Biblioteca La Caldera
Buenos Aires, 2021
«Ya está visto que el problema del contagio no está en las fábricas, no está centralmente en los negocios donde con distancia social se puede atender a los clientes; el problema central está en las reuniones sociales, donde la gente se distiende y – en ese momento de distracción, de esparcimiento – es mucho más fácil contraer el virus.» Anuncio del presidente de la Nación, Alberto Fernández sobre nuevas medidas. Jueves 15 de abril - 2021Las condiciones de vida durante este año y medio de pandemia mundial han empeorado para todos. Para quienes nos vemos obligados a trabajar (sea bajo patrón, precarizados, autogestionados o asalariados) esto se siente tanto en la disminución de nuestros ya escuálidos ingresos, como en la necesidad de movilizarnos al trabajo preocupados por cuidar nuestra salud y asfixiados por las exigencias burocrático-sanitarias; al tiempo que nos vamos desgastando entre la angustia porcontagiarse de COVID y la esperanza de que todo esto se acabe pronto para encontrarnos con la gente que queremos.
Pero hay que ser claros, la crisis que estamos atravesando no se debe al virus. Desde antes de su aparición, la precarización, la subida del costo de la vida, el desempleo y la destrucción del entorno natural, eran pan de cada día. Hoy, con pandemia, eso solo se ahonda y nos muestra que el rol del Estado, acá y en todas partes, es mantener el orden para asegurar el desarrollo de los negocios, garantizando que siga girando la rueda del capital. Para fomentar su idea de una “nueva normalidad” (que en lo esencial no es más que la misma vieja normalidad) los gobiernos en todos lados han recurrido tanto a “los palos como a las zanahorias”, para que nosotros, los trabajadores, mantengamos con ritmo el movimiento de sus negocios demostrando cuánto importan nuestras vidas en este sistema capitalista: NADA.
Específicamente en Argentina se nos ha dicho que, ante lo excepcional de la situación, hay que anteponer la salud a la economía. Sin embargo, el discurso colisionó contra la realidad capitalista. Se nos incentiva a no salir y a no usar el transporte público, diciéndonos que este está reservado para los trabajadores definidos como “esenciales”; pero lo realmente esencial para nosotros es conseguir los medios para subsistir. Con permiso o no, nos vemos obligados a movilizarnos para obtener algún dinero u otro medio para acceder a las mercancías que nos aseguren el alimento, el abrigo y alguna otra cosa. Se nos dice que no viajemos hacinados ¡cómo si alguna vez hubiésemos tenido la opción de elegir!
Mientras que, en los trenes, en los colectivos y en los lugares de trabajo estamos en constante contacto con otras personas; se nos dice que lo que tenemos que evitar son las reuniones sociales, que estas son el foco de los contagios. No sólo eso, sino que también se promueve la delación de los vecinos ante cualquier actividad que rompa con esta norma, siendo estas reuniones susceptibles a ser interrumpidas por las fuerzas represivas. Todo esto amplificado y alentado por la mierda de los medios de comunicación.
Así, en su discurso, “el trabajo es salud”, nuestros encuentros afectivos son el peligro y cuidarnos es denunciar al que no cumple. Pero la verdad es que no les importan ni nuestra salud ni nuestras vidas, solo les importa la reproducción de capital garantizada por el estado a través del control de las fuerzas represivas. De casa al trabajo y del trabajo a casa (si es que tenemos casa y trabajo), a morirnos aislados o soportarnos hacinados, enfermos de coronavirus, llenos de impotencia o depresión.
Todo esto que hemos experimentado el último año y medio debería hacer más evidente lo que se oculta detrás de cada mercancía que producimos y consumimos: en la sociedad capitalista lo esencial no es satisfacer nuestras necesidades, sino mantener en movimiento al capital, que aquello que se ha producido sea vendido. ¿No es acaso para eso que dicen cuidarnos? Para seguir trabajando y seguir consumiendo.
Y pese a todo, el trabajo es enaltecido en el imaginario colectivo como “digno”. Sabemos que es tedioso, aburrido, desesperante; pero es la forma que han tomado todas las actividades humanas en la sociedad capitalista, la única forma aparente de satisfacer nuestras necesidades materiales. En este proceso perdemos la perspectiva del conjunto de relaciones y consecuencias en nuestra vida que su naturalización acarrea, porque nos vemos envueltos en su lógica y su razón. Sin embargo, la actividad humana no siempre fue una mercancía a la venta y no tiene por qué seguir siéndolo para siempre.
Por eso, nuestra propuesta debe ir más allá de mejores condiciones laborales, debe cuestionar la normalización del trabajo asalariado y la producción capitalista que solo se nutre del robo de nuestra fuerza y energía vital. Porque lo que esta sociedad llama “saludable” no puede ser vivir para trabajar, con miedo a enfermarse. Nosotros somos quienes llevamos adelante la reproducción de esta realidad, debemos relacionarnos e implicarnos por fuera y en contra de sus lógicas, en la búsqueda colectiva hacia la trasformación radical (desde la raíz) de nuestra existencia. ¡Ese es el verdadero virus que debemos propagar!
¡Con la memoria histórica de nuestras luchas, por la destrucción de la sociedad capitalista!
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