

Defensa antifascista de la guerra imperialista

Como ya se sabe, las dos autoproclamadas repúblicas de la región del Donbás, Donetsk y Lugansk, han sido asediadas por el ejército ucraniano y por milicias desde hace 8 años, al ser derrocado el gobierno pro-ruso a partir del Euromaidán. El carácter pro-OTAN del gobierno ucraniano desde el 2014 y, en particular, la presencia de fascistas en sus fuerzas armadas y la existencia de bandas armadas irregulares de neonazis que se hicieron visibles en las protestas del Euromaidán y luego en la guerra en el Donbás, más el carácter  “autónomo” y “popular” de las regiones separatistas, movilizó el apoyo de ciertos sectores de la izquierda internacional. Son numerosas las milicias que se componen de voluntari@s antifascistas, marxistas-leninistas y anarquistas. Pero es principalmente lo que se considera por much@s como un combate contra el fascismo el que moviliza la mayoría de estas simpatías. No obstante, lo que ocurre en la zona controlada por l@s separatistas, es mucho más complejo y disímil de lo que much@s creen ver.

Lo cierto es que en la defensa del Donbás no solo luchan contra Ucrania antifascistas e izquierdistas. Las milicias que luchan y han luchado en la defensa de la autonomía de esa región cubren todo el espectro político, incluyendo a voluntari@s de ideologías antagónicas a las de l@s milician@s antifascistas, como lo son algunas agrupaciones de la extrema derecha rusa, por ejemplo, el Movimiento Imperial Ruso y l@s neonazis de Unidad Nacional Rusa –entre muchas otras–, quienes han enviado combatientes desde el inicio del conflicto[1]. Queda claro que las agrupaciones que combaten a favor de la autonomía del Donbás son heterogéneas, ya que sus motivaciones van desde la defensa del experimento de la república autónoma, la protección de los habitantes de la región que sufren las constantes agresiones de Kiev, ciertas formas de nacionalismo pro-ruso, etc., pero, incluso sin la necesidad de un análisis exhaustivo sobre la composición política del frente de la defensa del Donbás, es evidente que está lejos de ser un frente unitario y esencialmente antifascista –con todos los límites que posee esta perspectiva: defensa de la democracia y del Estado, apoyo a una burguesía liberal, interclasismo, etc.–. Claro que esto último bajo ningún caso quiere decir que la región del Donbás no viva una crisis de carácter humanitario a causa de los constantes ataques que el ejército ucraniano y otras fuerzas irregulares realizan contra ésta.

Por otra parte: ¿Representa la “forma” República una posibilidad de emancipación social de las relaciones sociales capitalistas[2]? ¿Puede un Estado, como el ruso, garantizar la autonomía territorial en una región que hoy usa como justificación para dar comienzo a una guerra imperialista? Si de lo que se trata es de la defensa de la vida de los seres humanos que habitan en el Donbás contra los crímenes del Estado ucraniano y sus aliados ¿Cómo es que el ataque de una superpotencia sobre ciudades en las que las que reside población civil, y la crisis que esto supone para millones de personas en el territorio ucraniano, no representa para quienes sostienen esta perspectiva una barbarie similar, un agravamiento considerable de la miseria humana en medio la guerra entre las potencias económicas, entre las distintas facciones del capital?

Además, los crímenes perpetrados por un Estado y por las salvajes milicias neonazis, no vuelven automáticamente a toda la población que habita Ucrania en criminales, ni tampoco, en neonazis. Solo alguien cegado por la ideología podría afirmar que los seres humanos que habitan bajo el dominio de una clase dominante y de su Estado, son solo simples extensiones de esa clase dominante y ese Estado. La relativización o simple omisión de algunos sectores de la izquierda y del antifascismo con respecto a esto último es apabullante. La sinrazón y el desprecio por la vida humana que engendra la lógica capitalista permea incluso a quienes dicen oponerse a los efectos de esta socialización enfermiza. Incluso aunque quisiéramos pensar que la clase dominante en Ucrania es un reflejo de sus habitantes, o si quisiéramos creer que “en Ucrania son tod@s nazis”, como dice estúpidamente la propaganda pro-rusa, esta mistificación se cae apenas intentamos comprender su origen: los movimientos de extrema derecha y neonazis realmente existentes en Ucrania, y en particular el Batallón Azov, agrupación que se hizo conocido en el 2014 al combatir a las milicias de la República Popular de Donetsk, que más tarde pasó a formar parte de la guardia civil ucraniana, y que hoy cuenta con cientos de miembros activos. Esto último ha contribuido a la caracterización de los gobiernos posteriores al Euromaidán como “neonazis”, caracterización a la que ha contribuido enormemente la propaganda rusa. Pero, si bien es cierto que la democracia es donde las distintas facciones políticas de la burguesía se disputan la gestión del capital a través del Estado, también es cierto que durante las últimas elecciones presidenciales en Ucrania del 2019, Svoboda[3] –“Libertad”–, el partido que concentra la adhesión del electorado de extrema derecha, solo obtuvo el 1.62% de los votos. Esto debería bastar para poner en cuestión la caracterización, bastante imprecisa por lo demás, de Ucrania como una nación “nazi” o “ultraderechista”, sobre todo en lo que respecta a su población civil.

Desde que empezó la guerra hemos escuchado y leído afirmaciones del tipo, “todo es útil en la lucha contra el fascismo”, que justifican la invasión de Rusia o la relativizan. Incluso, como nos dicen, si el combate contra el fascismo tiene como objetivo evitar el advenimiento de la barbarie y posibilitar espacios para la emancipación social ¿Cómo es que el afianzamiento político, económico y militar de una potencia capitalista –en desmedro de otra– podría traernos algo distinto de aquello que se pretende evitar? ¿Qué les hace pensar que una facción de la burguesía en un periodo de crisis va a garantizar un menor grado de barbarie que el de sus contrincantes ideológicos? El fascismo implementó de la mano de Hitler, Franco o Mussolini, las medidas que el capital les exigía en su época, las que no fueron fundamentalmente distintas a las que Stalin impuso sobre el proletariado en distintos territorios[4]. Si nuevamente la tesis del antifascismo resulta inviable en lo abstracto, querer revivirla 100 años más tarde se demuestra completamente anacrónico. Para l@s revolucionari@s, y particularmente para l@s anarquistas, la trágica experiencia en la España del ’36, debería bastar para no hacerse ninguna ilusión en torno al antifascismo, que no es más que la defensa de las formas democráticas de gestión capitalista, la conciliación entre clases, la opción por “el mal menor” y el abandono del horizonte revolucionario[5].

De todo lo expuesto en torno a la dinámica capitalista y las guerras que ésta engendra, y también de las observaciones sobre el terreno en el que se desenvuelve este particular conflicto, resulta difícil que pueda surgir la posibilidad de algún tipo de emancipación social en medio de una carnicería encauzada precisamente para perpetuar la dominación de uno de los bloques en disputa, que no significa otra cosa que el recrudecimiento de la dominación capitalista, de la dictadura de la economía por sobre todo lo viviente. Y esto difícilmente puede refutarse: dos guerras mundiales, el genocidio y la desaparición de pueblos enteros, la destrucción psíquica de los individuos bajo su dominio y la destrucción de la biósfera ya han demostrado de sobremanera que la burguesía internacional ya ha hecho su elección desde hace mucho tiempo, y que no dudará en seguir expandiendo sus fuerzas destructivas hasta puntos inimaginables con tal de seguir haciendo funcionar su máquina productiva a sabiendas de que la “torta” cada vez es más pequeña y se reparte en menos partes. Esta guerra imperialista no traerá otra cosa que una restructuración global capitalista en medio de una crisis que no deja de profundizarse. Por lo tanto, se desprende que quienes defienden un bando en esta guerra no hacen sino, a pesar de sus intenciones, posicionarse del lado de la defensa del orden existente.

Crisis de la conciencia y conciencia de la crisis

Las distintas fases de desarrollo capitalista engendran sus propias formas de socialización y con ello los límites correspondientes de su conciencia. En la génesis del movimiento obrero, las guerras imperialistas se encontraron con una oposición consciente de algunos sectores movilizados del proletariado. El estado rudimentario de la sociedad capitalista de aquel entonces contrapuesta a la actividad desarrollada por el proletariado, por lo menos, desde medio siglo antes, permitió el surgimiento de un temprano internacionalismo para luchar contra la guerra y el capital. La conciencia de la necesidad de una perspectiva internacional y la conclusión de que ésta no puede sino afirmarse oponiéndose a la totalidad de las fuerzas burguesas enfrentadas en la guerra es la premisa lógica para un movimiento de emancipación global. Es en medio de este panorama que los sectores más consecuentes del proletariado opusieron en 1914 a la guerra imperialista –pese a la deriva chovinista y patriotera de la mayoría– la consigna del derrotismo revolucionario: abatir en el propio territorio a todas las facciones de su propia burguesía. Aun así, esta posición solo hizo eco en miles de proletarios movilizados en los frentes, al volverse la guerra una carga insostenible para las condiciones de vida de la clase trabajadora en general. En el actual conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, si bien puede que no tenga resultados inmediatos llamar al derrotismo revolucionario[6], es importante señalar la perspectiva internacionalista, sobre todo, por la constatación de ciclos de revuelta a nivel mundial que se han vivido en los últimos años: la crisis de la conciencia se revela de forma trágica como la conciencia de la crisis.

Hoy, sin embargo, las condiciones materiales han cambiado y suman una multiplicidad de elementos a tomar en consideración. En este contexto presenciamos la proliferación y la agudización de viejas tendencias nacionalistas y reaccionarias: los ataques xenófobos en el norte de la región chilena, el surgimiento de nuevos nacionalismos y hasta el conservadurismo del islamismo radical, son síntomas de esto. Este desarrollo tiene una dinámica paradójica pues mientras más entra en crisis el capital, que es el fundamento empírico del Estado-nación, más se exacerban las tendencias conservadoras como respuesta a esta crisis, como formas de preservar por la fuerza una normalidad que se desmorona por todos lados. Con motivaciones distintas, la exacerbación de las tendencias reaccionarias que achacan a “chivos expiatorios” la degradación de nuestra existencia, expresan una crítica superficial, parcial y truncada al sistema, caldo de cultivo para las maniobras de un neopopulismo que se muestra “rebelde” y “refractario”. Lamentablemente, esta visión fragmentada también golpea a l@s revolucionari@s. Aun así, el desarrollo del capital, la reestructuración de la relación capital/trabajo y la profundización de las relaciones basadas en la mercancía, en tanto sistema social global e interdependiente, han creado y exigen una nueva base sobre la cual plantear la necesidad de una comunidad humana liberada de mediaciones que mantienen su dominación: el Estado y el Capital.

Lo que llaman el reordenamiento “geopolítico”, no es más que la vieja disputa interburguesa, agravada por la profunda crisis de valorización que viene azotándonos desde el 2008. La barbarie capitalista está presente desde sus inicios y en su devenir ha superado varios límites a costa de la sangre y miseria del proletariado: hoy vemos como sigue intentando superar su contradicción fundamental acelerando las transformaciones del modo de producción capitalista y reorganizando por la fuerza  de las armas a los capitales dominantes, lo cual sólo puede profundizar la crisis –aniquilando literalmente población sobrante, expulsando el trabajo humano del proceso de producción y destruyendo la tierra para intentar valorizarse–. La guerra entre Rusia y Ucrania es consecuencia directa de esta crisis que obliga a los capitales y a sus Estados a las ya clásicas disputas por recursos, mercados y territorios, pero con una capacidad destructiva de un alcance nunca antes visto: la carrera armamentística así lo testifica. La confusión que genera entre sectores radicales no puede ser obviada, es ante esto que se hace necesario defender los principios revolucionarios indicando la naturaleza de la guerra en el actual contexto y la descomposición social en esa zona geográfica desde la caída de la URSS. El proletariado está recién levantando cabeza luego de la última derrota que sufrió tras el ciclo de luchas 60-70, y expresa que las necesidades materiales de nuestra existencia no solo ya no pueden ser resueltas por las relaciones sociales capitalistas, sino que éstas últimas han instaurado el riesgo de extinción[7]. Estamos, por tanto, en una situación histórica cualitativamente distinta, donde no existe nada parecido a la vieja clase obrera ni a su movimiento internacional organizado: hay que asumir de una buena vez que estas condiciones no volverán. Las promesas de seguridad y bienestar que el capitalismo publicitó por décadas, se diluyen por todas partes, y en su lugar acecha el estado de excepción permanente y una degradación creciente, sin precedentes, de nuestras condiciones de vida. Sin embargo, son las mismas condiciones que ha impuesto la disolución de estas antiguas formas de socialización y la crisis del capital las que han creado la base para un internacionalismo de nuevo tipo: al poner a todo el mundo en la misma situación catastrófica, la crisis estructural que padecemos, nos empuja a la alianza entre l@s explotad@s del mundo como una respuesta necesaria ante la crisis, ante la devastación del planeta y la amenaza constante de guerra, única solución realista contra la destrucción impuesta por la irracionalidad capitalista y su efecto sobre los seres humanos que padecen su socialización. Cada vez se vuelve más claro que solo hay dos opciones: comunidad humana internacional o apocalipsis capitalista.

 
Notas:

[1] Ver: “Antifascismo y extrema derecha: compañeros de armas en el Donbáss”: https://politikon.es/2014/11/14/antifascismo-y-extrema-derecha-companeros-de-armas-en-el-donbass/

[2] Ni siquiera la aplicación de la estrategia leninista del “derecho a la autodeterminación de las naciones” resiste análisis alguno; a principios del siglo XX, cuando aún los regímenes de algunas colonias no habían desintegrado totalmente las relaciones comunitarias, ya fue denunciada como contrarrevolucionaria por compañer@s como Rosa Luxemburg y las distintas izquierdas comunistas: “no hicieron otra cosa que prestar a la burguesía de todos los países limítrofes el mejor de los pretextos, y hasta la bandera para sus aspiraciones contrarrevolucionarias”. Hoy, un siglo después, esta propuesta demuestra ser una excusa y bandera para el imperialismo de la Federación Rusa. Por otra parte, el concepto de pueblo para referirse a la población de un país no tiene sentido alguno frente a una sociedad dividida en clases a nivel mundial.

[3] Que defiende el antisemitismo, la implantación de un único idioma nacional, el militarismo, el etnocentrismo, el criptoracismo, la homofobia, el antiabortismo, y la nacionalización de empresas.

[4] Estado hipercentralizado, aparato represivo omnipresente, conservadurismo valórico, chovinismo, militarización del trabajo, campos de concentración, persecución a la disidencia, etc.

[5] En este sentido recomendamos: “Fascismo / Antifascismo” de Gilles Dauvé; “Resumen de las Tesis de Amadeo Bordiga sobre el fascismo en 1921-1922” de Agustín Guillamón.

[6] A pesar de lo anteriormente señalado, es necesario que las minorías revolucionarias denuncien la guerra imperialista sin tapujos, frente a tanta desorientación y seguidismo programático burgués en que cae la izquierda, pero también sectores del anarquismo, frente a conflictos bélicos como éste. La agitación y la propaganda por el derrotismo revolucionario, el sabotaje y la deserción, aunque no sea efectiva en lo inmediato, es necesaria como perspectiva revolucionaria. En este sentido recomendamos leer los siguientes textos –entre muchos otros–: “Algunas posiciones fundamentales del internacionalismo proletario” del grupo Barbaria (https://barbaria.net/2022/02/26/algunas-posiciones-fundamentales-del-internacionalismo-proletario/); “¡Proletarios en Rusia y en Ucrania! En el frente de producción y en el frente militar… ¡Camaradas!” de Třídní Válka (https://www.autistici.org/tridnivalka/proletarios-en-rusia-y-en-ucrania-en-el-frente-de-produccion-y-en-el-frente-militar-camaradas/); “La guerra ha comenzado” del KRAS-AIT (https://www.iwa-ait.org/es/content/kras-ait-contra-la-guerra).

[7] Veáse: Camatte, Jacques (2021) Instauración del riesgo de extinción. Santiago: Vamos hacia la vida.

viernes, 7 de mayo de 2021

Solidaridad con la revuelta en Colombia: Abajo el genocidio estatal

Vamos hacia la vida
Santiago de Chile, 04/05/2021

¡Proletarixs del mundo, uníos!

Colombia es, desde hace cuatro días, escenario de una revuelta proletaria con características similares a la que sacudió a la región chilena durante las jornadas de octubre-noviembre del 2019. La continuación del ciclo de lucha abierto por las revueltas en Ecuador y Chile es un síntoma de que el capital, en su reestructuración postpandemia, está en una crisis de magnitudes históricas.

El impulso que volcó a las multitudes a la calle es una reforma tributaria (impuesto a la renta e IVA), que el proletariado colombiano comprendió, en una lúcida crítica práctica, como un modo de dirigir el costo de la catástrofe hacia la población.

La crisis del capital, que la pandemia sólo ha acelerado, es un proceso que se manifiesta de diversas formas, siendo las reformas tributarias una de ellas, que se suma a la destrucción acelerada y extendida de la naturaleza y a la expulsión de grandes masas de asalariados fuera del proceso productivo -con la creación de población descartable para el capital- y sus secuelas encarnadas en oleadas migratorias y un creciente crimen organizado alimentado por la miseria, entre otras manifestaciones que se harán cada vez más cotidianas. En este sentido, es prioritario comprender que cualquier intento de reforma es sólo un mecanismo para eternizar a este verdadero zombi que es el capital, perpetuando la relación social fetichista, superponiendo la producción de valor por sobre las necesidades humanas, en síntesis, destruyendo en el altar del capital todo a su paso.

La respuesta del Estado colombiano -como también ha sido la del Estado chileno, y la de todos los Estados del mundo- no puede ser otra que la represión sangrienta contra nuestr@s herman@s: al momento de escribir estas palabras de solidaridad ya van más de 20 muert@s, much@s compañer@s pres@s y herid@s, además de inmigrantes expulsad@s por participar activamente de las protestas.

Cali, una de las ciudades más grande de Colombia, ha sido militarizada el 30 de abril. Se han desplegado 3.000 policías: un verdadero déjà vu del 19 de octubre en Santiago de Chile. El problema no es solo Iván Duque, es el sistema productor de mercancías, que se ha mostrado tal y como es, evidenciando que el verdadero rostro de la democracia no es más que la forma que asume el capital para imponer su dominación, criminalizando y dejando sentir toda su brutalidad sobre quienes luchan por la liberación de esta forma nefasta de relación social.

La necesidad de articular la lucha a nivel internacional, de vislumbrarla contra todas las separaciones que se nos ha impuesto como humanidad con la irracionalidad genocida, es una realidad que nos explota en las manos: urge generar lazos de apoyo y continuar la lucha en los territorios para superar este mundo. El movimiento del capital sólo seguirá produciendo miseria y, frente a esto, la lucha de clases estalla, y seguirá estallando, en distintos tiempos y espacios producto de este movimiento: sólo el proletariado es capaz de frenar este sinsentido en que se ha convertido este mundo.

¡Sólo la revolución comunista internacional nos hará libres!

1 de mayo: Producimos nuestra ruina, arruinemos su producción

Vamos hacia la vida
Santiago de Chile, 2021
    
Cada primero de mayo es un agridulce recordatorio de nuestra historia como proletarios y proletarias.

Este día resume todas las contradicciones tanto de la sociedad de la explotación mercantil, como de la lucha revolucionaria por la superación de ésta, es decir, por una sociedad que esté más allá de la explotación del trabajo y de producción de mercancías, lucha que sin embargo ha acabado muchas veces con su reforzamiento.

De esta manera, el movimiento obrero tradicional, y sobre todo bajo la conducción de la socialdemocracia, se enfrascó en la lucha contra un polo de la relación social capitalista, es decir, contra el capital personificado en la clase capitalista, en los patrones, enalteciendo su propia identidad de trabajador y postergando, u olvidando, la abolición de la relación capitalista como tal. De allí que durante el siglo XX todas las revoluciones -pese a la existencia de minorías revolucionarias críticas con el proceso- terminaran en la modernización capitalista de los “países atrasados” (Rusia, China, Cuba, etc.).

Desde el origen mismo del capitalismo, su desarrollo y consolidación ha debido sortear la tenaz resistencia de comunidades humanas que se negaban a alimentar con sus vidas el brutal ciclo de producción y acumulación de valor. El primero de mayo nos recuerda esto con claridad: tras la demanda aglutinante de fijar en 8 horas diarias la jornada laboral, se encontraba la necesidad concreta de trabajar menos (recordemos que las jornadas se extendían normalmente por 12 o más horas).

A pesar de los años transcurridos desde mayo de 1886, actualmente el capital en su constante reformulación sigue perpetuando la explotación de la actividad humana ya no mediante las extensas jornadas laborales de doce horas, sino que a partir de la introducción de diversas tecnologías que amplían el espacio y el tiempo del trabajo hasta nuestros hogares con el llamado teletrabajo. Además, la misma dinámica del trabajo, producto del desarrollo tecnológico en las diversas ramas productivas, crea una creciente masa de seres humanos “sobrantes”, expulsad@s de las esferas directamente vinculadas a los ciclos productivos, extremando la precarización que sufren millones de personas alrededor del globo, lo que solo se irá incrementando en el tiempo. Quien pretenda retroceder a los pasados años “dorados” del capitalismo keynesiano, y seguir enalteciendo la ideología del trabajo, está condenado irremediablemente al total fracaso.

Considerando el hecho de que nuestra clase produce con sus esfuerzos toda la riqueza de esta sociedad, la izquierda del capital ha levantado el mito de que el socialismo sería la mera toma de posesión de ésta, de los medios que la producen y de su repartición “más justa”. Es cierto: todo lo que se produce, crea y construye es obra del proletariado, o más bien de su explotación, de su actividad enajenada. Pero el mundo que construimos bajo la dirección ciega de la necesidad de acumulación de capital es cada vez más invivible, la inmensa riqueza producida por esta sociedad es miseria generalizada para la vida de millones de proletari@s. La crítica al capital es necesariamente una crítica a la forma en que se lleva a cabo la producción de mercancías, a la descomunal devastación que genera inevitablemente del entorno natural, a las condiciones cada vez más horribles de subsistencia a la que nos condena: que mejor ejemplo que la actual crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus, a la que solo puede responder llevando al extremo su sistema represivo.

Esta sociedad ha fomentado también, con su culto al trabajo y al productivismo, la acentuación de la jerarquización sexista y de la relegación de las mujeres al plano invisible del capital en donde desaparece al considerar como natural su rol e improductivas sus actividades, inclusos las asalariadas. Silenciando la centralidad que posee su explotación para la creación y subsistencia de la civilización capitalista. La relegación al llamado “trabajo doméstico” y/o de cuidados ha llevado a generaciones de mujeres a buscar la posibilidad de una relativa autonomía de la que gozan la mayoría de los varones en el acceso a diversos ámbitos sociales, políticos y económicos.

La situación de la mujer y la dominación patriarcal no son meros vestigios de antiguas y retrógradas sociedades patriarcales, sino el muy actual resultado lógico y necesario de la presente organización capitalista de nuestro mundo. No es a través de la incorporación de las mujeres en esferas tradicionalmente masculinas como se superan las relaciones patriarcales, sino en la abolición de estas instituciones y las relaciones sociales que las engendran, mediante una lucha que reconoce su especificidad, que no hipoteca sus posibilidades por cantos de sirena que prometen una liberación luego de una revolución mitificada, y que no se reduce a una -por lo demás imposible en las actuales condiciones- participación igualitaria en la administración del mundo existente, como pregonan hoy con más fuerza los aparatos políticos de diferentes colores, que ahora se jactan de tener sus propios brazos feministas, luego de años de silenciamiento y, muchas veces, complicidad y encubrimiento del abuso de mujeres.

Trabajo viene del latín tripalium, que era una herramienta romana con tres puntas que se utilizaba como instrumento de tortura para esclav@s y re@s.

Somos actor@s del mundo. Nuestro acto es también cambio en la naturaleza y con la naturaleza, lo que a veces se confunde con la idea de que el ser humano, al modificar su realidad para sobrevivir, está “trabajando”. El trabajo asalariado, el trabajo que intercambiamos por un salario, es nuestro tripalium. Por eso defendemos nuestra vida frente al trabajo y todo lo que podamos arrancar lo arrancaremos de cuajo, cada mejora que podamos tomar la tomaremos sin dudar, pero también apuntamos a un horizonte llamado comunismo. Este horizonte no contempla el trabajo asalariado, contempla la acción en el mundo sin mediaciones, es decir, la distribución directa de los bienes sin la intervención del dinero, los salarios u otros mecanismos.

Hoy el carácter indispensable del trabajo, de nuestra explotación, para mantener las ganancias de la clase capitalista, se hace mucho más evidente con las medidas represivas y de control social que llevan a cabo todos los Estados en nombre de la crisis sanitaria, donde nos prohíben toda actividad comunitaria que no esté directamente vinculada con la producción y el consumo. Así, las actividades que conllevan mayor riesgo de contagio y expansión del virus, como el transporte hacinado, las condiciones inadecuadas en los lugares de trabajo y los grandes centros comerciales, siguen en funcionamiento, mientras reprimen brutalmente lo que se salga de esos estrechos márgenes. Esta realidad ya no podemos soportarla más.

jueves, 15 de octubre de 2020

[Chile] POR QUÉ NO VOTAMOS


* Nota de este blog: Sobre el plebiscito nacional de Chile de 2020?, un referéndum convocado para el 25 de octubre con el objeto de determinar si la ciudadanía está de acuerdo con iniciar un proceso constituyente para generar una nueva Constitución. A casi un año del comienzo de la revuelta en Chile se habla de "apruebo" o "rechazo".

Vamos Hacia la Vida
14 de octubre 2020

El ritual por excelencia de la democracia son las elecciones. El día en que se llevan cabo, una variedad de derechos quedan suspendidos mientras que al mismo tiempo los recintos de votación son resguardados por fuerzas militares y policiales. Este aparente contraste entre el acto más democrático de todos ocurriendo bajo vigilantes fusiles y libertades restringidas, no es sin embargo más que una de las más claras evidencias del inmanente carácter despótico del Estado y la sociedad organizada en torno a la acumulación capitalista.

“Esta vez sí será diferente”. “Ahora tenemos mucho en juego”. Todo proceso electoral es majaderamente promocionado como trascendental. Sin embargo, el plebiscito pactado para este 25 de octubre es quizás el evento que más se ha vendido en años bajo esta premisa. “Una oportunidad histórica que no podemos dejar pasar”, o “la batalla por la que pelearon nuestros padres y abuelos”, nos dice el progresismo/izquierdismo. “Debemos terminar con la herencia de Pinochet”. Y así, otra vez, la figura del sanguinario dictador se utiliza para conjurar la crítica radical y total contra la sociedad del Capital. Si durante la dictadura militar la crítica al capitalismo se escamoteó ante las peticiones democráticas de partidos que incluían también a sectores golpistas, si el “mal” fue personificado en Pinochet y la vuelta a la democracia fue impuesta como la meta a alcanzar, desactivando con ello el motor de las extensas jornadas de protestas y las organizaciones de base que brotaban en las poblaciones, hoy el repugnante asesino le vuelve a prestar sus servicios a la izquierda del capital para convertirse en el “símbolo” a derrotar. En el caso de que incluso se asuma que nada positivo para nosotrxs está garantizado luego de votar, al menos “el pueblo obtendrá un triunfo simbólico”, nos cuentan. Es decir, otra derrota disfrazada de victoria, otra vez la alegría que no llegará.

El 18 de octubre de 2019 una explosión de rabia lúcidamente dirigida contra las estructuras del Capital y sus esbirros sacudió todo el país. La revuelta se nutría de una generalizada toma de consciencia de la imposibilidad de un presente y futuro que valga la pena vivir, de seguir las mismas condiciones que nos han arrastrado hasta estos días. Un amplio espectro de nuestra clase, principalmente el proletariado juvenil, ya no se tragaría más la publicidad del sistema. Más allá de los delirios del facherío recalcitrante, tras la revuelta de octubre, que se extendió a cada rincón de este territorio dominado por el Estado chileno, no había ninguna organización ni partido político que la dirigiese. Era una rebelión espontánea pero no por ello menos clara ni coordinada. La autoorganización tomaba el protagonismo. Ningún aparato político lograba encauzar el ímpetu rebelde de aquellas jornadas. Tras años de ciclos de protestas y debate crítico/teórico en torno a ellos, el germen de la revuelta lograba esta vez expandirse.

Nada detenía la creciente conflictividad, expresada en la masividad de las manifestaciones callejeras y la intensidad de los enfrentamientos con los aparatos represivos policiales y militares. El toque de queda tempranamente decretado para intentar frenar por la fuerza la explosión proletaria no fue respetado en ningún lado. Las propuestas miserables del gobierno para intentar aplacar la rabia generalizada no hacían más que añadir combustible al incendio. En contrapartida, la represión mutilaba y cegaba a nuestrxs compañerxs, asesinaba a decenas de lxs nuestrxs, mientras millares eran detenidxs brutalmente, expuestxs a vejaciones y torturas sistemáticas. La izquierda oficial no podía dirigir nada, ni mostraba mayor intención de hacerlo. Más bien, como se evidenció luego, su apuesta era contener el estallido, asustada también frente a la diversidad de experiencias en que nuestra clase expresaba su ira y sus reivindicaciones. Las burocracias sindicales, como era de esperar, en su gran mayoría se mostraron también reticentes a la acción, y se limitaron a vociferar tímidas demandas y unos cuantos eslóganes carentes de contenido. La derecha política, obviamente, pedía a gritos el derramamiento de sangre, pero su legitimidad se desplomaba exponencialmente con el transcurso de los días.

El día 12 de noviembre, organizaciones sindicales y gremiales asociadas a la izquierda tradicional, agrupadas en la amorfa entidad llamada “Unidad Social”, se vieron forzadas a convocar una jornada de huelga general que, si bien la mayoría de los sindicatos no secundó oficialmente, sí fue de facto exitosa, pues el nivel de masividad y conflictividad en las calles no permitió que ese fuera un día laboral normal. Ni aquel, ni los inmediatamente siguientes. Es así como, durante la madrugada del 15 de noviembre, la casi totalidad de los partidos políticos con representación parlamentaria firman entre cuatro paredes el llamado “Acuerdo Por la Paz Social y la Nueva Constitución”, que salvaba al gobierno y con ello también al congreso. Es decir, el histórico Partido del Orden jugaba una de sus últimas fichas. Durante la mañana siguiente, algunxs despistadxs celebraron como un triunfo aquel pacto pacificador. El pueblo, suponían, obligaba a la clase política a dar una respuesta concreta: se hacía posible cambiar la constitución, la demanda con que la izquierda del capital pretendía desde hace años hacer proselitismo y obtener réditos electorales, y objetivo declarado de organizaciones ciudadanistas.

Transcurridas solo horas del mentado pacto, Abel Acuña, joven de 29 años, caía muerto en Plaza Dignidad mientras era parte de las manifestaciones, víctima de un paro cardiorrespiratorio agudizado por los gases tóxicos de la policía, mientras el carro lanzaguas apuntaba su chorro directamente a la ambulancia que lo atendía, bajo incesantes descargas de bombas lacrimógenas y perdigones que incluso hirieron al personal de salud que lo intentaba reanimar. Desde su misma concepción, el pacto de pacificación venía manchado con sangre. Con todo, estuvo muy lejos de calmar los ánimos. Pero era una jugada a largo plazo, pensada en encorsetar toda la intensidad desplegada durante aquellas semanas dentro de los márgenes de las campañas electorales, en transformar las nacientes organizaciones de base, las Asambleas Territoriales, en plataformas para las elecciones. La parafernalia democrática debía secuestrar y contener, como explícitamente lo afirmaron diversos voceros del partido del orden, de izquierda a derecha, la tendencia rupturista que tendía a la revuelta en una naciente revolución.

El objetivo fundamental del proceso constituyente que se abre con el plebiscito y sus opciones por el “apruebo” o “rechazo” es eliminar la amenaza del cuestionamiento concreto, profundo y radical, de las relaciones capitalistas como tales y las instituciones que las protegen, lo que equivale a poner en riesgo la legitimidad misma de la política burguesa y sus casi indiferenciables juglares, partidos y alianzas.

Si bien a los pocos días de iniciada la explosiva revuelta, la demanda de una Asamblea Constituyente que diera paso a una nueva constitución fue acogida con simpatía dentro de buena parte del movimiento, puesto que aún no se había superado el sentido común propio de la ideología dominante, que ve en el Estado un organismo neutral y capaz de llegar a representar los intereses populares, ni siquiera este anhelo ingenuo era tomado en consideración en la fabricación del acuerdo cocinado por las cúpulas de los partidos políticos. Una serie de trabas burocráticas hacen desde un principio absurdas las promesas de cambios efectivos profundos tras el proceso constituyente. De partida, no se conformará una asamblea constituyente como tal, sino que, a lo más, se da la opción para votar por una “convención constitucional” que falazmente es presentada por los aparatos políticos de izquierda cómplices del acuerdo como el equivalente de ésta. Por otro lado, persisten una serie de mecanismos que hacen que los sectores más conservadores puedan controlar lo que finalmente se escriba en la eventual nueva constitución, gracias al famoso quórum de los 2/3. Por si fuera poco, el sistema electoral no sufrirá variación, lo que significa que seguirán siendo los desprestigiados partidos políticos los que finalmente impondrán sus candidatos y, por tanto, las ya fútiles esperanzas puestas en ser protagonistas o siquiera escuchadxs en esos espacios de la política burguesa se enfrentan de entrada con un muro infranqueable.

“Pero puede ser un avance”, nos replican. No hay que dejar de “dar la pelea”. ¿Un avance hacia dónde? Este tipo de razonamientos dejan intencionalmente fuera la verdad de que estos procesos están diseñados para hacer impotentes nuestros esfuerzos y luchas. Si la única respuesta o “conquista”, como insisten en llamarle algunxs, obtenida de parte del poder luego de la imponente revuelta iniciada en octubre, fue este plebiscito y propuesta de reforma constitucional, mientras nos reprimían de la forma más brutal ¿qué más debemos esperar?

Los partidos que se ufanan de haber logrado la vuelta a la democracia, de haber derrotado al tirano “con un lápiz y un papel”, que por 30 años usufructuaron del modelo diseñado en dictadura, hoy nos invitan a cercenar nuestro movimiento y volverlo en contra nuestra, bajo la promesa de una nueva constitución que actualice la economía capitalista y les otorgue una renovada legitimidad.

No es tan solo que este proceso constituyente sea insuficiente, sino que es un mecanismo histórico para desarticularnos, para subordinar toda actividad autónoma a los intereses de la política electoral: para transformarnos en masa manipulable y negociable a la que recurrir para, en el mejor de los casos, meter presión por un par de leyes moderadas y artículos constitucionales altisonantes, a costa de la pérdida de autonomía y horizontes propios.

Ya su papel se evidencia hoy en los organismos que el propio movimiento gestó durante su revolución: las asambleas. Todos los necesarios y urgentes debates quedan nublados por la agenda electorera, y los partidos ya comienzan a fracturar todas las experiencias, aislando a quienes cuestionan la vía institucional desmovilizadora o muestran iniciativa propia, ofreciendo candidaturas y cargos tras bambalinas, sembrando con ello la desconfianza y reduciendo las instancias a meros aparatos propagandísticos de tal o cual campaña.

El último recurso ante el derrumbe de todo argumento medianamente racional para justificar el acarreo a las urnas es el del moralismo culpabilizante: “votaré porque el pueblo va a votar y yo estaré con él”, “voto porque la señora de la pobla dice que va a votar”. Cuando esto lo afirman los funcionarios frenteamplistas, no es más que una mentira. Ellxs quieren que votemos porque lo que les interesa es el mantenimiento de este orden social tal como está, sin mayores modificaciones. Cuando lo dicen personas más cercanas, que sostienen algún tipo de anticapitalismo, parece solo una excusa. “La señora de la pobla” se transforma en una figura mítica a la que apelar moralmente. Pero esas señoras de la pobla son nuestras madres, tías, abuelas y vecinas con quienes compartimos espacios y experiencias, y a quienes no escondemos nuestras posiciones ni tratamos de manipular condescendientemente.

Ya llevamos siglos de derrotas acumuladas siguiendo el mismo guión. La respuesta del partido del orden frente al estallido ha sido de manual: represión, encuadramiento, desmembramiento y más represión.

Más de 2.500 mil personas, según informaron organismos de DD.HH., estuvieron en algún momento encerradas en las prisiones de diferentes ciudades a lo largo del país por haber sido partícipes de la revuelta. Hoy siguen siendo centenares. El cobarde pacto firmado el 15 de noviembre del año pasado ni siquiera tuvo la mínima decencia de poner como condición su liberación y un cese del actuar criminal de los aparatos represivos del Estado. Por el contrario, cada semana caen más compañerxs, mientras un manto de impunidad protege a los esbirros.

La función fundamental de todo Estado es proteger los intereses de la clase dominante, de aquella que vive gracias a la explotación de las demás. Toda modificación dentro del Estado es entonces nada más que un reacomodo en las formas en que se lleva a cabo la dominación social. Pero para subsistir y justificarse, el aparato estatal debe presentarse a sí mismo como una entidad neutral encargada de regular la sociedad, de amortiguar los conflictos que surgen dentro de ella para evitar el colapso y el caos. Debe convencernos de que no es posible vivir si no es mediante él.

Hay sectores que realmente aspiran a una gestión más “social” del capitalismo. Para ellos, efectivamente una nueva constitución puede significar un avance o incluso un triunfo en sí mismo, puesto que su triunfo es contenernos. Pero nosotrxs ya no podemos seguir aplazando nuestras necesidades vitales. Debemos develar los mecanismos de encuadramiento de la institucionalidad capitalista, presentados por todo el abanico de partidos de izquierda y derecha que la sostienen. Debemos criticarlos y atacarlos. Debemos defender la autonomía de nuestra clase frente a toda intervención politiquera, frente a toda intención de interpretarnos con el lenguaje propio del poder.

El “Apruebo” y el “Rechazo” no son más que opciones de la casta política para dejar todo igual.

Nuestra apuesta es la autonomía, la acción directa, la construcción de comunidades de lucha genuinas y opuestas a las instituciones de la clase dominante, sus partidos y sus lacayos. Por eso no votamos, porque más allá del voto mismo, de la mitificada raya en el papel, el proceso constituyente en sí es la carta de quienes no quieren perder su poder, de quienes viven a nuestra costa, de quienes se aterran al vernos actuar y pensar por cuenta propia, criticando la miseria capitalista desde sus mismos cimientos.

domingo, 2 de agosto de 2020

CONTRA LA REPRESIÓN ESTATAL Y PARAPOLICIAL EN EL WALLMAPU


Vamos Hacia la Vida
1 de agosto 2020

Durante la noche del sábado y madrugada del domingo se sucedieron en tres comunas de la Araucanía dolorosos episodios de servilismo nauseabundo y despreciable racismo. Las municipalidades de Curacautín, Victoria y Traiguén se encontraban ocupadas por comunerxs Mapuche como forma de presión, en solidaridad con los presos políticos que llevan más de 90 días en huelga de hambre. Estas formas de lucha se suman a una serie de otras acciones solidarias y de sabotaje, las que han gatillado la represión más dura por parte del Estado chileno, amparando a su vez a grupos paramilitares y de ultraderecha ligados a intereses latifundistas y de diversas industrias y gremios patronales (forestales, agricultores, transportistas). Fueron estos grupos, en evidente complicidad con los aparatos tradicionales de la represión estatal (policías y militares), los que organizaron violentos desalojos de los edificios tomados, convocando a turbas serviles que se agrupaban entonando diversos cánticos racistas. Mujeres y niñxs fueron insultadxs y golpeadxs, casi linchadxs, y posteriormente detenidxs por la policía. Se quemaron también algunos vehículos de lxs comunerxs movilizadoxs y un rewe –importante símbolo espiritual mapuche- en Victoria. Imágenes que inundaron de ira y pena los corazones de quienes empatizamos con todas las manifestaciones de lucha contra la miseria del mundo capitalista.

El 31 de julio, el recién nombrado ministro del interior Víctor Pérez, siniestro personaje de la derecha más rancia, ferviente pinochetista y con estrechas relaciones con Paul Schäfer y Colonia Dignidad (que, además de secta inspirada en ideas fascistas, funcionara como centro de detención y tortura durante la Dictadura), visitó precisamente la ciudad de Temuco para dar una señal de apoyo a todos los grupos reaccionarios y anti-Mapuche que operan en los territorios en conflicto y, por lo visto en la última jornada, para coordinar los horribles ataques racistas que presenciamos.

El gobierno encabezado por Piñera, atravesado con crisis internas, hace rato viene optando por reforzar su base de apoyo más conservadora y fascistoide, incapaz de recuperar cualquier atisbo de apoyo popular que lo aleje de las históricas e inéditas cifras de rechazo que se ha ganado por su criminal actuar desde la revuelta del 18 de octubre, incluyendo el asesino rol que han jugado en el manejo de la pandemia del coronavirus. El nombramiento de un ultraderechista como Víctor Pérez es una clara señal de esta deriva en pos de una represión totalmente desbocada, que recurre al fomento de cuadrillas nacionalistas, las que desde luego contarán entre sus filas con los siempre despreciables pobres con vocación de vasallos, tal como vimos este fin de semana.

Por su parte, la Izquierda en su más amplio espectro, que fue incapaz de lograr alguna mínima conducción de la revuelta proletaria, revuelta que desbordaba los medios y fines de todo el aparataje político, incluyendo los supuestos “críticos”, y que con mucho esfuerzo ha introducido la consigna de una “nueva constitución”, plebiscito pactado con sangre mediante, no puede tampoco abordar las reivindicaciones Mapuche de territorio y autonomía (y por tanto, expulsión de las industrias capitalistas, forestales y agrícolas principalmente, de las zonas en conflicto) sin traicionar su existencia anclada en la sociedad burguesa: la política como esfera separada de la sociedad, como gestión del Estado siempre capitalista. Pretende simpatizar con su lucha, con sus demandas, y levanta como bandera, queriendo emular la constitución del gobierno -obviamente- capitalista de Evo Morales y el MAS boliviano, y crear así la figura de un Estado plurinacional que integraría al fin al pueblo Mapuche. Por supuesto, eso es un sinsentido. Las comunidades Mapuche no son chilenas, y sus reivindicaciones apuntan a dejar en claro aquello. No es la participación en un Estado nacional que a ellas se les presenta incluso más ajeno que a todxs nosotrxs, lo que podría solucionar de alguna manera el conflicto. Como obviamente tampoco lo hizo la constitución boliviana plurinacional: en cuanto los intereses de los capitalistas nacionales e internacionales chocaron con los de las diversas comunidades originarias de ese país, el Estado no tardó en tomar partido por los primeros; no podría ser de otra manera, el Estado ES SIEMPRE el instrumento de la clase capitalista.

La lucha del pueblo Mapuche se enmarca en una historia centenaria de resistencia a la imposición de las relaciones capitalistas, que desde tiempos de la conquista del continente americano por la corona española vienen expandiéndose y enraizando, masacrando a las culturas originarias, en un proceso de despojo y proletarización forzada, tal como aconteció en todo el planeta. Las formas de vida de estos pueblos, muchos de ellos sin jerarquías políticas definidas en su interior, entraron en abierta contradicción con el progreso de la civilización del Capital, teniendo que pagar por ello con sangre. Y mucha sangre es la que ha corrido. Pero esta tarea genocida la profundizaron y llevaron al paroxismo los estados independientes y republicanos. Es el Estado chileno, y no la corona española, el que mediante su ejército lleva a cabo la “Pacificación de la Araucanía”, masacrando a lxs Mapuche e integrándolos en su territorio, a costa, claro, precisamente de robarles sus tierras y condenarlos a la miseria.

Es contra este Estado que las luchas de las comunidades se dirigen. El mismo Estado contra el que nos alzamos desde siempre, y en este siglo, con mayor fuerza desde el 18 de octubre pasado, en todo el territorio denominado por las castas dominantes como Chile. La expulsión de los intereses capitalistas del territorio ancestral mapuche no va a lograrse por las vías institucionales que propone el reformismo progresista; el percibido aislamiento de esta lucha respecto a otras expresiones del movimiento proletario “chileno” debe ser disuelto precisamente al reconocer como un mismo combate, con todas sus diferencias y contradicciones, el que llevamos a cabo todxs quienes debemos alimentar con nuestras vidas la acumulación de capital.

En las multitudinarias manifestaciones que se sucedían a diario durante las jornadas de revuelta, abundaban por miles las “banderas mapuches” (bandera que por cierto es creada recién en la década del 90 por parte de una agrupación particularmente proclive a la política institucional. Las comunidades mapuche no tenían una bandera nacional propiamente tal, pues el concepto mismo de nación y su fetichismo simbolizado en una bandera son propios de la burguesía moderna, reutilizando simbolismos de sociedades de clase predecesoras). Es ahora cuando esa afirmación de solidaridad se debe hacer carne. Pero no solamente en la necesaria participación de actividades específicamente solidarias con esta lucha, sino fundamentalmente en la comprensión y en el asumir un antagonismo abierto y radical con la sociedad capitalista y todas sus instituciones, para de una vez por todas poner la vida misma, el respeto por nuestra historia y nuestra diversidad, en el centro de nuestras prioridades. Para crear una verdadera comunidad humana rica, heterogénea y solidaria.

lunes, 8 de junio de 2020

Esto ya comenzó: es la guerra de clases


Vamos Hacia la Vida
8 de junio de 2020, Chile.

El actual ciclo mundial de revueltas inaugurado en 2018-19 con los ‘chalecos amarillos’ en Francia no deja de dar buenas nuevas. Si bien el contexto del coronavirus y el consecuente despliegue represivo estatal había logrado bajar la masividad e intensidad de los embates proletarios callejeros, son precisamente estas mismas condiciones agobiantes las que hoy reactivan los focos de conflicto: estallan las primeras revueltas de hambre tanto en nuestro territorio como en otros países de Latinoamérica, el desempleo se torna insostenible alrededor del mundo y la utopía capitalista del equilibrio mercantil se desmorona a ojos de todxs. El Estado se revela incapaz de responder a las urgencias de la pandemia y a las necesidades humanas más básicas. La irracionalidad capitalista desperdicia de tal manera la energía humana que prefiere mantener una “nueva normalidad” a media marcha, perdiéndose en esta maniobra miles y miles de empleos, antes que asumir la ineficiencia de la libertad del mercado, de la oferta y la demanda y de la lógica del trabajo abstracto. Las imágenes que nos llegan desde la “Gran América”, el país de la libertad y las oportunidades, solo confirman esta cuestión. La revuelta propia de este periodo, con cada vez más violencia se posicionó en el centro de la dominación capitalista en occidente, ocupó las calles y se lanzo orgánicamente contra los símbolos de su dominación: tal como pasó acá en Chile, bancos, tiendas y comisarías sucumbieron ante la iracunda energía proletaria, desarrollándose en esta ola la comunidad humana que no considera razas ni etnias ni subculturas y se levanta como una sola contra el viejo mundo; la juventud proletaria que se niega a ser domesticada.

¿Por qué acotamos este ciclo a los últimos dos años? Podríamos entender como parte de este mismo proceso la revuelta griega, la primavera árabe o los disturbios que sacudieron este y otros países en 2010-2011, y probablemente estos sean un precedente fundamental, pero aún así la expansión virulenta que veíamos con especial sorpresa hace unos pocos meses en nuestro territorio con tremendas batallas y acciones directas a lo largo de la mayoría de las regiones de este país, marca un salto cualitativo que debemos reconocer. Revueltas que se extienden por meses y se expanden por distintas ciudades, que dan como fruto distintos tipos de organizaciones y que desestabilizan efectivamente la normalidad capitalista. Para nosotrxs, con sus límites y debilidades propias de su época, se trata de un proceso revolucionario embrionario global, tal como lo fue el que se llamó “Segundo asalto proletario a la sociedad de clase” (1968-1977).

Si nosotrxs vemos en la actual ola de revueltas el inicio de un proceso revolucionario no es por la mera cantidad de tiendas saqueadas, y tampoco quiere decir que no lo entendamos como un fenómeno lleno de ataduras históricas; este proceso, del cual formamos parte, expresa una multiplicidad de lecciones para nuestra clase que ninguna lectura de los procesos revolucionarios anteriores, por más atenta que sea, logrará compensar y hemos visto como esto se ha cristalizado en una rearticulación ofensiva del movimiento proletario. Esto lo hemos relacionado siempre con el surgimiento de organizaciones de clase que han trascendido a la revuelta misma y que por ejemplo hoy en nuestro territorio están ejerciendo labores directas en las comunidades[1]; con la voluntad del poder proletario que ha movilizado a estas organizaciones y con el diálogo de contenidos revolucionarios en su seno.

Volvemos a insistir: tenemos conciencia de los innumerables límites de todo este proceso, pero no nos sentaremos a negar una realidad que explota en nuestras caras y apostaremos siempre a su fortalecimiento. Por otro lado, ha sido la misma reacción desde la contra revolución, y lo trastocado que se han demostrado los hechos desde entonces, los que nos van confirmado esta cuestión, y es que cuando hablamos de una presente revolución no estamos hablando necesariamente de un desarrollo automático del contenido comunista, aunque así lo quisiéramos, sino a un proceso real donde se trastocan y derrumban las viejas formas de dominación y que nos posiciona en un momento decisivo, donde aceptar la brutalidad del futuro que la burguesía proyecta o lanzarse a la incertidumbre de transformar la historia, con la cuota de urgencia que eso significa.

La revuelta en Estados Unidos representa un hito que solo confirma lo que hemos expuesto. Si la tensión cada vez más presente en la vida de todxs lxs proletarixs a lo largo de las dos últimas décadas solo hacía preguntarse cuando esto explotaría, el fenómeno del coronavirus parece haber acelerado esta condición, y demostró explosivamente al proletariado de EE.UU. la fuerza que poseía, de igual manera como en Chile se presentó repentinamente tras un tiempo de supuesto ascenso del “fascismo”. No podemos dejar de identificarnos con la revuelta estadounidense pues entendemos en carne lo que significa que un simple hecho pueda desatar la potencia revolucionaria. Por otro lado, aunque incapaz de consolidarse en el nuevo escenario, el proletariado en Chile no ha sido todavía derrotado, y sus minorías revolucionarias siguen su curso asociativo independientemente de si encuentran la forma de auto convocarse como lo hizo en Octubre, y eso nos da la certeza de que esto solo es cuestión de tiempo; es de conocimiento popular también el nivel de tensiones en Medio Oriente y comprobamos actualmente que las amenazas omnipotentes y belicistas del imperialismo gringo no se corresponden ni en su tentativa imperialista, ni en su propio orden interno. Aunque sabemos que el capitalismo es mundial y ante la caída del imperio de unos se beneficiarán otros, entendemos en este comportamiento los signos terminales de un sistema enfermo.

Reconocemos los límites del disturbio y de la forma ritual del enfrentamiento con la policía; la idealización del “gesto” insurreccional es algo contra lo que el movimiento revolucionario en este territorio ha luchado por décadas, pero somos capaces de entender el cambio de paradigma entre el disturbio parcial -de uno o dos días, meramente reivindicativo- con la revuelta cuando esta a lo largo de las semanas empieza a afectar a la economía nacional y la comunidad de la burguesía; hay que ser capaces de identificar y comprender los límites prácticos y teóricos del actual despliegue internacional de luchas proletarias, pero sin dejar de apreciar el divorcio social masivo y en actos con la normalidad burguesa. En el caso de las primeras y aún pequeñas revueltas de nuestro territorio que comienzan a reemerger, y también en el caso de los disturbios en EE.UU., es la ligazón consciente entre los órganos de clase, las asambleas y/o formas de organización directa que puedan crearse, con la ofensiva en la calle la que determinará el futuro próximo de la revolución[2]. El poder de lxs proletarixs no se manifiesta en las espectaculares fotografías incendiarias, sino en su capacidad de incidir e integrar formas comunitarias de vida que vayan ganándole terreno a la separación capitalista y estatal, en terminar de corroer y destruir una mentira histórica que ya se cae a pedazos, incapaz de lanzarse un salvavidas a sí mismo.


Notas:
[1] Principalmente en la ciudad de Santiago –pero también, en regiones-, en donde habitan cerca de 6.200.000 personas, tanto las Asambleas Territoriales, como diversas organizaciones sociales de base asentadas en poblaciones y barrios populares, han desarrollado una labor crucial para la alimentación de miles de familias en medio de un contexto de cuarentena total, con una cifra de cesantía oficial que llega al 15% – pero sabemos que es mucho mayor-  cerca de 500.000 empleos suspendidos sin pago de salarios (“Ley de Protección al Empleo) y con un 30% de la fuerza de trabajo informal que no ha podido salir a la calle a conseguir dinero. La proliferación de ollas comunes, redes de abastecimiento colectivo, cooperativas de consumo, y la autoorganización a través del apoyo mutuo y la solidaridad de clase, en varios lugares coordinadas territorialmente en “Cordones”, han sido un pilar fundamental para resistir este embate del capital.
[2] En el caso de la incipiente revuelta en EE.UU., sobre todo ante la generalización del saqueo y el oportunismo de los medios oficiales en su tarea de dividir al proletariado entre manifestantes buenxs y malxs, tal y como se orquestó en Chile, será un pacto social transversal del Partido del Orden el que permitirá apaciguar al actual movimiento. Por su parte, será la organización asamblearia y directa de la clase la que podrá contrarrestarla.

https://hacialavida.noblogs.org/post/2020/06/08/estamos-tocando-a-tu-puerta-es-la-guerra-de-clases/

viernes, 24 de abril de 2020

Covid-19, lucha de clases y el futuro de la revuelta en la región chilena

Vamos hacia la vida
Abril 2020

El 18 de abril se cumplió un mes desde que el gobierno encabezado por Piñera decretaba estado de catástrofe por 90 días a raíz de la propagación del coronavirus entre la población: de esta forma se formalizaba abiertamente, con la excusa de proteger a las personas, la dictadura democrática del capital que había sido expuesta por la revuelta proletaria que comenzó el 18 de octubre. Desde entonces el antagonismo entre la economía capitalista y las necesidades humanas se ha hecho evidente, y millones de personas han podido experimentar en carne propia que, en una sociedad que no está organizada para la satisfacción comunitaria de las necesidades humanas, la propagación de un virus tiene el carácter de una desgracia para la población trabajadora forzada a tener que elegir entre la muerte por virus o la muerte por hambre, entre enfermarse o dejar de pagar el alquiler. El COVID-19 ha venido a profundizar las contradicciones de la vida capitalista, acelerando el proceso de crisis y recesión económica generalizada que se venía gestando desde el año 2008. El coronavirus, de hecho, no es más letal que otras enfermedades, pero su importancia y su efecto en la sociedad capitalista mundial puede ser explicado por el contexto global en que se inserta su aparición. En realidad, el mayor detonador del alto número de muertes y contagiados no es otro que la organización social capitalista, y esto aplica no solo en lo que respecta a este nuevo virus, sino que puede generalizarse a los millones de muertes que cada año se producen en el mundo por enfermedades curables en una sociedad en la cual un rico jamás morirá por tener demasiado dinero, pero un pobre siempre morirá por carecer de él.

La verdad es que la catástrofe más inminente se cierne desde hace mucho tiempo sobre nuestras cabezas, de ella han existido varias y sorprendentes pruebas a las cuales no se ha reaccionado con la misma alarma que se reacciona al COVID-19. El océano es un basurero de plástico, el material radioactivo se acumula sin cesar, las especies animales se extinguen masivamente, los bosques y selvas más fundamentales para la biósfera arden en llamas y el ártico se derrite cada año a una proporción que supera con creces las estimaciones anuales de los científicos. En la región chilena, en pleno auge de la pandemia, el gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago encarna perfectamente la lógica homicida del sistema al declarar que “la economía también trae salud” y que “no podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas”. En realidad, la dictadura democrática del capital desde el principio de la pandemia ha estado en línea con los razonamientos del gerente, y su estrategia de “cuarentenas progresivas” no es otra cosa que una administración empresarial de la muerte, en la cual se condena al contagio a un número indeterminado de personas hasta que la entidad gubernamental considere que ya ha sido suficiente y, solamente entonces, aplica cuarentena al sector donde se han detectado mayor cantidad de contagios confirmados. De hecho, ya se preparan para una pronta apertura del comercio a gran escala y del retail, e incluso anticipan estar preparando un retorno a las clases presenciales en las escuelas durante el mes de mayo.

Sin embargo, cuando la necesidad se vuelve la regla, todo lo inútil es abandonado. La pandemia también ha venido a darle profundidad a la experiencia colectiva de los meses de revuelta, y el proletariado de la región chilena ha podido experimentar de forma concreta que un mundo sin escuelas y sin trabajos inútiles es posible. Es por ello que capitalistas, gobernantes, burócratas y policías están desesperados para que volvamos a la normalidad del capital (ya le llaman oficialmente la “nueva normalidad”), al trabajo incesante y al encierro en los centros de adoctrinamiento. Con todo, no han podido evitar lo inevitable y la normalidad capitalista se ha visto interrumpida en lo fundamental, obligándonos por fin a vivir nuestra propia vida, sin los miles de subterfugios que, más mal que bien, sostenían lo insostenible. Y esta vida nos ha golpeado con toda su realidad, con todo lo dulce y agraz que pueda tener. Se ha abierto un espacio para resolver nuestras propias contradicciones que hasta ayer se escamoteaban a un futuro inexistente, absorbido por la marcha de la mercancía, o que se ahogaba con alcohol u otras de los cientos de drogas y distracciones que produce el capital para seres que hemos sido reducidos a la infantilización y dependencia más vergonzosa. Por otro lado, la demanda aumentada de psicólogos vía “streaming” evidencia lo aberrante de una normalidad en la que miles de personas ocultaban su malestar interior bajo el sometimiento a una rutina frenética y sin pausa, manteniendo la organización psicológica a costa de aplastar su humanidad. No vale la pena una cordura que se mantiene al precio de un escape constante, es preferible una locura que tiene sus pies bien puestos en la tierra, y eso es justamente lo que ha traído la pandemia: ha puesto a las personas a pensar seriamente, quizás por primera vez, sobre su propia vida.

Este hecho no escapa a la vista y la consciencia de quienes nos dominan parasitando nuestra vida, y día y noche conspiran para evitar que pasemos demasiado tiempo fuera del redil del trabajo, la distracción y el consumo. En las últimas semanas los medios de comunicación no cesan de hablar sobre la crisis económica que resultará de la paralización parcial de la producción y el consumo masivo, y ya dejan entrever que será la clase trabajadora quien deberá pagar las consecuencias de la crisis del capital. En este sentido, el FMI augura que América Latina será una de las regiones más afectadas por la crisis, y en su informe Chile se destaca como una de las economías más dañadas. En esta misma línea, en su discurso del 19 de abril Piñera oficializaba la nueva ofensiva gubernamental sobre el proletariado al declarar que vamos a tener que ajustar nuestra actividad diaria a la mentada “nueva normalidad”, augurando de pasada que el virus va a permanecer al menos dos años rondando la sociedad. No nos engañemos: no es el virus el causante de estos cambios, sino que simplemente ha sido el detonante de unas transformaciones que ya se dejaban entrever con el estallido de revueltas proletarias en varios continentes. El estado de excepción no se acabará con el fin de la pandemia, ni en Chile ni en ninguna parte del mundo. La clase capitalista mundial ha dado un paso y no volverá atrás.

Ante este nuevo escenario histórico, hemos de prepararnos en cuerpo y espíritu para luchar, porque quienes gobiernan nuestra vida encarnando la lógica del capital están dispuestos a arrastrar a nuestros hijos a la calle, a abandonar a nuestros padres a su suerte y sacrificar las vidas que sean necesarias para perpetuar la marcha mortal de la economía. Y lo están haciendo. En cuanto a esto, el virus ha logrado lo que no pudo alcanzar la revuelta: nos coloca al pie de la encrucijada que estructura ocultamente la totalidad de nuestras vidas: la economía o la vida. El proletariado de la región chilena ha realizado grandes proezas durante la revuelta, pero una parte de la clase trabajadora se vistió de amarillo para defender el supermercado y la farmacia del barrio. Pues bien, ahora que el gobierno se prepara para forzar la vuelta a escuelas y trabajos, y que el supermercado y la farmacia demuestran no tener miramientos al cobrar cada vez más caros los productos esenciales, en muchas personas comienza a madurar la certeza de que cuando llegue el momento tendremos que tomar por la fuerza aquello que nos venden a cambio de nuestra sangre. De nosotrxs depende, porque lo que está en juego es histórico. O los capitalistas y sus esbirros imponen el estado de excepción que sitúa la economía por sobre la vida, o nosotros imponemos nuestro propio estado de excepción. O se vinculan todas las verdades que están saliendo a la luz o nos adentramos juntxs al matadero.

Contra toda perspectiva del colapso del capitalismo producto de este virus o de otra catástrofe presente o venidera, consideramos la autoemancipación de la humanidad proletarizada como la única crisis terminal del capitalismo. Y no por azar ni tampoco porque esta afirmación se corresponda mejor con nuestros deseos particulares, sino porque el colapso del capital necesariamente tiene que ocurrir como el producto del enfrentamiento y aniquilación de sus propias contradicciones internas, de la cual la relación de explotación de la humanidad asalariada es la fundamental. La sociedad capitalista ha sobrevivido -y sobrevivirá fortalecida-, a cualquier crisis o movimiento social reivindicativo que no liquide sus bases fundamentales: clases sociales, mercancía, capital, valor, trabajo asalariado, democracia y Estado.

En otras palabras, para llevar a la realidad las consignas más lúcidas de la revuelta, para conquistar una vida que valga la pena ser vivida, el proletariado de la región chilena va a tener que adoptar la consigna radical: revolución o extinción. Desde ahora en adelante, la injusticia se volverá cada vez más escandalosa, porque este virus es la primera de varias crisis cada vez más crudas por venir, en las que convergerán la depresión económica y la degradación de las condiciones materiales de vida de la humanidad proletarizada, con una profundización de los efectos de la devastación capitalista de la naturaleza. Hasta el momento, el partido del orden capitalista ha soportado los embates de la tormenta proletaria, y se ha mantenido en el poder sin llegar ni siquiera a jugar la carta de la dimisión de Piñera. Más aún, en medio de la pandemia y del estado de excepción ha suspendido indefinidamente el plebiscito de abril, una maniobra que durante el verano le permitió a la burguesía ganar tiempo y energías mientras la mayoría del proletariado perdía la suya esperando conquistar una mejora en sus condiciones de vida aprobando la realización de una nueva constitución. Es decir, no solo el Estado está lejos de ser sobrepasado, sino que demuestra haberse fortalecido parcialmente durante la crisis sanitaria y ya anuncia en el presente su ofensiva a futuro. Como sea, en medio de una crisis general del capital el Estado no tiene ninguna mejora concreta que vender al proletariado, y la represión ha demostrado ser su lenguaje más efectivo para lidiar con el estallido de la rebelión.

Las puertas del devenir están abiertas, y la lucha de clases será el elemento determinante de todo lo que ocurra desde ahora en adelante. Si la revuelta tiene un futuro más allá de los límites democráticos, si es capaz de convertirse en revolución, dependerá únicamente de la capacidad de la humanidad proletarizada para realizar una salida común de la barbarie a la que nos arrastra el capital.