Barbaria
Hay de todo y para todos los gustos. En uno de los extremos están
las versiones más espectaculares, en las que Trump habría
introducido el coronavirus en China con ánimo de ganar la guerra
comercial. O China lo habría hecho para extenderlo a otros países,
recuperarse de la crisis sanitaria la primera y dominar el mundo. O
habrían sido directamente los gobiernos en sus propios países,
preocupados por la cuestión de las pensiones, que habrían aplicado
la típica solución maltusiana de quitarse la mayor parte de viejos
de encima. El otro de los extremos, más sutil y también mucho más
extendido en determinados medios, afirma que la gravedad del
coronavirus, si no un invento mediático, al menos sí que está
siendo conscientemente exagerada por la burguesía para aumentar su
control represivo sobre nosotros. A fin de cuentas, la gripe común
mata a más gente. ¿No es sospechoso que los gobiernos estén
decretando estados de excepción, llevando al ejército a las calles,
aumentando las patrullas policiales y poniendo multas altísimas ante
una enfermedad que no llega al número de muertos anuales de la gripe
común? Sea como sea, aquí hay algo raro.
Es lógico que en el capitalismo surjan discursos
y formas de pensar como estos. Se trata de ideologías que emanan
espontáneamente de las relaciones sociales organizadas en torno a la
mercancía. Todas ellas se basan, en última instancia, en la idea de
que todos nosotros seríamos títeres al albur de las decisiones de
un grupo todopoderoso de personas que, conscientemente, dirigen
nuestras vidas para su propio interés. Esta idea de fondo, que
parecería sólo atribuible a las teorías de la conspiración, en
verdad está muy extendida: es la que funda la propia democracia.
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