EnArgentina, Rusia o Ucrania, en Cuba o
en Suecia, en “Oriente” u “Occidente” hay explotadores y hay
explotados, hay gobernantes y hay gobernados. Nuestra clase, el
proletariado, es una clase mundial. Las condiciones para su explotación o
la condena al hambre y la escasez son tan mundiales como la necesidad
de destruirlas.
Asumir la lucha internacionalista es
solidarizarse con las luchas de los proletarios de otros países,
asumirla como nuestra y luchar también en “nuestro” país, contra
“nuestro” Estado, contra “nuestra” burguesía; en tiempos de guerra y en
tiempos de paz, inseparables para el funcionamiento de la sociedad
capitalista. La guerra no es algo extraordinario, es constante, y se
prepara en la paz social. ¡Para terminar con las guerras hay que destruir el capitalismo!
En Ucrania, al igual que en todas las
demás “zonas en conflicto” como Palestina, Siria, Etiopía, Afganistán o
Yemen, las consecuencias de la guerra son sufridas de manera brutal por
la clase explotada. Las demás naciones implicadas, como es el caso de
Rusia, los miembros de la OTAN y demás gendarmes, también depositan
sobre los proletarios los costos y consecuencias de la guerra. Aquellos
que habitan en Rusia, además de sufrir más duramente las consecuencias
económicas debido al papel del país en el conflicto, son reprimidos
frente a cualquier intento de oponerse o criticarla. Incluso al margen
de los Estados protagonistas, se hace sentir sobre nuestras espaldas el
impacto de las disputas interburguesas, con sus sanciones económicas y
su correspondiente aumento de precios, o sus medidas de “excepción” en
materia de control social que la guerra “justifica”. Nos hablan de paz y
nos hacen la guerra, aunque por otros medios. Nuestra paz es la
sumisión al dinero.
En épocas de globalización, de empresas
multinacionales, de desterritorialización del Capital, el nacionalismo
parecía en vías de extinción. Sin embargo, continúa vivo y fuerte. El nacionalismo dejó de ser cosa exclusiva de los conservadores y se convirtió en credo de la izquierda y los progresistas,
incluso como falsa salida a los malestares del capitalismo mundial.
Este es el marco que comparten con las nuevas derechas que temen y dicen
combatir.
Como señala Fredy Perlman en El persistente atractivo del nacionalismo,
los nacionalistas izquierdistas insisten en que sus nacionalismos no
tienen nada que ver con el nacionalismo de los fascistas o los
nacionalsocialistas, y que el suyo es un nacionalismo de los oprimidos
que ofrece no solo la liberación individual sino también cultural. Para
refutar estas pretensiones es necesario comprender la división de clase
de la sociedad capitalista, que mientras exista trabajo o dinero jamás
habrá suficiente para todos y que en nombre de la patria se cometen las
peores aberraciones.
A 40 años de la guerra de Malvinas vale la
pena recordar cómo los milicos torturadores y asesinos, junto a la
ciudadanía cómplice, estaban de acuerdo con la izquierda argentina,
prácticamente en su totalidad, en que se trataba de una guerra justa.
Las diferencias estaban en cómo y quiénes llevarían adelante esa guerra,
siendo de este modo responsables de sus consecuencias y –por acción o
aval– de la muerte de más de 600 jóvenes.
Este año también seremos censados por el
Estado. Según palabras oficiales, esta información estadística sirve
para diseñar políticas públicas y para que las empresas planifiquen y
lleven adelante proyectos. En la publicación oficial del primer censo,
allá por 1869, cuando se erguía esta nación sobre el genocidio indígena,
se puede leer: «el indio arjentino [sic] es tal vez el enemigo más
débil y menos temible de la civilización; bárbaro, supersticioso,
vicioso, desnudo». Hoy el censo contempla a los “pueblos originarios”:
la “patria inclusiva” reconoce a los descendientes de aquellos pueblos
que habitan este país, aunque sólo de palabra. En incontables ocasiones,
dicho reconocimiento no equivale siquiera al acceso a lo requerido por
las necesidades más básicas.
Como si fuera poco, este año habrá que
soportar el mundial de fútbol. Otra fiesta empresarial de la burguesía
que entretiene con nacionalismo, competencia y contemplación
no-participativa. Se trata de exaltaciones del más básico nacionalismo y
se trata del mundial de fútbol más infame hasta la fecha. Según cifras
del informe «Detrás de la pasión», publicado en mayo del año pasado, ya
había más de 6.500 trabajadores muertos para la construcción de los
estadios y la infraestructura necesaria. Denuncias actuales por parte de
diferentes organismos internacionales estiman que esa terrible cifra ya
asciende a 10.000. En Qatar hay más de dos millones de migrantes
provenientes principalmente de India, Bangladesh, Nepal, Egipto,
Pakistán, Filipinas y Sri Lanka que constituyen el 95% de los
trabajadores en el país. Alrededor del 40% trabaja en el sector de la
construcción, que ha repuntado por el mundial. Trabajando entre 16 y 18
horas diarias, 7 días a la semana, soportando temperaturas de hasta 50°.
Sin embargo parece no importar demasiado, porque son pobres, porque
están lejos, porque son extranjeros…
Los partidos de la selección nacional son
televisados hasta en las escuelas, institución donde se nos inculca
desde bien chicos no solo una rutina de trabajo –o teletrabajo durante
los pasados dos años–, sino la identidad nacional, marcadamente ficticia
en una región con una historia de fuerte inmigración y aniquilamiento
de los nativos. Aunque nos hemos acostumbrado generación tras
generación, no podemos dejar de señalar lo ridículo de saludar una
bandera todas las mañanas y tardes, jurarle lealtad, y someternos a
infinitos actos patrios desde los primeros años de vida.
Incluso al 1° de mayo que estamos conmemorando se lo pretende reducir a un feriado patrio:
como día del trabajador, con banderitas argentinas, locro y empanadas.
Se intentan borrar así sus orígenes y su significado actual, el de una
conmemoración de reflexión y de lucha: internacionalista,
anticapitalista y revolucionaria. En las resistencias actuales el
nacionalismo pareciera proporcionar cierto amparo comunitario o ligazón,
algo común entre quienes se disponen a desobedecer y reunirse para
bloquear, hacer asambleas, construir proyectos o simplemente destruir.
En no pocas ocasiones muchos lo hacen con la bandera de su país en las
manos, que no es más que el símbolo del exterminio en la región, e
incluso fuera de sus fronteras. Pero los proletarios rebeldes no se
disponen a luchar gracias a su patriotismo, sino a pesar de él. Es la
propia lucha en actos la que aplasta esos símbolos de mierda impuestos
por los poderosos para hacernos creer que dentro de unas fronteras
delimitadas artificialmente coincidimos en nuestros intereses, que todos
somos “el pueblo” más allá de las diferencias de clase. Sin embargo,
pese a las acciones antipatrióticas, ese patriotismo persiste y es un
peligro para la extensión y profundización de la revuelta. Y es un
peligro también fuera de las revueltas cuando, para salvaguardar a la
burguesía nacional, nos dicen por derecha que el inmigrante nos roba el
trabajo y por izquierda que el problema son los ricos, pero de otro
país.
No lo olvidemos: a la hora de atacarnos, la burguesía actúa como una fuerza internacional,
al contrario de los nacionalismos y regionalismos. Comprender la
dimensión internacional del capitalismo nos ayuda a combatir las
limitaciones que nos impiden accionar desde una perspectiva que no se
restrinja al lugar donde vivimos.
Hablamos de proletariado o burguesía
porque nos parecen categorías precisas, mientras otros rebeldes
prefieren hablar de oprimidos y opresores, o pueblo y élite. No nos
preocupan tanto las terminologías, pero sí nos importa comprender la
dimensión internacional y de clase de esta sociedad. Por motivos de este
tipo es que insistimos en hablar de
capitalismo y no simplemente de neoliberalismo, mucho menos de soberanía
o liberación nacional, o siquiera de suma de liberaciones nacionales.
Nuestra consigna de agitación y de
provocación «El proletariado no tiene patria» no puede olvidar que
mientras exista capitalismo sí tendremos patria tal cual la conocemos.
Mientras tanto, habitaremos en un país, incluso a pesar de nuestros
deseos. La nacionalidad escrita en nuestras identificaciones es una
imposición entre tantas otras. Tristemente, hemos naturalizado tanto el
modo de vida que llevamos como asalariados que nos olvidamos de que
también somos desposeídos, que nuestros ancestros fueron separados de
sus tierras, de sus formas de vida y de producir, que fueron llevados a
ciudades y barrios marginales para cubrir las necesidades de la vida
mercantil. Esto es así, tanto seamos descendientes de “pueblos
originarios”, nietos de inmigrantes de cualquier rincón del planeta,
mestizos, o mezcla de inmigrantes e indios.
La patria es la organización que se dieron
ricos y opresores en sus competencias: ellos crearon Naciones y Estados
a costa de miles y miles de vidas proletarias que sucumbieron en
trincheras, campos de trabajo, defendiendo fronteras que no eran las
suyas. La patria no es más que la excusa para separarnos y oponernos,
porque mientras no estemos luchando contra el Capital estaremos luchando
entre nosotros y contra nosotros mismos.
En alemán:1. Mai gegen den nationalismus (Traducciones / Übersetzungen)