Asamblea de la ocupación de Fabrica Yfanet, octubre de 2024 (Thessaloniki, Grecia)
Original en griego:
https://yfanet.espivblogs.net/2024/11/04/mikrh-symvolh-gia-ti-diaswsh-tou-eswterikou-exthrou
Introducción
Desde hace ya varios meses, la
guerra sigue causando estragos en toda la región del Oriente Medio,
después del ataque del 7 de octubre, con Israel procediendo a la
destrucción de Gaza y el exterminio masivo de los palestinos. La
guerra se agudiza
con la participación de cada vez más agentes. En cuanto al discurso
político que circula, parece estar polarizado. La esfera
pública se ha dividido en dos bandos y los argumentos desplegados
por ambas partes se han aferrado a la convicción de la «justicia»
de su lucha: Israel tiene derecho a la autodefensa y los palestinos
tienen derecho a la resistencia.
Aquellos que se muestran
escépticos ante los polos establecidos, reconociendo una dimensión
caótica en el conflicto o, más aún, aquellos que intentan
interpretarlo
centrándose en el conflicto
social, se encuentran en una posición compleja. Por lo tanto, hablar
de ello en las circunstancias actuales es una tarea difícil y
exigente. Y esto se debe a que no se encuentra en la superficie del
conflicto bélico, sino que está oculto por los gritos de la guerra.
Lxs interesadxs deben buscar el conflicto social más allá de estos
gritos, en un entorno no tan
ideal.
Al mismo tiempo, es muy probable que lo que se
encuentre en esta búsqueda resulte un poco decepcionante. Puede que
los hallazgos no sean motivo de celebración, que no puedan
convertirse en banderas e himnos. Es posible que suenen más como un
llamado de atención que un toque de corneta para la contraofensiva.
Puede que se trate de una historia con muchos callejones sin salida y
pocas alternativas. Una historia con pequeñas victorias y grandes
derrotas.
Aun así, creemos que vale la pena conservar esta
perspectiva. Después de todo, sigue siendo útil para nosotros,
precisamente porque lo que aprendemos de aquel conflicto refleja
nuestra postura aquí. Sin duda, es un lujo poder ver desde una
posición de relativa seguridad las formas en que el nacionalismo y
el capital impusieron sus condiciones en la cuestión social en otro
lugar. Se te da la oportunidad de ver qué salió mal, qué
decisiones se tomaron y qué oportunidades se perdieron, antes de que
las cosas se hundieran en el horror de la guerra. Se te da la
oportunidad de pensar y actuar, antes de que sea demasiado tarde,
antes de que tú también acabes como carne de cañón. Por lo tanto,
creemos que debemos aprovechar esta oportunidad para enriquecer el
debate público.
El siguiente texto resume algunos puntos que, como
asamblea de la ocupación de Fabrica Yfanet, consideramos útiles
para comprender la situación actual. Se refieren tanto a aspectos
del conflicto bélico en la región como a la postura del movimiento
de solidaridad local.
Parte A: El estado de guerra en Palestina
La continuidad entre la guerra y la paz
Se dice que la guerra es la fiebre del
capitalismo. El síntoma de una crisis capitalista, pero al mismo
tiempo su cura. Esta comparación tiene puntos fuertes y débiles. Su
punto fuerte es que identifica la conexión entre la guerra y la
crisis de la acumulación capitalista. Su punto débil es que concibe
la guerra (y la crisis) solo como un acontecimiento aislado.
Pero, ¿qué ocurre en un periodo en el que la
crisis se agrava, revelando su carácter permanente? Es lo que
estamos viviendo en los últimos años. Un periodo en el que la
crisis capitalista adopta muchas y diferentes caras, y cada episodio
se suma al anterior: crisis económica, «crisis migratoria», crisis
sanitaria, crisis medioambiental, y así sucesivamente. Entonces, la
guerra deja de percibirse solo como un conflicto entre dos o más
ejércitos organizados, se fluidifica y aparece en cada vez más
aspectos de la vida social y política. A su vez, también adopta
diversas formas, algo que podemos observar fácilmente en la esfera
pública: guerra contra la delincuencia, guerra contra la inmigración
ilegal, guerra contra las catástrofes naturales, guerra contra el
alto costo de vida, ¡guerra en todas partes! Se trata de un proceso
de difuminación de los límites entre la guerra y la paz, ya que
ambas situaciones se difunden la una en la otra. La preparación de
la guerra tiene lugar en tiempos de paz, los estados se lanzan a una
carrera armamentística, el ejército se encarga de la gestión de
situaciones de crisis (como la migración y las catástrofes
naturales), el miedo y la inseguridad se extienden por la sociedad,
los «enemigos» acechan en cada esquina, el militarismo impregna la
cultura dominante y, sobre todo, predomina la invocación de la
unidad nacional. Todos juntos debemos unirnos, hacer sacrificios,
para superar las dificultades. Por nuestro bien.
La situación que prevalece en Palestina es un
ejemplo característico de la difuminación de los límites
mencionados anteriormente. Desde hace varias décadas, se mantiene
una tensión bélica en toda la región, con altibajos. Podemos
afirmar que esta tensión gira en gran medida en torno a la gestión
de una población que se encuentra en una situación de integración
a través del aislamiento, en la forma particular que han adoptado
las estructuras sociales allí. Pero, ¿qué significa todo esto más
concretamente? A continuación, intentaremos esbozar la situación
tal y como se había configurado antes del 7 de octubre de 2023.
La gestión de la población palestina por
parte del estado israelí
El estado israelí, que tiene la mayor
responsabilidad en la gestión de los palestinos, ha impuesto en las
zonas de Gaza y Cisjordania un régimen de apartheid que, a su vez,
ha provocado miles de fallecidos. Durante décadas, Israel ha
marginado a esta población en una especie de prisiones abiertas,
bajo estricta vigilancia, mientras que la explota cuando la necesita.
Sin embargo, no es solo la mano de obra barata de los palestinos lo
que resulta lucrativo para la economía israelí, sino su gestión
general como personas prescindibles y peligrosas. Precisamente sobre
esta gestión, Israel ha desarrollado a lo largo de los años una
industria militar y policial que constituye una parte importante de
su economía. Esta industria produce, entre otras cosas, tecnologías
de vigilancia y sistemas armamentísticos, que se prueban sobre esta
población antes de lanzarse al mercado. Desde esta perspectiva,
podemos afirmar que la gestión militar de la población palestina
tiene un carácter permanente y se retroalimenta con la industria
bélica del estado israelí. Se trata de un ejemplo característico
de cómo la guerra se entrelaza con la producción capitalista: la
tensión bélica se mantiene, entre otras cosas, gracias a una
industria bélica que necesita que la guerra continúe para poder
desarrollarse.
Al mismo tiempo, esta población marginada y
nacionalizada se utiliza para que Israel construya su cohesión
social. El papel que se le reserva es doble: por un lado, se presenta
como un elemento intimidatorio para la clase trabajadora israelí,
como una reserva de mano de obra infravalorada que la presiona para
que se alinee con las exigencias de sus jefes. Por otro lado, también
funciona como chivo expiatorio, la figura hacia la que el estado
israelí intenta dirigir el descontento social generado por sus
políticas. En cualquier caso, su construcción como «extranjero» o
incluso «amenaza» funciona como una forma de presión que vincula a
la sociedad israelí al estado y a sus intereses. Sin embargo, para
comprender mejor este proceso dinámico, debemos señalar también la
estratificación racial dentro de la sociedad israelí.
Procesos de nacionalización: el ejemplo de los
asentamientos
Con el paso de los años, la explotación de esta
población palestina pasó a ser secundaria para el estado israelí,
ya que la prioridad era la integración de los judíos que llegaban a
Israel procedentes de otras regiones (África, Asia). Israel se vio
obligado a cumplir sus promesas de crear un estado abierto a todos
los judíos y a conceder derechos políticos y prestaciones sociales
a esta nueva población. Sin embargo, su «integración» no fue un
proceso sencillo. Los primeros habitantes israelíes disfrutaban de
un estatus superior al de los recién llegados, que a menudo eran
tratados como ciudadanos de segunda clase. Aún más abajo en la
jerarquía se encontraban los árabes israelíes que habían
permanecido en territorio israelí y, en la parte inferior, los
palestinos en los territorios ocupados desde 1967, así como los/las
inmigrantes con o sin papeles. Ante las reivindicaciones de inclusión
de la nueva población, el estado israelí optó por enfrentarla a
los palestinos. El pasaporte para la participación igualitaria en la
comunidad nacional incluía la participación en colonizaciones
violentas con el objetivo de desplazar a los palestinos y
arrebatarles sus tierras, lo cual fue alentado e incluso organizado
por el estado israelí. En resumen, dado que los nuevos ciudadanos no
estaban dispuestos a sustituir simplemente a los palestinos como mano
de obra barata, tendrían que demostrar por la fuerza que merecían
algo mejor. De esta manera, el estado israelí logró no solo
satisfacer en parte las demandas de los colonos, sino también
encargarles la función de guardianes de la frontera, poniéndolos en
una situación de fricción y tensión permanentes con la población
palestina desplazada.
Con este ejemplo, podemos comprender mejor el
vector que conecta el «dentro» y el «fuera» en esta relación de
integración a través de la exclusión. Por lo tanto, no se trata de
dos conjuntos homogéneos que se tocan en una línea divisoria. Por
el contrario, entre la experiencia de lo «totalmente integrado» y
lo «totalmente excluido», existe un espectro de condiciones
intermedias de existencia. La vida de una israelí en Tel Aviv es
diferente de la vida de un inmigrante judío de Rusia que vive en los
asentamientos. Del mismo modo, la subsistencia de un árabe israelí
difiere de la de un palestino en Gaza. Clasificaciones similares se
encuentran en la mayor parte del planeta, solo que en esta zona
concreta están sujetas a una delimitación más militar: diferentes
derechos políticos, restricciones de movimiento, zonas separadas,
muros, rejas, vigilancia armada, asesinatos. Sin embargo, esto no
significa que estas delimitaciones no se renueven. Por el contrario,
los violentos procesos de nacionalización de las expectativas
sociales se producen de forma incesante, incluso en tiempos de «paz»,
ya que para los estados la integración nacional sigue siendo una
cuestión pendiente. A través de su repetición, estos procesos
tratan de integrar en su dinámica las condiciones sociales y
políticas que se configuran en cada momento. Las determinaciones de
clase, género y raza se refractan a través del prisma nacional y
adquieren nuevos significados, creando al mismo tiempo diferentes
percepciones sociales del interés nacional.
Las manifestaciones contra el
Gobierno que tuvieron lugar en Israel unos meses antes del 7 de
octubre fueron indicativas de tal diferenciación1.
Aunque limitadas al ámbito de la
ciudadania, demostraban que la sociedad
israelí, al igual que el resto, no es un conjunto totalmente
homogéneo, sino que sigue manteniendo una gran cantidad de
divisiones sociales en su interior. El recrudecimiento de la guerra
congeló estas manifestaciones e intentó lograr la ansiada unión de
toda la sociedad detrás del Estado.
El papel de las organizaciones palestinas
Sin embargo, la responsabilidad de la gestión de
la población palestina no se limita al estado de Israel, sino que se
distribuye también entre las clases dirigentes palestinas. En
esencia, se trata de élites económicas que surgieron de un
liderazgo militar-burocrático de la lucha de la liberación nacional
palestina y que se reproducen, en su mayor parte, a partir de la
gestión de la ayuda económica internacional que llega a la región
(Irán, Qatar), la explotación de la clase obrera palestina y el
contrabando. Sus intereses están representados por las principales
organizaciones que actúan en estos territorios, Hamás y la
Autoridad Palestina (con Fatah como su principal organización
interna). Estas organizaciones operan en relación directa o
indirecta con Israel y desempeñan un papel contradictorio. Por un
lado, actúan como guardianes del proletariado palestino y, por otro,
como representantes combativos de sus intereses nacionales. En el
marco de la relación de «integración mediante la exclusión» y
dado que estos territorios no están formalmente anexados a Israel,
se aprovechan de los beneficios del trabajo palestino y, al mismo
tiempo, tratan de imponer un régimen de unidad nacional. Asegurar la
paz social en el interior de su territorio, de modo que el
proletariado palestino respalde el desarrollo y las aspiraciones de
la clase dominante palestina. Sin embargo, las políticas de ambas
organizaciones no coinciden plenamente, por lo que existen
diferencias entre el modelo de Gaza y el de Cisjordania ya desde
2007, cuando Hamás ganó el poder en Gaza tras un conflicto armado
con Fatah.
En Cisjordania, la clase
dominante vinculada a la Autoridad Palestina no logró a lo largo de
los años crear una actividad económica autónoma y terminó
reproduciéndose en los márgenes de la economía israelí. Por
supuesto, no fueron solo las restricciones de Israel las que le
asignaron este papel, sino también el temor a exponerse a la
competencia de las economías vecinas, que también disponían de
mano de obra barata. La exposición a esta competencia la obligaría
a entrar en conflicto directo con su clase trabajadora, con el fin de
infravalorarla.
Los empresarios palestinos asociados
a la Autoridad Palestina consideraron que su vinculación con la
economía israelí, por un lado, podría
ser rentable para ellos mismos, al actuar como subcontratistas, y,
por otro, no pondría en peligro su imagen ante la población
empobrecida sobre la que ejercían control. Sin embargo, al final,
tampoco se logró este objetivo. Con el paso del tiempo, una gran
parte de la población palestina comenzó a desaprobar las políticas
de la Autoridad Palestina, considerando que básicamente servían a
sus propios intereses. Esto, a su vez, contribuyó a la
deslegitimación de la Autoridad Palestina como representante de los
palestinos2.
Una deslegitimación que se expresó también como traición al
interés nacional.
En la franja de Gaza, Hamás
intentó trazar una política más autónoma, con el objetivo de
crear un estado palestino. Invirtió en la creación de una red de
túneles bajo su control, con el fin de obtener ingresos del
desarrollo de la
economía del
contrabando. El objetivo era crear así su propia élite económica,
que sustituyera a la anterior clase comercial, y constituir una red
de reproducción social para la población. Sin embargo, su plan se
basaba en la creación de relaciones clientelares y partidistas a
través de las cuales se distribuirían los beneficios obtenidos,
algo que pronto fue percibido por los habitantes de Gaza. Es
más, el hecho de que la red de
reproducción social que se creó no lograra satisfacer las
expectativas de la población, llevó a Hamás, también, a
enfrentarse a una crisis de legitimidad. En los últimos años han
estallado en varias ocasiones manifestaciones contra la
administración de Hamás, a la que se acusa tanto de mala gestión
como de haber dado prioridad a su autorreproducción como mecanismo
militar y partidista. Las últimas manifestaciones de este tipo
tuvieron lugar en el verano de 2023, pocos meses antes del 7 de
octubre3.
Estas organizaciones, aunque no
son gobiernos de estados reconocidos, desempeñan la mayoría de sus
funciones: organizan la vida social, económica y política de un
territorio, tratan de crear estructuras básicas de reproducción
social para atar
a la población a su poder, se ocupan de la distribución de los
recursos disponibles, mantienen el orden y reclaman el monopolio de
la violencia. Pero también hacen algo más, quizás más importante:
intentan en todo momento generar un «interés general» abstracto de
toda la población (de todos los palestinos), con el fin de encubrir
los intereses concretos y contradictorios que existen dentro de la
sociedad, las relaciones de explotación y opresión. Cada vez que
sus políticas provocaban la indignación de los palestinos, estas
organizaciones se presentan a sí mismas como las verdaderas
representantes de los intereses nacionales y dirigen el descontento
social contra el «verdadero enemigo», es decir, Israel. Por otra
parte, su historia está ligada a la militarización de las revueltas
sociales. Se trata de ejemplos ilustrativos
de cómo el estado surge como una
relación a partir de los movimientos y se convierte en mecanismo.
La
guerra como exportación de los conflictos internos
Hemos decidido exponer
algunos aspectos de la situación que prevalecía en la región antes
del 7 de octubre, con el fin de destacar algunas cuestiones que
consideramos fundamentales. Aunque no es posible desarrollar en este
texto toda la historia del conflicto, sí podemos mostrar
algunos datos y extraer algunas conclusiones.
Vemos, pues, que en ambos «bandos», el
nacionalismo funciona como el medio que oculta las divisiones
sociales. A menudo se presenta como un movimiento que reclama la
inclusión en el estado, expresando el deseo de una población de
participar en una comunidad de «aquellos cuyas vidas tienen
importancia». El nacionalismo es la forma en que el pueblo reclama
al estado cuando se siente abandonado y con necesidades
insatisfechas. Los intereses particulares deben expresarse como
nacionales para adquirir validez, ya que es el lenguaje que habla el
estado. Al mismo tiempo, el nacionalismo también aparece como
ideología estatal, como un marco interpretativo y deontológico que
el estado proporciona a la sociedad para comprender el mundo. A
través de este punto de referencia, se señala a los culpables de
los sufrimientos del pueblo, se demoniza a aquellos que se construyen
como enemigos y se mantiene la paz social. Pero, ¿qué ocurre cuando
los conflictos sociales han llegado a un punto crítico? Entonces, la
guerra se encarga de resolverlos con violencia bruta, destruir a los
que se consideran prescindibles y arrastrar por la fuerza a toda la
sociedad detrás del estado. A través de la guerra, los asuntos
internos de cada territorio se exteriorizan y se internacionalizan
aún más, con cada facción del capital mundial proponiendo un
modelo diferente de administración de la población para restaurar
la acumulación en una región y trazar nuevas vías para la
circulación de mercancías.
Existe una lógica capitalista
más profunda que impulsa
a los estados la necesidad de la guerra, la cual sale a la superficie
cuando su capacidad para obtener el consenso social y seguir siendo
competitivos a nivel internacional llega a su límite. Esto no
significa que los intereses particulares desaparezcan. Por el
contrario, las clases dominantes de cada epoca
intentan aprovechar la crisis como una oportunidad y promover, en
medio de la guerra, su propia agenda particular. Pero en la guerra no
hay garantías. Hamás organizó el ataque del 7 de octubre sabiendo
que las represalias de Israel serían implacables. Prefirió
arriesgar a la población, cuyo apoyo estaba perdiendo, con la
esperanza de convertirse en un actor internacional, reforzar su
posición como potencia político-militar y romper los acuerdos
económicos de Israel con los países árabes. Del mismo modo, el
Gobierno de Israel esperaba que, con una guerra que arrasara la
región, recordaría a sus aliados lo lejos que estaba un tratado de
normalización, reafirmando su papel como responsable de imponer el
orden. De esta manera, cree que doblegará el movimiento de oposición
que se había desarrollado dentro de Israel y obtendrá acceso a
nuevas vías económicas. Podemos afirmar que ninguno de los dos
regímenes eligió simplemente la guerra, sino que se vieron
obligados a hacerlo. Queda por ver si este salto desesperado los
llevará al otro lado o los
hará caer al vacío. Por desgracia, lo único seguro es que ambos
escenarios se desarrollan a costa del
bienestar de sus poblaciones.
Parte Β: «With great resistance comes
great responsibility»
A partir de lo anterior, se comprende que el
conflicto no se da entre el bando de los «buenos» y el bando de los
«malos», a pesar de la evidente asimetría de las fuerzas
militares. Es verdad que el ejército israelí, esa máquina
ultramoderna de exterminio de proletarios, ha arrasado prácticamente
Gaza. Más de 40.000 personas han muerto, miles han emigrado, las
infraestructuras han quedado destruidas y la población se hunde en
una situación de crisis alimentaria y sanitaria. La resistencia
palestina, por su parte, dispone de una máquina de exterminio de
proletarios mucho menos desarrollada, lo que se refleja en el campo
de batalla. Más allá del ataque del 7 de octubre, que costó la
vida a unas 1.200 personas, Hamás solo ha logrado algunos golpes
esporádicos dentro de Israel. Entendemos, por supuesto, que la
destrucción de Gaza genera sentimientos espontáneos de
identificación con la experiencia de los palestinos, ya que funciona
como una condensación de la violencia sistemática que han sufrido
durante años por parte del estado israelí. Sin embargo,
consideramos errónea la petición de igualdad en la guerra. Y ello
por dos razones. En primer lugar, porque la guerra capitalista no se
libra en términos de caballerosidad, como un duelo en igualdad de
condiciones entre dos partes. Esta asimetría es bastante habitual en
el contexto de las guerras capitalistas, que rara vez se libran entre
dos adversarios iguales. En segundo lugar, porque esta exigencia
implica una mayor matanza. Una guerra sin fin. En resumen, no creemos
que la solución al horror de la guerra pase por exigir su reparto
equitativo, sino por su cese.
La simetría que queremos mostrar se refiere a lo
que ya estaba ocurriendo antes de que se agravara el conflicto
bélico. Es la simetría de los nacionalismos que se alimentan
mutuamente. Existe una compleja red de relaciones de poder y
explotación que atraviesa ambas formaciones sociales. Son el
nacionalismo y la guerra los que intentan eliminar estas
contradicciones en el interior de cada sociedad, con el fin de
presentarlas como homogéneas. Esta es la razón por la que no
compartimos el entusiasmo de una parte del movimiento por la lucha de
liberación nacional palestina, aunque nos posicionamos en contra de
la guerra y el régimen de apartheid en la región. Nuestra
preocupación no radica solo en la orientación ideológica de Hamás,
sino en que esta lucha intenta por la fuerza eliminar las divisiones
sociales en el interior de su territorio.
¿Lo discutiremos más adelante?
Por supuesto, una parte del
movimiento no parece preocuparse por esto, ya que le preocupan más
las cuestiones de maniobras tácticas. Lo que se plantea como
prioridad en muchos enfoques es la derrota de las fuerzas
imperialistas a cualquier costo. En este contexto, no se considera un
problema aliarse con una clase burguesa nacional, ya que se hace
hincapié en la distribución del poder entre los estados
capitalistas y no en las relaciones de poder y explotación. Del
mismo modo, el hecho de que, en el marco de una lucha de liberación
nacional, las autoridades locales refuerzan
su poder sobre la población que controlan, se presenta como algo
secundario, algo que puede resolverse tras la liberación del estado
«débil» del «fuerte». Pasos, etapas, programas políticos,
planes sobre el papel y alianzas tácticas se enumeran en la esfera
pública del movimiento social, como si nunca hubiesen
críticas a las visiones que presentaban la
revolución como un programa político a aplicar. Estos enfoques
olvidan una serie de ejemplos históricos en los que los líderes de
los movimientos de liberación nacional se convirtieron en regímenes
autoritarios, procedieron a purgas internas de disidentes y
extendieron la relación capitalista en su territorio, completando el
trabajo que habían dejado a medias los imperialistas. Queda por ver,
por supuesto, si la historia se repetirá.
Por nuestra parte, entendemos el capitalismo, ante
todo, como una relación cualitativa, más que cuantitativa, basada
en la mercantilización coercitiva de las relaciones humanas y la
organización de la vida en torno a la producción de beneficios.
Dado esto, podemos decir que el imperialismo no es la etapa superior
del capitalismo, sino una de sus características fundamentales. La
relación capitalista es intrínsecamente expansiva y trata de
colonizar cada rincón geográfico del planeta y cada actividad
humana. En este proceso expansivo, el estado nacional es la forma que
adopta la acumulación de capital en cada región. La distribución
desigual del poder entre los estados nacionales está relacionada en
gran medida con la forma en que cada uno somete a su población y la
integra en los procesos de explotación. En otras palabras, su
capacidad de ascender en la jerarquía capitalista depende también
de su capacidad para oprimir y explotar en su interior. Por lo tanto,
la restauración de la «desigualdad» a nivel transnacional no
implica el bienestar de una población. Lamentablemente, muchos
enfoques, al centrarse exclusivamente en lo que perciben como «la
etapa superior del capitalismo» o «la forma extrema del
capitalismo», terminan oscureciendo todas las demás relaciones de
poder.
A lo largo de la historia del movimiento social,
percibimos las voces que insistían en que el enfoque exclusivo en el
movimiento obrero masivo silenciaba la existencia de otras formas de
opresión y explotación, como las mujeres, los negros, los
estudiantes y los precarios. Del mismo modo, dentro del movimiento
feminista, nos inspiramos en las críticas que señalaban la
diferencia entre la experiencia de las mujeres blancas y las negras.
Además, dentro del movimiento local, intentamos incorporar los
enfoques autocríticos que ponían de manifiesto un carácter
helenocéntrico (centrado en grecia) que repelía a los inmigrantes.
Por último, dentro de nuestros propios procesos políticos,
intentamos abrir espacio para todo aquello que nos recuerda que las
jerarquías informales siguen reproduciéndose también en nuestro
interior. ¿Nos preguntamos, pues, cómo podemos apoyar una
perspectiva que afirma que los palestinos constituyen un cuerpo
indivisible, sin contradicciones, que tiene un único interés?
Nacionalismo a plazos
No es, por supuesto, la primera vez que nos
encontramos con estas opiniones dentro del movimiento social, pero
las hemos señalado muchas veces en el pasado reciente, con motivo de
los conflictos bélicos en diversos rincones del planeta. Al mismo
tiempo, no son las únicas que consideramos problemáticas en la
esfera pública del movimiento. Por el contrario, en la coyuntura
actual, se complementan con un conjunto de opiniones que tratan de
bloquear la mirada crítica de los hechos, acusando a quienes no
pueden identificarse con una lucha de liberación nacional de ser
privilegiadas occidentales blancas. Por lo que parece, para estos
enfoques, no importa que sean igualmente «privilegiado y occidental»
apoyar una resistencia bajo Hamás y, además, desde la seguridad. Es
decir, sin necesidad de organizarse, luchar y morir por esta
organización.
Su pobreza radica en una
concepción estrecha que ve el poder solo en su dimensión
represiva/opresiva y no en la productiva. De esta perspectiva se
deriva también un enfoque puramente afirmativo sobre la cuestión de
la identidad nacional. Lo que se deja fuera no es solo cómo se
constituye cada identidad nacional, sino también cómo su
reproducción conduce a la subordinación de cualquier otra
determinación que pueda tener un sujeto. Veamos el ejemplo de la
identidad palestina, que surgió a raíz de procesos de racialización
violenta: una población se vio sometida a la represión, fue
sistemáticamente menospreciada, se le prohibió la libertad de
movimiento, sus necesidades se disminuyeron a las básicas, su vida
se redujo a la supervivencia y la diversidad
que llevaba dentro se eliminó para finalmente encajar en la
definición que le atribuían a la
fuerza: Palestino. Sin duda, la fuga de la prisión en la que los
han encerrado parte de esta definición. Sin embargo, esta identidad
ha quedado marcada de forma permanente
por la violencia que la engendró. Su reproducción contribuye a la
propagación de la violencia y al refuerzo de una percepción
mutilada y unívoca de sí mismo por parte de sus portadores. Las
décadas de lucha de los proletarios palestinos contra Israel se
caracterizan precisamente por esta reproducción de la identidad
palestina, a menudo reprimiendo las tendencias que se desarrollaron
en el seno de estas luchas para superarla. En
pocas palabras: en el momento en que
estallan las bombas y el nacionalismo toma el control, cualquier otra
identificación social queda sofocada. Nadie puede ser otra cosa
(mujer, hombre, queer, trabajador, jefe, derechista, izquierdista,
etc.) más allá de palestino (o, respectivamente israelí). O
primero hay que ser palestino y luego cualquier otra cosa. Por lo
tanto, si criticamos la resistencia palestina, no tiene que ver con
el hecho de que sea una «lucha parcial». Por el contrario, tiene
que ver con el hecho de que apunta a una universalización abstracta,
eliminando por la fuerza cualquier contradicción social particular.
Queremos preservar estas contradicciones sociales particulares de
ambos bandos.
Por supuesto, reconocemos que muchas de las
críticas que hacemos se basan en corrientes teóricas y movimientos
que intentaron cuestionar las Grandes Narrativas del pasado y poner
de relieve aspectos silenciados de las relaciones de poder que habían
quedado marginados. Sin embargo, la ausencia de cualquier rastro de
reflexión sobre cómo surge la experiencia de la opresión y la
yuxtaposición copulativa de identidades conduce al resultado
contrario. Si comparamos el «derecho a la propiedad de la tierra»,
la defensa de una «cultura oprimida que está siendo alterada», la
preocupación por «las costumbres y tradiciones que deben
preservarse» y la invocación de «tradiciones que conllevan la
sabiduría de siglos», lo que obtenemos son los elementos
protoideológicos del nacionalismo. Se trata de los materiales que
utiliza el nacionalismo para construir su narrativa, basándose en la
condición psíquica de la intimidad perdida, en la tristeza que
provoca algo que creemos haber perdido, cuando en realidad nunca nos
perteneció. Lo único que consiguen estas concepciones
esencialistas, que ven a la nación como algo preexistente detrás de
cada comunidad humana, es borrar toda la historia de la humanidad,
que incluye mezclas de poblaciones y apropiaciones mutuas de
elementos culturales. Al final, terminan sirviéndonos un
nacionalismo a plazos.
¿Quién tiene la culpa?
Consideramos que los dos
enfoques mencionados anteriormente, el que podríamos llamar
antiimperialista y el que intenta organizar de manera fragmentaria un
conjunto heterogéneo de puntos de vista, bajo el paraguas de la
anti(post)colonialismo, comparten un punto de partida común. Parten
de una necesidad que ahora se encuentra ampliamente extendida dentro
de los movimientos. Se trata de la necesidad de simplificar, con el
fin de explicar el mundo capitalista en sus innumerables expresiones.
Existe una inquietud entre muchos activistas por dar rostro a esa
fuerza impersonal que domina el mundo y hace que todo gire en torno a
la creación de beneficios. Sería muy conveniente que alguien
encarne el papel
del archicapitalista, el que mueve los hilos y domina nuestras vidas,
siendo responsable de nuestros sufrimientos. Nuestra lucha sería así
más fácil, tendría un objetivo claro. Del mismo modo, sería
preferible que la compleja red de poderes y explotación que nos
envuelve en su dinámica se presentara como un dípolo arquetípico:
buenos vs. malos. Lo único que se necesitaría entonces, si el
conflicto social lograra cristalizarse en dos bandos aislados que se
enfrentan cara a cara, sería una identidad ampliada,
un punto de referencia simbólico, para que los «buenos» pudieran
identificarse entre sí.
Lord Byron de Lidl*
*Lidl: cadena de supermercados baratos
Como nos ha demostrado la larga historia del
movimiento social, la construcción de una Gran Narrativa suele ir de
la mano de la construcción de un Sujeto Revolucionario. Observamos,
pues, una tendencia dentro del movimiento a buscar este sujeto en
algún punto, supuestamente, externo al capitalismo. En un punto que
parece purificado de la suciedad capitalista y, por lo tanto, ideal
para iniciar el ataque al capital. Las llamadas poblaciones
excedentes se encuentran cada vez más a menudo en esta posición, lo
que supone una inversión del análisis clásico de la clase obrera.
Si en el pasado era la clase obrera la que estaba destinada a hacer
la revolución debido a su posición objetiva dentro de la
producción, hoy en día esta cualidad se transfiere a las
poblaciones excedentes por la razón opuesta: porque son expulsadas
de la producción capitalista. En otros enfoques, este «fuera» se
define en términos retrospectivos, lo que conduce a la idealización
de tradiciones, costumbres, culturas y otros elementos culturales que
prevalecían en las regiones antes de la acumulación primitiva, con
la esperanza de que allí sobreviva un deseo insaciable de las
personas por comunidades más allá del capital.
En los casos anteriores, la incapacidad de
comprender cómo el «exterior» y el «interior» se producen
mutuamente como aspectos complementarios de la totalidad capitalista,
conduce al apoyo de una forma capitalista frente a otra o a la
idealización de formas precapitalistas del poder: frente a
Occidente, se opone Oriente; frente al centro, la periferia; frente a
los muertos de un bando, los muertos del otro; frente a las
coacciones mediadas por el capital, la violencia directa de los
vínculos precapitalistas; frente al capital globalizado, la
comunidad de la nación. Se trata de una tendencia de la época. En
muchos lugares del mundo se está produciendo un desplazamiento
conservador, de tal manera que la nación aparece como un refugio de
fortalecimiento frente a la inestabilidad que generan las crisis del
capitalismo globalizado. Al parecer, ni siquiera los movimientos
permanecen inmunes a este cambio, ya que, no lo olvidemos, también
forman parte de la sociedad y son parte integrante de ella.
Epílogo: lo que se puede salvar
El realismo capitalista ha
logrado imponer su propio horizonte en nuestro pensamiento y
limitarnos a las opciones ya existentes. No es paradójico, por
tanto, que surjan voces que rechacen la propuesta de luchas comunes
de palestinos e israelíes contra el apartheid, con la justificación
de que es algo inalcanzable y poco realista, y a pesar del hecho de
que ya existían indicios de tales enfoques en la región hasta antes
del inicio de la guerra4.
Lo único que se presenta como «realista» es la continuación de la
guerra y el aumento del número de muertos, hasta que se convierta en
un conflicto generalizado o conduzca al exterminio de los palestinos
o la expulsión de los judíos, según el bando que defienda cada
uno. Estas son las opciones «realistas» que se nos ofrecen y que
nos obligan a elegir bando.
Para nosotros, cualquier cosa que se proponga como
«solución», ya sea en su versión más reformista o en la más
revolucionaria, ya se trate de la creación de uno, dos o diez
estados, ya se trate de confederaciones y comunas, presupone
transformaciones sociales radicales. Supone el retroceso de los
nacionalismos y el fin del apartheid. No creemos que la solución
dependa de si las masas seguirán al pie de la letra la receta
inspirada la oficina política de turno. Depende de si la gente de
allí quiere y puede imaginar formas de coexistir. Pero para que eso
suceda, la guerra debe terminar. Ese es el principal desafío que
vemos en este momento. Ya hemos defendido que lo que decimos sobre
Palestina se aplica, en primer lugar y ante todo, a nuestro propio
estado. Refleja nuestra postura aquí. En este sentido, nos sentimos
lo suficientemente seguros como para ser un poco más concretos. Por
ello, al final de este texto, nos gustaría destacar tres puntos de
escape del sombrío futuro que nos espera.
Primero.
La gestión de la población palestina allí se refleja en la gestión
de la inmigración aquí. La deshumanización de quienes son
etiquetados como «extranjeros» y «peligrosos», el fomento de un
clima de apatía social e indiferencia por sus vidas, el desarrollo
de un mecanismo policial-militar para controlarlos y reprimirlos, son
cosas que están sucediendo en este momento, en el lugar donde
vivimos. Este tipo de políticas exacerban el descontento social,
vinculan a la población al discurso nacional y alimentan una lucha
de «tu muerte es mi vida», ya que se ha consolidado la idea de que
cualquiera podría encontrarse marginado y ser considerado
prescindible. Desde esta perspectiva, el esfuerzo por construir
comunidades de locales e inmigrantes es el único camino si queremos
levantar barreras contra el canibalismo social. Una opción que, por
difícil que sea, es igualmente necesaria.
Segundo.
Debemos oponernos a la participación del estado griego en la guerra,
pero también a todos los preparativos bélicos que le gusta
anunciar. Los ejercicios conjuntos con fuerzas aliadas, las «carreras
armamentísticas», las «batallas» contra los fenómenos naturales
y, por supuesto, la participación en el matadero de la guerra,
intentan, entre otras cosas, crear un clima social en el que la
guerra sea una opción realista para gestionar la cuestión social.
Lo que no nos interesa, por supuesto, es hacer política exterior.
Sabemos que las alianzas interestatales son volátiles y que no tiene
sentido presionar al estado para que cambie de «aliados». Además,
la reciente guerra entre rusia y ucrania nos ha demostrado que la
«neutralidad» puede ser aceptable en el marco de una política
exterior nacionalista («ni con ni con Rusia ni con Ucrania, nuestro
enemigo es Turquía»). Las posiciones pacifistas serán
antinacionales o no serán nada.
Tercero.
El militarismo es el lugar donde van las revueltas para morir. Lo
único que garantiza la militarización de los movimientos y las
revueltas es la formación de un cuerpo de combatientes dentro de
ellos, que desea ascender a su liderazgo. La centralización de la
contra-violencia del movimiento social no produce luchadores, sino
cuadros partidistas y aplaudidores. Detrás de la postura que afirma
que «los medios crean los fines», no solo vemos ingenuidad, sino
también deseo de poder. Por lo tanto, si una faceta de nuestra
acción se centra en la crítica del ejército como institución, la
otra faceta debe erradicar del movimiento el heroísmo, la valentía,
el martirio y la necrofilia que nos ha legado la izquierda.
Por último, queremos señalar, una vez más, que
las decisiones de los proletarios allí nos conciernen directamente,
porque pedirán de nosotros que vayamos a luchar si empiezan a caer
bombas también en nuestro territorio. Por nuestra parte, no estamos
dispuestos a hacer tal cosa, ni con ejércitos regulares ni con
agrupaciones de izquierda. Sin embargo, estamos dispuestos a asumir
el papel de enemigo interno, traidoras y desertores. Tanto frente al
aparato estatal, que nos pedirá que seamos carne de cañón, como
frente a las aspirantes a liderazgos del movimiento que intentarán
definir las prioridades de nuestra lucha. En la fase actual, esto es
lo mínimo que podemos prometer.
Fabrika Yfanet
CESE INMEDIATO DE LAS ACCIONES BÉLICAS
BOICOT A LA PARTICIPACIÓN DEL ESTADO GRIEGO
EN
LA GUERRA
APERTURA DE LAS FRONTERAS – SOLIDARIDAD
CON
LAS MIGRANTES
SOLIDARIDAD CON TODOS LOS DESERCTORES
LUCHAS COMUNES DE ISRAELÍES Y PALESTINOS
CONTRA
EL APARTHEID
Notas al pie
1 https://www.efsyn.gr/kosmos/mesi-anatoli/400733_oi-israilinoi-epimenoyn-ka-ta-tis-dikastikis-metarrythmisis
2 https://www.aljazeera.com/news/2023/10/11/what-is-the-palestinian-authority-and-how-is-it-viewed-by-palestinians
3 Las mayores manifestaciones de la población
palestina contra el gobierno de Hamás tuvieron lugar en 2019
(https://www.aljazeera.com/news/2019/3/19/gaza-rights-groups-denounce-hamas-crackdown-on-protests)
y las mas recientes en el verano del 2023
(https://www.lemonde.fr/en/international/article/2023/07/30/thousands-of-marchers-in-gaza-in-rare-public-display-of-discontent-with-hamas_6073136_4.html).
4 Algunas iniciativas recientes de acción
conjunta pueden encontrarse en la entrevista de Georges Mehrabian
(https://www.aftoleksi.gr/2023/11/14/koinoi-agones-ar-avon-evraion-chtes-amp-to-simera-synenteyxi-ton-zorz-mechrampian)
Por supuesto, hay ejemplos de luchas comunes de israelíes y
palestinos a lo largo del siglo pasado. Algunos de ellos fueron la
colaboración entre trabajadores árabes y judíos que trabajaban en
los ferrocarriles durante el periodo de entreguerras (cuando
Palestina estaba bajo mandato británico), la huelga conjunta de
conductores de autobús árabes y judíos en 1931, la huelga conjunta
de trabajadores judíos y árabes de Tempo Beers en 2000, varias
organizaciones de mujeres que agrupan a feministas israelíes y
palestinas, la organización judía KavLaOved (escisión de Matzpen)
que ofrece asistencia jurídica tanto a trabajadores judíos como
árabes (pero también a inmigrantes de terceros países), activistas
pacifistas, anarquistas judíos que mantienen contactos con
organizaciones palestinas y participan en las protestas contra la
construcción del muro que separa los territorios palestinos ocupados
en enclaves, israelíes que se niegan a alistarse en el ejército o
son objetores de conciencia, etc.
* * *
Este texto fue escrito por la asamblea de la
ocupación de Fabrica Yfanet, en octubre de 2024. Se distribuye
gratuitamente en centros sociales, ocupaciones, espacios sociales y
los gastos se cubren con aportacion voluntaria. La versión
electrónica del folleto se puede encontrar en
https://yfanet.espivblogs.net
Para comentarios, críticas o cualquier pregunta,
existe la dirección contact@yfanet.net
Alternativamente, todos los martes a las 20:00, en
la esquina de Omirou y Perdika, Kato Toumba, Thessaloniki, Grecia.