La universidad de la miseria  “(...) superar la división entre  teoría y práctica, (...), cancelar ese extrañamiento entre teoría y  práctica que es característico de la enseñanza tradicional. La  superación (...), debe hacerse en el seno mismo de la enseñanza y no  debe confundirse con la mera combinación de tareas prácticas con un  aprendizaje teórico” Milcíades Peña
Cuando hablamos de la Ley  Federal de Educación, nos referíamos a la cuestión de la subsunción de  los universitarios y el conocimiento científico y artístico en una  materialidad y espiritualidad burocrático-mercantil. Ahora pretendemos  referirnos a la cuestión del poder burocrático en sí. Tomamos como punto  de partida el hecho cierto de que “la burocracia supone las  corporaciones, al menos el espíritu corporativo”, por lo que tiende a  generar la idea, tanto a izquierda como a derecha, de que “la  universidad pública no responde a los intereses de la universidad”. A lo  que se opone una realidad hoy reafirmada; que “la burocracia no ha sido  nunca una clase independiente” y que, en última instancia, y a su  manera, siempre ha estado al servicio de la clase dominante (hoy  haciendo de ciencia y arte una mera mercancía que la corporación sólo  pretende monopolizar).
Hacia adentro, en la institución  universitaria, el dominio del formalismo burocrático (que, en sí, no es  más que el dominio del formalismo) somete a toda la actividad  institucional (académica, política, etc.) a la lógica de “los métodos y  hábitos de la administración, que desde luego, es la principal función  (...) de la burocracia y la fuente de su preeminencia”, por lo que en la  universidad pública, el control del político del engranaje burocrático  es el arma fundamental a la hora de pensar y actuar políticamente;  justamente mediante ello se puede evitar toda acción política real. Con  ella, todo se reduce a problemas de administración y gestión, todo se  reduce a la cracia del buró; ¡así se despolitiza la universidad!, ¡eso  es lo que esconde la peleíta por la “democratización”!. Un ejemplo  trágico de cómo la burocracia se constituye como poder total, es el cómo  del proceso de aprendizaje, donde tal dominio supone, entre otras  cosas, organizar el tiempo y el espacio de los estudiantes y someterlo a  una serie de rutinas preestablecidas.
Esta organización se  traduce en la falta de control de los estudiantes sobre el contenido y  el proceso de aprendizaje (parecido a cómo el trabajador carece de  control sobre el producto y el proceso de su trabajo) vale decir, en su  alienación respecto de ellos. La organización de la realidad en  compartimentos estancos, la pérdida del punto de vista de la totalidad,  la aceptación de rutinas y procesos preestablecidos, el sometimiento a  la ejecución de tareas concebidas por otro, la sumisión a la autoridad,  etc., que constituyen la esencia fundamental sobre la cual se organiza y  se estructura la institución universitaria, surgen así como resultado  de las “relaciones sociales de la educación” (¿?) [reflejo de la  sociedad capitalista que la ha producido] y se aprenden y reproducen con  independencia eufemística del contenido de la enseñanza. A ello la  derecha no tiene más que agregarle contenidos ideológicos reaccionarios  (ya que en la metodología tiene un “plus” de fuerza), mientras que la  izquierda sólo sabe yuxtaponer contenidos progresistas que parten, así,  más que rengos.
De este modo, en medio del tedio y la rutina,  el único acto realmente político que el poder burocrático nos permite,  ¡y no a todos!, es el de elegir de tanto en tanto que facción de su  casta va a coronarse como cabeza de esta organización jerárquica y  elitista. ¡Eso es lo que se quiere democratizar!. Así, mientras que para  el burócrata de derecha, tomado individualmente, su finalidad no es más  que la lucha por abrirse camino para la conquista de los puestos más  elevados, hacia la izquierda la burocracia no es más que el opio de los  progres que, como ya los había definido Rosa Luxemburgo “unen a su  pobreza intelectual, a su estreches de miras, a su falta de bríos, una  suficiencia ostentosa”, cumpliendo, en última instancia, lo que  comentaba Marx cuando decía “la burocracia es el círculo del que nadie  puede escaparse”. Este proceso realiza, sin mayores cuestionamientos, y  de manera acabada, la conversión de las profesiones en simples  actividades mercantiles, donde los buenos y dóciles tenderos del  conocimiento serán honrados con la medalla de la excelencia académica,  accederán a los mejores lugares y, desde allí, regularán el tráfico  mercantil. Todo legal y a costa de la proletarización de la gran masa de  sus compañeros, por lo que resulta esencial no caer en fetiches  infantiles a la hora de pensar la condición de los “trabajadores de la  educación” así, sin más.
Semejante escenario encuentra su  legitimidad izquierdista, el plano político, apoyado en las agrupaciones  políticas de la izquierda populista, centrista o abiertamente  reformista, que siguen soñando que con ampliar el cupo de funcionarios, o  incluso que con “llegar de contenido y participación” los actuales  organismos de gobierno universitario realizarían una democratización  fundamental de la institución. Para nosotros realmente es una postura  miserables pues el principio verdaderamente democrático está en  permanente contradicción con la existencia de un poder burocrático en  razón a que “el espíritu general de la burocracia es el secreto, el  misterio guardado en su sueno por la jerarquía y, hacia afuera, por su  carácter de corporación cerrada (...), la autoridad es, en consecuencia,  el principio de su sabiduría y la idolatría de la autoridad constituye  su sentimiento.
Pero en el propio seno de la burocracia, el  espiritualismo se hace un materialismo sórdido, se transforma en el  materialismo de la obediencia pasiva, de la fe en la autoridad, del  mecanismo de una actividad formal fija, de principios e ideas y  tradiciones fijas”. ¿Tiene todo esto algo que ver con la democracia?. No  menos lamentable resultan las agrupaciones progres autonomistas, que se  la pasan glorificando nuestra impotencia cambiando de lugar los bancos  de las aulas, o jugando educadamente al “role-playing” pretendiendo,  así, que desarrollan una encarnizada lucha contra los “puntos capilares  de poder”. Es resto de los agrupamientos independentistas profesa un  inoperante sindicalismo de servicios que, por lo demás, se halla  directamente subordinado a los intereses de la burocracia, cuando no son  más que sus cómplices honestamente descarados.
Por último  quisiéramos agregar que, incluso más allá del carácter elitista de las  universidades públicas actuales, todas las instancias oficiales para ser  admitido, aún al último escalón de esta jerarquía, esconden detrás de  ideas tales como “la excelencia académica”, que bajo las actuales  condiciones, no son más que formalidades masónicas fruto del arbitrio  corporativo y que en definitiva sólo constituyen el reconocimiento  oficial y legitimado de que el saber científico es un privilegio,  ¡cuanta hipocresía!. De este modo los actuales cursos de ingreso, por  ejemplo, no son sino “el bautismo burocrático del saber, el  reconocimiento de la transustanciación del saber profano en saber  sagrado”; abstracto. Mientras que cuando se pretende pertenecer al  “claustro superior”, además del momento objetivo del credo burocrático  (el examen), se necesita aún el mandato subjetivo de la gracia de la  casta gobernante y, en último término, de la facción que en ese momento  esté a a cabeza de la organización.
Sólo después de lo dicho se  entiende el histeriquismo de algunos funcionarios cada vez que se  convoca a alguna asamblea que los obliga a salir a la luz y a ser  interpelados, sólo así se entienden los ladridos desesperados de  nuestras autoridades de nuestra facultad que en las asambleas lloran  porque se han vulnerado los mandamientos de su credo burocrático ¡porque  ninguna autoridad ha convocado a tal asamblea!, ¡porque no se había  informado formalmente los temas a tratar!, y que a la hora de discutir  los asuntos en cuestión, sólo saben recordar lo que tal o cual  reglamento de procedimiento indica y sobre la necesidad de que todos los  presentes “si quieren discutir con seriedad” les rindan culto como  ellas. Es difícil imaginar cuanta pobreza pueden esconder estas mitad  excusas, mitad convicciones.
Resumiendo. El poder burocrático  en la Universidad pública domina, en sí, al lograr que una parte  determine al todo, es decir, que todo se realice a través de sus  métodos. Por derecha, reforzando su tendencia corporativa, mediante la  exclusión, el enclaustramiento y el elitismo. Y por izquierda, al  tornarse un “tejido de ilusiones prácticas” sobre sus potencialidades  como herramienta política a utilizar para transformar la institución y  ponerla al servicio de los sectores explotados y oprimidos. Es necesario  luchar por mayor presupuesto, mejores salarios, etc., (sin ello sería  utópico combatir la tendencia a la mercantilización denunciada), pero  más aun lo es sacarse de encima el peso muerto de la burocracia. No  “democratizándola” sino planteadose su superación. Sólo con este  horizonte se generarán las condiciones objetivas y subjetivas para  lograr la unidad concreta con los sectores populares o proletarios en  lucha y sólo mediante esa unidad concreta es que se hará posible,  “finalmente, crear la situación que haga imposible todo retroceso”.
Miseria de la universidad   “El maestro de liceo o de la universidad se siente dentro de la  burguesía. (...). La docencia (...) universitaria, tanto por su función  como por su estructura, tiende a crear una burocracia conservadora.  (...). En la docencia (...) universitaria domina el diletantismo” 
José Carlos Mariátegui
Que la universidad sea una isla es una idea, al menos ingenua (sino  demasiado parcial), propia del moralismo pequeño burgués que gusta  mirarse sólo en la cara izquierda de su moneda. La universidad pública,  “la institución para-estatal más grande”, no es más que una corporación  burocrática hasta lo más íntimo que condensa en sí, reproduciendo, las  relaciones sociales que son la base de la hegemonía social y política de  la clase burguesa. A tal punto es de este modo que, en general, se  comparte la ilusión y el fetiche de que la universidad, como el resto de  la maquinaria estatal, flota de forma pura y neutral por encima de las  relaciones de dominio y explotación de la sociedad civil (en el caso  particular de la institución educativa el patetismo no puede se mayor  cuando la declaración, abstracta, de universalidad va como su nombre  propio), la cara intelectual de este absurdo es, en sus variantes  respectivas: teconcracia, academicismo y esteticismo.
Pero  echemos un ojo al que sucede en el acontecer cotidiano, interno, de este  engendro. No sin antes agregar que lo dicho se realiza porque el  movimiento actual de la Universidad pública, el impulsado por la L.E.S.,  tiende a reforzar y llevar al paroxismo la tendencia propia de la  sociedad burguesa (enajenación). Y cuando perdemos, o nos salimos de  este punte de vista, la relación orgánica de la institución con el resto  de la sociedad (aquí sólo sabe verse el carácter clasista/elitista y  excluyente de la misma) únicamente puede darse como una necesidad  externa, forzada, y que sólo sabrá manifestarse mediante el “compromiso”  de la institución con algún sector social, organizado o no, del afuera  (cuando la relación de extensión no es satisfactoria, los académicos no  pueden legitimarse y caen en sus constantes crisis existenciales de  ¿cuál es el rol del...?, dilema que resuelven concibiéndose como algún  espécimen de asistente social).
Pues bien, todo espíritu progre  nos concederá que la institución educativa no hace más que reproducir  las relaciones existentes (¿¡pero ello no implica también que reproduzca  sus ilusiones, fetiches, etc.!?). Pues, políticamente, ¿cómo se realiza  esto en su seno?. Desde este rincón hemos declarado nuestra  disconformidad con la caracterización de feudal propia de la izquierda  centrista, intentando analizarla como corporación (para-estatal)  burocrática. Pero eso no sólo referido a que sus órganos de gobierno  estén burocatizados, sino, más bien, tratando de mostrar que las  relaciones cotidianas, áulicas, las que nos sujetan y producen como  intelectualoides, están taradas de burocratismo. Que la burocracia es su  relación social estructurante.
De igual modo, a nuestro  entender, la organización universitaria reproduce, en su forma, la  alienación política (¡que ya el mismo hacho del dominio burocrático  testimonia!). Colocando a los estudiantes /al menso) como meros objetos  de las “relaciones de (re)producción del conocimiento”, mientras que  sólo actúan como sujetos, cuando se educan cívicamente en los cada vez  más restringidos y no menos burocratizados (por ello mismo impotentes),  órganos oficiales de decisión (de este modo; por un lado la práctica  científica, por el otro el “compromiso social” y político. Todo  separadito en compartimentos estancos como gustan los burócratas. De  este modo, ciencias muertas que se ilusionan con la pureza y la  neutralidad objetiva, pero no comprenden el por qué de su mediocridad  que tanto mortifica).
Para nosotros esa es la piedra de toque  para comprender la pasividad y despolitización de los universitarios;  por ello mismo nos produce profunda desconfianza cualquier llamado a  construir un pensamiento crítico que no haga mención alguna al problema  del desdoblamiento alienante, y que no inste a resolverlo a fin de  producir, ya no sólo pensamientos, sino sujetos crítico7prácticos en su  acontecer. Por llo es que hemos insistido en la necesidad estratégica de  la desburocratización, esto es, generar los mecanismos desalienantes  que sirvan para desatar los problemas, los hagan estallar, los vuelvan  incontrolables y, por tanto, nos obliguen a resolverlos. Así, a nuestro  entender, se trata de salirse de las mallas de la burocracia y sus  compartimentos, generando los mecanismos que funcionen como correa de  transmisión (su efectividad militante depende más de una cuestión de  poder que de tareas) de una actividad política de verás (al menos como  tendencia) critico/práctica.
El otro aspecto del proceso, no  menos determinante (más bien fundamental), implica, necesariamente, la  lucha por el ingreso de lxs trabajadorxs a éste ámbito. Sólo ellxs  constituyen la garantía de una universidad que sea una palanca para su  autoemancipación. En tal sentido, se plantea la necesidad de conquistar  organismos que liguen la lucha por la superación de la corporación, con  las luchas de los sectores proletarios. Solo apoyados en sus combates y  no ligándonos sólo por “políticas de solidaridad”, la transformación de  as universidades esrá una posibilidad concreta. De tal manera que es  sumamente necesario romper con la rigidez de los enclaustramientos a fin  de que los estudiantes, también, se nutran de los problemas y las  actividades y luchas docentes, de los trabajadores no docentes, y al  revés.
Bien, ¿y qué nos diferencia de las mayorías de las  agrupaciones universitarias del progresismo burocrático?. Sólo las  estrategias. Para nosotros la auto-organización es un problema  estratégico central (y lograr que la misma se realice en los ámbitos de  actividad cotidiana lo es más aun, pues necesita convertirse en relación  social) y no sólo un asunto formal o meramente táctico, como fuerza de  tareas, menos todavía como algo subordinado sólo a vegetar en torno a  agrupamientos oficiales u organismos de gestión, peleando por mayor  representatividad. Si los mecanismos de auto-organización no devienen en  órganos/medios de auto-determinación, esto es, si no se constituyen  como poder, serán una mentira. Por otro lado, el modo de pensar y actuar  políticamente en en sus tendencias dominad (sectarismo, oportunismo,  tacticismo) en el izquierdismo universitario.
Desde nuestro  punto de vista, la forma de pensar política de la mayoría de los cuadros  de la militancia progresista universitaria está preñada (no hablemos ya  de los grupos de derecha) de espíritu burocrático. De modo tal que su  actividad militante es, en general, un simple reflejo de las relaciones  existentes. Mientras que sus intentos de criticar la institución,  constituyen más bien “una estricta descripción formal y empirista de la  misma y no una explicación de la lógica propia de la organización (...)  tal como ella se despliega” (he ahí la madre de borrego táctico).
Pero lo demás este modo burocrático de pensar la militancia, “condena a  la pasividad a todo elemento exterior a la burocracia” (oficial: al  funcionariado). Y esta pasividad es concebida a la manera metafísica,  como un estado sin tensiones internas y que, por tanto, sólo puede ser  impulsada desde el exterior. Cuando en la realidad los momentos/espacios  de las relaciones de reproducción de los intelectuales son el elemento  verdaderamente activo en el proceso de producción de subjetividades. Es  de esta manera que la militancia progresista refleja y reproduce la  alienación política en la forma burocrático-universitaria, e interpela a  todo el movimiento estudiantil a una militancia impotente que deja  intacta la contradicción sujeto/objeto (pues esta es su premisa y su  fundamento) que la organización produce. Así, la militancia tiene como  supuesto teórcio-ideológico a la filosofía de la acción y no la de la  praxis.
Este tipo de militancia nos condena de antemano a  reacer cotidianamente en la especulación, el voluntarismo y el moralismo  interpelador. Y embriagados de espíritu militante intentaremos hacerlo  todo, es decir, convertir nuestra voluntad en causa prima. Y es que “el  burócrata ve en el mundo simplemente un objeto para su tratamiento”, de  manera tal que si el movimiento estudiantil pretende que su Rodas deje  de confundirse con un muro de los lamentos, deberá inscribir en la  dinámica de su lucha la renovada consigna: “del cuestionamiento de la  universidad de clase. Al cuestionamiento de la sociedad de clases”.
# Origen desconocido. Fecha desconocida.
Extraído de 
IMC Arg