Jacques Camatte, 10 de marzo de 2022
El momento de la invasión de Ucrania me impuso la siguiente cuestión: ¿es esta dinámica de muerte una máscara de nuestro devenir hacia la extinción? ¿O es el devenir a la extinción lo que precisamente condiciona este nuevo montaje de la matanza, de la guerra en su forma antigua (no la guerra cibernética), visible y tocante a la lucha por la supervivencia? Pero, de hecho, esto aplica a todos los conflictos armados actuales, que no comenzaron ayer.
Lo que se pone fundamentalmente de relieve es la importancia de la amenaza por ambos lados, pero especialmente del lado ruso. Y esto: el desencadenamiento de la enemistad. Los ucranianos reaccionaron al ataque ruso defendiéndose enérgicamente, lo cual es lógico y está ampliamente justificado; pero esto fue acompañado por un desencadenamiento de odio no sólo por parte de rusos y ucranianos, sino por parte de los que se llaman occidentales y apoyan a los ucranianos. De modo que la defensa de los ucranianos y la demonización de los rusos han sido la principal preocupación de los medios, enmascarando, ocultando la cuestión del Covid 19 (curiosa y repentinamente ya no se considera peligroso y las medidas contra él pronto serán derogadas) y la publicación del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) que destaca el grave peligro del calentamiento global y, por tanto, el aumento del riesgo de extinción.
Los rusos se han sentido amenazados desde hace mucho tiempo, especialmente desde el fin de la Unión Soviética, y es importante recordar que, en ese momento, ellos liquidaron el Pacto de Varsovia e incluso propusieron unirse a la OTAN –ya que volvían a ser amigos como lo habían sido durante la guerra contra Alemania. “La seguridad paneuropea es un sueño”, se les respondió. La realidad es la enemistad, y Estados Unidos necesitaba un enemigo. Tener un enemigo permite protegerse de una amenaza haciéndola visible gracias a algún tipo de encarnación. Esta situación no ha hecho más que incrementarse más y más hasta hoy.[1]
De hecho, tenemos que remontarnos más atrás en el tiempo para encontrar los fundamentos de esta enemistad: a la Revolución de Octubre de 1917, que generó una gran amenaza –que pareció tener un fundamento real durante un corto período, pero que, de manera atenuada, persistió incluso después del final de la fase revolucionaria–, así como la enemistad contra el proletariado que estaba ligado a ella. Esta enemistad duró hasta fines del siglo pasado, cuando el proletariado desapareció y fue reemplazado por estratos sociales dominados y explotados en diversos grados. Se podría decir que, hasta hoy, más o menos inconscientemente, se culpa a los rusos de haber hecho la revolución.
Hemos afirmado varias veces que la especie humana trata continuamente de ponerse en guardia contra una amenaza. Esta puesta en guardia se actualiza tanto a nivel de naciones como de individuos: de ahí los diferentes conflictos que pueblan la historia. La muerte aparece como el medio de escapar de la amenaza.[2] Esta es una explicación de la intervención rusa en Ucrania, pero no una justificación. Más aún: cuanto más se lucha contra una amenaza, más se la refuerza, como muestra el caso de Rusia en lo que hace al presente y lo que viene.
Esta dinámica –que provoca guerras que destruyen a hombres, mujeres, pero también a la naturaleza (hecho que muchas veces queda encubierto)– aumenta el riesgo de extinción porque exalta la enemistad que es la causa esencial del calentamiento global ligada a la destrucción de la naturaleza misma. Se trata de una dinámica que no encuentra ningún obstáculo porque se sustenta en otra dinámica: la de la autonomización de la forma capital –que fue capaz de imponerse gracias a la desaparición del proletariado– expresada a través de la necesidad de una constante innovación que induce a la obsolescencia de lo producido así como de los productores no innovadores o insuficientes, generando una amenaza acompañada de una enemistad en el seno de la realidad social y económica, complementaria a la de lo superfluo de los seres humanos, contribuyendo todo ello a la creación de condiciones de vida donde “¿No es más deseable la muerte que esa vida que es una mera medida preventiva contra la muerte?” (Marx). De hecho, incluso la
muerte no puede resolver nada, porque no puede abolir la cada vez más cercana víspera de la extinción. La humanidad sólo puede escapar de ella abandonando la enemistad como forma y principio de vida.
Notas:
[1] Muchos documentos que prueban la validez de esta proposición están disponibles en Internet. Por otro lado, debemos mencionar el pasado nazi de Ucrania, que fue una amenaza para la URSS, ahora Rusia, pero fue igualmente una fuerza contra la Alemania nazi. Recordemos también esto: “De hecho, la crisis que llevó a la disolución de la URSS y del bloque del Este no es un fenómeno local que concierne sólo a estos países sino un fenómeno global: el fin de la oposición capital-trabajo y la evanescencia del fenómeno de la propiedad basada en la tierra; la plena eliminación de los límites al devenir del capital y la realización de un desarrollo no antagónico, no dialéctico. Más exactamente, hay una disolución del conflicto por su generalización dentro de la comunidad-sociedad del capital. Esto conmociona profundamente los cerebros de los humanos que están acostumbrados a pensar solo en términos de conflicto y polarización entre dos campos. El escenario ahora alcanzado por el capital impone a hombres y mujeres la necesidad de vivir sin enemigos, lo que socava todas sus representaciones y causa el actual desconcierto, que corre el riesgo de ser sólo transitorio porque los enemigos se transforman en competidores, en verdaderos actores capitalistas. Se necesita algún tiempo para eliminar las viejas representaciones” (Epílogo al «Manifiesto comunista de 1848», escrito en 1991).
[2] Cfr. la consigna franquista: ¡Viva la muerte!
Fuente: https://contemporaneafilosofia.blogspot.com/2022/06/jacques-camatte-muerte-y-extincion.html
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