Una vez más el proletariado en Sudáfrica ha escrito una página de nuestra historia con letras de fuego. En agosto de 2012, los mineros de Marikana se cansaron de cerrar el pico frente a las condiciones de vida impuestas (tugurios repugnantes sin agua corriente, accidentes de trabajo, salarios irrisorios): «Les dijimos que estábamos hartos de vivir así. No hicieron nada y a pesar de eso, continuamos votándoles. Ahora siguen sin hacer nada y además asesinan a nuestras familias. Está claro que no votaremos más».
Los mineros se declaran en huelga y piensan negociar su sudor lo más caro posible. Exigen el triple del salario que cobraban hasta entonces y unas condiciones de trabajo menos de mierda.
La burguesía, con su Alianza tripartita, ANC/SACP/COSATU (Congreso Nacional Africano, Partido Comunista de Sudáfrica y Congreso de los Sindicatos Sudafricanos), decididos a poner fin a lo que llaman «una huelga salvaje con reivindicaciones irreales», hace todo lo posible para socavar el movimiento: represión abierta, intervenciones policiales y militares, asesinatos, incursiones en los municipios para desarmar a los huelguistas y amenazas de despidos (100.000 mineros están bajo el yugo de la amenaza), intervención de los tribunales y negociaciones sindicales mina por mina.
La Alianza tripartita, que había prometido «una vida mejor para todos» cuando se acabase con el apartheid, se ve obligado a reprimir con pies de plomo. En febrero de este año, en Impala Platinum, una huelga fue reprimida gracias a los embrollos sindicales habituales del NUM (Unión Nacional de Trabajadores Mineros, por sus siglas en inglés, National Union of Minerworkers); en agosto, los mineros, recordando esa derrota, asestaron un golpe al sindicalismo con una lucha proletaria memorable.
El 16 de agosto de 2012 fue el día elegido para aplastar la huelga gracias a los 3.000 milicos (una combinación de policía montada, vehículos blindados y soldados) desplegados en Marikana con la intención de dar una buena lección a los mineros. Y no sólo para acabar con la huelga, sino también para vengar la muerte de dos policías y dos vigilantes durante los enfrentamientos de la semana anterior.
La burguesía, con su Alianza tripartita, ANC/SACP/COSATU (Congreso Nacional Africano, Partido Comunista de Sudáfrica y Congreso de los Sindicatos Sudafricanos), decididos a poner fin a lo que llaman «una huelga salvaje con reivindicaciones irreales», hace todo lo posible para socavar el movimiento: represión abierta, intervenciones policiales y militares, asesinatos, incursiones en los municipios para desarmar a los huelguistas y amenazas de despidos (100.000 mineros están bajo el yugo de la amenaza), intervención de los tribunales y negociaciones sindicales mina por mina.
La Alianza tripartita, que había prometido «una vida mejor para todos» cuando se acabase con el apartheid, se ve obligado a reprimir con pies de plomo. En febrero de este año, en Impala Platinum, una huelga fue reprimida gracias a los embrollos sindicales habituales del NUM (Unión Nacional de Trabajadores Mineros, por sus siglas en inglés, National Union of Minerworkers); en agosto, los mineros, recordando esa derrota, asestaron un golpe al sindicalismo con una lucha proletaria memorable.
El 16 de agosto de 2012 fue el día elegido para aplastar la huelga gracias a los 3.000 milicos (una combinación de policía montada, vehículos blindados y soldados) desplegados en Marikana con la intención de dar una buena lección a los mineros. Y no sólo para acabar con la huelga, sino también para vengar la muerte de dos policías y dos vigilantes durante los enfrentamientos de la semana anterior.
En la manifestación del 16 de agosto, varios miles de mineros fueron rodeados por las fuerzas de represión, que los tirotearon como a conejos. No satisfechos con la masacre (34 muertos y 78 heridos), detuvieron a 270 huelguistas acusados de asesinato, algunos de ellos justo cuando salían del hospital, y les dieron una paliza en la cárcel. Para justificar las detenciones masivas resucita una ley antimotines de 1956 que estipula que «toda persona presente en un tiroteo con la policía será arrestada y acusada por asesinato». Esta vez se trata de policías negros que disparan sobre mineros negros, así que no es posible recuperar la vieja propaganda antirracista para encuadrar la lucha, el problema no está en el color de la piel sino en demarcaciones tajantes de clase.
Las declaraciones de los pobres e indefensos policías, asegurando que pretendían defenderse de los ataques de unos mineros armados hasta los dientes, son contradictorias con las imágenes que se filmaron y que circularon poco después. A medida que se va conociendo el elevado número de mineros heridos y asesinados, por una bala por la espalda, el Estado encuentra más dificultades de mantener le argumento de la autodefensa. Para evitar una explosión social, libera a 162 inculpados (¡en libertad condicional!) y admite que puede haber habido algún exceso puntual de las fuerzas del orden, por lo que realizará una investigación policial exhaustiva «para determinar las responsabilidades de cada uno». ¡Qué alivio! También, afirma que la masacre, se produjo por por la «falta de experiencia y equipamiento de la policía», ante la «violencia de los mineros». Como en otras ocasiones, para calmar los ánimos, el gobierno decreta funerales nacianales y una semana luto. Por lo menos, mientras lloramos a nuestros muertos estamos tranquilos... ¡Buen intento!
En vez de romper la huelga, los muertos de Marikana provocan una intensificación del pulso entre el proletariado y la burguesía y la huelga se propaga como una mancha de aceite.
Muchas compañías mineras están afectadas por el movimiento: Madder East, Amplats, Aquarius, Xstrata, Béatrix, Altlatsa, la Gold One, la Gold Field, American Platinum… «Lo que nos inquieta realmente es que el movimiento se extienda a las minas de oro», se lamenta el secretario general del NUM. En el momento más álgido de la lucha hubieron 100.000 huelguistas. Y efectivamente el movimiento se extiende a las minas de platino, de oro, de hierro, de cromo, de carbón..., a los que se suman 20.000 camioneros del sector del transporte y los obreros de Dunlop.
El palo y la zanahoria
Como es habitual, las diferentes fracciones burguesas se reparten el trabajo. Por un lado, los sindicatos, entre los que el NUM es el más conocido, intentan imponer las negociaciones con los patrones para que los mineros retomen el trabajo en la mina, mientras que el gobierno promete un desarrollo de los pueblos mineros.
Por otro lado, las huelgas son declaradas ilegales por la justicia, lo que justifica el despido en masa de los mineros que se niegan a volver al trabajo.
En plena apoteosis, la policía y el ejército intentan mantener la situación bajo control, ya sea con balas de goma o fuego real, bombardeando con gases lacrimógenos o con granadas aturdidoras, matando o hiriendo a quienes se resisten.
La Alianza tripartita, completamente sobrepasada por la amplitud y la fuerza del movimiento, pide la intervención del ejército y de las fuerzas especiales para reprimir a «los elementos criminales de Rustenburg y las minas próximas». La radicalidad de los huelguistas empuja a los sindicatos a radicalizar su discurso, pero es en vano. Después del inicio del movimiento, los mineros rechazan la representación de quienes tantas veces los han embaucado y deciden por sí mismos las reivindicaciones que quieren defender: ¡La triplicación de los salarios ! Con esta situación, los inversores internacionales están intranquilos y el valor de las acciones no deja de bajar. En 2012, las huelgas costaron más de 900 millones de euros a la industria minera. Evidentemente, a la burguesía le importan un carajo las pésimas condiciones de vida del proletariado, lo que le preocupa son las pérdidas que las huelgas le ocasionan. Pérdidas que nosotros celebramos.
Crítica en los hechos del sindicalismo: Zokwana, presidente de la agrupación sindical NUM, va a visitar a los huelguistas de Lonmin, en un coche blindado, para intentar convencerlos de que paren la huelga, declarada ilegal. El sindicalista es abucheado por la multitud, que lo obliga a irse con el rabo entre las piernas bajo protección policial. El NUM negocia un bono de 179 dólares para aquellos que volvieran al trabajo antes del martes siguiente. Pero para su disgusto, las negociaciones se rompen porque «muchos se niegan a aceptar el compromiso y llaman a continuar el movimiento».
En el Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU), al que el NUM, que sigue llamando a la unidad sindical, está afiliado, se organiza una manifestación antisindical. A la salida, trescientos manifestantes antisindicales son bloqueados por vehículos blindados y dispersados a golpe de granadas aturdidoras y gases lacrimógenos. Al grito de «estamos hartos del NUM», muchos queman camisetas del sindicato y declaran: «no retrocederemos, poco importa lo que digan o lo que hagan, lucharemos hasta la última gota de sangre»
El aspecto de la lucha proletaria más decidido e intransigentes fue el que impidió a los esquiroles (carneros) reiniciar el trabajo. De los sesenta muertos, que hubo en los dos meses y medio que duró el conflicto, buena parte debe atribuirse a las luchas antisindicales y antiesquiroles: «Los que van al trabajo son los responsables de la muerte de los otros»; «nadie dormirá la próxima noche, hay que controlar a los que quieren ir a trabajar». Llevar una camiseta con el logo del NUM se convierte en algo peligroso. Un sindicalista es asesinado por una bala proletaria y a otros les rompen la cara. En el punto álgido de la lucha, los esquiroles no se atreven a regresar a la mina y los sindicatos se quejan: «Los trabajadores que querían ir a trabajar han sido agredidos, intimidados» (portavoz del NUM, Lesiba Seshaka).
A nosotros ni nos extraña ni nos indigna que una ley de los tiempos del apartheid sirva para reprimir a los huelguistas de hoy. Sabemos que cualquier fracción burguesa, aunque se llame de izquierda, no tendrá ningún reparo en utilizar la legislación aprobada por una fracción llamada de derechas, y viceversa. La única razón de ser de toda ley es la de reprimirnos, ya sea individual o colectivamente. Y es también un viejo clásico de la burguesía destacar la violencia de las acciones de nuestra clase para justificar su propia violencia. Está legitimado por todo su arsenal jurídico e ideológico. Del mismo modo, otro viejo clásico del Estado es justificar la utilización de esos milicos tipo Robocop, sobrearmados, los vehículos blindados, los tanques, las granadas, las ametralladoras, los misiles y sus otras mierdas inventadas para reprimir a los proletarios en lucha, armados con lanzas, cuchillos o revólveres.
Sólo la burguesía puede utilizar la violencia con total impunidad, son sus leyes y sus tribunales de justicia, son sus milicos y sus armas las que nos la imponen por la fuerza. Cuando se trata de nuestra violencia de clase, se la tacha de terrorismo por parte de nuestros enemigos. El error sería creer que podría ser de otra manera, nada tenemos que esperar de su justicia y sus leyes, que han sido elaboradas para reprimirnos. La única violencia aceptada por el Estado es la suya, que no es otra que la violencia de la tasa de ganancia.
Estas luchas no surgen de la nada, su radicalidad nos muestra que la crítica de las prácticas sindicales tiene un largo recorrido, y que empezó mucho antes del inicio de estas últimas huelgas. Por el contrario, es difícil determinar cuáles son las formas de asociacionismo con las que se dotan los proletarios en lucha y cuál es el grado de autonomía. Como sucede a menudo en este tipo de contexto de enfrentamiento al sindicato oficial, surgió un sindicato disidente, la ACMU (Association of Minerwokers and Construction Union), que agrupa a muchos mineros en ruptura con el NUM. Sin embargo, y a pesar de la virulencia de COSATU (Congreso de los Sindicatos Sudafricanos) contra ella, no podemos afirmar si tiene o no una práctica de clase. Nos falta información sobre su práctica real, aunque es una fuerza que parece interesante, más cuando el Estado la tilda de anarquista y declara que su creación responde «a una estrategia política deliberada de intimidación y violencia».
El viejo cuento de la unidad sindical no tuvo demasiado peso entre las razones que provocaron la vuelta al trabajo. El decaimiento del movimiento huelguístico y el aumento de los beneficios por parte de la burguesía, se debieron más a la falta de extensión y unificación de las luchas. De todas formas, las huelgas salvajes continuaron, al menos, hasta noviembre, especialmente en las minas de carbón de Magdalena, donde los mineros exigieron que se doblaran sus salarios y se les otorgaran seis meses de licencia de maternidad. En esa lucha dos proletarios fueron asesinados al intentar tomar la armería de la mina.
El decaimiento del movimiento, no le resta valor a la experiencia que nuestros hermanos de Sudáfrica acaban de vivir. La demanda, no obtenida, de triplicación de los salarios tenía su razón de ser, porque intentaba impedir la obtención de beneficios y trataba de recuperar una parte de la plusvalía. Iba en el sentido de la lucha para el aumento del salario relativo contra la dictadura del beneficio.
Es difícil analizar con mayor profundidad las contradicciones que se producen en el seno de estas luchas. Al carecer de una red de información directa, seguramente, se nos escaparon muchos acontecimientos importantes. No obstante podemos rescatar de estas huelgas el rechazo a la política gubernamental, la ruptura con el sindicato oficial, la enorme combatividad y determinación demostradas por los proletarios, su violenta respuesta al terrorismo asesino del Estado, la lucha por sus necesidades contra el imperativo de la gestión «realista» y contra la tasa de ganancia.
Las declaraciones de los pobres e indefensos policías, asegurando que pretendían defenderse de los ataques de unos mineros armados hasta los dientes, son contradictorias con las imágenes que se filmaron y que circularon poco después. A medida que se va conociendo el elevado número de mineros heridos y asesinados, por una bala por la espalda, el Estado encuentra más dificultades de mantener le argumento de la autodefensa. Para evitar una explosión social, libera a 162 inculpados (¡en libertad condicional!) y admite que puede haber habido algún exceso puntual de las fuerzas del orden, por lo que realizará una investigación policial exhaustiva «para determinar las responsabilidades de cada uno». ¡Qué alivio! También, afirma que la masacre, se produjo por por la «falta de experiencia y equipamiento de la policía», ante la «violencia de los mineros». Como en otras ocasiones, para calmar los ánimos, el gobierno decreta funerales nacianales y una semana luto. Por lo menos, mientras lloramos a nuestros muertos estamos tranquilos... ¡Buen intento!
En vez de romper la huelga, los muertos de Marikana provocan una intensificación del pulso entre el proletariado y la burguesía y la huelga se propaga como una mancha de aceite.
Muchas compañías mineras están afectadas por el movimiento: Madder East, Amplats, Aquarius, Xstrata, Béatrix, Altlatsa, la Gold One, la Gold Field, American Platinum… «Lo que nos inquieta realmente es que el movimiento se extienda a las minas de oro», se lamenta el secretario general del NUM. En el momento más álgido de la lucha hubieron 100.000 huelguistas. Y efectivamente el movimiento se extiende a las minas de platino, de oro, de hierro, de cromo, de carbón..., a los que se suman 20.000 camioneros del sector del transporte y los obreros de Dunlop.
El palo y la zanahoria
Como es habitual, las diferentes fracciones burguesas se reparten el trabajo. Por un lado, los sindicatos, entre los que el NUM es el más conocido, intentan imponer las negociaciones con los patrones para que los mineros retomen el trabajo en la mina, mientras que el gobierno promete un desarrollo de los pueblos mineros.
Por otro lado, las huelgas son declaradas ilegales por la justicia, lo que justifica el despido en masa de los mineros que se niegan a volver al trabajo.
En plena apoteosis, la policía y el ejército intentan mantener la situación bajo control, ya sea con balas de goma o fuego real, bombardeando con gases lacrimógenos o con granadas aturdidoras, matando o hiriendo a quienes se resisten.
La Alianza tripartita, completamente sobrepasada por la amplitud y la fuerza del movimiento, pide la intervención del ejército y de las fuerzas especiales para reprimir a «los elementos criminales de Rustenburg y las minas próximas». La radicalidad de los huelguistas empuja a los sindicatos a radicalizar su discurso, pero es en vano. Después del inicio del movimiento, los mineros rechazan la representación de quienes tantas veces los han embaucado y deciden por sí mismos las reivindicaciones que quieren defender: ¡La triplicación de los salarios ! Con esta situación, los inversores internacionales están intranquilos y el valor de las acciones no deja de bajar. En 2012, las huelgas costaron más de 900 millones de euros a la industria minera. Evidentemente, a la burguesía le importan un carajo las pésimas condiciones de vida del proletariado, lo que le preocupa son las pérdidas que las huelgas le ocasionan. Pérdidas que nosotros celebramos.
Crítica en los hechos del sindicalismo: Zokwana, presidente de la agrupación sindical NUM, va a visitar a los huelguistas de Lonmin, en un coche blindado, para intentar convencerlos de que paren la huelga, declarada ilegal. El sindicalista es abucheado por la multitud, que lo obliga a irse con el rabo entre las piernas bajo protección policial. El NUM negocia un bono de 179 dólares para aquellos que volvieran al trabajo antes del martes siguiente. Pero para su disgusto, las negociaciones se rompen porque «muchos se niegan a aceptar el compromiso y llaman a continuar el movimiento».
En el Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU), al que el NUM, que sigue llamando a la unidad sindical, está afiliado, se organiza una manifestación antisindical. A la salida, trescientos manifestantes antisindicales son bloqueados por vehículos blindados y dispersados a golpe de granadas aturdidoras y gases lacrimógenos. Al grito de «estamos hartos del NUM», muchos queman camisetas del sindicato y declaran: «no retrocederemos, poco importa lo que digan o lo que hagan, lucharemos hasta la última gota de sangre»
El aspecto de la lucha proletaria más decidido e intransigentes fue el que impidió a los esquiroles (carneros) reiniciar el trabajo. De los sesenta muertos, que hubo en los dos meses y medio que duró el conflicto, buena parte debe atribuirse a las luchas antisindicales y antiesquiroles: «Los que van al trabajo son los responsables de la muerte de los otros»; «nadie dormirá la próxima noche, hay que controlar a los que quieren ir a trabajar». Llevar una camiseta con el logo del NUM se convierte en algo peligroso. Un sindicalista es asesinado por una bala proletaria y a otros les rompen la cara. En el punto álgido de la lucha, los esquiroles no se atreven a regresar a la mina y los sindicatos se quejan: «Los trabajadores que querían ir a trabajar han sido agredidos, intimidados» (portavoz del NUM, Lesiba Seshaka).
A nosotros ni nos extraña ni nos indigna que una ley de los tiempos del apartheid sirva para reprimir a los huelguistas de hoy. Sabemos que cualquier fracción burguesa, aunque se llame de izquierda, no tendrá ningún reparo en utilizar la legislación aprobada por una fracción llamada de derechas, y viceversa. La única razón de ser de toda ley es la de reprimirnos, ya sea individual o colectivamente. Y es también un viejo clásico de la burguesía destacar la violencia de las acciones de nuestra clase para justificar su propia violencia. Está legitimado por todo su arsenal jurídico e ideológico. Del mismo modo, otro viejo clásico del Estado es justificar la utilización de esos milicos tipo Robocop, sobrearmados, los vehículos blindados, los tanques, las granadas, las ametralladoras, los misiles y sus otras mierdas inventadas para reprimir a los proletarios en lucha, armados con lanzas, cuchillos o revólveres.
Sólo la burguesía puede utilizar la violencia con total impunidad, son sus leyes y sus tribunales de justicia, son sus milicos y sus armas las que nos la imponen por la fuerza. Cuando se trata de nuestra violencia de clase, se la tacha de terrorismo por parte de nuestros enemigos. El error sería creer que podría ser de otra manera, nada tenemos que esperar de su justicia y sus leyes, que han sido elaboradas para reprimirnos. La única violencia aceptada por el Estado es la suya, que no es otra que la violencia de la tasa de ganancia.
Estas luchas no surgen de la nada, su radicalidad nos muestra que la crítica de las prácticas sindicales tiene un largo recorrido, y que empezó mucho antes del inicio de estas últimas huelgas. Por el contrario, es difícil determinar cuáles son las formas de asociacionismo con las que se dotan los proletarios en lucha y cuál es el grado de autonomía. Como sucede a menudo en este tipo de contexto de enfrentamiento al sindicato oficial, surgió un sindicato disidente, la ACMU (Association of Minerwokers and Construction Union), que agrupa a muchos mineros en ruptura con el NUM. Sin embargo, y a pesar de la virulencia de COSATU (Congreso de los Sindicatos Sudafricanos) contra ella, no podemos afirmar si tiene o no una práctica de clase. Nos falta información sobre su práctica real, aunque es una fuerza que parece interesante, más cuando el Estado la tilda de anarquista y declara que su creación responde «a una estrategia política deliberada de intimidación y violencia».
El viejo cuento de la unidad sindical no tuvo demasiado peso entre las razones que provocaron la vuelta al trabajo. El decaimiento del movimiento huelguístico y el aumento de los beneficios por parte de la burguesía, se debieron más a la falta de extensión y unificación de las luchas. De todas formas, las huelgas salvajes continuaron, al menos, hasta noviembre, especialmente en las minas de carbón de Magdalena, donde los mineros exigieron que se doblaran sus salarios y se les otorgaran seis meses de licencia de maternidad. En esa lucha dos proletarios fueron asesinados al intentar tomar la armería de la mina.
El decaimiento del movimiento, no le resta valor a la experiencia que nuestros hermanos de Sudáfrica acaban de vivir. La demanda, no obtenida, de triplicación de los salarios tenía su razón de ser, porque intentaba impedir la obtención de beneficios y trataba de recuperar una parte de la plusvalía. Iba en el sentido de la lucha para el aumento del salario relativo contra la dictadura del beneficio.
Es difícil analizar con mayor profundidad las contradicciones que se producen en el seno de estas luchas. Al carecer de una red de información directa, seguramente, se nos escaparon muchos acontecimientos importantes. No obstante podemos rescatar de estas huelgas el rechazo a la política gubernamental, la ruptura con el sindicato oficial, la enorme combatividad y determinación demostradas por los proletarios, su violenta respuesta al terrorismo asesino del Estado, la lucha por sus necesidades contra el imperativo de la gestión «realista» y contra la tasa de ganancia.
¡Saludos a nuestros hermanos de clase en Sudáfrica y a todos los que luchan hoy en el mundo!
¡Fuera y en contra de todos los encuadramientos burgueses!
¡Abajo la dictadura del beneficio!
¡Fuera y en contra de todos los encuadramientos burgueses!
¡Abajo la dictadura del beneficio!
# publicado originalmente en Communisme nro.64 (Diciembre de 2012), revista en francés del Grupo Comunista Internacionalista (traducción al español en el blog del GCI)
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