jueves, 20 de diciembre de 2018

Agitación en los Puertos de $hile


por CdL / diciembre 2018

Traducción al inglés por Ediciones Inéditos


Más de un mes de huelga llevan lxs trabajadorxs portuarixs en Valparaíso, en conflicto directo con la empresa TPS, por exigencias en materia de turnos, seguridad laboral y mejoras salariales. Ante la negativa patronal a responder los petitorios, los medios de lucha se han radicalizado y la represión estatal se ha hecho cada vez más dura, llegando al violento desalojo del Sindicato de estibadores de la ciudad.

Históricamente, los puertos chilenos han visto desarrollarse un fuerte movimiento obrero, que a menudo ha desbordado las formas de lucha sindicales para combatir a la patronal. Su posición clave en la economía capitalista, en el corazón del flujo de grandes volúmenes de mercancías entre $hile y el resto del mundo, les hace ser vistos con temor por el empresariado local, especialmente por aquel que controla los puertos, por lo que el Estado (que es siempre el Estado de la clase dominante) a través de su policía se apura en reprimir y aislar todo conflicto en este sector. Por otra parte, el mismo factor hace también de estos hermanxs de clase un blanco para las maniobras políticas de quienes, con un discurso izquierdista, y concibiendo al socialismo como una forma alternativa de gestión capitalista, juzgan la importancia de ciertos sectores del proletariado no por su negatividad radical entre sus propias vidas y la producción de valor, sino por el rol que juegan dentro de la economía capitalista.

Pero serán las mismas necesidades de la lucha por afirmar los genuinos intereses de nuestra clase las que harán frente a la represión y a la manipulación: la tenacidad en el combate de lxs portuarixs en Valparaíso y la rabia frente a la represión desatada, despierta la solidaridad activa en todos los puertos del país, que se rodean de barricadas y ven proliferar ataques a la policía.

En cada conflicto abierto entre los intereses inmediatos del proletariado y las necesidades de acumulación de la clase capitalista, se expresa nuestra potencialidad revolucionaria. La lucha trae a la superficie la negación profunda y radical de todo este sistema de muerte. Así, a partir de un petitorio considerado “local”, la extensión de la solidaridad proletaria y del enfrentamiento directo con la represión estatal abre grietas por las que se afirma la autonomía de nuestra clase y la necesidad de combatir ya no por mejoras particulares, que solo extienden nuestra agonía en la sociedad del capital, sino por una nueva comunidad humana sin explotación ni dominación de ningún tipo. Para esto, el movimiento debe ser eficaz tanto en combatir a la represión del Estado, sin miramientos ni respeto por la legalidad burguesa, así como en evitar la manipulación por parte de diversas fracciones políticas que no son más que agentes del Capital presentadas como “defensoras de los derechos de los trabajadores”.

El mismo movimiento debe sacudirse también de todo ropaje reaccionario, del discurso nacionalista, de la identidad obrerista, y de la tentación de personificar en los rostros más detestables  la responsabilidad exclusiva de lo que es la imposición de toda una relación social. No es posible que si los empresarios acusan a estas movilizaciones de dañar la economía nacional, la defensa oficial se plantee en el mismo lenguaje de nuestros amos, tratando de convencerlos de que “en realidad sí queremos a nuestra patria y estas luchas afirman la economía” o de reclamar un “empresariado consciente”. ¡A no caer en estas trampas! No tenemos ningún interés en servir a ningún país. Todas las fronteras fueron gestadas para mayor beneficio de sus clases dominantes. Y es precisamente contra la Economía misma, que subordina toda nuestra existencia como proletarixs a su perpetuación, que nuestras luchas deben alzarse.

¡SOLIDARIDAD CON LOS PROLETARIXS QUE INCENDIAN LOS PUERTOS AFIRMANDO SUS NECESIDADES HUMANAS!
¡A DESARROLLAR Y AFIRMAR LA AUTONOMÍA DE CLASE CONTRA TODOS LOS AGENTES DEL CAPITAL!
¡LAS LUCHAS PROLETARIAS DE HOY SON LA PRE-FIGURACIÓN DE LAS LUCHAS DEL MAÑANA!
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Algunas notas de la prensa:

https://www.dw.com/es/el-gobierno-chileno-alcanza-un-preacuerdo-con-los-estibadores/a-46797350

https://es.euronews.com/2018/12/19/principio-de-acuerdo-para-poner-fin-a-la-huelga-de-estibadores-en-chile

https://www.eldiario.es/politica/Estibadores-chilenos-rechazan-disturbios-Valparaiso_0_847966288.html

https://www.elciudadano.cl/justicia/estibadores-en-chile-o-como-la-economia-del-pais-se-sustenta-en-trabajadores-eventuales/07/13/ (nota vieja sobre la cuestión portuaria en dicha región)

martes, 18 de diciembre de 2018

[Francia] REFLEXIONES PROVISIONALES SOBRE LOS CHALECOS AMARILLOS

Original en francés: Réflexions provisoires sur les Gilets Jaunes
15 décembre 2018
traducido por Federico Corriente

El siguiente texto es el resultado de las reflexiones de compañeros que viven en Francia, Suiza y Alemania, y tiene por objetivo presentar la situación actual en Francia a un público alemán (bien que mal, traduce quien quiere). Compartimos sus conclusiones, con unas pocas reservas, especialmente con respecto al uso de la investigación de Le Monde, cuyo método nos parece insatisfactorio, pues sesga la representación de los componentes sociales del movimiento, y sobre todo su politización (en particular en cuanto a la presencia de la extrema derecha).


1. El «pueblo» y el precio del litro
Fue la gota que colma el vaso. Un aumento de los impuestos sobre el combustible hizo estallar la ira de aquellos y aquellas que sufren plenamente el desmantelamiento del Estado de bienestar. Pero, ¿por qué la gota fue el aumento de los impuestos del combustible, y no la quiebra del código de trabajo emprendida por la ley El Khomri e intensificada por las ordenanzas de Macron, o incluso la privatización de los ferrocarriles? Porque un depósito vacío equivale a un arresto domiciliario. Para los individuos relegados a las periferias del espacio social, a sus márgenes suburbanos y rurales, el automóvil es la última garantía residual de socialización. Permite «salir» de la zona. En tales condiciones, no es raro que el automóvil sea percibido como un factor central de socialización.

Ponerse un chaleco amarillo supone salir de una invisibilidad padecida hasta ahora, primero en las encrucijadas y en los peajes, para rehacer un vínculo y converger luego sobre los centros urbanos, la capital y su corazón simbólico: los Campos Elíseos. La vivencia económica de la desocialización se experimenta tanto más escandalosamente como una afrenta cuando uno es consciente de que pertenece a algo así como «el pueblo», en el sentido de «los de abajo», los que tienen dificultades para llegar a fin de mes. En una capital ocupada repentinamente por individuos y grupos que jamás habían puesto los pies en ella, aparecieron por doquier etiquetas y consignas alusivas a la Revolución Francesa.

La única tradición revolucionaria que parece permitir la reconstrucción de un imaginario político común no tiene nada que ver con los movimientos obreros; se inspira en el relato nacional sobre la revolución fundadora de 1789. Sin duda, habría que guardarse de sobreinterpretar la omnipresencia de banderas francesas y los continuos cantos de La marsellesa en los bloqueos, las comitivas y los disturbios. Cuando los resultados de la primera encuesta nos dicen que sólo el 12,7% de los chalecos amarillos encuestados dicen ser de derechas, y el 5,4% de extrema derecha , también cabe considerar estos símbolos nacionales como insignias enarboladas por defecto —son los únicos compartidos— y también como la reivindicación de una forma de anonimato político, así como de una ruptura con los partidos y sindicatos existentes.

Tal como están las cosas, estas referencias a la nación revolucionaria ponen de manifiesto que el declive de la identidad obrera desde finales de la década de 1970 conlleva el olvido de la historia del movimiento obrero por parte de un gran sector del proletariado. El momento de rescate de la memoria que acompaña a toda lucha lleva al movimiento de los chalecos amarillos a volver a un pasado más lejano.

2. Nación y autoorganización
Así pues, la identificación con una tradición revolucionaria que opone al pueblo al rey Macron no implica que el conjunto del movimiento se construya en torno a la afirmación de una comunidad nacional preexistente —que, como es sabido, requiere su complemento racista— para anclarse en un territorio y una genealogía imaginarios. Lo que la mayoría de los chalecos amarillos han tomado por blanco es la injusticia social, en el sentido más inmediato de la vivencia de unas condiciones de existencia material degradadas . El movimiento nació de una crítica de los impuestos sobre el consumo antes de trasladarse hacia nuevas reivindicaciones, incluida la redistribución más equitativa de la riqueza (restablecimiento del impuesto sobre el patrimonio) y la mejora de las condiciones salariales (ajuste de los salarios a la inflación, aumento del salario mínimo…). Por el momento, este giro hacia los salarios y las condiciones de trabajo no es hegemónico dentro del movimiento, marcado como está por una redefinición de la subjetividad política, ya no asalariada, sino ante todo consumidora-ciudadana.

El interlocutor principal de los chalecos amarillos no es la clase capitalista, sino un Estado que redistribuye mal la riqueza. No se apunta a los réditos —pese a que sean muy visibles en la explosión de los precios de la vivienda— sino a los impuestos, vividos como una intervención ilegítima del Estado macronista en la economía de la «gente de a pie».
Empleados, trabajadores, artesanos, pequeños burgueses, capitalistas y, en mucho menor grado, ejecutivos y miembros de la clase directiva, convergen sobre todo en torno a la denuncia del impuesto. La causa de esta injusticia sería la falta de democracia, cuando no la instrumentalización política de los instrumentos democráticos para defender a una casta privilegiada. Los escasos eslóganes «anticapitalistas» se corean poco y son sofocados rápidamente por el clamor unitario del «Macron dimisión». Por ahora, el objetivo principal parece ser la dimisión del gobierno, a lo que algunos chalecos amarillos añaden la exigencia de una revisión de la Constitución para garantizar mejor el control popular sobre el presidente.

Hasta el momento, el Estado es el horizonte principal de un movimiento que, sin embargo, no parece estar satisfecho con el puñado de cambios en el salario mínimo y las primas anunciados el lunes 10 de diciembre. El Vº Acto del sábado 15 podría permitir entrever si, tras este anuncio, en el fondo lo que se reclama es un cambio del personal en el poder. ¿Bastaría con que Macron dimita? La aspiración de los chalecos amarillos sería, en tal caso, una prolongación de los movimientos de las plazas y de los indignados, y marcaría la consagración de una nueva subjetividad ciudadana tras la desintegración de la subjetividad asalariada. Pero, ¿acaso la exigencia de la dimisión de Macron no expresa también el rechazo de toda negociación, dado que el Presidente es a la vez el único interlocutor y aquel a quien se quiere expulsar? En ese caso se trataría de una reivindicación asumida como ilegítima, porque sabemos que los capitalistas y los sucesivos gobiernos llevan considerando ilegítimas las reivindicaciones salariales desde hace cuarenta años.

Esta ilegitimidad, esta falta de reconocimiento, sería, por tanto, lo que engendra unas formas de protesta en las que ya no se trata de negociar, sino de expresar el rechazo a los políticos. Y si no hay nada que negociar, tampoco hace falta encontrar representantes… Por otro lado, el imaginario de la pertenencia a la nación revolucionaria, reactivado por la experiencia de la desocialización y de la precariedad, no supone, estrictamente hablando, una identificación con el Estado francés existente. Esta nación imaginada es un continente cuyo contenido está actualmente en entredicho. ¿Va hacia una descompartimentación que —no sin luchas internas— creará un frente unido que articule a los proletarios (incluidos los de los «suburbios») y los segmentos precarizados de la clase media? ¿O va, por el contrario, hacia una compartimentación que reforzará la oposición de los franceses «auténticos», unidos en una comunidad racista, a las «élites» y a los «inmigrantes», identificados con la globalización? Esa es una de las tensiones activas dentro de la polifonía ambiental.

La izquierda radical, como una veleta desorientada por una tormenta imprevisible, oscila entre tres tipos de posicionamiento frente a esta indeterminación. Parte de ella se repliega sobre una posición rígida, viendo en el carácter informe del movimiento —o incluso en algunas situaciones de racismo cotidiano— el signo de un confusionismo que le ahorraría de entrada cualquier análisis sociohistórico. Otra ya se ha lanzado de cabeza al movimiento, impulsada por la esperanza —o más bien por la desesperación— de ver llegar esa insurrección que no acaba de cuajar. Entre estos dos extremos están las llamadas a unirse con precaución a los chalecos amarillos, a «ir a ver» en un principio, y luego intentar apoyar formas emergentes de autoorganización. Esta última posición, la más pragmática, no debe hacernos olvidar que los chalecos amarillos han surgido sin las organizaciones de izquierda existentes, al margen de las instituciones heredadas de los movimientos obreros de siglos anteriores, y que es posible que esta autonomía objetiva haga obsoleta la perspectiva de una «intervención» comunista.

3. El lenguaje de los chalecos amarillos
Si los magníficos disturbios del primero de diciembre en París fueron una especie de acontecimiento de reconciliación que federó a todo el mundo, desde el trabajador de veinte años que descubría París hasta a quienes encabezan habitualmente las procesiones, lo cierto es que por el momento estas prácticas conflictivas se siguen desarrollando en una contigüidad sin convergencia, en una comunidad temporal cuya única mediación es un enemigo común: el Estado. Ahora bien, precisamente quienes hacen de sus chalecos libros de reclamaciones y quienes hablan el idioma de «destitución» o la «anulación» no apuntan a este Estado de la misma manera. En cualquier caso, no malinterpretemos el alcance de un incendio que sin duda puede hacer arder automóviles y edificios, lo cual no tiene nada que ver con la transformación de las relaciones sociales capitalistas.

Este no es el caso de los bloqueos de las rotondas y de los depósitos de gasolina, que, ciertamente, a menudo parecen organizados de manera intermitente, de modo que el trabajo asalariado de unos y otros siga su curso normal, pero que no dejan de ser una forma de tomar como objetivo la circulación capitalista. Sería falaz oponer esta circulación a la producción, como si se tratara de dos «espacios» separados, cuando la producción capitalista consiste precisamente en producir mercancías mediante mercancías, que, como sabemos, no se encuentran en otro lugar que no sea el mercado capitalista, mercado cuyo funcionamiento normal cuesta imaginar, por tanto, en el supuesto de que los bienes no circulen con normalidad. Además, poco a poco la lucha emprendida por los chalecos amarillos contra el deterioro de las condiciones materiales de existencia se extiende a sectores más claramente identificables.

Desde hace dos semanas ha surgido un movimiento de escuelas secundarias inédito, en el sentido de que no ha partido de las escuelas secundarias de los centros de las ciudades sino de los de los espacios pobres y desocializados, para denunciar la reforma del sistema escolar y la fractura social en general. Hoy, viernes 14, los trabajadores del ferrocarril han iniciado una huelga contra las reformas de la SNCF y más allá. Todo esto en una dinámica de ruptura con el escenario habitual del «movimiento social» a la francesa —que comienza en febrero-marzo y se agota a pocas semanas de mes de agosto— y lo suficientemente alejado, también, de las próximas elecciones presidenciales para que nadie pueda creer realmente en la solución mediante las urnas que exigen Le Pen y Wauquiez. Si los bloqueos y las huelgas se multiplican y se prolongan en el tiempo, entraremos en una nueva fase.

La derecha y la extrema derecha podrían verse arrinconadas en tal caso en el callejón sin salida de un «partido del orden» en desfase con el movimiento. O, por el contrario, se arrojarán también a este último, tomando partido por los trabajadores, pero en ese caso se arriesgan a entrar en conflicto interno con sus fracciones burguesas conservadoras. La gran preocupación de Rassemblement National parece ser encontrar representantes en las instituciones y las grandes empresas para asumir el poder algún día. Además, su deseo ineludible, en el momento en que se escribe este artículo, es que la lucha naufrague en el resentimiento, en las medias tintas, y que finalmente acabemos hablando de otras cosas; del terrorismo islamista, por ejemplo, del famoso pacto de Marrakech, o de lo que sea, siempre y cuando no perturbe equilibrio de fuerzas que vemos construirse ante nuestros ojos.

Por otro lado, las acciones estratégicas realizadas en común forman parte, de hecho, de un nuevo imaginario que no ha de ser juzgado a la luz de aquello que le falta según este o aquel esquema de la revolución como mandan los cánones, sino a la luz de aquello que ya lo aleja de la normalidad producida por la derrota incesante de las luchas durante cuatro décadas. En este momento la lucha es apropiada al margen de los marcos legales y representativos convencionales. Es violenta en su rechazo de la palabra presidencial y mediática «desde las alturas». Personas que nadie estaba acostumbrada a oír hablar han empezado a hacerlo, y eso cuestiona las representaciones que todo el mundo proyectaba sobre ellas. La gran desconfianza de una parte de la izquierda radical quiere decir lo siguiente: en el fondo, a este segmento provincial del proletariado se lo consideraba perdido para la causa, e irremediablemente conquistado por la afasia política, o peor, por la reacción.

Los chalecos amarillos nos recuerdan que habrá que contar con este proletariado, apañarse con lo que sus condiciones de vida han hecho de él, a saber, una población que no puede permitirse el lujo de un modo de vida conforme a los cánones del pensamiento académico y crítico. Sí, muchos chalecos amarillos expresan la cuestión social en el idioma del yugo fiscal y del poder adquisitivo, pero al hacerlo así, no hacen más que hablar el idioma que se nos ha querido inculcar. Se trata del lenguaje de la derrota, del realismo capitalista, de los sueños triturados y del achatamiento de la política por la lógica de los mercados capitalistas, cuyo desaprendizaje quizá estemos empezando a esbozar ahora.

por Unos comunistas reunidos entre los actos IVº y Vº


1. Colectivo, «“Chalecos amarillos”: una investigación pionera sobre la “revuelta de ingresos modestos”», Le Monde, 11 de diciembre de 2018.

2. A este respecto, cabe añadir que si, en efecto, las categorías más empobrecidas del proletariado no se congregan particularmente en las movilizaciones «clásicas», habrá que entender si estas categorías están realmente presentes en el movimiento actual, y si la respuesta es «sí», ¿cuál es su poder de iniciativa? Contrariamente a los lugares comunes, más que trillados, no creemos que el proletariado vaya a movilizarse tanto más fácilmente cuando sus condiciones de reproducción se degradan (nota del editor).

sábado, 8 de diciembre de 2018

[FRANCIA] SOBRE LOS CHALECOS AMARILLOS

Compilamos algunas consideraciones que andan circulando en la web. Principalmente traducciones publicadas en Facebook por el usuario Átopos Blaidd.

  • CHALECOS AMARILLOS PARA QUIENES VEN ROJO
  • COMUNICADO DEL GIIC
  • 1 DE DICIEMBRE: LLEVAR EL DESORDEN AÚN MÁS LEJOS
  • EL AMARILLO NO ES EL COLOR DE LA PRIMAVERA
  • DEMANDAS DEL MOVIMIENTO DE LOS CHALECOS AMARILLOS
  • DEL CHALECO AMARILLO A LA RABIA NEGRA 
  • ¿DE LA RABIA NEGRA A LA INSURRECCIÓN GENERALIZADA?
  • OTROS ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL PORTAL LIBERTARIO «A LAS BARRICADAS»

Avisar de antemano que los enlances de las notas al pie no están completos, es cuestión de descifrarlos entrando al sitio web nombrado y buscando el artículo en cuestión.





CHALECOS AMARILLOS PARA QUIENES VEN ROJO

Este artículo https://agitationautonome.com/2018/11/22/des-gilets-jaunes-a-ceux-qui-voient-roug apareció un par de días antes de las grandes manifestaciones del 24 de noviembre. Esta es una traducción hecha un poco a la rápida, a la cual seguirán otras, que den cuenta del movimiento de protestas en Francia, según se han ido desarrollando los acontecimientos. Hay una versión en inglés traducida por los compañeros de Ediciones Inéditos (https://ediciones-ineditos.com). [
Traducción: Átopos Blaidd]
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En los últimos días, la izquierda ha debido luchar para aprehender políticamente ese nuevo fenómeno llamado "chalecos amarillos" (Gillets Jaunes), pues éste no ha surgido directamente de las formas de protesta tradicionales. Esto ha tenido el efecto de que todos los análisis críticos se apresuran a apoyar alegremente el movimiento sin cuestionar nada (¿quién se moviliza? ¿por qué? ¿cómo?). O bien a despreciarlo descaradamente por esos "picantes" que no adhieren a las "buenas causas", como si la conciencia de clase pudiese surgir mágicamente en los proletarios. Al mismo tiempo, no podemos describir los eventos como una burda e infundada manipulación de la extrema derecha, capaz de crear un descontento social completamente artificial a través de videos en Facebook.

La locura por los "chalecos amarillos" es un síntoma del período político en que nos encontramos, fruto de un capitalismo en crisis y de la disolución de cualquier identidad de trabajadores reconocible y comúnmente compartida. Esta pérdida de puntos de referencia ha sido brutal, y algunos debates dentro de la izquierda radical (debates que a veces reflejan más un pasado imaginario que una comprensión de la compleja composición de clase de las luchas actuales) han consistido en cuestionar la proporción de proletarios que usan automóvil y que, por lo tanto, han sido directamente afectados por la subida del precio del diesel. Muy a menudo terminan volviendo a la fantasía reaccionaria de una buena Francia campesina rural donde vivía la mayoría de los "pobres" (el concepto del proletariado se escurre rápidamente por las grietas). En nuestra opinión, es más relevante centrarse en el contenido político de este movimiento y en cómo se traduce en la práctica.

La diversidad de los chalecos amarillos en relación con los motivos para movilizarse le ha permitido a cada cual plantar su pequeña bandera ideológica mientras retiene solo lo que le conviene. Así, Action Française, un grupo monárquico francés fundado en 1898, después del caso Dreyfus, por Charles Maurras; el GUD, un grupo neofascista fundado en 2017 por antiguos miembros del Grupo de Defensa Sindical e inspirado en el movimiento italiano Casa Pound; el Rassemblement National, ex Frente Nacional de Marine Le Pen; el grupo Les Républicains, principal partido de derecha animado por el ex presidente Nicolas Sarkozy; pero también La France Insoumise, movimiento populista de izquierda de Jean-Luc Mélenchon; varios grupos trotskistas que van desde la extrema izquierda ex trotskista del Nouveau Parti Anticapitaliste, hasta los orto trotskistas de Lutte Ouvrière, e incluso anarquistas que difunden la buena nueva... todos podrían reclamar la victoria y fortalecerse gracias al relativo éxito de las manifestaciones del 17 de noviembre. Recordemos que cuando en toda Francia salen a protestar 250 mil personas en una movilización convocada por los sindicatos, eso se considera una derrota, y en este caso ni siquiera se había declarado la huelga.

El episodio de Marcel Campion [1] debería haber servido como una lección para algunos que, arrastrados por el ardor de la masificación se están negando a pensar sobre la rabia de aquellos que están saliendo a la calle sobre una base interclasista, yendo incluso detrás de las reivindicaciones liberales de los pequeños patrones. Porque sí, todas las encuestas muestran que "la gente está cabreada". Pero tenemos que preguntarnos qué significa "la gente" y acerca de qué están enojados.

Si policías, fachos y parte de los patrones se han sentido interpretados por las demandas de los "chalecos amarillos", ello no es una recuperación oportunista y aleatoria que se ha dado en una convergencia antinatural: es porque la dinámica del movimiento coincide con sus intereses de clase. O, al menos, porque la confusión prevaleciente no amenaza directamente a esos intereses, al menos en la Francia metropolitana. La situación es muy diferente, por ejemplo, en la Isla de Reunión (donde el desempleo entre la población trabajadora es del 22%), donde el movimiento no se está llevando a cabo de manera interclasista, sino precisamente en los barrios más pobres y más racializados (disturbios, saqueos de tiendas departamentales, la policía entregando insignias a los comerciantes para formar milicias, toque de queda, etc.).

Independientemente de lo que digan algunos manifestantes aislados, que expresan su frustración de manera desorganizada ante las cámaras queriendo transmitir declaraciones impactantes, el movimiento se ha desarrollado en torno a un discurso poujadista [2] de protesta contra los "impuestos" y las "cuotas" que "asfixian a la gente", lo cual está lejos de ser una lucha de clases (y al contrario de lo que se ha dicho, casi el 70% del aumento de los precios proviene de las fluctuaciones del precio del petróleo y no de una política estatal deliberada).

La decisión de "bloquear el país" un día sábado sin acudir a los lugares de producción, está lejos de ser trivial, y es divertido observar que Martínez, el "socialdemócrata", tiene un mejor análisis de clase que la mayoría de los izquierdistas al declarar que “la CGT no marcha con la extrema derecha ni con los patrones”. Una extrema derecha que se siente cada vez más cómoda (saludos nazis, denuncia de migrantes a la policía, invitaciones a militantes antisemitas, ataques racistas y homofóbicos, etc.), precisamente porque la movilización del 17 de noviembre no tuvo bases sectoriales ni proletarias, sino territoriales y populistas.

Queriendo negar lo obvio e inventar nuevos aliados para ampliar las filas de la "gente rebelde", los izquierdistas imaginan que comparten con chalecos amarillos al menos un enemigo en común: los capitalistas o, en su defecto, "los ricos". Pero, ¿cómo podemos afirmar que este movimiento se opone a la burguesía cuando evita cuidadosamente atacar los puntos críticos de la economía, contentándose en cambio con organizar marchas vacías hacia los ayuntamientos, donde los funcionarios electos locales son vilipendiados simbólicamente?

La cobertura mediática y la gestión policial de esta movilización también dicen mucho sobre el grado de amenaza que supone para el Estado y la economía: la complacencia de los noticiarios frente a algo que en cualquier otro contexto habría sido descrito como “disturbios”; las intervenciones policiales relativamente escasas y no violentas frente a mítines no autorizados y, por lo tanto, ilegales; Le Monde hablando sobre un "relativo resguardo de la seguridad" porque no ha habido daños materiales, siendo que se ha informado ya de un muerto y cientos de heridos...

Sin embargo, el día siguiente al 17 de noviembre hubo señales de iniciativas locales que fueron más allá de una lucha fiscal. En algunos lugares, la falta de una coordinación estricta ha permitido algunos "brotes" que se han escapado del marco de la demanda inicial, ya sea tomando una orientación para-sindical, especialmente con bloqueos logísticos que han asustado a los patrones, o bien dando lugar a ataques racistas, sexistas y homofóbicos nacidos directamente del carácter populista de estas manifestaciones. De hecho, "la gente" implica la pertenencia a una "comunidad nacional" de la cual los extranjeros están necesariamente excluidos.

Queda por verse si las fracciones dispersas de los "chalecos amarillos" disidentes pueden sobrevivir independientemente de una dinámica nacional, una vez que la ola de confusión de las movilizaciones haya disminuido. El movimiento se ha basado en una ira generalizada y real entre varias poblaciones pero, en ausencia de contenido estable y determinado, es probable que implosione porque el hecho de ser "ciudadanos enojados" no proporciona ninguna base política común, aunque todos intenten aferrarse a ello de la mejor forma que puedan. Fue esta falta de una base política común lo que llevó a la pérdida del Movimiento de las Horcas en 2013 en Italia, un movimiento populista que fue en parte anti-fiscal y tan "inclusivo" como el movimiento el de los "chalecos amarillos".

En el lado izquierdista, los filósofos de la École normale supérieure (una de las universidades más prestigiosas de Francia) han podido "experimentar" su pequeño momento con "el Pueblo" (perdón, las "subjetividades difusas"), mientras el escalofrío de la insurrección ciudadana les recorre el espinazo, y comienzan a soñar con disturbios y barricadas en medio de un mitin contra el aumento de los precios del petróleo. En efecto, es este reclamo dirigido al Estado el que constituye la médula espinal de la movilización, y no un anticapitalismo inconsciente de ningún tipo que naturalmente estaría en el germen de las acciones ciudadanas de los "indignados" (en el sentido del "Indignados" españoles o el movimiento "Nuit Debout").

Génération Ingouvernable [4] llama a “perdernos en la confusión”, una llamada más política. Pero, ¿por qué culpar a los revolucionarios románticos, los mismos que llamaron a la revuelta durante la última Copa del Mundo? Y aquí reaparecen otros poetas: Lundi Matin [5], que afirma que el chaleco amarillo tiene la "utilidad simbólica" de volver la seguridad en contra del propio orden de la seguridad [6]: "Lo que se impuso por primera vez como un dispositivo de seguridad se transforma en una disidencia social. (...) Cuando salen de sus autos, los chalecos amarillos se reconocen entre sí por la urgencia que les impone el repentino deterioro de sus formas de existencia".

Todas estas extrapolaciones izquierdistas delirantes son lógicamente congruentes con los anarquistas que creían que el movimiento por la independencia fiscal de Cataluña llevaría a la abolición absoluta del capitalismo, o que la consolidación del Estado kurdo en Rojava tenía algo que ver con la revolución comunista. Todo lo que se mueve es rojo, cualquier enojo es revolucionario y puedes hacer pasteles de chocolate con las sobras de un guiso de zapallo.

La comparación con la autonomía italiana de la década de 1970 fue aún más audaz, al atribuir el término "disturbios urbanos" a una caminata ciudadana escoltada por la CRS [7]. Hasta pudimos leer a un intelectual trotskista que vinculaba los chalecos amarillos con las luchas contra la circulación del capital (y alegando por ese motivo que los chalecos amarillos eran trabajadores que que habían abandonado la fábrica, cuando en realidad una mayoría abrumadora estaba trabajando el sábado pasado). Cuando no pasa nada, tenemos que soñar: soñar nos mantiene ocupados en los días entre una reunión y otra, y nos permite sacar del closet el disparate ideológico que teníamos guardado desde el final del último movimiento social.

[1] El sitio web Lundi Matin recibió con agrado el llamado de Marcel Campion, "rey de los recintos feriales" y, por cierto, empresario multimillonario partidario de Marine Le Pen, a manifestarse juntos contra la reforma del código laboral en 2017.

[2] Poujade fue un político francés de la 4ta República que lideró un fuerte movimiento de protesta contra los impuestos, compuesto por comerciantes y gerentes de pequeñas empresas y que pidió un levantamiento del hombre común contra la élite. Jean-Marie Le Pen fue elegido diputado por primera vez en 1956, mientras se postulaba para el partido de Poujade.

[3] Martínez es el actual jefe del sindicato más grande de Francia, la CGT.

[4] Génération Ingouvernable: grupo nacido del Cortège de Tête durante el movimiento contra el Loi Travail.

[5] Revista semanal online inspirada principalmente en los textos del Comité Invisible.

[6] El chaleco amarillo se hizo obligatorio por primera vez en Francia en 2008.

[7] Policía antidisturbios francesa.




Comunicado del GIIC sobre la revuelta social en Francia (2 de diciembre 2018)

Al tercer sábado del movimiento de los "chalecos amarillos", las imágenes de los disturbios en los Campos Elíseos y del barrio burgués rico y chic de París que los rodea, están en la primera plana de los noticieros. Pero este 1ero de Diciembre, y después dos semanas de bloqueos de las carreteras y de las rotondas, es una verdadera revuelta social mezclando obreros, desempleados, jubilados, artesanos, campesinos, pequeños y auto-empresarios que ha explotado a través todo el país. Los enfrentamientos con la policía se han multiplicado en Tolosa, Marsella, pero también en Tours, Avignon, en Dijon, en varias ciudades más o menos grandes… hasta el Puy en Velay donde la prefectura ha sido quemada por los manifestantes [1].
Exacerbación y generalización de la rabia popular en todo el país

Si unos grupos de extrema derecha [2] y de "extrema izquierda" tipo Black blocs fueron, por cierto, activos al inicio de los enfrentamientos parisinos, se puede dudar seriamente que fuera lo mismo en Puy en Velay (18 000 habitantes al centro de la Francia rural) o aún en Charlevilles-Mézières (48 000 habitantes en las Ardenas). Ante la represión de los CRS y gendarmes (la policía anti-motín), numerosos "chalecos amarillos" decidieron responder a la violencia estatal, sea asumiendo ellos-mismos su propria defensa, sea asociándose directamente o pasivamente a las violencias de diversos grupos más o menos informales llamados "extremos". Este rechazo físico al ceder a la violencia policíaca del Estado se había ya expresado durante las manifestaciones obreras de 2016 contra la "ley trabajo" que habían sido reprimidas de manera muy violenta, y durante las cuales, miles de trabajadores mostraban sin embargo su solidaridad con los "black blocs" y otros frente a la policía. Esta "radicalización" de los manifestantes durante las movilizaciones sociales responde a las violencias cotidianas impuestas por el capitalismo y la dictadura de su Estado ; y de manera más general a la crisis del capitalismo y a las miserias de todo tipo que este impone sobre miles de millones de seres humanos. Más allá del desconcierto creciente del gobierno incapaz de enfrentar la situación inmediata y que parece únicamente capaz de tirar aceite al fuego, su rechazo – hasta ahora – para retirar sería sólo el alza de las tasas sobre la gasolina que hubiera podido calmar la explosión general de rabia, ilustra a la vez la urgencia del capitalismo francés, pero también internacional, para imponer cada vez más miseria y explotación y el inevitable estallido de violencias sociales masivas a nivel mundial cuyos inicios apenas estamos viendo. Del mismo modo, el hecho que, hasta ayer, las encuestas de opinión indican que 85% de la población francesa apoya al movimiento a pesar de las violencias de los 17 y 24 de noviembre – centenares de heridos y dos muertos – expresa esta radicalización y generalización de la rabia… como las contradicciones y limites de este movimiento ’interclasista’; quiere decir en el cual se mezclan pequeños empresarios, artesanos, incluso campesinos, asalariados, obreros y jubilados.

En el momento de redactar, el callejón sin salida parece total. Por un lado, sin volver sobre ninguna de las tasas y otros aumentos de los precios de la energía que ha decidido, el gobierno centra toda su comunicación sobre los amotinados, los medios de comunicación evocan un clima de insurrección y los sindicatos de policía llaman a que intervenga el ejército y a declarar de nuevo el estado de urgencia ; por el momento, el gobierno parece incapaz de proponer cualquier respuesta política. Por el otro, el movimiento de los chalecos amarillos, por sus características, su composición social diversa y aun contradictoria, sus reivindicaciones también diversas y contradictorias, es incapaz de organizarse a mínimamente y aún menos de poder presentar una verdadera perspectiva de lucha contra el Estado y el capitalismo.
Límites y callejón sin salido del movimiento "interclasista"

La foto de una treintena de chalecos amarillos arrodillados ante la Tumba del soldado desconocido al Arco de Triunfo en París y cantando a todo pulmón la Marseillaise, brazos blandidos hacia el cielo, cualquiera sean los autores (elementos de extrema derecha o no), en medio de los enfrentamientos, ilustra claramente los limites y las contradicciones de este movimiento.

Por una parte, además de las reivindicaciones llamando a la dimisión de Macron y a la disolución de la Asamblea Nacional, reivindicaciones típicas de la pequeña burguesía y de la extrema derecha, la de la bajada de los impuestos y tasas permite a "todos" reconocerse y reagruparse detrás este eslogan. Una gran mayoría de obreros, de proletarios, sobre todo en provincia, poco acostumbrados, si jamás lo fueran, a movilizarse sea por la huelga, sea en las manifestaciones, rechazados lejos de las ciudades y lugares de trabajo por el precio de las rentas y de la vivienda, se ven obligados a utilizar su coches para ir al trabajo. Así, el aumento de la tasa sobre la gasolina se vivió como una enésima agresión contra sus condiciones de vida, "la gota que colma el vaso". Es precisamente sobre estas reivindicaciones y características pequeño burguesas, en nombre del "pueblo francés", reagrupando a todas las capas de "trabajadores", asalariados y proletarios, pero también pequeños empresarios, auto-empresarios, artesanos, comerciantes, campesinos a veces, que el partido de izquierda France Insoumise de Mélenchon lo disputa a la extrema derecha y al Rassemblement National de Marine Le Pen el liderazgo de la defensa del pueblo francés, de la bandera nacional y del nacionalismo lo más grosero.

Sobre este terreno, los obreros que se encuentran aislados y ahogados en tanto que proletarios en una masa con intereses heterogéneos y aun a menudo contradictorios, aislados y ahogados en el "pueblo", no ganarán nada. Y tienen todo que perder a dejándose arrastrar a métodos y objetivos de lucha que pueden sólo perjudicar la defensa de sus intereses y llevarles en el callejón sin salida del nacionalismo y de la xenofobia, incluso del racismo.
Les toca a los proletarios tomar la dirección de la lucha contra el capitalismo

Por la otra parte, la participación individual de numerosos obreros, de jubilados y de desempleados hizo que varias reivindicaciones que podrían ser retomadas por la clase obrera como un todo, por el proletariado en tanto que clase explotada y revolucionaria, emergieron claramente encima del bric-a-brac reivindicativo de los chalecos amarillos. Además de la anulación de la alza del precio de la gasolina, el aumento del salario mínimo legal, el SMIC – muchos chalecos amarillos "obreros" fijan el aumento a 1800 euros mensuales –, así como el aumento general de los salarios y de las pensiones deberían ser retomadas en los lugares de producción para movilizarse y comprometerse de manera resuelta, quiere decir colectivamente, en la lucha. Es así que la clase obrera podría presentar a estas reivindicaciones una salida real abriendo la vía no solamente a que se las puede ganar, a que el capitalismo francés retrocede por primera vez desde mucho, pero también a la destrucción del capitalismo como tal que conduce el conjunto de la humanidad a la miseria, a la catástrofe ecológica – por la cual la burguesía quiere hacer pagar a los proletarios y poblaciones y a la cual la carrera a la ganancia capitalista nos lleva de manera inevitable – y, de manera más general, a la guerra imperialista generalizada.

Por ello, no se puede contar con los sindicatos llamados "obreros" para llamar a la lucha y a huelgas en la situación presente. Es precisamente lo que la componente obrera de los "chalecos amarillos" ha entendido muy bien después de los fracasos sucesivos de las movilizaciones pasadas, la de 2003 hasta las de 2016 contra la "ley trabajo" y de 2018 de los ferrocarrileros. En ausencia de perspectiva obrera, este sentimiento "anti-sindicalista" entre los sectores los menos experimentados del proletariado en Francia se reconoció, erróneamente, en el "anti-sindicalismo" del pequeño burgués que no es sino la expresión de su temor patológico ante la lucha obrera y la perspectiva del comunismo. Los sindicatos se abstendrán de hacerlo, salvo si sectores obreros al movilizarse ellos-mismos les obligue, aún menos que la emergencia de luchas obreras, huelgas y manifestaciones, en la situación actual de rabia generalizada arriesgaría a presentar rápidamente, y verdaderamente (al contrario de los chalecos amarillos), un peligro real para la burguesía y el capitalismo francés. Dadas las circunstancias y el radicalismo aparente de los chalecos amarillos y del ambiente generalizado en el país, una dinámica de movilización del proletariado en Francia daría de manera inmediata otro carácter a la revuelta social detrás las reivindicaciones salariales, un carácter de clase, en la cual la bandera tricolor lo cedería rápido a la bandera roja ; la Marseillaise al canto de la Internacional – de paso, haría volar en pedazo la "unidad interclasista" de los chalecos amarillos. Y sobre todo, cuestionaría rápidamente el poder existente, el gobierno actual, y provocaría una crisis política afectando a todo el poder de Estado [3].

Sin embargo, para que esta perspectiva de lucha obrera pueda abrirse, todavía los proletarios, los obreros los más combativos, tienen que comprometerse y movilizarse para el estallido lo más pronto posible de combates obreros, para intervenir hacia los chalecos amarillos, en particular obreros, y enseñarles el verdadero terreno y camino del enfrentamiento al capital. Para esto, no podrán ahorrarse la confrontación política a… los sindicatos y partidos de izquierda tan en los lugares de trabajo como en las manifestaciones callejeras. Pero para que esta perspectiva pueda abrirse, los militantes obreros más conscientes y los revolucionarios deben reagruparse, organizarse, en comités de lucha u otro forma, y dirigirse hacia todos los proletarios, tan en los lugares de trabajo como a los, "chalecos amarillos", quienes están en los bloqueos de carretera.
 

GIIC (Grupo Internacional de la Izquierda Comunista) – Revolución o Guerra (www.igcl.org), 2 de Diciembre 2018.



Notas:

[1] . Desde el 17 de noviembre, otro movimiento de "chalecos amarillos" se ha desarrollado, en grado menor, en Bélgica.

[2] . Cabe destacar que los intentos iniciales de la extrema derecha de arrastrar a los chalecos amarillos sobre un terreno racista y xenofobo fracasaron hasta la fecha y que estos últimos, en su mayoría, se alejaron de este. El peligro del fascismo al poder no está en la agenda.

[3] . No quiere decir por lo tanto que las cuestiones de la insurrección obrera y del poder de los consejos obreros, de los "soviets", sean planteadas. Falta mucho para que el proletariado esté a tal nivel de confrontación al capital y al Estado burgués.



1 DE DICIEMBRE: LLEVAR EL DESORDEN AÚN MÁS LEJOS

Esta nota apareció el 3 de diciembre en francés en el blog Carbure (https://goo.gl/w3kJLQ). Fue publicada el mismo día en inglés en la web de Ediciones Inéditos (https://goo.gl/WMpAJJ). Esta es nuestra traducción. Hay que leerlo teniendo en cuenta el giro que la situación dio hace unas horas, cuando el primer ministro francés, Édouard Philippe, anunció la congelación de los precios del gas, la electricidad y de los carburantes hasta que un "diálogo nacional" ponga a punto la reforma del sistema fiscal. [Traducción: Átopos Blaidd]

* * *

El sábado 1 de diciembre, el movimiento Gilets Jaunes dejó de pertenecer a y ser el movimiento de la Francia blanca de clase baja que había sido al principio. Dada la predecible negativa del Estado a satisfacer hasta el más modesto reclamo (como lo demuestra el hecho de que los "portavoces" del movimiento no pudiesen o no quisieran reunirse con el Primer Ministro), también dado el aspecto irrisorio que cualquier demanda asume a la luz de una existencia intolerable, y gracias a la convergencia en un entorno urbano de TODAS las rabias, empieza a manifestarse bajo la capa de discursos e ideologías el contenido revolucionario de nuestra época, y este contenido es el desorden. La pregunta ahora es dónde terminará lo que ha comenzado, o hasta qué punto esto que ha comenzado podrá seguir creando el desorden. Ya quienes pusieron en marcha el movimiento se han puesto a la retaguardia de lo que detonaron, apelando a la razón y exigiendo un retorno al orden republicano en las páginas de Le Journal du Dimanche. Ellos eran la encarnación de la iniciativa en este movimiento y su reticencia demuestra que este movimiento ya no es suficiente. Se contentarán con una moratoria sobre el aumento de los precios del combustible, sobre el aumento del precio de lo que sea, o con la organización de un referéndum sobre la transición energética, justo cuando empieza a emerger un movimiento dispuesto a tomar lo que encuentre en su camino y que ya no puede cristalizar en torno a ningún discurso o demanda; excepción hecha de la repetición del "Que renuncie Macron", como una especie de mantra que invoca la nada y la desaparición de todo lo que este mundo representa. "Que renuncie Macron" es el límite político de este movimiento y al mismo tiempo un llamado al fin de toda política.

Teniendo en cuenta lo que ocurrió el sábado 1 de diciembre, sería absurdo seguir llamando a esto un "movimiento en contra del alza del costo de la vida", o religar a un reclamo económico lo que evidentemente ha ido mucho más allá de eso. El sábado, los "Cuadernos de Quejas" (1) fueron utilizados para iniciar incendios. El movimiento Gilets Jaunes, tras superar la etapa de hacer demandas económicas que le caracterizó durante la primera semana, entró en su fase políticamente populista en la semana siguiente, al exigir que el Estado se retire del pueblo o que el pueblo se convierta en el Estado. Hicimos la crítica de esta fase y determinamos el contenido de las demandas formuladas por la Francia blanca de clase baja dentro de su mediación de clase, demostrando los límites del interclasismo y señalando el peligro de una unión nacional popular de algunos contra los "otros". Apenas acabábamos de hacer la crítica de esta fase cuando nos vimos entrando en otra diferente.

Este movimiento ha carecido del nihilismo necesario para dotar de algún significado a su "apoliticismo": el encuentro con los "banlieues" (2) le aportó la correspondencia que no tenía con el "movimiento real” (3), que no es un movimiento de progreso social sino uno de destrucción de la sociedad. Este encuentro le permitió al movimiento reconocerse con alegría en el "movimiento real", como en su casa. Bajo la presión, el interclasismo derivó en una unidad de quienes saben clara o confusamente que no pueden esperar nada de esta sociedad, con aquellos que han sido relegados a los suburbios, los que han naufragado en la pesadilla de la franja periurbana y los receptores de la RSA (4) que sobreviven recogiendo castañas en Ardèche. Había que ver pasar al ejército muerto de la marcha sindical en la Place Bastille, escondiéndose detrás de sus banderas y sus consignas para afirmar la particularidad de sus trabajadores, y sentir la total indiferencia de quienes, con o sin chalecos amarillos caminaban sin rumbo pero juntos por París, para comprender cuán anacrónicos son el antiguo movimiento obrero, sus sindicatos, sus representantes y sus demandas. No habrá "convergencia social", este movimiento no surgió de la razón izquierdista y nunca será un movimiento social. Esa época se ha ido. Ya no se trata de antirracismo o antifascismo, de izquierda o de derecha, cuando lo único que queda por hacer es quemar todo y saber con quién se puede lograr esto. Este estado de cosas se trata tanto de la guerra civil como de la superación revolucionaria: dar el paso que conduce de la insurrección a la revolución es caminar sobre la hoja de una espada.

Este encuentro ha tenido lugar y queda por ver si se puede repetir y diseminar. Todo lo que puede oponerse a este encuentro ya está aquí, presente en la misma naturaleza "social" del movimiento, así como en las relaciones sociales en sí mismas, que ningún disturbio puede abolir: el eslogan federativo "Que renuncie Macron" contiene implícitamente la posibilidad de una alianza nacional-populista que tome el poder estatal en nombre de “el pueblo” (Le Pen y Mélenchon pidiendo al unísono las elecciones anticipadas), y que de al Estado una forma adecuada a la crisis: una forma compasiva-autoritaria, capaz de hacer que cada cual se ponga en su lugar, asignando a unos la Otredad, mientras asigna simétricamente a los demás la responsabilidad y el patriotismo; aplastando a unos en nombre de los otros con tal de poder dominarlos a todos. Lo hemos visto diez veces en los últimos años: “Que se vayan todos” es a menudo un llamado a renovar, para peor, al personal político. Sin embargo, para llegar hasta allí habrá que volver a poner en su sitio a la Francia blanca de clase baja, sometida a la conducción de la clase media: el trabajo honesto ya pagó su precio justo y la armoniosa circulación de mercancías. Esta es la única forma actualmente concebible de salir de la crisis, a menos que el propio gobierno de Macron se encargue de efectuar tal giro autoritario.

Para evitar esto, el desorden debe ser llevado aún más lejos. El momento de los disturbios urbanos es, en sí mismo, el punto límite de lo que está sucediendo ahora: históricamente corresponde con dos modalidades, o bien la toma del poder del Estado o bien su puesta en crisis para obligarle a hacer concesiones. Pero esto no es 1917, no es posible tomar el poder estatal para realizar un programa socialista; y no estamos en 1968, no ha habido acuerdos de Grenelle (5). Permanecer en la fase de los disturbios urbanos es quedarse en el nivel en que el movimiento todavía tiene una política. Pero si lo que se manifestó el sábado en París y en todas partes de Francia vuelve a los bloqueos, pone en marcha otros nuevos y empieza a "bloquear el país", es decir, a apoderarse de su futuro y a partir de ahí decidirlo, podemos imaginar el paso desde los disturbios a la revuelta, y de ahí a la revolución. Pero nadie puede decir en qué dirección va todo esto, pues va más rápido que el mundo entero: no hay mejor indicio de un contenido revolucionario que esto. Este movimiento, porque es una lucha de clases, porta en su interior todo lo que puede ser hoy en día una revolución comunista, incluidos sus límites, sus peligros y su imprevisibilidad: pero para llegar a ese punto, probablemente será necesario quemar muchas cosas que aún se interponen entre nosotros, ya sean autos o relaciones sociales.

C.A.

PD: En respuesta a ciertas críticas y preguntas sobre este texto, debe quedar claro que debe entenderse como una instantánea de un evento en desarrollo. Si alguien se sorprendió por su tono "optimista" (que no es algo habitual), también se debe tener en cuenta que este optimismo se ve atenuado por la perspectiva de un retorno al orden, que también resulta previsible dada la naturaleza de este movimiento. Todas las preguntas surgidas de los textos anteriores siguen vigentes. Aunque es esencial mantenerse lúcido, también es esencial tener en cuenta que la lucha de clases no es un río largo y tranquilo, ni una pista de aterrizaje bien marcada para los bombarderos de la teoría "pesada". Lo que se hace y se deshace en el curso de una lucha va más rápido que nuestras habilidades analíticas, y si lo que se abrió el 1 de diciembre se está cerrando rápidamente, esto deberá ser informado, como todo lo demás. Nada está escrito en piedra: en las luchas hay conjeturas, "desahucios" y todo tipo de otras cosas. Digamos que este texto es parte de eso y toma su posición.

(1) Los Cahiers de Doléances (Cuadernos de Quejas) fueron las listas de demandas elaboradas por cada uno de los tres Estados en Francia, entre marzo y abril de 1789, el año en que comenzó una situación revolucionaria.
(2) Banlieue: suburbios de la periferia urbana parisina.
(3) Referencia al Manifiesto del Partido Comunista de 1847, en el que se afirma: "Llamamos comunismo al movimiento real que suprime el estado actual de las cosas".
(4) RSA, Revenue de Solidarité Active: modalidad de beneficio social otorgado por el Estado a quienes intentan reinsertarse en el mercado de trabajo.
(5) Acuerdos de Grenelle fueron los que suscribió el gobierno francés con los sindicatos y la patronal para poner fin al levantamiento de mayo y junio de 1968 en Francia.



EL AMARILLO NO ES EL COLOR DE LA PRIMAVERA

Publicado el 6 de diciembre en el sitio web "A ruthless critique against everything existing" (https://goo.gl/HzbscK). [Traducción: Átopos Blaidd]

* * *

Mientras escribimos estas líneas, las calles de París siguen anegadas de una variopinta multitud llena de sueños de un mundo mejor. Pero ningún sueño o fe han traido ni una sola vez el paraíso a la Tierra, porque el advenimiento de un mundo mejor no requiere simplemente la satisfacción de una demanda preexistente, sino la transformación radical de la manera en que las personas se relacionan entre sí. Revolución significa cambiar las relaciones sociales cualitativa y no cuantitativamente. Ninguna revolución es política en el sentido corriente del término. ¿Qué cabe decir entonces acerca de los llamados "chalecos amarillos"?

# 1

El movimiento conocido como los chalecos amarillos se inició a causa de un aumento del impuesto sobre el combustible que impacta directamente sobre la vida de una gran proporción de los habitantes de Francia. El aumento en el precio del combustible hace subir cada vez más el costo de reproducción de quienquiera que consuma la mercancía combustible. Este aumento afecta claramente a la mayoría, si no a toda, la clase trabajadora, pues supone en esencia una disminución indirecta de los salarios reales. Pero el problema es que el elevado costo de los combustibles, además de reducir los salarios, especialmente los de la clase trabajadora, implica también una disminución del poder de consumo de toda la población, más allá de la clase trabajadora [1]. Esto le convierte en un tema apto para generar frentes, alianzas entre clases y acuerdos antigubernamentales en lugar de un nìtido conflicto de clases. Especialmente dado que el impuesto ha sido introducido por el gobierno y sus exigencias para cubrir la inestabilidad presupuestaria, las condiciones muestran que el conflicto estaba, está y seguirá estando dirigido contra un gobierno que "no representa al pueblo", es decir, que no tiene en cuenta las necesidades de la gente . Esto fue evidente desde el principio: la masa no apeló a las organizaciones de trabajadores existentes, pues no creían que el conflicto fuese con algunos empleadores o con alguna clase.

# 2

Las luchas antigubernamentales son luchas nacionales . De una forma u otra, reprochan al Estado haber incumplido sus promesas. En Francia esto es particularmente notorio por el hecho de que el Estado, tras promover el uso del diesel, súbitamente -en la presidencia de Macron- aumentò su precio. A pesar de su diversidad, este movimiento persigue el objetivo de cambiar de gobierno. La mayoría de las causas y la mayoría de las demandas del movimiento son económicas, y van mucho más allá del alza de impuestos. Se refieren a años de problemas económicos que están hirviendo en la sociedad francesa y afligiendo a los Ciudadanos Franceses. Como tales ciudadanos franceses, consideran que ningún gobierno está reconociendo en el plano material lo que formalmente les ha sido reconocido en el plano político: que como ciudadanos de este país tienen un futuro y merecen la oportunidad de vivir. Lo que debemos entender, dejando atrás la carga de un marxismo anquilosado y demasiado centrado en la economía, es que las causas y demandas económicas no implican necesariamente una lucha de clases revolucionaria. Ni siquiera implican clases. La lucha de clases puede desarrollarse entre fracciones de clases, y puede tener un carácter profundamente reaccionario, sobre todo cuando se limita a satisfacer necesidades que le son exteriores. En tales casos, la lucha misma predetermina una disposición a hacer alianza con quien se muestre capaz de satisfacer el reclamo. En un momento en que sociedades enteras, más allá de las divisiones de clase, parecen verse afectadas por déficits gubernamentales, devaluaciones monetarias y deudas, los problemas económicos aparecen directamente relacionados con el Estado. Como lo que está en juego es el contexto general de la sociedad burguesa, la forma más general de su funcionamiento, tiene lugar un cambio en comparación con el pasado. Las diferencias de clase se transforman en competencia por los ingresos, y en demandas de ingresos y en políticas de ingresos. Puesto que el Estado es un regulador general de los ingresos y de las políticas económicas, función que cumplen en particular sus gobiernos, cada uno de ellos trata de "parchar" los problemas derivados de las sucesivas medidas extraordinarias y proyectos de ley (la cuestión de los decretos o leyes especiales ha venido creciendo en casi toda Europa) [2]. Esto refuerza la percepción de que la rebaja del poder de compra se debe a la falta de democracia y es culpa del gobierno. El nuevo discurso sobre el “ingreso” que ha emergido reúne a individuos de todas las clases sociales, quienes ven precisamente en la redistribución y en el frente inter-clasista la posibilidad de suspender las medidas. Estas alianzas son ya un terreno preparado empíricamente para el triunfo de la ideología nacional.

# 3

La transformación de las luchas en un asunto de competencia por los ingresos hace que los movimientos apunten hacia las diferencias extremas de ingresos, vistas como "perjudiciales" para el buen funcionamiento del mercado o del Estado: el objetivo es entonces criticar a la "élite" [3]. Este significante se usa por lo general para señalar a una burguesía adinerada que compra políticos, posee capitales injustificadamente grandes, monopoliza los mercados y se sirve de planes "fraudulentos" para favorecer sus intereses. Además, esta elite es internacional, una clase burguesa, indeterminada, que destruye no solo a Francia sino a muchos países. En el caso de este movimiento, que surge precisamente de la competencia por los ingresos, muchas agendas políticas diferentes son fusionadas en términos de afinidad ecléctica. Los leninistas tradicionales coinciden así con todo tipo de antisemitas y teóricos de la conspiración, ya que sus teorías subrayan la "naturaleza oculta de la élite que disuelve la escena política y el mercado". En la narrativa sobre la riqueza injustificada de la élite y los monopolios, las sobresimplificaciones económicas del anarquista terminan dándose la mano con todo tipo de keynesianos que hablan de una adecuada redistribución del ingreso, vuelta al Estado Nación y a una economía nacional. Denunciando el carácter transnacional de las élites, tanto keynesianos como nacionalistas, tanto leninistas como teóricos anarquistas de "lo local", dan forma a una colorida plataforma de narrativas nacionales: el promedio resultante no es una crítica del capital sino un deseo común de localización. Esto es lo que permite que el movimiento de los chalecos amarillos se extienda por varios países, obteniendo así un carácter "internacional" sin expresar ningún tipo de internacionalismo [4]. Se manifiesta así la tendencia común de la clase trabajadora nacionalizada a aliarse con el pequeño capital, los trabajadores por cuenta propia y los empleados estatales, todos unidos para reclamar por una economía nacional. Puede que las avanzadas demandas económicas de los manifestantes franceses no sean un signo de reconstitución de una clase obrera militante, sino de una radicalización, como medio de lucha, de las formaciones interclasistas y de la incorporación de la agenda de clase en alianzas sociales más amplias.

# 4

Una vez que se pone en marcha la competición por los ingresos, dado que encuentran a un enemigo en el extremo superior de los "ingresos más altos" también encuentran uno en el extremo inferior. Como el reclamo debe hacerse efectivo en términos materiales, salariales, que son la promesa de identidad civil, la persona que no tiene derecho a vivir aquí no merece recibir "una parte del pastel". Las protestas, aparte de una mínima y excepcional franja politizada, son hostiles a los inmigrantes. Los inmigrantes, independientemente de su número en el país, son considerados como una carga para el Estado y para los contribuyentes. Los únicos inmigrantes que forman parte del país son los que están “afrancesados” y se han ganado el derecho a vivir en Francia, un derecho evidentemente estatal. Si bien el movimiento de los chalecos amarillos difícilmente puede ser acusado de racismo generalizado, se basa en algo que es igualmente peligroso: la separación efectuada por el Estado entre inmigrantes legales e ilegales, útiles y sobrantes. Esta retórica es sobradamente reaccionaria y es lo que traza la línea política que divide a "progresistas y reaccionarios" en toda Europa. Las demandas económicas, precisamente porque son económicas y se dan en un momento en que la visión del comunismo ha desaparecido del inconsciente colectivo, tienen un carácter puramente defensivo, definido por la política económica del Estado que, si ha de satisfacerlas, debe en primer lugar existir [5]. Las luchas de Kiev, de las plazas y de los chalecos en Francia muestran la miseria de la clase obrera nacionalizada, en un mundo de clases que revelan asimismo toda su sordidez y no su grandeza. Los tiempos en que la revuelta era el campo exclusivo de la práctica comunista ya se han ido.

# 5

Los choques violentos en curso no son prueba de radicalidad. La revolución o la revuelta suponen un cambio radical en la forma de las relaciones sociales. Por mucho que veamos humo en las calles y nos identifiquemos con la imagen de un manifestante enmascarado siendo golpeado por fuerzas de orden y seguridad, tales identificaciones son siempre ficticias y precarias. Proyectamos lo que en nuestra sociedad sabemos de los símbolos “encapucharse, destruir, bloquear la calle” y, sin embargo, los motivos y efectos de estas imágenes y acciones en otra sociedad, en otro momento, son muy diferentes de Grecia. Detrás de la capucha puede estar el peor fascista, que odia al "Estado de los que han traicionado a la nación". Sabemos por el triste ejemplo de Kiev que hay menos significado en los conflictos que en la manera en que los sujetos experimentan esos conflictos en su vida cotidiana. Cuando nacionalistas, pequeños burgueses, trabajadores por cuenta propia y anarquistas luchan juntos contra la policía, lo que triunfa es la ideología nacional, y no necesariamente como hegemonía ideológica. He aquí Gramsi, pero en términos de funcionamiento, de experiencia: el nacionalismo es la unidad y la memoria de la unidad, vivenciada por sujetos burgueses heterogéneos. El nacionalismo se basa en la tolerancia siempre frágil pero exitosa entre categorías contradictorias. Y mientras esta unidad sea funcional, su tensión interna se canalizará en una dirección diferente: hacia la élite y los inmigrantes, las dos caras del "internacionalismo". El nacionalismo como función es la coexistencia dentro de una plaza o una calle, de todas las identidades burguesas tal como lo que son. Los ataques conjuntos contra la policía llevados a cabo por anarquistas, nacionalistas, pequeños burgueses y trabajadores apuntan en esta dirección. [6]

# 6

El haber conseguido frenar el aumento del precio de los combustibles, es un logro revolucionario. No hay que subestimar la posibilidad de que la amplia destrucción en términos de valor, el bloqueo de calles, etc., puedan evolucionar de formas imprevisibles. También el que hubiese ocasión, aunque muy pequeña, para efectuar expropiaciones, es definitivamente algo positivo. [7] Sin embargo, viendo lo que vemos ahora, podemos decir lo siguiente: si los chalecos amarillos salen derrotados, en el sentido de sólo algunas de sus demandas sean atendidas mientras que otras no, es más probable que el movimiento siga un curso revolucionario de clase. Por ejemplo, las demandas de aumento salarial tienen más incidencia sobre el impulso de los acontecimientos de lo que realmente se afirma. No obstante, si este reclamo se mantiene, seguramente deberá enfrentar la hostilidad incluso del pequeño capital. Y llegado ese punto, las personas que sigan en las calles tendrán que enfrentar un problema importante: por un lado, su disminución cuantitativa, dado que una gran parte de la masa abandonará el movimiento tal como existe ahora; y por otro lado, el encuentro con los inmigrantes, muy difícil en términos materiales reales dado que en todas partes parece estar descartado de plano.

# 7

El Estado, la contrarrevolución y el capitalismo superan a la clase y al análisis radical del asunto, y Macron parece saberlo: a diferencia de los revolucionarios que buscan las claves de la historia en una causa oculta, la verdad profunda del mecanismo social, el capitalismo toma en cuenta la fatiga, la frustración, la esperanza, el miedo y la fugacidad de la vida. Sabe que unas pocas promesas, unas cuantas concesiones hechas a medias, la abundante violencia y la pérdida de varios días de salario, pesan incluso sobre los anhelos más vitales. Lo que empuja a la gente a la calle, el dolor y el miedo, puede llevarlos de vuelta a sus casas: la apuesta de los revolucionarios se plantea precisamente sobre esta marea incierta. El desafío que anida en su corazón es éste: ¿qué dolor es más grande que el dolor del presente o del futuro? Casi siempre es mejor vivir un poco que no vivir en absoluto. Aquellos que no viven en absoluto, esos que no tienen nada que perder excepto sus "cadenas", no han sido de ninguna manera escuchados en esta rebelión. Hasta ahora.

Notas

[1] https://earther.gizmodo.com/frances-gas-tax-disaster-shows-… .

El proyecto de ley se propuso sobre la base de la transición a la "energía verde" aunque, obviamente, tenía otros incentivos, y más bien ningún beneficio ambiental. Pero esto no lo entienden fácilmente quienes trabajan con diesel y quieren seguir pagando poco. Reaccionaron ante el alza de precio defendiendo sus vidas, sin preocuparse, desde luego, por el beneficio ecológico. Entonces surge un problema diferente: dentro del capitalismo, la no devaluación de la clase trabajadora puede ser incompatible con los problemas ambientales. Esto, por un lado, muestra que la respuesta a los problemas ecológicos es también la respuesta al capitalismo en su conjunto, pero hasta que esto suceda, puede que al interior de la lucha aparezca un problema de prioridades, con la clase obrera desempeñando un papel más conservador que progresista.

[2] https://iapp.org/news/a/2018-global-legislative-predictions/ .

[3] https://voiceofeurope.com/…/europe-is-on-the-brink-of-a-wo…/

[4] https://voiceofeurope.com/…/revolutionary-scenes-as-yellow…/

[5] https://www.doctv.gr/page.aspx?itemID=SPG12699. Por supuesto, vale la pena señalar aquí que no sabemos cuántos y exactamente quiénes están haciendo demandas en esta etapa. Sin embargo, la pretensión de que todos estén representados en la lista es indicativa de un clima chovinista. Algunas peticiones son puramente nacionalistas. Por otro lado, las demandas financieras podrían ser cómodamente el programa de Strasser o de Popular Right.

[6] http://lahorde.samizdat.net/…/gilets-jaunes-ni-macron-ni-f…/ , http://autonomies.org/2018/12/the-uncertain-tides- of-insurrection-the-yellow-west-protests-of-france / y https://www.rt.com/…/445352-police-union-yellow-vests-fran…/ . Para ver un ejemplo de un análisis clásico de demanda de clase: https://jacobinmag.com/…/yellow-vests-fuel-prices-france-pr…

[7] Para un cuadro muy general: https://www.thelocal.fr/…/opinion-why-frances-yellow-vest-p…