El nuevo gobierno comenzó con una ofensiva: la devaluación del 54% del peso argentino respecto del dólar. El plan motosierra es una licuadora de salarios.
 Incluso de las ayudas sociales de mayor alcance que, para horror de sus
 votantes, La Libertad Avanza aumentó un 50% (AUH y Tarjeta Alimentar). A
 pesar de esto no se contrarresta la inflación acumulada durante los 
últimos meses de la gestión anterior, y se suma el impacto inflacionario
 de la brutal devaluación actual.
			El polémico Decreto de Necesidad y 
Urgencia (DNU) y la “ley ómnibus” presentados por el nuevo gobierno 
generan confusión sobre qué entra en vigencia y qué no. Además, parecen 
dejar en segundo plano la megadevaluación como ajuste sin decreto que sufrimos de un día para otro y que se suma a la alta inflación que venimos padeciendo desde hace meses y años.
			El DNU comienza con una afrenta de clase: derogación de la Ley de alquileres. Y
 no significa que la anterior fuese buena ya que, al ajustar alquileres 
con un promedio entre inflación y salarios registrados, no hacía más que
 acompañar los aumentos del resto de los precios. La propuesta actual es
 aún peor: fuerza a los inquilinos a pagar lo que al propietario se le 
ocurra, incluso los denominados gastos extraordinarios, empeorando la 
cuestión de las garantías y las recesiones, desregulando la duración de 
los contratos. Esa es la libertad de 
contrato que propone el liberalismo: entre partes que son formalmente 
iguales ante la Ley pero desiguales socialmente.
			El resto de los apartados son obsequios 
para otros sectores: derogación de la Ley de manejo del fuego, que 
permite acelerar los tiempos de venta de un territorio incendiado (como 
los humedales quemados de esta zona), de la Ley de tierras, de leyes que
 regulan la actividad minera, vitivinícola, algodonera y deportiva. Necesidades y urgencias de la burguesía.
			Algunos 
artículos nos afectan indirectamente al modificar la distribución de 
plusvalor al interior de la clase explotadora. Otros apuntan directamente a aumentar la tasa de explotación y debilitar nuestra capacidad de acción, de protesta y de reunión. Ante un ajuste brutal se preparan para las protestas, huelgas y movilizaciones.
			El DNU define
 “actividades esenciales”, como en el estado de excepción durante la 
cuarentena, que en caso de huelga tendrían la obligación de cubrir “al 
menos el 75% del trabajo normal”. Los trabajadores de “importancia 
trascendental”, por su parte, deberían cubrir el 50% del trabajo normal 
en caso de huelga.
			Además, el 
DNU limita el derecho a realizar asambleas en el lugar de trabajo, ya 
que se las considera medidas de fuerza. Prohíbe los piquetes de huelga 
en la puerta de las empresas, convirtiendo esta medida en causa 
justificada para despido. A su vez se modifica el cálculo de 
indemnizaciones para “explorar mecanismos de indemnización alternativos a
 cargo del empleador”. Se reducen las multas laborales por trabajo no 
registrado o mal registrado y se prolonga el período de prueba de tres a
 ocho meses “para fomentar el trabajo”. ¡Trabajo hay! Esta vez la crisis
 es con trabajo, con uno o con dos. No es una crisis marcada por la 
desocupación, sino de pobreza con salarios de mierda.
			Sumando 
trabajadoras y trabajadores “esenciales” y de “importancia 
trascendental”, tenemos gran parte de la porción asalariada de la clase 
proletaria del país. Estos y el resto, asalariados o no, somos atacados con la brutal caída de salarios, ayudas y jubilaciones mediante la inflación.
			La pérdida de derechos es relativa entre tanta precarización. La
 quita de derechos ya existe sin DNU y viene de gobiernos anteriores 
empujando a cada vez más proletarias y proletarios a la precarización: trabajos y alquileres sin contrato, por ejemplo.
			Por otra parte, pareciera que el problema 
del DNU es su “inconstitucionalidad”: ¡no! Ese es el terreno legal y 
puede servir en lo inmediato para frenar todo esto. Pero no olvidemos 
que nuestra lucha, la lucha por nuestras necesidades, también puede ser 
ilegal y pasar por alto el Congreso. No es un argumento universalmente 
válido. Cuando el Derecho se vuelve el horizonte de los cambios 
sociales, incluso revolucionarios, es porque no trasciende la 
reproducción del propio modo de producción capitalista y sus formas 
políticas. Y se acaba discutiendo si es cierto que el DNU en realidad 
deroga leyes de Videla y Onganía, como bien hacen notar los defensores 
de Milei.
			No vale corear la de “Milei basura, vos sos la dictadura” porque es democracia. No vale decir, cuando la democracia no gusta, que es una dictadura;
 es una arbitrariedad de mal perdedor. Los anteriores también gobernaron
 con decretos y el Estado existe para poner orden y reprimir, además de 
distribuir migajas. Sucede que hay cada vez menos migajas y eso 
incrementa directamente los palos. El jueguito discursivo está en dejar a
 la democracia limpia de culpa y cargo (para seguir con el lenguaje 
religioso-judicial), y lo que resulta desagradable ponerlo fuera, 
achacarlo a la dictadura. Malas noticias para los demócratas: no hay 
democracia sin represión, sin hambre, sin desempleo.
			El problema con este DNU es su explícito contenido de clase. No es simplemente el “decreto de Milei”: es de la burguesía, y la burguesía no tiene partido. Claro
 que tienen conflictos de intereses entre diferentes sectores por sus 
ganancias, por cómo y cuánto explotarnos, pero no tenemos por qué tomar 
partido en esas contiendas.
			Como clase explotada tampoco es necesario 
meternos en el debate “fiscal”, que es un enfoque burgués, adoptado, por
 ejemplo, por el nuevo ministro de Economía: «La génesis de nuestros 
problemas ha sido siempre fiscal», y anunció «si seguimos como estamos, 
vamos inevitablemente camino a una hiperinflación». Por eso es que 
buscan reducir los subsidios a la energía y al transporte, entre otras 
medidas de austeridad. «Hoy el Estado sostiene artificialmente precios 
bajísimos en tarifas energéticas y transporte a través de estos 
subsidios (…) Pero estos subsidios no son gratis, se pagan con 
inflación. Lo que te regalan en el precio del boleto te lo cobran con 
los aumentos en el supermercado. Y con la inflación, son los pobres los 
que terminan financiando a los ricos», aseguró Caputo, que no está tan 
lejos de la verdad. La cuestión es dónde posicionarse ante esta 
realidad.
			Cuando quitan los subsidios a las empresas de transporte de pasajeros sufrimos una nueva reducción del salario: pero
 como en otras ocasiones, no es tanto que el boleto sea caro sino que 
nuestra fuerza de trabajo es muy barata, baratísima. Lo mismo ocurre con
 los alquileres: en relación al precio de una vivienda los alquileres no
 son caros, lo son en comparación con nuestro salario. En el caso del subsidio al transporte se trata de un subsidio a los capitalistas.
 Eso no quiere decir que no nos beneficie de forma indirecta. Pero les 
permite a los burgueses pagar salarios más bajos (o al propio Estado, en
 el caso de las ayudas sociales). Si el Estado permite que gastemos 
menos en viajar (principalmente al trabajo o a diferentes actividades 
relacionadas con ello) nuestra fuerza de trabajo se abarata, lo cual 
beneficia a nuestros patrones, es decir, se beneficia la clase 
explotadora en su conjunto.
			Así que, aunque suene paradójico, de 
diferentes maneras la quita de subsidios afecta a los burgueses del 
sector en particular y a sus trabajadores. La implicación recíproca que existe entre nuestra clase y el Capital no desmiente su carácter antagónico.
 De hecho, la reproducción de nuestras condiciones de vida está ligada a
 la reproducción del Capital, así mismo nuestras luchas.
			En la otra vereda (y por la vereda) Guillermo Moreno, exponente del peronismo doctrinario, lo explica a su manera: «En el estatus quo
 estamos todos los que estamos en contra de esta revolución que pone al 
país patas para arriba. Y hoy ya empezaron a trabajar el movimiento 
obrero con los empresarios, se empiezan a encontrar dentro de una 
doctrina extraordinaria que es la peronista. Que no somos la lucha de 
clases, nosotros somos la armonía entre Capital y trabajo. (...) Y este 
decreto le pega al trabajo y le pega al Capital.»
			Evidentemente el ajuste se garantiza con represión.
 Y supone un problema para quienes no fueron lo suficientemente 
domesticados o institucionalizados, o para quienes la situación los 
fuerza a salir a la calle pese a los llamados a la calma de años 
anteriores. El panorama es difícil, luego de años y años de 
debilitamiento a través de represión vía institucionalización e 
integración en la política burguesa.
			El gobierno nos marea con amenazas 
mientras comienza a dar palos. Antiguo anhelo burgués, el “protocolo 
antipiquetes” presentado por el Ministerio de Seguridad de la Nación 
establece que las fuerzas policiales y de seguridad federales 
«intervendrán frente a impedimentos al tránsito de personas o medios de 
transporte, cortes parciales o totales de rutas nacionales y otras vías 
de circulación». Para evitar los cortes de la circulación de mercancías y
 de la mercancía fuerza de trabajo por piquetes y manifestaciones 
callejeras, habilita a que las protestas se realicen solamente sobre las veredas.
			Por otra parte, el Ministerio de Seguridad
 podrá demandar judicialmente a «las organizaciones convocantes a las 
manifestaciones, así como a las personas individuales que resultaren 
responsables, por el costo de los operativos». Además «se establece que 
las entidades perjudicadas podrán iniciar acciones de resarcimiento por 
los daños y perjuicios que hubieren sido ocasionados contra el 
patrimonio público y las personas». Ahí se entiende doblemente que 
«quien las hace las paga», como señaló Milei. A la cuenta del operativo 
de seguridad se le pueden agregar destrozos o limpieza de paredes 
pintadas. Y en caso de tratarse de extranjeros con residencia provisoria
 en la Argentina, se enviarán sus datos a la Dirección Nacional de 
Migraciones «a los fines pertinentes». Dentro de la ley, todo; fuera de 
la ley, nada. Y son ellos quienes redactan las leyes.
			A esto hay que agregar la denominada “ley 
ómnibus”, que incluye un insólito requisito: si tres o más personas 
desean reunirse en un espacio público, deberán pedir permiso 48 horas 
antes al Gobierno. Y en caso de contar con ese certificado de 
aprobación, la reunión podrá realizarse siempre y cuando «no estorbe, 
impida o entorpezca el tránsito».
			En paralelo, la ley ómnibus también 
impulsa la creación de una figura penal para «quienes dirijan, organicen
 o coordinen una reunión o manifestación que impidiere, estorbare o 
entorpeciere la circulación o el transporte público o privado o que 
causare lesiones a las personas o daños a la propiedad», los cuales 
«serán reprimidos con prisión de 2 a 5 años, estén o no presentes en la 
manifestación o acampe». La intención parece ser la de sumirnos en un estado de excepción permanente, dentro de la normalidad capitalista. Como durante la declaración mundial de la pandemia.
			La 
burguesía, nacional o extranjera, nos explota y nos oprime de diferentes
 maneras. Tengamos o no trabajo. De cualquier género, de todos los 
colores y diferentes capacidades.
			La nueva oposición notifica: «Milei prende
 la maquinita y el gobierno emite dos billones para pagar deuda y 
gastos. La cifra equivale al plan platita
 de Massa que incluyó bonos para jubilados y desocupados, devolución del
 IVA, y los beneficios impositivos para montributistas y asalariados 
registrados.» Pero a nosotros de nada nos sirve seguir insistiendo en que el problema es la emisión,
 que no es solo causa sino principalmente consecuencia del malestar 
económico en este territorio. De hecho, con la devaluación brusca del 
peso se licúa su valor real vía inflación, y esto es mucho más 
importante que la cantidad de pesos circulantes (valor nominal) y las 
emisiones.
			El actual descontento se percibe como un 
problema de la economía nacional, desconectado de la mundialidad del 
modo de producción capitalista, un ombliguismo típicamente argentino. No
 se percibe un horizonte que vaya más allá del de la nación y sus 
individuos. No se perciben problemas estructurales.
			La reducción nacionalista canta 
insistentemente “la patria no se vende”, dejando el “que se vayan todos”
 a los partidarios del nuevo gobierno. El espontaneísmo político convive
 con el fervor electoralero que de espontáneo no tiene nada, sirve de 
furgón de cola del kirchnerismo y además exige paro a la CGT avalando, 
de esa manera, todas las instituciones burguesas que contribuyen a 
nuestra explotación.
			Este nuevo pacto democrático nos dice que 
de esta “se sale votando”. Entonces toda resistencia es una campaña 
permanente. Solo de esa manera se le puede pedir coherencia a Milei para
 dejarlo en falta frente a sus votantes (?). ¿Por qué pedirle a Milei 
que cumpla con su promesa de que la crisis la pague la casta? ¿Para qué 
pedir a la CGT? Aún considerándolos traidores, ¿traidores de clase?, si 
son parte de la burguesía explotadora. Ya no solo por sus propuestas 
ideológicas de conciliación trabajo-capital sino por su posición social 
objetiva: burgueses. ¿Qué sentido tiene para nuestra clase defender la 
patria? ¿Y a la burguesía nacional? Se parece a la teoría del derrame de
 los liberales: “si a la burguesía y al país les va bien, a nosotros 
también".
			No existe algo así como la casta: no hay castas, ni clase política, porque las clases se definen en relación a la explotación y no a las ideologías.
 Un burgués pude decir todo lo que se le antoje, pueden tomar sus frases
 y hacerlas bandera pero lo que lo define es su rol en el antagonismo 
social. Así mismo, las crisis de la sociedad capitalista se producen por
 su propia dinámica que luego gestiona cada gobierno a su manera. A la 
propuesta impotente de que la crisis la paguen los ricos, como profesaba
 la izquierda, ahora directamente se propone que la pague un sujeto 
inexistente como la casta.
			Las crisis empobrecen al proletariado y bajan el nivel de vida de cada una de sus sectores:
 degradación de las condiciones laborales, reducción del precio de la 
fuerza de trabajo, aumento del desempleo, empeoramiento en la vivienda, 
la salud, la educación. Estas condiciones no disparan necesariamente la 
solidaridad y la lucha porque no se trata de un mecanicismo de la 
historia o de “cuanto peor, mejor”.
			Las crisis preparan una entrada desfavorable para el proletariado en el nuevo ciclo económico.
 Con abundante mano de obra deseando trabajo en las condiciones que sea,
 con unos sueldos bajos y aspiraciones más bajas que el ciclo anterior. 
Eso puede explicar por qué estamos cada vez peor, por qué hay cada vez 
menos respuesta colectiva y masiva frente a estos atropellos. Quien 
ingresa al mercado laboral ya ni pretende estar en blanco, como el de la
 generación anterior no aspiraba al auto-familia-vacaciones, o su 
antecesor a la casa que otros sí pudieron comprar trabajando.
			Como vemos, no se trata de volver atrás o hacer deseable el pasado del llamado “Estado de bienestar”. Se trata de advertir los cambios en la sociedad capitalista:
 en lo relativo al trabajo, a la identidad obrera, a la división sexual,
 al capacitismo, al nacionalismo, a la familia, a la religión y al 
racismo. Elementos puestos en cuestión por los movimientos sociales, así
 como por las propias dinámicas capitalistas.
			Es momento
 de explorar nuevas perspectivas, nuevas maneras de luchar. Más allá de 
la patria, del Estado, de la democracia, de la lógica de la mercancía, 
de los partidos políticos y de los sindicatos.
			Ya es hora de señalar la insistencia con 
“la calle” como receta mágica. La lucha está en las calles, pero no 
solamente. Habrá quienes dirán que hay que “radicalizarlas”, es decir 
tirar piedras y enfrentarse con la policía. Esta es una buena ocasión 
para preguntarnos además: ¿qué lucha? ¿La que quiere hacer volver al 
gobierno anterior? ¿La de fogonear un nuevo líder de la democracia 
representativa? ¿Refundar el sindicalismo? ¿Confiar en los movimientos 
sociales completamente integrados a la normalidad capitalista?
			Uno de los 
posibles futuros condensadores de la rabia actual es Juan Grabois, 
católico, de discurso contundente y peronista obediente. Pretendido 
representante, ya no de la masa obrera sino de la masa precarizada que 
denomina “economía popular”. Hace pocos años atrás fue clarísimo: «Hay 
que dejar de pensar que el problema de la conflictividad social en 
argentina somos los movimientos sociales. El Polo Obrero hoy está 
conteniendo 60 grupos que si no estuvieran desfilando por la 9 de julio 
estarían haciendo cosas peores. Ustedes no entienden lo que nosotros 
hacemos por la paz social en este país, no lo dimensionan».
			La forma de 
organizarse, los métodos y los fines de muchos de los movimientos 
sociales, no solo son reprimidos por el nuevo gobierno, perdieron 
credibilidad para las personas explotadas de esta sociedad. Ahora
 se los pone en cuestión por derecha, desde el Estado, pero es un 
secreto a voces su clientelismo, las tomas de asistencia en las 
manifestaciones, lo vemos hace décadas. Para muchos hermanos de clase no
 es más que un laburo y para otros no es una alternativa válida de 
protesta.
			¿Qué decir del sindicalismo? No se trata 
de que sea corrupto o sus representantes sean inútiles o avaros. No 
sirve, no solo para la emancipación de las trabajadoras y trabajadores, 
siquiera en lo inmediato para defendernos. Solo sirve para mantener la 
armonía entre explotadores y explotados, para que los primeros ganen 
todo lo que puedan sin olvidar que sus ganancias dependen de nuestra 
supervivencia.
			Habrá quien quiera leer en esto desesperanza o nihilismo. Para nosotros es todo lo contrario.
 Puede abrirse una posibilidad para explorar y experimentar nuevos 
métodos, nuevos encuentros y desencuentros, nuevos horizontes. Más allá 
de las mezquindades de lo normal e impuesto. El año electoral significó 
una gran pausa a la conflictividad social y la reflexión crítica, pero 
estos cambios obligan a replantear todas las cuestiones, un balance de 
las luchas en curso. Es momento de insistir con la necesidad de ruptura.
			El fenómeno Milei se apoya en un desprecio
 a la política tradicional que no es cuestionada como política, en un 
alto grado de conformismo y confianza en la representatividad y en el 
“sálvese quien pueda” capitalista. Por su lado, toda la política 
“progre” continúa encargándose de borrar la ruptura como alternativa, 
como posibilidad. Es cada vez más nacionalista, estatista, gestionista 
de lo existente. Ese viene siendo el rol de los partidos políticos que 
se pretenden representantes de la clase proletaria, mientras que otros 
como el gobierno actual sinceran su rol como defensores de la burguesía,
 y cuentan con trabajadores adeptos frente al fracaso del progresismo.
			Partiendo de las luchas actuales y las transformaciones de las últimas décadas de la dinámica capitalista a nivel mundial,
 prestamos atención a sus manifestaciones locales y las posibilidades 
que estas suponen. En primer lugar, la reproducción masiva de fuerza de 
trabajo en condiciones de absoluta precariedad, con grandes niveles de 
desempleo y pobreza. Esto se evidencia como una gran dificultad para el 
Capital. Por lo pronto, logra sortearla a través de grandes redes de 
asistencialismo estatal. Veremos cómo continúa esta cuestión ante este 
nuevo panorama de ajustes violentos.
			Otro aspecto fundamental es el de las 
luchas de mujeres y disidencias, atendiendo en el análisis a los cambios
 en la división sexual en el capitalismo. Más allá de las políticas 
centradas en el plano de reconocimiento identitario, señalamos la 
imposibilidad del capitalismo por dar respuesta a muchas de las 
problemáticas que se han puesto de manifiesto. Desde una perspectiva 
revolucionaria ha quedado suficientemente en claro que no es posible 
abolir las clases sociales sin abolir la división de género y que, por 
tanto, no es posible abordar un tema sin el otro.
			En las luchas en curso también nos 
encontramos con la cuestión medioambiental. La economía argentina se 
basa fuertemente en la producción primaria, tanto agropecuaria como 
minera. De esta depende en gran medida la reproducción de buena parte de
 la fuerza de trabajo a través del Estado. Este tipo de producción no se
 puede relocalizar cuando es rechazada por la población. Apostamos por 
asumir estas profundas implicancias de la 
lucha, en oposición al supuesto capitalismo verde y a la defensa del 
territorio como “recurso nacional”. Esto puede volver a dar impulso a 
las luchas de quienes se identifican como pueblos originarios. Y 
necesariamente incrementará la lucha antirrepresiva ante los embates de 
la fuerzas de seguridad.
			Evidentemente, la lucha por salarios y 
mejores condiciones de trabajo continúa siendo fundamental, pero no es 
la única y se articula con las demás. Ya no es posible pensar los 
problemas aisladamente.
			En resumen, nos
 referimos a varios planos de la lucha de clases actual, que exceden al 
mero ámbito de la producción y ponen en cuestionamiento la reproducción 
capitalista en su conjunto. La posibilidad de una ruptura 
revolucionaria está latente en esas luchas y expresa un camino a seguir,
 aunque por el momento se imponga con fuerza la pacificación 
democrática. No proponemos un cambio de hoy para mañana, pero hay que 
comenzar. Lo utópico es esperar mejoras de representantes burgueses.
			Contra el liberalismo y todas las variantes de la sociedad capitalista. Por el comunismo y la anarquía.