Proletarixs en revuelta
08/11/2021, Chile
«Las primeras en ser excluidas estamos luchando para que todas las otras personas que están excluidas, niños, viejos, enfermos puedan reapropiarse de la riqueza social.» (El poder de la mujer y la subversión de la comunidad, Mariarosa Dalla Costa)
Un nuevo ocho de marzo pandémico nos encuentra. Lamentablemente, a pesar de la mediada visibilización de la violencia sistemática que vivimos las mujeres, la vida no parece dar tregua y las fotografías de jóvenes desaparecidas o asesinadas parece ser una realidad cada día más común, tornando la vida más hostil y violenta. Aun así, el constante cuestionamiento de las formas de denuncia social que el movimiento ha escogido para develar el óxido de las relaciones, se ha limitado a entornos que aparentaban estar limpios de violencia machista ya sea por su relevancia social, como es el caso de los centros de estudios, o por su crítica a la realidad, como son los ambientes políticos de “izquierda”. No obstante, el cuestionado movimiento de “funas” ha calado solo como forma de ventisca en lugares menos privilegiados, en donde la violencia no da tregua, demostrándose impotente a una realidad que se socava porque sus cimientos no buscan preservar la existencia sino que se orienta a alimentar el corazón de la forma de vida capitalista: la acumulación de riqueza.
Enfrentadas a este relato, es paradójico que justo este ocho de marzo, en donde el confinamiento ha implicado un aislamiento forzado que ha mermado la posibilidad de autocuidado y de hacer comunidad de forma efectiva, el foco de la lucha feminista sea el evento, como si la lucha se definiera cada ocho de marzo. Quienes convocan, la Coordinadora 8 de Marzo, presentan un video festivo, en donde nos muestran el empoderamiento femenino aludiendo a la manoseada belleza –a la huelga “acicala” y carnavalesca-, demostrando su interés de generar un movimiento masivo y poco profundo, de un contenido superfluo e inofensivo, luego de exponer la misma tendencia teórica al presentar un programa que intenta abarcar todas las luchas, en un extraño despliegue aparentemente interseccional que se torna vacío y, lo peor de todo, reaccionario puesto que demuestra la impotencia de su programa socialdemócrata que, renunciando a la revolución social, se conforma con humanizar el capital apuntando así a un desahogo vano que ignora el camino real de catástrofe al que caminamos como especie.
Así, la fecha se disputa, entre quienes se sienten convocadas por nuestra historia y por quienes se sienten marginadas de la misma. Todas quieren asistir al llamado en el centro, pero ahora es más relevante el quién se hace más visible, que el por qué estamos allí. Parece ser más importante definir quiénes somos las “verdaderas” mujeres y feministas, frente a qué haremos con nuestra historia presente llena de violencia. Este devenir ha culminado en una disputa identitaria en donde el feminismo parece ser una etiqueta exclusiva, deseable y pugnada por distintos segmentos sociales cuál de todos menos visible y más precarizado.
Este 8 de marzo pos revuelta social nos vuelve la cara con once mujeres asesinadas solo en lo que va del 2021. La realidad es que la guerra abierta hacia las mujeres en el espacio doméstico no va a desaparecer por proclamar que lo personal es político apelando a la conciencia y la autorregulación ética de una humanidad automatizada, el camino es a la inversa, es necesario disolver la escisión entre el espacio público y el doméstico, y eso solo se logra mediante la revolución social que recomponga la comunidad y organice la vida en torno a las necesidades de la especie en su conjunto, de quienes las mujeres somos parte al igual que todos los marginados.
Lamentablemente, la historia nos ha puesta en una encrucijada, a treinta años del anunciado “fin de la historia”, de la lucha de clases, el feminismo ha hecho eco a esa proclamación aludiendo a una izquierda anquilosada, reformista y derrotada que ha funcionado como mediador entre las fuerzas antagónicas que nacen y perpetúan esta realidad y que nunca buscó su autodestrucción sino que por el contrario, ser el ente gestionador del capital que le ha dado vida. Lamentamos que nuevamente la voz de la negación esté siendo acaparada por estas mismas fuerzas sociales, trayendo como consecuencia una popularidad tan inofensiva y digerible que hasta grandes conglomerados mercantiles, como Falabella y Baltica, hacen eco de las demandas de derechos que no afectan el normal funcionamiento de la vida capitalista.
En este sentido, es necesario apuntar a las raíces de las relaciones sociales violentas y recomponer el camino y para eso es fundamental observar el movimiento de la vida más allá de la experiencia individua que nos atraviesa, observar lo que mueve a la humanidad de hoy, lo que la hace levantarse de sus camas y les permite reproducirse alienadamente. Ninguna revolución individual ni deconstrucción es igual de potente que la comunidad restableciéndose y organizando sus medios de vida.
El ocho de marzo es un día donde recordamos a todas nuestras muertas y recorremos nuestra historia recomponiendo su camino, no es un día para ganar nada, como vocifera la canción, nada que valga nuestra vida se gana en un día, el inmediatismo solo ha sembrado la derrota. Este ocho de marzo no es más que una convocatoria que nos permite confluir para reconocernos en la lucha compartida y mirar en nuestras caras nuestra historia común, el dolor que no es ajeno a la precarización general de nuestras vidas que amenaza nuestra salud física y mental arrojados a un mundo en donde el narcisismo parece ser la única estrategia para sobrevivir muriendo.
¡De la emancipación de las mujeres a la emancipación de la comunidad!
lunes, 8 de marzo de 2021
[Chile] UN 8M PANDÉMICO Y SUPERFLUO
[Chile] ESCALADA REPRESIVA EN EL WALLMAPU: UNA NECESIDAD CAPITALISTA
Proletarixs en revuelta
03/11/2021, Chile
Durante las últimas jornadas, el conflicto en el Wallmapu se ha visto recrudecido, con un incremento en la frecuencia e intensidad de acciones reivindicativas, expresadas en diversas formas de sabotaje contra la infraestructura de la industria forestal (maquinaria, vehículos de transporte, instalaciones), ataques contra propiedades de latifundistas o empresarios y, fundamentalmente, en la toma de fundos y terrenos por parte de comunidades organizadas.
Estas acciones tienen objetivos inmediatos distintos, o establecidos en diferentes niveles, que van desde la reivindicación territorial misma, hasta la exigencia de liberación para las decenas de pres@s polític@s Mapuche y el cese del trato racista en los procesos judiciales en su contra. Así como diversos son los objetivos de estos medios de lucha, tampoco hay tras de ellos una única organización o un movimiento totalmente homogéneo, más allá de que las distintas organizaciones o formas de asociatividad Mapuche en lucha tengan objetivos generales compartidos, principalmente la recuperación y autonomía territorial.
En este proceso de lucha, que desde fines de los 90 y principios del presente siglo se ha vigorizado, la respuesta represiva estatal ha sido, como era esperable, brutal y terrorista, llevada a cabo tanto por la ex Concertación como por los dos gobiernos de la derecha con Piñera a la cabeza, defendiendo a sangre y fuego los intereses capitalistas en la región en conflicto (lo que hoy llaman “macrozona sur”). Este terrorismo de Estado se evidencia en la prisión política que tiene tras las rejas a decenas de comuner@s Mapuche, tras procesos judiciales desproporcionados y plagados de irregularidades, militarización del territorio con su correspondiente asedio y hostigamiento a las comunidades, terror específicamente dirigido hacia la infancia, con varios casos de niñ@s herid@s, secuestrad@s y torturad@s.
Ejemplos de esta represión brutal son trágicamente numerosos, pero basta recordar el reciente y aberrantemente desmedido operativo de la PDI contra la comunidad de Temucuicui, que tras la excusa de un allanamiento por cultivo y tráfico de drogas, movilizó a casi un millar de efectivos. Este operativo fue altamente cuestionado desde distintos sectores, incluidos los de la política burguesa, pues se demostró totalmente inútil en su supuesto objetivo, costándole además a la institución la vida de un efectivo, supuestamente muerto tras un enfrentamiento. Parte de la familia del funcionario responsabilizó a la institución y al gobierno por generar las condiciones para su muerte, y se reunió con la comunidad para manifestar su solidaridad con sus luchas. Durante esa misma jornada, era dictada la sentencia en contra de Carlos Alarcón Molina, paco que asesinó a Camilo Catrillanca el 14 de noviembre de 2018. Mientras escuchaban el fallo en la ciudad de Ercilla, la esposa, la madre y la hija (de solo 7 años) del comunero asesinado fueron violentamente detenidas. Las imágenes del brutal procedimiento, en el que se reducía a la niña y se le inmovilizaba contra el pavimento, junto a las otras dos mujeres, fueron ampliamente difundidas, causando un repudio generalizado. A esto se le sumó un audio que registraba los gritos histéricos de un desquiciado efectivo de la PDI, que amenazaba con matar a una notoriamente angustiada adolescente y sus acompañantes, durante el allanamiento a la comunidad ocurrido el mismo día.
El Estado pretendía vengar el procesamiento de uno de sus esbirros perpetrando el más grande allanamiento que se haya hecho en democracia. El operativo fue ampliamente cuestionado, pero su objetivo era continuar normalizando la creciente militarización de todo el territorio.
La violencia reaccionaria también ha sido llevada a cabo por civiles, bajo el amparo del gobierno. El 19 de febrero, guardias armados de un condominio privado en Panguipulli dispararon contra comuner@s que respondían a la violencia de estos matones a sueldo, que habían estado hostigando a personas que visitaban la ribera del lago. Uno de estos mercenarios asesinó de un disparo en la cabeza a Emilia Milén Herrera (25 años), conocida como “Bau”, en lo que también constituye un crimen de odio, dado que la comunera se identificaba como una mujer trans. La sangre no cesa de correr.
Según la misma prensa burguesa, durante enero y febrero se han llevado a cabo más de 60 tomas de terrenos en la zona en conflicto, lo que desata el pavor entre los representantes del Estado y latifundistas.
La campaña de terror que ya se lleva a cabo en el Wallmapu, y que ahora amenaza con intensificarse, debe ser comprendida más allá incluso de los márgenes de los objetivos de lucha de las comunidades en conflicto. Sin duda que es respuesta al movimiento que más daño concreto ha logrado provocarle a los intereses capitalistas actuando en la zona, pero también es la forma en que la clase capitalista y sus instituciones preparan la respuesta contrarrevolucionaria general. Organismos del capitalismo internacional como el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya prevén el surgimiento por doquier de revueltas a mediados del 2021, dado que la crisis sanitaria, como expresión de la crisis generalizada del capitalismo a nivel mundial, seguirá empeorando las condiciones de vida de millones de personas. En Chile, la experiencia de la imponente revuelta e incipiente proceso revolucionario de octubre de 2019 aún está presente. Si bien la crisis sanitaria del coronavirus y la desmovilización democrática llevada a cabo por el partido del orden en bloque y su “Acuerdo por la Paz” debilitaron y cerraron un ciclo dentro de este proceso, la conflictividad social se encuentra lejos de amainar, y las manifestaciones y diversas experiencias de lucha no han cesado de multiplicarse. Ante este escenario, nuestra clase capitalista ya alista la represión. En Wallmapu anuncia el terror estatal que pretende expandir a todo el territorio nacional, terror que además busca potenciar con la formación de cuadrillas paramilitares sustentadas por un poco numeroso pero ruidoso movimiento patronal, representado en la actualidad por el fascistoide APRA.
Por otro lado, como intento de respuesta ante la crisis mundial del capital y por su función en la economía global como país principalmente exportador, en Chile se incrementará la depredación contra el entorno natural mediante sus principales ejes económicos; minería, pesca-acuicultura, agricultura e industria forestal, siendo estas dos últimas la punta de lanza del capital en las zonas en conflicto en el sur. Las empresas no van a renunciar a dejarle tierras a comunidades cuando la dinámica capitalista les exige más y más extractivismo.
La lucha de las comunidades Mapuche por autonomía y territorio se opone frontalmente contra los intereses del capital en la región. Su éxito estará dado necesariamente por el desarrollo del movimiento social en todo el territorio. La solidaridad no es solo un valor al que aspirar sino una necesidad ineludible de tod@s quienes no podemos ya soportar más este sistema de muerte, que no puede existir si no es estrujándonos más y más, haciendo cada vez más precaria nuestra existencia. La solidaridad con las luchas en el Wallmapu contribuye a sabotear también la escalada represiva del poder político, que espera salir relegitimado luego de las elecciones de abril.
La solidaridad, por otro lado, no significa la renuncia a la crítica. No dejaremos de señalar en algunas expresiones del movimiento Mapuche la traducción de sus demandas bajo el esquema de las ideologías de “liberación nacional”, desarrolladas durante el siglo XX en varios países del “tercer mundo”, las que promovieron la colaboración de clases (“campesinos, obreros y burguesía nacional progresista”) bajo un discurso nacionalista, que resultó en la consolidación del capitalismo en zonas consideradas atrasadas.
Otro fenómeno a poner en cuestión es, por una parte, la acusación de cualquier acción directa por fuera del marco legal democrático como “montaje”, que suele verse con demasiada frecuencia en diversos espacios físicos y virtuales. De esta forma, se despoja de legitimidad toda acción efectiva de fuerza contra los aparatos represivos del Estado/Capital, y se denuncia a compañer@s de ser nada menos que infiltrad@s. Esta lógica nefasta debe ser frenada, lo que no significa dejar de estar atent@s ante maniobras estatales que efectivamente pueden ser calificadas maquinaciones desde el poder. Por otro lado, esto nos lleva también a tensionar acerca de la celebración de toda manifestación de violencia. Centrar las luchas solo en estas últimas conduce a subordinar el movimiento mismo a esta lógica, en la que finalmente el Estado y los defensores del orden se sienten como peces en el agua. Nuestros esfuerzos por derrotar las condiciones de miseria y a sus defensores, para imponer un nuevo mundo basado en la solidaridad, no puede negar la necesidad de organizar nuestras fuerzas para la autodefensa y el avance, pero tampoco puede hacer de este aspecto la columna vertebral del movimiento, ni menos aún, delegar estas acciones en aparatos específicos, lo que termina por parcelar y conducir a una lógica militarista el combate integral contra los intereses del Capital.
Finalmente, recordar el objetivo del proceso constituyente actual: preservar el orden capitalista. Debemos sacudirnos de la ilusión democrática de que una nueva constitución podría significar la mejora, siquiera en aspectos parciales, de nuestras condiciones de vida. La clase capitalista actual no puede ya dar ni mínimas concesiones. No es que solo no quieran, es que no pueden. Son esfuerzos vanos “exigirle” reformas, puro idealismo, cuyos resultados son el inmovilismo y la impotencia. La pretensión de una constitución “plurinacional” para solucionar el “conflicto Mapuche” es así también pura demagogia reaccionaria. Ningún Estado, cuya existencia es indisociable del Capital mismo, puede asegurar la continuidad de las comunidades humanas que se enfrentaron -y siguen enfrentando- a la expansión capitalista mundial. Su función es precisamente la opuesta, por más que el progresismo izquierdista lo oculte; el gobierno bolivariano en Venezuela ha devastado zonas naturales y masacrado comunidades indígenas, y lo pro
pio ha hecho el Estado plurinacional boliviano, con el conflicto en el TIPNIS, por ejemplo.
La única garantía contra el Capital y el terrorismo estatal es la solidaridad por abajo, por fuera y en contra de las instituciones de la política burguesa.
viernes, 28 de agosto de 2020
[Chile] ¿ANTES QUE PACA, MUJER?
Proletarixs en revuelta
23 de agosto
El femicidio de una paca perpetrado por uno de sus compañeros de fila, abre discusiones en el espacio virtual, al que hemos sido confinadxs como último espacio de socialización. El feminismo ha impulsado un espectro infinito de posibilidades de críticas y se ha extendido de forma transversal en el espacio público gracias al esfuerzo de compañeras, influyendo incluso en los medios de comunicación. Sin embargo, hoy vemos como ese potencial evidencia los límites de sus aportes en tanto análisis parcial de la totalidad.
La muerte de Norma Vásquez Soto es un femicidio, eso es un hecho incuestionable. Ella fue agredida y asesinada por ser mujer, en este sentido, es evidente que no reivindicamos, ni alegra este tipo de prácticas de violación, abuso sexual y asesinato, como tampoco reivindicamos la tortura y la violencia indiscriminada como método de lucha. Tampoco el punitivismo, encarcelar, o cancelar personas soluciona un problema de fondo que está anclado en las destructivas relaciones sociales propias de nuestra época. Todo esto no quiere decir que Norma sea merecedora de respaldo por quienes hemos vivido, en carne propia, lo que implica el monopolio de la violencia por parte del Estado ni tampoco que ser mujer sea sinónimo de inocencia y bondad.
Es alarmante que incluso luego de más de una treintena de asesinadxs en contextos represivos durante los meses de revuelta, un segmento de la población siga llamando a empatizar con la muerte de una paca. No obstante, esto es una posibilidad, que surge al entender el feminismo como un movimiento parcializado y enfocado en la integración en igualdad de condiciones de las mujeres en las dinámicas capitalistas. El feminismo podría ser un medio para que la mitad de la humanidad lea la realidad y apueste por la emancipación humana- entendida como la liberación de nuestra actividad de las garras de la apropiación privada, el dinero y el Estado, y, por cierto, de la dominación patriarcal- siempre y cuando sobrepase los límites del esencialismo identitario. De lo contrario, desde la lectura abstracta, se podría llegar a obviar que, a cuatro años del asesinato de Macarena Valdés, cuando la comunidad en lucha se ha volcado a las calles en su conmemoración, son estas mismas pacas y pacos quienes reprimen a nuestrxs compañerxs, y esa es la realidad material desde la que debemos enarbolar cualquier reivindicación.
Incluso el feminismo llamado de clase, que asume la perspectiva “interseccional”, se queda corto en este sentido. La clase no es un indicador más entre otros de algún tipo de opresión, es algo mucho más profundo que eso, es el antagonismo que mueve la realidad que nos han impuesto, entre quienes tienen los medios de producción y quienes no poseen más que su fuerza de trabajo para sobrevivir. Ser proletarix no es una creencia subjetiva, ni tampoco algo que reivindicar, es una realidad material que se debe superar.
Así, el feminismo como ideología separada, incluso en sus vertientes clasistas, no puede hacer una lectura completa de la realidad en la que vivimos por sí solo.
Desde el 18 de octubre y alimentado por el develamiento de las malversaciones de fondos cometidas, Carabineros de Chile ha estado en la palestra más que nunca, como lo que es: una institución nefasta. En este sentido, es necesario ser clarxs: todas las policías del mundo lo son, en tanto que su función es la preservación del orden capitalista, lo que incluye el reprimir y someter a quienes se levantan en lucha. Carabineros de Chile no es una institución reformable.
Al 20 de agosto de este pandémico 2020, se registran 23 femicidios consumados y 74 frustrados. Es sintomático de los caminos confusos que va tomando la “crítica” progresista, arrastrada por las abstracciones de igualdad ciudadana y el sentido común de la clase dominante, que nos cueste tantos debates discernir sobre cuáles son reivindicables y cuáles no lo son. Ante esto, cómo sería llevar hasta el fondo estos planteamientos: ¿No estamos todas, falta Norma? Disparando cegadores perdigones a quienes salen a luchar por transformar nuestras condiciones de existencia.
¡Por la emancipación humana!
¡Vamos hacia la vida!
viernes, 1 de mayo de 2020
[Chile] 1 DE MAYO: “ME MATAN SI NO TRABAJO, Y SI TRABAJO ME MATAN”
1 de mayo.
Levantarse en una mañana fría, sin haber descansado bien, pensando con angustia sobre el futuro. Ir a esperar micro o metro, junto a una gran cantidad de personas que, al igual que unx, deben ir al trabajo. El transporte también va lleno. ¿Cuál era la distancia segura? ¿Un metro y medio? ¿Dos metros? Lo único seguro es que es imposible mantenerla. La locomoción colectiva está hecha para transportarnos hacinadxs. Mientras más personas entren en un menor espacio, mejor. Mejor para los que lucran con ello, claro. Pero no importa. Debemos seguir. Llegar al puesto de trabajo, probablemente en un espacio cerrado, con mala ventilación, pocas y limitadas medidas de resguardo, exceptuando las que nacen de la propia iniciativa individual o colectiva. Y así toda la jornada laboral, expuestxs al riesgo que los medios se encargan de convertir en paranoia. Termina el día, vuelta a casa. Una hora o más viajando. Mismas condiciones insalubres que en la mañana. Y el hogar, que por todos los medios oficiales se publicita como un lugar seguro, en el que debiéramos encontrar cariño y refugio, a menudo no es más que una fría reanudación de las relaciones opresivas y mercantilizadas de la sociedad entera. Los casos de violencia y abuso contra mujeres y niñxs se multiplican. Pero no se puede escapar. Afuera, el toque de queda, la amenaza uniformada que hace unos meses ha vigorizado su impune brutalidad. ¿Dejarlo todo? Significaría asumir el hambre, quedarse sin techo, sin acceso a los mínimos servicios que este sistema puede ofrecer. Sí, el trabajo nos mata por acción u omisión. Y esta realidad, atenuados unos aspectos, recrudecidos otros, se repite en todo el país. En todo el planeta.
Y es que este mundo gira en torno al trabajo. Nuestro trabajo. Es decir, nuestra explotación. El riesgo de contagiarnos por COVID-19, de esparcir el virus en la población, no puede poner en riesgo la “vida” de la economía. Así lo han reconocido abiertamente empresarios y políticos. “Hemos optado por seguir operando, (…) parar es una sobrerreacción que no tiene sentido” (Arturo Clement, presidente de SalmonChile). “No podemos matar la actividad económica por salvar vidas” (Carlos Soublette, presidente de la Cámara de Comercio de Santiago). Arranques de honestidad de la clase dominante, que confirman lo que todxs, de una u otra manera, ya sabemos.
Para asegurar la continuidad de este modo de vida basado en la explotación, el trabajado ha sido revestido de un aura de santidad. Existe toda una moral construida en torno a él. Pareciera ser lo más natural del mundo: que nuestras vidas sean consumidas en labores la mayor parte del tiempo desagradables, cuya utilidad desconocemos o no nos interesa conocer, con el único fin de asegurarnos lo mínimo para sobrevivir y volver al día siguiente a producir. Y consumir. Sin parar.
Pero la actividad humana creativa, intelectual y física, no se despliega bajo la forma del trabajo como se nos presenta hoy. Todo lo contrario. Se encuentra secuestrada y sofocada por este. La función del trabajo en la sociedad capitalista es solo generar ganancias para la clase propietaria. De esta forma, la humanidad queda despojada de la capacidad de decidir sobre su presente y porvenir. Se encuentra alienada. Física y mentalmente. Son las cosas que producimos en la explotación del trabajo, las mercancías, las que finalmente nos poseen. No nosotrxs a ellas, aunque paguemos por tenerlas. El salario con el que pagamos es la fracción que la clase capitalista nos asigna, luego de quedarse con buena parte del valor que generamos (plusvalor), para que sobrevivamos y mantengamos en circulación las mercancías y el dinero. A su vez, el trabajo determina roles en la sociedad dependiendo de nuestras características biológicas (sexo, “raza”), que perpetúan y maximizan sus beneficios.
Ahora, quieren acostumbrarnos a su desvergonzadamente anunciada “nueva normalidad”. El show debe continuar, la economía no puede verse amenazada, tenemos que volver a nuestros puestos de trabajo, aunque bajo anuncios de planes de “retorno seguro”.
Son las aglomeraciones directamente relacionadas con la dinámica del trabajo las que concentran el mayor riesgo de contagio de COVID-19: en el transporte público y en los mismos centros laborales. Estos sitios no han detenido su continuidad. Sin embargo, se restringen aquellas actividades que conllevan menos peligro de contagio, como paseos por parques o plazas, que no exigen hacinamiento alguno. Se endurece la dictadura de la economía. Se implementan por la fuerza los sueños de nuestros patrones: de la casa al trabajo, del trabajo a la casa. Se permite en el intertanto un paseo por los templos de consumo. Producir y consumir. Militares en las calles. Aislamiento social. Que no quede rastro de comunidad.
La pandemia del coronavirus ya no deja espacio para dudas. La naturaleza asesina del trabajo ha quedado totalmente al descubierto.
Pero también hace solo unas semanas colmábamos las calles de vitalidad subversiva. No nos hemos olvidado de aquello. La normalidad que nos condena a la enfermedad y la muerte parecía saltar por los aires. Ni la represión ni el encuadramiento demócrata lograban plenamente su objetivo de desactivar la revuelta. Hoy debemos prepararnos para protagonizar un nuevo capítulo en la lucha por recuperar nuestras vidas contra la dictadura del Capital.
Tal como hace más de un siglo el movimiento obrero se alzó en Estados Unidos, como lo hacía en todo el mundo, contra la explotación, exigiendo trabajar menos, hoy retomaremos una nueva oleada revolucionaria, por emanciparnos de nuestra condición de esclavxs asalariadxs.
Combatamos las medidas del Capital, que solo aplicarán represión para intentar contener una crisis que le es inmanente e inevitable. Defendamos la autonomía de clase frente a toda la institucionalidad burguesa y sus agentes que pretenden erigirse como nuestrxs representantes.
No por nada la palabra “trabajo” deriva del latín “tripalium”, instrumento de tortura similar a un cepo. Abajo el trabajo. Viva la actividad humana libre de toda explotación y mercantilización, solidaria, comunitaria y creativa.
¡ABOLICIÓN DEL TRABAJO!