martes, 15 de noviembre de 2016

Nos están matando


Nos están matando. En nuestras casas, en el trabajo, en las escuelas, en las comisarías, en la calle. Nos matan a los golpes, linchados, violadas, empaladas, desangradas, torturadas, envenenados, empastillados, encerradas, enfermos, depresivos. Nos matan porque es fácil, porque se puede, por portación de cara, por mujeres, por pobres, por putas, por salir a la calle, por querer tener sexo, por negarnos. Nos matan porque sobramos, en un mundo donde la ganancia es más importante que la vida, donde sometidos aprendimos a vendernos como mercancías y a ser tratados y a tratar a los demás como objetos, como medios para alcanzar un fin, como si fuésemos cifras cuantificables, como lo es todo en este sistema de muerte. Nos matan porque nuestra humanidad y vitalidad son opuestas a esta vida de miseria y porque son el germen de su destrucción.

El asesinato brutal, misógino y antihumano de Lucía en Mar del Plata es una chispa que desata la rabia, la frustración, el asco, el odio y la necesidad de terminar con esta masacre despiadada. «Paro cardíaco por empalamiento anal» realizado por hombres normales —y no monstruos—, hijos sanos del Capital, que tuvieron la frialdad de lavar el cuerpo y llevarlo a un hospital. Se responde con indignación y con una rabia masiva, aun en un necesario clima de catarsis, luego de siglos de invisibilización que sale de casa a la calle, de la conversación al grito, del aislamiento a juntarse masivamente en marchas autoconvocadas.

Sin embargo, cada caso se trata de manera aislada, y los dedos señalan al Estado en su supuesta ausencia, al gobierno de turno, a los medios de comunicación, a las políticas educativas, como si algo pudiera cambiar profundamente acudiendo a la legalidad o a través de nuevos discursos integradores. Algunos piden justicia y más intervención estatal, más policía, que se cumplan las leyes, que la democracia “funcione”. La democracia funciona. El Estado y su policía garantizan la trata a nivel nacional.

Otros, comprendiendo que poco se logra pidiéndole a los mismos opresores, apelan a sus semejantes a través de pintadas. Entre muchas que solo refuerzan posturas identitarias, hay muchas otras con la verdadera intención de poner en común, reflexionar, agitar, denunciar y desahogarse. Del mismo modo, salir colectivamente a la calle, saca de la esfera privada lo que nos quieren hacer tragar que son problemas particulares, personales, en los que no habría que meterse.

Por otro lado se pide la integración de nuevos contenidos en las escuelas, que se instruya a los niños para que sean mejores ciudadanos que sus padres, para que no roben, no maten, no violen ni sean violados, pero al mismo tiempo para que trabajen obedientes sometidos a una vida de miseria. ¿Cómo es posible enseñar a un niño a no violar y a no ser violado, si al mismo tiempo se le enseña a ser un empleado sumiso, eficaz y obediente, o por el contrario, un exitoso patrón? ¿Hasta qué punto puede esto funcionar, si la instrumentalización de la vida está presente en todos los momentos de nuestra existencia, en cada aspecto de nuestra vida cotidiana?

La misma sociedad indignada por estas cuestiones es aquella que cada domingo propone en los estadios de fútbol la violación como una amenaza: «Los vamos a coger», «les vamos a romper el orto». Aquella que concibe la sexualidad como instrumento de poder, es la misma que se horroriza cuando ocurren estos “excesos” que no salen de la lógica diaria. Mientras tanto, cada vez más personas comprendemos que lo personal es lo social, y que una de las llamas que permiten dar calor a la lucha por acabar con esta penosa existencia es poner en cuestión todas las relaciones sociales en las que existimos. No luchando por un nuevo mal menor: que maten y agredan a menos mujeres… Cuando decimos «ni una menos» es enserio.

La desoladora realidad que nos toca a todas las explotadas y explotados no va a cambiar ni con mejor y más educación, ni pidiendo justicia, ni haciendo más pintadas (y esperando que los obedientes las toleren), ni abocándonos a la especificidad de alguna minoría oprimida ni alentando a la venganza. Y no es porque estemos en contra de la venganza, ésta es la respuesta que tenemos más a mano como individuos que no aceptamos pasivos la brutalidad, sin embargo sabemos que aislada no soluciona nada. La salida al problema no es cuantitativa, no porque más personas violadas maten a sus violadores la situación va a cambiar, no porque más mujeres pinten más paredes la realidad va a ser mejor. Además de dejar salir nuestra bronca, de expresar la violencia en lo inmediato, también tenemos que pensar en lo que hay detrás de todas estas violencias individuales, pensar en la violencia general, en las condiciones generales que la permiten, por qué se genera y cómo destruirla. Esto es tan o más urgente como matar al que nos mata. Lo que hace falta es ir a la raíz: se trata de destruir las condiciones materiales que reducen nuestra vida a un producto aprovechable o prescindible según las circunstancias, la instrumentalización de nuestros cuerpos y su sometimiento a las necesidades de este sistema que nos deshumaniza y atomiza hasta la muerte.

# de Boletín La Oveja Negra.
# Rosario (SF - Argentina) Octubre de 2016.
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Palabras de lucha hacia la raíz


En los últimos años asistimos a todo un movimiento social que aborda la “cuestión de la mujer” desde distintas ópticas, vértices y formas. Así, libros, páginas webs, agrupaciones de todo tipo, marchas, programas de televisión, diarios y también los ámbitos cotidianos hacen presente este tema, generan opinión, debates, algunos encuentros y desencuentros.

Esta cuestión muchas veces se presenta aislada del resto de las problemáticas con que nos encontramos cada día sobre–viviendo en el capitalismo. Sin desconocer las particularidades y especificidades, es importante luchar contra la lógica capitalista, casi como una advertencia, al momento de pensar estas realidades.

La ideología dominante nos dice que el capitalismo siempre estuvo acá, que siempre hubo escuelas, que siempre trabajamos y morimos en los trabajos, siempre formamos familias, parejas monógamas y heterosexuales y que, además, siempre hubo una diferencia radical entre una esfera pública y una privada, en la cual los problemas “personales” e “íntimos” no tienen origen social (son naturales) y, por tanto, son problemas individuales y deben ser solucionados de esa forma.

Tirando por tierra toda esta basura, podemos empezar a pensar desde una perspectiva que no atomice los problemas, sino que los historice y los ponga a jugar como parte de lo que son: un sistema de muerte, de ganancia y valorización constante en el que las necesidades y padecimientos de los seres humanos no son relevantes. Porque el capitalismo no es solo un modo de producir objetos–mercancías, es una relación social y como tal se ha desarrollado y modificado a lo largo de la historia, moldeando la explotación de todos y los vínculos que establecemos, impregnando incluso aquellos ámbitos o actividades que parecieran escapar a la lógica capitalista.

La mujer ha sido explotada y subordinada por el capitalismo desde sus inicios y de distintas formas a lo largo de la historia. Este desarrollo no es lineal ni exento de contradicciones. El Capital y el Estado fueron diseñando ideales y roles femeninos diversos según sus propias necesidades, sostuvieron y reforzaron la subyugación e invisibilización del trabajo doméstico de la mujer, naturalizándolo al mero rol femenino en un “equilibrio armónico” con el masculino, ambos necesarios al sistema productivo. Acompañando este proceso se separó hombres de mujeres y se los enfrentó en polos opuestos y funcionales. El hombre como trabajador fue el administrador principal del salario que repartía en el seno familiar para la reproducción de la futura fuerza de trabajo. Por lo tanto, se lo concibió como el protagonista principal de la producción social. Sin embargo, la reproducción de la sociedad capitalista corrió por cuenta de todos los explotados y explotadas.

Esto no ocurrió siempre del mismo modo, antes hubieron de sucederse otras muchas separaciones en la reproducción de cada ser humano y de la sociedad en su totalidad. La tierra y los cuerpos fueron sometidos al principio de la propiedad privada, enajenados y regulados desde la Iglesia y el Estado.

La división social del trabajo, los ciclos históricos de exclusión e inclusión de la mujer en el mercado de trabajo asalariado, la caza de “brujas” y la imposición de atributos diabólicos que culminarían en su contrario, en la mujer virginal y pasiva, determinaron los roles adecuados al proyecto de sociedad que se instauraba a la fuerza. Yendo un poco más lejos aún, hoy encontramos otro rol que coexiste y que presenta a una “supermujer” que mientras no abandona su “vocación” maternal en la esfera privada, busca posicionarse, en la esfera pública, como profesional exitosa y que aprendió a ciencia cierta lo que el sistema dicta: pisotear cabezas, ser egoísta y competir en el sistema.

Votar, tener un salario y, por lo tanto, penetrar en el mundo de la explotación laboral —el tiempo muerto en el que nuestra vida depende de un horario, un patrón y obligaciones impuestas para poder consumir lo que el mercado nos ofrece—, ser profesionales, formar parte de las fuerzas represivas del Estado, son actividades que a lo largo de estos años nos han ido incorporando. Todo lo cual encima es propagandeado como un cambio en la sociedad, como un logro de las mujeres, como si nos susurraran al oído: «¡Muy bien! Pueden ser iguales a nosotros. Nuestro mundo es la única realidad posible, gracias por sumarse a contribuir a su crecimiento».

Mucho se ha dicho y se ha hecho en pos de la “liberación de la mujer”, mucho de eso sigue significando una mejor integración y adaptación en este mundo impuesto. La liberación y resistencia de la mujer ante un sistema que la necesita aplacada luchando por una ilusión de empoderamiento muy difícilmente podrá escapar de la lógica capitalista.

No se trata de estar agradecidas al sistema por permitirnos vendernos igual que los hombres en el mercado laboral o romper un poco el esquema psíquico de la pasividad que nos han inculcado resquebrajando el rol que nos impusieron para acomodarnos al siguiente que nos darán.

Sabemos que estos roles y relaciones sociales en las que estamos inmersas no están aquí desde siempre y no son eternas. Podemos destruirlas. Esa ha de ser la base que nos permita reflexionar sobre las particularidades de este tema y su imbricación con la totalidad del sistema que nos oprime.

Sabemos que las condiciones a las que nos enfrentamos no son nada sencillas y nos movilizan a preguntarnos muchas cosas: ¿Queremos mejorar nuestras condiciones en lo inmediato? Sí, claro, no queremos ser encarceladas por abortar, tratadas como cuerpos–objetos a los que violar y traficar, usadas para publicitar mercancías y otras tantas aberraciones. Pero, ¿para qué nos sirve pedirle al sistema que nos reduce a estos roles, nos encarcela y subyuga que cambie esta situación? ¿Por qué no pensar en la posibilidad de superar de raíz este estado de cosas? Son estas condiciones las que nos impulsan a luchar y es en la lucha donde vamos encontrándonos e inventando algunas respuestas. La imaginación y la creación son nuestras, destruyamos esta realidad y construyamos el horizonte que queramos.

# Anónimo, palabrasdelucha@riseup.net
Panfleto repartido por las calles de la ciudad de Rosario en Octubre de 2016 en el marco de Encuentro Nacional de Mujeres
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Y los súbditos reclamaban contra su propia sombra. La campaña #NiUnaMenos, cuestionada


Pocas veces, como en la campaña #NiUnaMenos, se ha visto un despliegue tan perfecto de unanimidad democrática, en que la condición para participar es, literalmente, no pensar en lo que se está haciendo.

¿Alguien en su sano juicio cree realmente que una marcha multituduinaria va a disuadir a los femicidas ocultos entre la masa de hombres que a diario se pierden de sí mismos en las urbes del capital?

No. En este momento ningún varón proclive al femicidio está reconsiderando sus ganas de violar y descuartizar a una muchacha; ningún hombre que odia a las mujeres se siente intimidado por la gran cantidad de marchantes del 19 de octubre. Y no: ninguna mujer debería sentirse más a salvo gracias a la campaña #NiUnaMenos. Si alguien creyó que esta campaña, con sus despliegues propagandísticos y sus marchas, iba a disuadir a los violadores y asesinos o induciría alguna reducción del riesgo de agresiones machistas, es que ya perdió la capacidad de pensar y sólo delira viendo sus propios deseos como fuerzas mágicas omnipotentes.

Dado que la marcha del 19 de octubre no va a disuadir a ningún femicida, y casi todo el mundo lo sabe, tenemos que preguntarnos para qué se marchó entonces. Es simple: por una necesidad de catarsis colectiva. Porque las recurrentes noticias de agresiones brutales contra mujeres producen una tensión emocional y psíquica insoportable que necesitamos liberar de alguna forma, ojalá acompañados, y sintiéndonos validados en nuestro malestar angustioso por lo que está pasando. Porque al no encontrar ninguna explicación razonable a la violencia que corroe la vida social, nos reunimos en grandes rebaños donde nos sentimos más seguros, más reconocidos y menos vulnerables que en el desierto helado de nuestras neuróticas relaciones personales.

Esta necesidad de catarsis no tiene nada de cuestionable, y quizás la pulsión gregaria que lleva a los humanos a buscar cobijo en los grandes rebaños, tampoco. Lo que es cuestionable es el efecto de unanimidad ideológica que esto genera: cuando miles o millones de personas están de acuerdo en sentir la misma necesidad de catarsis, rápidamente se aferran a patrones mentales estereotipados y simples que les ofrezcan una explicación sencilla para su propia conducta. Y una vez que han llegado a acuerdo sobre esa explicación simplificada, aumentan su sensación de seguridad al saberse portadores de una ortodoxia defendida por la mayoría. A partir de ahí, cualquiera que piense diferente y lo diga se vuelve candidato al linchamiento ideológico.

El mismo efecto de adhesión gregaria que antes se conseguía coreando "El que no salta es Pinochet", hoy se obtiene agitando la figura peligrosamente ambigua del "macho", que en rigor puede ser cualquiera que no muestre un acuerdo sumiso y entusiasta con las ilusiones de la mayoría. La condición para no ser condenado y lapidado -democráticamente, por supuesto, es decir en modo figurativo-, es nunca hablar del machismo o la violencia de género como si tuvieran alguna relación con otros aspectos de la vida real. Lo que hay que creer y repetir para ser aceptado por la masa es ésto: el machismo y la violencia de género son fenómenos tan profundamente arraigados en el ser del hombre, tan independientes de cualquier cosa que no sea el hecho de tener unos testículos entre las piernas, que cualquiera que intente relacionarlo con el sistema productor de mercancías, con la existencia de clases sociales, con el trabajo asalariado, con el Estado y con la alienación... tiene que ser, sin duda, un macho tratando de hacer aceptables sus propias ganas de quemar viva a una jovencita. La presión psicológica ejercida por la masa es tan poderosa que, al igual que en las procesiones religiosas de antaño convenía darse latigazos en la espalda o andar de rodillas frente al público para despejar cualquier sospecha de impiedad, hoy día a los hombres les conviene escenificar cualquier performance -ojalá lo más colorida,
inofensiva y simpática posible- para no perder el favor de las feministas y del público en general. No importa que en ese empeño terminen marchando juntos, cantando juntos y codeándose a gusto anarquistas revolucionarios con diputados socialdemócratas, feministas de derecha con comuneros mapuche, insurreccionalistas con cristianos progres... lo único que importa es demostrarle a todos que estamos de acuerdo en lo fundamental: a veces hay que guardarse las críticas y callarse la boca.

Las similitudes entre este clima de unanimidad represiva y el antifascismo de los años 30, son evidentes. En esa época, también, la aparición de un enemigo atroz identificado con el mal absoluto, sirvió a los amigos del capital para desactivar todas las expresiones de malestar social, canalizándolas detrás de unos reclamos que sólo reforzaban el poder del Estado y el orden de la explotación. Frente a la amenaza del fascismo, quienes hablaban de revolución social, de comunismo, de anarquía, fueron vistos primero como dementes y pronto como cómplices de Hitler y de Mussolini. En Chile, esta lógica seguía operando en tiempos de la UP, cuando la masa arrebañada prohibía cualquier crítica al gobierno de Allende acusando a los críticos de ser agentes del imperialismo.

Hoy, sin ir más lejos, la izquierda gobierna neutralizando las críticas bajo el pretexto de que todo el que la critique "le hace el juego a la derecha". Lo que está operando en el discurso feminista de masas, hoy día, es el mismo mecanismo de neutralización: no critiques, no problematices, o sea, no pienses, si no quieres caer bajo la sospecha de ser un "macho", un "violento", al fin y al cabo un potencial asesino de mujeres.

Pero tanta catarsis, tanta sublimación de tensiones psíquicas y tanta algarabía ciudadana-democrática, no pueden agotarse en sí mismas. Todo esto tiene un efecto político tan sencillo como eficaz: reforzar el poder de las estructuras que aseguran la dominación, fortalecer al Estado. ¿Por qué? Porque, dado que la marcha de ayer no ejercerá ninguna influencia directa sobre las actitudes de los femicidas ni de sus futuras víctimas, su único sentido práctico (aparte de la catarsis emocional) es, como lo es el de todas las marchas, enviarle un mensaje al poder. El mensaje es el siguiente:

“Exigimos nuestro derecho a que no se maltrate ni asesine a las mujeres. Este derecho, como todos los derechos, no es nada si no se lo hace valer, y sólo puede hacerlo valer quien tiene los medios prácticos para ello. Esos medios prácticos son medios de fuerza, medios que finalmente obliguen a los agresores a desistir de su violencia. El único que posee esos medios es el Estado, con sus policías, sus tribunales, sus psiquiátricos, sus sistemas de castigo y de vigilancia. Y aun cuando entre nosotros hay algunos que no le concedemos ninguna autoridad moral al Estado, reconocemos que sólo él puede darnos la protección jurídica que necesitamos, por eso exigimos al Estado que use sus medios de fuerza para garantizar el derecho de las mujeres a no ser abusadas.”

El #NiUnaMenos vociferado ayer por miles de personas en la calle y a través de sus cuentas de Facebook y Twitter, significa, entonces, ni más ni menos que esto:

"Nosotros, unánimemente indignados por la violencia de género, nos declaramos impotentes, perdidos e incapaces de hacernos cargo por nosotros mismos de esta violencia, lo cual requeriría que formemos una comunidad humana que en realidad no sabemos cómo formar, pues para ello tendríamos que criticar el contenido de nuestras propias vidas sometidas al trabajo asalariado, a la extorsión política, a la manipulación psíquica y emocional a través de los medios, al sinsentido de una vida que debemos comprar y vender. Nosotros, ciudadanos unánimemente indignados, hemos salido a la calle para sentirnos en compañía de nuestros iguales, y todos juntos nos hemos arrodillado una vez más frente a ti, Estado, consagrando así nuestra debilidad y nuestro extravío, el mismo que llenándonos de odio y frustración hacia nosotros mismos y hacia nuestros semejantes, nos convierte en potenciales asesinos y en víctimas disponibles para tantas pequeñas masacres."

La marcha del 19 de octubre fue, en fin, una rogativa hecha por los ciudadanos al Estado para que éste les proteja  de sí mismos. Ya que en medio de esa masa anónima de marchantes con rostros pintados, bailarines sonrientes y portadores de lienzos y banderas, en medio de la soledad generalizada de esa no-comunidad humana, nadie sabe realmente dónde están los torturadores y femicidas de mañana, ni sus víctimas.

A. U. 

# Octubre de 2016, Anónimo.
# Santiago de Chile

lunes, 7 de noviembre de 2016

[Grecia] Reivindicación de la ejecución de mafioso Habibi


Asumimos la responsabilidad por la ejecución del mafioso Habibi, que desde hace años estuvo en la vanguardia de los incidentes violentos hacia residentes y habituales en el barrio de Exarchia, culminando en el ataque asesino contra tres compañeros del Centro Social Okupado VOX, el mes pasado. El carácter paranoico de este individuo específico y la violencia despiadada que infligió a la menor provocación, le hicieron un potencial asesino en serie, el miedo y terror de la zona. El bullying, el robo y los apuñalamientos estaban incluidos en el repertorio de su presencia diaria en la plaza de Exarchia, dándole el espacio para pretender ser el líder con el que (supuestamente) nadie podría discutir. Con la fuerza de una horda de caníbales que le rodeaban, pero también con el respaldo de la mafia y la policía, actuó sin molestias vendiendo drogas y aterrorizando al vecindario, que estaba indefenso y e incapaz de tratar con él, subyugadxs a su poder y silenciadxs.

El miedo que causó su actividad criminal, le dio más y más audacia, ya que llevó a cabo repetidamente asaltos con intenciones asesinas ante los ojos de decenas de vecinxs, dejando tras él personas ensangrentadas y medio muertas, mientras él se quedaba en la zona sin ser molestado y orgulloso. Y esto porque, aunque era un drogadicto y un paranoico, sabía muy bien que no habría consecuencias para él. Porque él sabía que nadie intervendría, a causa de la consenso de sometimiento impuesto por el miedo. Porque él sabía que no sería arrestado, ya que siendo lo que era, un empleado de la mafia, era esencialmente un empleado de la policía también.

Sin embargo, su audacia demostró ser “suicida” al final, cuando cometió el error de atacar a tres compañeros anarquistas del Centro Social Okupado VOX, dañando a dos de ellos. La paciencia se acabó y la implementación de la justicia popular-revolucionaria requirió su sentencia de muerte. No sólo en el marco de la venganza por los compañeros heridos, sino también en defensa de un barrio afligido, que estamos segurxs que una vez oigan acerca de la ejecución de esta escoria se sentirá aliviado. Porque alguien tenía que tomar acciones. Por la restauración, incluso marginal, de las relaciones de poder en el barrio de Exarchia, por el recordatorio de que el brazo largo del para-Estado tiene que lidiar con el brazo castigador del movimiento.

Hablando de para-Estado, debemos aclarar que para nosotrxs la ejecución de este individuo específico, no se limita sólo a un golpe contra el “canibalismo” que reina en Exarchia. No percibimos la violencia “canibalística” como un fenómeno social generalizado. No somos sociólogos, sino que estamos posicionadxs en la clase que está en guerra con el capital y como tales entramos en batalla para ganar de nuevo Exarchia. Con esta orientación, esta ejecución específica se extiende también al conflicto físico con el conjunto para-estatal de la mafia/policía. Es decir, se extiende a la batalla contra una de las más duras expresiones del Capital. Y esto es porque Habibi fue reclutado por la mafia de Exarchia no sólo como uno más de las decenas de traficantes de droga que operan en la zona, sino también como un gendarme que violentamente guarda la rentabilidad fluida de sus jefes. El trasfondo rico de Habibi, que incluyó todo tipo de actividad antisocial, le hizo el secuaz, el perro guardián rabioso de la mafia en la plaza de Exarchia. Y fue el perro guardián porque esta violencia suya, al margen de ser psicótica e imprudente, funciona como una amenaza contra cualquiera que imaginase siquiera interrumpir el tráfico fluido de drogas. Contra, finalmente, cualquiera que molestase el reinado de la mafia en la plaza de Exarchia.

Ejecutando a Habibi, dejamos claro que nosotrxs disputamos con los hechos el reinado de los traficantes. Que nosotrxs también tenemos los medios para tratar con ellos y que si es necesario participaremos en una confrontación directa con ellos. Una confrontación que es histórica y políticamente imperativa. El clúster entre mafia y policía, a pesar de ser un fenómeno comprobado en numerosas ocasiones que ya no sorprende a nadie, en Exarchia es expresado con reveladores términos manifiestos. Aquellxs que viven, trabajan o pasan el rato en la zona,  saben muy bien que los puntos de venta de drogas no son zonas remotas, por el contrario se hacen cargo de los principales puntos alrededor de la plaza de Exarchia. También saben cuándo y por quién son vendidas las drogas, ya que estamos hablando de turnos de casi 24 horas llevados a cabo por individuxs que viven y se mueven alrededor de Exarchia. Saben qué comercios operan como fachadas para el lavado de dinero, quiénes son los líderes de la mafia, y dónde pasan el rato, visiblemente armados. También saben que el comandante de la comisaría de policía de Exarchia se reúne con algunxs de ellxs en un clima particularmente amistoso. Todo esto tiene lugar ante nuestros ojos todos los días y nadie dice ni una palabra. Y nadie dice ni una palabra porque el miedo o la indiferencia les dominan. Y aun peor, porque incluso entre las fuerzas más saludables en el barrio, domina la futilidad que nada cambia. De hecho , el rizoma de la red de matones , “anarquistas”, vándalos, grandes comerciantes, traficantes de droga y policías es profundo. Y es tan profundo que necesita un terremoto para ser arrancado. Este terremoto es nuestro objetivo, y para completarlo debemos inicialmente dividir claramente los campos. Quiénes somos y quiénes están contra nosotrxs. Así podemos medir y así la tolerancia, los tratos y el equilibrio entre dos botes cesa. No somos todo un barrio y no hay sitio para todxs nosotrxs en este barrio. Sería tragicómico para la policía reclamar la ignorancia sobre personas y situaciones y peor todavía sobre la incapacidad de intervenir por el miedo a lxs aanarquistas. Y seria tragicómico porque la policía hace redadas, tortura y arresta a lxs anarquistas con una habilidad y crueldad particulares cuando hay enfrentamientos en la zona. ¿Por qué no puede pasar lo mismo con los traficantes de drogas, los matones y los secuaces? La pregunta obviamente es retórica. Y es retórica porque debido a nuestra posición como luchadorxs sociales, no podríamos denunciar la inactividad de la policía, implicando que necesitamos su intervención para resolver el problema. Por el contrario, lo que estamos probando al hablar sobre la ausencia-protección de la policía es la flagrante fusión de intereses, es la existencia de un frente para-estatal, que puede ser enfrentado por la gente en la lucha y sólo por ellxs. No nos engañemos a nosotrxs mismxs por lo tanto, esperando la ayuda de cuerpos e instituciones oficiales. Todos ellos estan en el ajo y nosotrxs estamos contra ellxs.

Por tanto la cuestión de Exarchia, concierne en su núcleo al enfrentamiento con los mecanismos de acumulación colateral de capital, es decir, estamos hablando acerca del para-Estado, acerca de la otra cara de la rentabilidad capitalista. La llamada para-economía es una red de tamaño inimaginable que trae miles de millones. Además, hoy la admisión de que los capitales “negros” rescatan el sistema bancario internacionalmente es particularmente característica, probando así no sólo el tamaño de los beneficios, sino también la agregacion de la economía capitalista “ilegal” y la “legítima”. Por tanto, dada esta agregación, es obvio que las mafias son la expresión organizada de la economía “negra”, por tanto también la organización lateral del mecanismo del Estado. Jueces/zas, periodistas, políticxs, empresarixs y maderos consisten en la junta directiva de la para-economía, usando como “hombres de paja” a los varios tontos útiles para hacer el trabajo sucio. Así, los traficantes de drogas de Exarchia, compuestos de elementos lumpen-parasitarios, “gorilas”, pequeños criminales y aspirantes a gangster, son simplemente los tontos útiles para la comisaría de policía de Exarchia y el GADA (Jefatura Policial de Atenas), los centros oficiales para controlar la venta de drogas. Esta escoria, que pretenden ser Escobar y no tener miedo, son chivatos comunes y asociados de la policía, son matones y disimulados porque sin sus protectores jamás se atreverían ya no sólo a poner la mano encima, sino tan siquiera a poner su mirada encima de aquellxs que luchan por el barrio de Exarchia.

Entendiendo el problema desde su raíz, llegamos a la conclusión de que la guerra contra las mafias es una guerra en el corazón de la acumulación capitalista, es una guerra anticapitalista. Por esto, no nos perderemos en fantasiosos esquemas teóricos que nos llevan a no enfrentarnos con la mafia porque el capitalismo existe (existirá) sin ellos también, decimos que finalmente deberíamos empezar desde alguna parte. Porque el capitalismo no es una relación abstracta, sino por el contrario una relación tangible, material y muy específica. Esta, la guerra para mantener un barrio limpio del fango de la basura capitalista que la mafia lava, no es una guerra de ideas, sino una guerra por el cambio de la correlación material del poder. Claramente, el barrio de Exarchia está plagado por una serie de problemas. El principio de todo esto, es la transformación de Exarchia en una zona de consumismo masivo, que atrae a la mafia y finalmente trae el deterioro político y cultural del área. La concentración de decenas de servicios de comidas, que cosechan la carga histórica y política de la zona y se lucran vendiendo un estilo de vida alternativo y pseudo-insurreccionalista, tiene como una consecuencia la reunión de miles de jóvenes con términos de consumismo y despolitización. Y exactamente aquí es donde la mafia encuentra un suelo fértil para florecer. Porque el área la zona produce innumerables ganancias de la “protección” de decenas de comercios e incluso más de la venta de drogas.

Es un hecho triste que los miles de jóvenes que pasan el rato en un barrio de constante agitación política, parezcan tener una falsa interpretación de la libertad, que termina confundiéndose con el uso de drogas. Las ideologías urbanas que nutrieron todo tipo de formas de “estilo de vida alternativo” apuntaron a la desorientación y a la afasia ideológica, promueven el uso de drogas como una supuesta experiencia liberadora, transformando a miles de jóvenes chavales en usuarios adictos o no y en “consumidores” que apoyan económicamente las organizaciones criminales de la mafia. Nosotrxs llamamos a todxs estxs chicxs jóvenes, que podrían y deberían estar de nuestro lado, a considerar que las drogas son un medio de sedación y no de liberación, les llamamos a no contribuir económicamente con la mafia, les llamamos a tomar una posición en esta batalla, ya sea dejando de pillar drogas o marchándose de Exarchia. De otra forma, mientras la lucha se intensifica, lxs usuarixs y la enorme demanda que ofrecen a los traficantes de drogas, tendrá que ser enfrentada incluso con violencia.

Hablando de la cuestión de las drogas y de la cultura de las drogas en general como un fenómeno que principalmente inunda a la juventud, somos absolutxs, afirmando que envenenar nuestro cerebro y nuestro cuerpo con sustancias, es una experiencia fugaz, un engaño de nuestros sentidos oprimidos y un falso escape de los problemas reales y comunes que nos infectan. Específicamente en las sociedades occidentales donde el capital ha invadido cada aspecto de nuestro mundo emocional, el concepto de la personalidad ha sido deconstruido, a través de su colocación en un entorno social alienado y asfixiante. El de la soledad, la inseguridad, la amputación emocional y la depresión. En una exigencia irracional y una vida insoportable. La búsqueda justificable de salidas, cuando es llevada a cabo bajo un estado de falta de conciencia de clase, conducirá de hecho a caminos díscolos. Las drogas son uno de ellos. Y son probablemente la expresión más dura del auto-castigo y la introversión, ya que la deseada “salida” conduce de nuevo a nosotrxs mismxs y a nuestros problemas en los peores términos. En otras palabras, no respondemos con violencia liberadora a la violencia forzada en nosotrxs por la sociedad de clases, sino con una violencia que está dirigida contra nosotrxs mismxs. Esto es por lo que como revolucionarixs, luchamos contra las drogas, que son un soporte para el refuerzo de la parálisis social, pero también un ataque directo a la parte más animada de la sociedad, la juventud. Hemos dicho antes que ya no hay habitaciones para todxs nosotrxs en este barrio. Y con esto no nos referimos sólo a la mafia, sino también al hooliganismo donde quiera que se exprese. Ya sea con un manto político, o apolíticamente y en crudo. La lucha por Exarchia, incluso si tenemos que entrar en un conflicto armado, no se preocupa de los medios de la lucha sino del contenido que representan. La batalla de Exarchia, es una batalla entre civilizaciones por la simple razón de que no hay dos bandas enfrentándose sino dos mundos. EN un lado el mundo del para-Estado y la podredumbre y en el otro nuestro mundo, de libertad, solidaridad y lucha. Sin embargo, la formación de nuestro campo no está completa sólo con llamados declaratorios a la batalla, sino con educación y conformidad con los estándares culturales del nuevo mundo que representamos. Esto es por lo que la batalla de Exarchia es una batalla contra el capital y su mafia, así como contra la corrosión interna del movimiento. Contra la cultura de las drogas, la indisciplina, el anti-socialismo y la violencia sin sentido. De otro modo, estamos condenadxs a perder esta lucha o, peor aun, a convertirnos en parte del problema. Es un hecho que cuando algo no está limitado en algún punto se expandirá tanto que acabará chocando contigo al final. Se esparcirá como el cáncer. Así que en el caso de Exarchia, donde el carácter por el contrario romántico del barrio, que siempre abrazó a lxs parias, a lxs intransigentes y a los desheredadxs, hoy demuestra lo contrario. No porque esta gente no deba ser abrazada, sino porque deberían ser incorporadxs con reglas fundamentales de solidaridad social. Deberían aceptar la oferta pero también ser recíprocos, probando en la práctica que la solidaridad no es la puerta trasera del caos y el canibalismo sino el epítome de la madurez social, a través de su habilidad para auto-institucionalizarse y operar en armonía. La solidaridad social es por tanto una cuestión de responsabilidad y no de simple tolerancia.

Más particularmente, cuando estamos tratando con elementos criminales-antisociales, el manejo de los cuales no es ajustado por alguna mano invisible, sino por nuestra capacidad para mantener, al menos, un equilibrio de fuerzas. Deberíamos mantener un ojo sobre ellos, imponernos sobre ellos y recordarles que están en un ambiente hostil. De otro modo los mafiosos y los hooligans se sentirán a salvo y fuertes, impondrán su hegemonía y nos eliminarán. Por tanto, en respuesta a las incomprensibles teorías como “Exarchia siempre ha sido así”, decimos que aquellxs que reivindican esto pertenecen a las fuerzas conservadoras, a aquellxs que eso es, con su actitud perpetúan la decadente situación en el barrio. Por tanto, desde ahora en adelante serán también considerados una parte del problema.

Exarchia es una de las regiones más cargadas políticamente de Europa. Allí, duras luchas han sido combatidas, compañerxs han sido asesinadxs por la policía, insurrecciones han comenzado, movimientos e ideas han nacido. La imagen de este barrio ahora se rinde a la decadencia de las drogas, el pseudoentretenimiento y el hooliganismo, es una imagen triste. Sin embargo, debemos admitir que refleja los problemas estructurales, organizativos e ideológicos de nuestro movimiento. En nombre de una latente “anti-autoridad”, que identifica los términos de la formación del frente proletario, en un nivel de ética y relaciones, con los términos con los cuales peleamos contra el mundo civil, olvidamos que tú no respondes a la brutalidad con caricia. Así cuando nuestras ideas sobre relaciones sociales se transforman en una ideología, y no en un constante conflicto para protegerlas, entonces se crean lagunas, y el poder del enemigo encuentra el espacio para sentarse en nuestra “anti-autoridad”. Todo es juzgado por las correlaciones materiales reales y no por nuestras visiones abstractas. Lo “Anti-autoritario”, por tanto, para sobrevivir en el entorno urbano donde evoluciona, y para convencer de que se trata de una propuesta realista de organización social, debe ejercer autoridad en sus enemigos. De modo está condenada al fracaso. Por otro lado, el significado más amplio de la tolerancia, que permite a los elementos antisociales actuar sin molestias en el barrio de Exarchia, plantea algunas cuestiones básicas. ¿Por qué somos (debemos ser) tolerantes a cualquiera que usando como coartada su identidad nacional o supuestamente política (la de un inmigrante o un “anarquista”) ejerce violencia antisocial, y no somos tolerantes a la sociedad local que justificadamente protesta contra ello? ¿Por qué son los primeros atribuidos como fuerzas amistosas y los últimos como pequeño burgueses y fascistas? ¿A quiénes nos dirigimos y quiénes son nuestros aliados? Aquí es donde entramos en las profundidades del carácter histórico del movimiento, sus distorsiones al respecto de la lucha de clases y su papel dentro de ella.

La tolerancia por lo tanto no es un cupón de libre contribución al que se le pone precio a la voluntad. Tiene un precio considerable. El precio de la responsabilidad. Y ante el peligro de convertirnos en parias en nuestro propio barrio, ser ética y políticamente asediados e incapaces de defender nuestro espacio vital perdiendo la credibilidad de una propuesta política responsable hacia la sociedad, nosotrxs decimos que esa responsabilidad es nuestra. Cueste lo que cueste. Por lo tanto, ¿cómo defendemos con los hechos la auto-organización en el barrio de Exarchia, dejado solo cuando somos amenazadxs? Seguramente no sea simplemente reivindicándolo como una formación abstracta, o como una estructura que no se comunica en ninguna parte con el mundo exterior. La auto-organización significa la forma (y no el contenido) sobre la que se componen nuestras fuerzas. Significa que tenemos la habilidad, con nuestras propias herramientas políticas y experienciales, de formar el campo proletario organizado contra la clase burguesa. Uniones, asambleas, comisiones, okupaciones, grupos armados etc. son la expresión física de la auto-organización, son nuestras armas contra el Estado burgués y sus instituciones. Y exactamente porque la auto-organización no significa islas y comunidades de libertad, sino puntos de elaboración, puesta en alerta y embate de las fuerzas proletarias, debemos protegerlas del reformismo, así como del enemigo de clase.

Las milicias como una forma de auto-organización, donde sea y cuando sea que apareciesen como una necesidad, defendieron lo colectivamente establecido, pero también el derecho de la gente y del movimiento a contraatacar la violencia de lxs capitalistas y de aquellxs que les sirven. Contra la policía, los militares, los fascistas y toda clase de paramilitares. Las milicias siempre fueron sangre de la sangre de la gente y del movimiento, porque sirvieron a sus necesidades y expresaron la respuesta colectiva a la pregunta de cómo nuestras luchas serán protegidas de la violencia de los jefes, y cómo nos defenderemos a nosotrxs mismxs contra nuestro amenazado derramamiento de sangre. Porque, al final, expresaron su aceptación de hecho de la violencia como un prerrequisito necesario en el desarrollo de la lucha de clases y los inevitables obstáculos que encuentra cuando es llevada a cabo con términos revolucionarios reales.

Hoy en Exarchia, a pesar de que estamos en un tiempo y espacio completamente diferente del que dio a luz a las milicias del último siglo, encontramos las mismas cuestiones que nuestrxs antepasadxs encontraron. Cuestiones de organización y defensa de la lucha contra la violencia del enemigo de clase. Incluso si es inapropiado proceder con reducciones automáticas y mímica, estamos obligadxs a releer la historia, estudiar las razones que crearon las guardias armadas y aprender de ellas. Por tanto, estamos hablando primero de contenido y segundo de la forma. Y esto es porque el contenido es común y concierne la necesidad diacrónicamente existencial del movimiento de defenderse a sí mismo. La forma que esta defensa tomará hoy en día, dada la violencia requerida por un lado y las particulares correlaciones vigentes por el otro, está en la jurisdicción del movimiento el analizarla.

Por tanto, en el marco de esta necesidad, de encontrar respuestas concernientes a las cuestiones de proteger a la gente y al movimiento, incorporamos también la ejecución de Habibi. Motivadxs por la necesidad imperativa de dejar de contemplar impasiblemente la caída de Exarchia, de no inclinar la cabeza a la violencia que recibimos de los matones que actúan en la zona, pero también abrir con madurez la discusión sobre los medios de batalla que la situación demanda, llevamos a cabo esta acción específica. Esta elección nuestra está dialécticamente conectada con las movilizaciones que están teniendo lugar estos últimos meses en Exarchia contra las mafias y el “canibalismo” social en general. Nosotrxs, evaluando positivamente estas movilizaciones, quisimos contribuir con nuestros propios términos. Porque antes de nada, la unidad es importante bajo un objetivo común e imperativo y no las identificaciones ideológicas. Porque la mafia nos ha declarado la guerra y no tenemos más tiempo que perder. De otro modo, todo el mundo levantará la bandera de la pureza ideológica, mientras al mismo tiempo nos convertimos en una minoría indefensa. Por lo tanto todo el mundo debe hacer su elección. Ya sea con el movimiento y su historia o solo con sus desilusiones ideológicas.

SON ELLOS O NOSOTROS, NO HAY SOLUCIÓN INTERMEDIA.

# Grupos de milicia armada
# Septiembre de 2016

Extraído (traducción) por: https://vozcomoarma.noblogs.org/?p=13083 
[Texto] Grecia – Unas pocas palabras concerniendo a la reivindicación de responsabilidad por la ejecución de Habibi: https://vozcomoarma.noblogs.org/?p=14120