Vamos hacia la vida
Abril 2020
Abril 2020
El 18 de abril se cumplió un mes desde que el gobierno encabezado por Piñera decretaba estado de catástrofe por 90 días a raíz de la propagación del coronavirus entre la población: de esta forma se formalizaba abiertamente, con la excusa de proteger a las personas, la dictadura democrática del capital que había sido expuesta por la revuelta proletaria que comenzó el 18 de octubre. Desde entonces el antagonismo entre la economía capitalista y las necesidades humanas se ha hecho evidente, y millones de personas han podido experimentar en carne propia que, en una sociedad que no está organizada para la satisfacción comunitaria de las necesidades humanas, la propagación de un virus tiene el carácter de una desgracia para la población trabajadora forzada a tener que elegir entre la muerte por virus o la muerte por hambre, entre enfermarse o dejar de pagar el alquiler. El COVID-19 ha venido a profundizar las contradicciones de la vida capitalista, acelerando el proceso de crisis y recesión económica generalizada que se venía gestando desde el año 2008. El coronavirus, de hecho, no es más letal que otras enfermedades, pero su importancia y su efecto en la sociedad capitalista mundial puede ser explicado por el contexto global en que se inserta su aparición. En realidad, el mayor detonador del alto número de muertes y contagiados no es otro que la organización social capitalista, y esto aplica no solo en lo que respecta a este nuevo virus, sino que puede generalizarse a los millones de muertes que cada año se producen en el mundo por enfermedades curables en una sociedad en la cual un rico jamás morirá por tener demasiado dinero, pero un pobre siempre morirá por carecer de él.
La verdad es que la catástrofe más inminente se cierne desde hace mucho tiempo sobre nuestras cabezas, de ella han existido varias y sorprendentes pruebas a las cuales no se ha reaccionado con la misma alarma que se reacciona al COVID-19. El océano es un basurero de plástico, el material radioactivo se acumula sin cesar, las especies animales se extinguen masivamente, los bosques y selvas más fundamentales para la biósfera arden en llamas y el ártico se derrite cada año a una proporción que supera con creces las estimaciones anuales de los científicos. En la región chilena, en pleno auge de la pandemia, el gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago encarna perfectamente la lógica homicida del sistema al declarar que “la economía también trae salud” y que “no podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas”. En realidad, la dictadura democrática del capital desde el principio de la pandemia ha estado en línea con los razonamientos del gerente, y su estrategia de “cuarentenas progresivas” no es otra cosa que una administración empresarial de la muerte, en la cual se condena al contagio a un número indeterminado de personas hasta que la entidad gubernamental considere que ya ha sido suficiente y, solamente entonces, aplica cuarentena al sector donde se han detectado mayor cantidad de contagios confirmados. De hecho, ya se preparan para una pronta apertura del comercio a gran escala y del retail, e incluso anticipan estar preparando un retorno a las clases presenciales en las escuelas durante el mes de mayo.
Sin embargo, cuando la necesidad se vuelve la regla, todo lo inútil es abandonado. La pandemia también ha venido a darle profundidad a la experiencia colectiva de los meses de revuelta, y el proletariado de la región chilena ha podido experimentar de forma concreta que un mundo sin escuelas y sin trabajos inútiles es posible. Es por ello que capitalistas, gobernantes, burócratas y policías están desesperados para que volvamos a la normalidad del capital (ya le llaman oficialmente la “nueva normalidad”), al trabajo incesante y al encierro en los centros de adoctrinamiento. Con todo, no han podido evitar lo inevitable y la normalidad capitalista se ha visto interrumpida en lo fundamental, obligándonos por fin a vivir nuestra propia vida, sin los miles de subterfugios que, más mal que bien, sostenían lo insostenible. Y esta vida nos ha golpeado con toda su realidad, con todo lo dulce y agraz que pueda tener. Se ha abierto un espacio para resolver nuestras propias contradicciones que hasta ayer se escamoteaban a un futuro inexistente, absorbido por la marcha de la mercancía, o que se ahogaba con alcohol u otras de los cientos de drogas y distracciones que produce el capital para seres que hemos sido reducidos a la infantilización y dependencia más vergonzosa. Por otro lado, la demanda aumentada de psicólogos vía “streaming” evidencia lo aberrante de una normalidad en la que miles de personas ocultaban su malestar interior bajo el sometimiento a una rutina frenética y sin pausa, manteniendo la organización psicológica a costa de aplastar su humanidad. No vale la pena una cordura que se mantiene al precio de un escape constante, es preferible una locura que tiene sus pies bien puestos en la tierra, y eso es justamente lo que ha traído la pandemia: ha puesto a las personas a pensar seriamente, quizás por primera vez, sobre su propia vida.
Este hecho no escapa a la vista y la consciencia de quienes nos dominan parasitando nuestra vida, y día y noche conspiran para evitar que pasemos demasiado tiempo fuera del redil del trabajo, la distracción y el consumo. En las últimas semanas los medios de comunicación no cesan de hablar sobre la crisis económica que resultará de la paralización parcial de la producción y el consumo masivo, y ya dejan entrever que será la clase trabajadora quien deberá pagar las consecuencias de la crisis del capital. En este sentido, el FMI augura que América Latina será una de las regiones más afectadas por la crisis, y en su informe Chile se destaca como una de las economías más dañadas. En esta misma línea, en su discurso del 19 de abril Piñera oficializaba la nueva ofensiva gubernamental sobre el proletariado al declarar que vamos a tener que ajustar nuestra actividad diaria a la mentada “nueva normalidad”, augurando de pasada que el virus va a permanecer al menos dos años rondando la sociedad. No nos engañemos: no es el virus el causante de estos cambios, sino que simplemente ha sido el detonante de unas transformaciones que ya se dejaban entrever con el estallido de revueltas proletarias en varios continentes. El estado de excepción no se acabará con el fin de la pandemia, ni en Chile ni en ninguna parte del mundo. La clase capitalista mundial ha dado un paso y no volverá atrás.
Ante este nuevo escenario histórico, hemos de prepararnos en cuerpo y espíritu para luchar, porque quienes gobiernan nuestra vida encarnando la lógica del capital están dispuestos a arrastrar a nuestros hijos a la calle, a abandonar a nuestros padres a su suerte y sacrificar las vidas que sean necesarias para perpetuar la marcha mortal de la economía. Y lo están haciendo. En cuanto a esto, el virus ha logrado lo que no pudo alcanzar la revuelta: nos coloca al pie de la encrucijada que estructura ocultamente la totalidad de nuestras vidas: la economía o la vida. El proletariado de la región chilena ha realizado grandes proezas durante la revuelta, pero una parte de la clase trabajadora se vistió de amarillo para defender el supermercado y la farmacia del barrio. Pues bien, ahora que el gobierno se prepara para forzar la vuelta a escuelas y trabajos, y que el supermercado y la farmacia demuestran no tener miramientos al cobrar cada vez más caros los productos esenciales, en muchas personas comienza a madurar la certeza de que cuando llegue el momento tendremos que tomar por la fuerza aquello que nos venden a cambio de nuestra sangre. De nosotrxs depende, porque lo que está en juego es histórico. O los capitalistas y sus esbirros imponen el estado de excepción que sitúa la economía por sobre la vida, o nosotros imponemos nuestro propio estado de excepción. O se vinculan todas las verdades que están saliendo a la luz o nos adentramos juntxs al matadero.
Contra toda perspectiva del colapso del capitalismo producto de este virus o de otra catástrofe presente o venidera, consideramos la autoemancipación de la humanidad proletarizada como la única crisis terminal del capitalismo. Y no por azar ni tampoco porque esta afirmación se corresponda mejor con nuestros deseos particulares, sino porque el colapso del capital necesariamente tiene que ocurrir como el producto del enfrentamiento y aniquilación de sus propias contradicciones internas, de la cual la relación de explotación de la humanidad asalariada es la fundamental. La sociedad capitalista ha sobrevivido -y sobrevivirá fortalecida-, a cualquier crisis o movimiento social reivindicativo que no liquide sus bases fundamentales: clases sociales, mercancía, capital, valor, trabajo asalariado, democracia y Estado.
En otras palabras, para llevar a la realidad las consignas más lúcidas de la revuelta, para conquistar una vida que valga la pena ser vivida, el proletariado de la región chilena va a tener que adoptar la consigna radical: revolución o extinción. Desde ahora en adelante, la injusticia se volverá cada vez más escandalosa, porque este virus es la primera de varias crisis cada vez más crudas por venir, en las que convergerán la depresión económica y la degradación de las condiciones materiales de vida de la humanidad proletarizada, con una profundización de los efectos de la devastación capitalista de la naturaleza. Hasta el momento, el partido del orden capitalista ha soportado los embates de la tormenta proletaria, y se ha mantenido en el poder sin llegar ni siquiera a jugar la carta de la dimisión de Piñera. Más aún, en medio de la pandemia y del estado de excepción ha suspendido indefinidamente el plebiscito de abril, una maniobra que durante el verano le permitió a la burguesía ganar tiempo y energías mientras la mayoría del proletariado perdía la suya esperando conquistar una mejora en sus condiciones de vida aprobando la realización de una nueva constitución. Es decir, no solo el Estado está lejos de ser sobrepasado, sino que demuestra haberse fortalecido parcialmente durante la crisis sanitaria y ya anuncia en el presente su ofensiva a futuro. Como sea, en medio de una crisis general del capital el Estado no tiene ninguna mejora concreta que vender al proletariado, y la represión ha demostrado ser su lenguaje más efectivo para lidiar con el estallido de la rebelión.
Las puertas del devenir están abiertas, y la lucha de clases será el elemento determinante de todo lo que ocurra desde ahora en adelante. Si la revuelta tiene un futuro más allá de los límites democráticos, si es capaz de convertirse en revolución, dependerá únicamente de la capacidad de la humanidad proletarizada para realizar una salida común de la barbarie a la que nos arrastra el capital.
La verdad es que la catástrofe más inminente se cierne desde hace mucho tiempo sobre nuestras cabezas, de ella han existido varias y sorprendentes pruebas a las cuales no se ha reaccionado con la misma alarma que se reacciona al COVID-19. El océano es un basurero de plástico, el material radioactivo se acumula sin cesar, las especies animales se extinguen masivamente, los bosques y selvas más fundamentales para la biósfera arden en llamas y el ártico se derrite cada año a una proporción que supera con creces las estimaciones anuales de los científicos. En la región chilena, en pleno auge de la pandemia, el gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago encarna perfectamente la lógica homicida del sistema al declarar que “la economía también trae salud” y que “no podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas”. En realidad, la dictadura democrática del capital desde el principio de la pandemia ha estado en línea con los razonamientos del gerente, y su estrategia de “cuarentenas progresivas” no es otra cosa que una administración empresarial de la muerte, en la cual se condena al contagio a un número indeterminado de personas hasta que la entidad gubernamental considere que ya ha sido suficiente y, solamente entonces, aplica cuarentena al sector donde se han detectado mayor cantidad de contagios confirmados. De hecho, ya se preparan para una pronta apertura del comercio a gran escala y del retail, e incluso anticipan estar preparando un retorno a las clases presenciales en las escuelas durante el mes de mayo.
Sin embargo, cuando la necesidad se vuelve la regla, todo lo inútil es abandonado. La pandemia también ha venido a darle profundidad a la experiencia colectiva de los meses de revuelta, y el proletariado de la región chilena ha podido experimentar de forma concreta que un mundo sin escuelas y sin trabajos inútiles es posible. Es por ello que capitalistas, gobernantes, burócratas y policías están desesperados para que volvamos a la normalidad del capital (ya le llaman oficialmente la “nueva normalidad”), al trabajo incesante y al encierro en los centros de adoctrinamiento. Con todo, no han podido evitar lo inevitable y la normalidad capitalista se ha visto interrumpida en lo fundamental, obligándonos por fin a vivir nuestra propia vida, sin los miles de subterfugios que, más mal que bien, sostenían lo insostenible. Y esta vida nos ha golpeado con toda su realidad, con todo lo dulce y agraz que pueda tener. Se ha abierto un espacio para resolver nuestras propias contradicciones que hasta ayer se escamoteaban a un futuro inexistente, absorbido por la marcha de la mercancía, o que se ahogaba con alcohol u otras de los cientos de drogas y distracciones que produce el capital para seres que hemos sido reducidos a la infantilización y dependencia más vergonzosa. Por otro lado, la demanda aumentada de psicólogos vía “streaming” evidencia lo aberrante de una normalidad en la que miles de personas ocultaban su malestar interior bajo el sometimiento a una rutina frenética y sin pausa, manteniendo la organización psicológica a costa de aplastar su humanidad. No vale la pena una cordura que se mantiene al precio de un escape constante, es preferible una locura que tiene sus pies bien puestos en la tierra, y eso es justamente lo que ha traído la pandemia: ha puesto a las personas a pensar seriamente, quizás por primera vez, sobre su propia vida.
Este hecho no escapa a la vista y la consciencia de quienes nos dominan parasitando nuestra vida, y día y noche conspiran para evitar que pasemos demasiado tiempo fuera del redil del trabajo, la distracción y el consumo. En las últimas semanas los medios de comunicación no cesan de hablar sobre la crisis económica que resultará de la paralización parcial de la producción y el consumo masivo, y ya dejan entrever que será la clase trabajadora quien deberá pagar las consecuencias de la crisis del capital. En este sentido, el FMI augura que América Latina será una de las regiones más afectadas por la crisis, y en su informe Chile se destaca como una de las economías más dañadas. En esta misma línea, en su discurso del 19 de abril Piñera oficializaba la nueva ofensiva gubernamental sobre el proletariado al declarar que vamos a tener que ajustar nuestra actividad diaria a la mentada “nueva normalidad”, augurando de pasada que el virus va a permanecer al menos dos años rondando la sociedad. No nos engañemos: no es el virus el causante de estos cambios, sino que simplemente ha sido el detonante de unas transformaciones que ya se dejaban entrever con el estallido de revueltas proletarias en varios continentes. El estado de excepción no se acabará con el fin de la pandemia, ni en Chile ni en ninguna parte del mundo. La clase capitalista mundial ha dado un paso y no volverá atrás.
Ante este nuevo escenario histórico, hemos de prepararnos en cuerpo y espíritu para luchar, porque quienes gobiernan nuestra vida encarnando la lógica del capital están dispuestos a arrastrar a nuestros hijos a la calle, a abandonar a nuestros padres a su suerte y sacrificar las vidas que sean necesarias para perpetuar la marcha mortal de la economía. Y lo están haciendo. En cuanto a esto, el virus ha logrado lo que no pudo alcanzar la revuelta: nos coloca al pie de la encrucijada que estructura ocultamente la totalidad de nuestras vidas: la economía o la vida. El proletariado de la región chilena ha realizado grandes proezas durante la revuelta, pero una parte de la clase trabajadora se vistió de amarillo para defender el supermercado y la farmacia del barrio. Pues bien, ahora que el gobierno se prepara para forzar la vuelta a escuelas y trabajos, y que el supermercado y la farmacia demuestran no tener miramientos al cobrar cada vez más caros los productos esenciales, en muchas personas comienza a madurar la certeza de que cuando llegue el momento tendremos que tomar por la fuerza aquello que nos venden a cambio de nuestra sangre. De nosotrxs depende, porque lo que está en juego es histórico. O los capitalistas y sus esbirros imponen el estado de excepción que sitúa la economía por sobre la vida, o nosotros imponemos nuestro propio estado de excepción. O se vinculan todas las verdades que están saliendo a la luz o nos adentramos juntxs al matadero.
Contra toda perspectiva del colapso del capitalismo producto de este virus o de otra catástrofe presente o venidera, consideramos la autoemancipación de la humanidad proletarizada como la única crisis terminal del capitalismo. Y no por azar ni tampoco porque esta afirmación se corresponda mejor con nuestros deseos particulares, sino porque el colapso del capital necesariamente tiene que ocurrir como el producto del enfrentamiento y aniquilación de sus propias contradicciones internas, de la cual la relación de explotación de la humanidad asalariada es la fundamental. La sociedad capitalista ha sobrevivido -y sobrevivirá fortalecida-, a cualquier crisis o movimiento social reivindicativo que no liquide sus bases fundamentales: clases sociales, mercancía, capital, valor, trabajo asalariado, democracia y Estado.
En otras palabras, para llevar a la realidad las consignas más lúcidas de la revuelta, para conquistar una vida que valga la pena ser vivida, el proletariado de la región chilena va a tener que adoptar la consigna radical: revolución o extinción. Desde ahora en adelante, la injusticia se volverá cada vez más escandalosa, porque este virus es la primera de varias crisis cada vez más crudas por venir, en las que convergerán la depresión económica y la degradación de las condiciones materiales de vida de la humanidad proletarizada, con una profundización de los efectos de la devastación capitalista de la naturaleza. Hasta el momento, el partido del orden capitalista ha soportado los embates de la tormenta proletaria, y se ha mantenido en el poder sin llegar ni siquiera a jugar la carta de la dimisión de Piñera. Más aún, en medio de la pandemia y del estado de excepción ha suspendido indefinidamente el plebiscito de abril, una maniobra que durante el verano le permitió a la burguesía ganar tiempo y energías mientras la mayoría del proletariado perdía la suya esperando conquistar una mejora en sus condiciones de vida aprobando la realización de una nueva constitución. Es decir, no solo el Estado está lejos de ser sobrepasado, sino que demuestra haberse fortalecido parcialmente durante la crisis sanitaria y ya anuncia en el presente su ofensiva a futuro. Como sea, en medio de una crisis general del capital el Estado no tiene ninguna mejora concreta que vender al proletariado, y la represión ha demostrado ser su lenguaje más efectivo para lidiar con el estallido de la rebelión.
Las puertas del devenir están abiertas, y la lucha de clases será el elemento determinante de todo lo que ocurra desde ahora en adelante. Si la revuelta tiene un futuro más allá de los límites democráticos, si es capaz de convertirse en revolución, dependerá únicamente de la capacidad de la humanidad proletarizada para realizar una salida común de la barbarie a la que nos arrastra el capital.
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