sábado, 3 de septiembre de 2022

[Chile] El acá y el allá se piensan juntos

Una respuesta al desasosiego ultraizquierdista del MIT

por Luther Blisset
3 de septiembre 2022, Chile

“Si el partido lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo negro es blanco y que lo blanco es negro.” (Gueorgui Piatakov)

Un pequeño partido trotskista, el MIT, acaba de publicar a través de su fanzine La voz de los trabajadores, un extraño y divertido artículo, firmado por un tal Hank Escorpio, acerca del plebiscito del 4 de septiembre. El autor dice que quienes han llamado a la abstención y al voto nulo, viendo en el proceso constituyente una restauración del poder oligárquico, son “ultraizquierdistas”, y que por lo tanto sus llamados muestran, además de una actitud “estudiantil”, una inclinación criminal, patológica, violenta y fascista.

Lo primero que llama la atención es que en el título se nos conmina a que “aprendamos a pensar”, mientras que el artículo es tan confuso, retorcido y alusivo, que si uno realmente piensa en lo que está leyendo, no puede tomárselo en serio. Aludiendo arbitrariamente a uno que otro concepto filosófico, el autor intenta dar la impresión de un pensamiento profundo y complejo, cuando en realidad su único propósito es demonizar una realidad con tal de poner al lector en contra de ella. Es decir: para que el artículo cumpla su propósito, es necesario que el lector no piense mucho, y más bien reaccione visceralmente ante la amenaza que le están proponiendo.

Vamos a dedicar algunas líneas a demostrar que la amenaza ultraizquierdista retratada por el MIT es más una fantasía que una realidad, y de paso aprenderemos dos o tres cosas quizás hasta ahora inadvertidas sobre la mentalidad y la política del trotskismo de derecha.

Despejando una niebla terminológica

Primero aclaremos: ¿qué es la ultraizquierda? En breve: es el nombre que los dirigentes de la Tercera Internacional le dieron, despectivamente, a los marxistas que se apartaron de su línea oficial porque la consideraban peligrosamente centralista y autoritaria. De hecho, alrededor de 1920 tanto los comunistas de consejos alemanes y holandeses, como también un variado archipiélago de grupos marxistas y anarquistas, pensaban que los jefes rusos de la Internacional, embriagados de poder, se habían vuelto ciegos a las aspiraciones y necesidades del movimiento obrero real, estando dispuestos a aplastar cualquier expresión de lucha que no se sometiera a sus órdenes (como efectivamente hicieron en numerosas ocasiones).

El movimiento obrero ya había sido advertido de esto cuando los jefes socialistas alemanes ordenaron asesinar a Rosa Luxemburgo, a principios de 1919: a su manera, esos jefes políticos habían expresado una temprana preocupación por la amenaza del “ultraizquierdismo”, aunque no utilizaran esa palabra. El término empezó a ser usado cuando Lenin dio a conocer su famoso libelo La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, escrito para denostar a las mismas corrientes políticas que los carniceros Ebert y Noske habían ahogado en sangre en Alemania, un año antes. En lo sucesivo el texto de Lenin ha sido utilizado como un manual doctrinario por todos los defensores del estado policial estalinista, y hoy sigue siendo útil a los izquierdistas que buscan salvar la institucionalidad burguesa, erigirse ellos en jefes políticos del pueblo, y demonizar la autoactividad proletaria.

El MIT, por su parte, sin ningún rigor, de forma obviamente malintencionada, y nada menos que en nombre de Lenin, reduce el ultraizquierdismo a la lucha armada, identificándolo con tendencias tan dispares como el guerrillerismo castro-guevarista y maoista, la ETA, el IRA, las Brigadas Rojas, el MIR, el FPMR, el MJL, la RAF y el anarquismo insurreccional… ocultando que la mayoría de esas expresiones son profundamente leninistas, y sin mencionar que en la ultraizquierda hay grupos que han criticado a ese lucharmadismo, precisamente por ser una forma extrema de leninismo. El MIT está delirando.

Volvamos a la realidad. Hoy en día, quienes se identifican con las tendencias que Lenin denigró como “ultraizquierdistas” (el comunismo de consejos, básicamente) tienden a formar sectas aisladas con muy poca o ninguna influencia social, y que tienden a replicar en miniatura las lógicas alienadas de los partidos burocráticos. Hay, por otro lado, quienes han roto con esa tendencia y la han criticado, en textos como Contribución a la crítica de la ideología de ultraizquierda de Jean Barrot, o De la ultraizquierda a la teoría de la comunización del grupo Thèorie Communiste, por citar sólo dos ejemplos.

El abstencionismo no es de sectas, es de masas

Lejos de las pocas sectas ultraizquierdistas que aún sobreviven, y de los escasos teóricos que les han dedicado críticas que casi nadie lee, hay un campo social bastante amplio y diverso que, sin saber nada de todo eso, encarna un fuerte rechazo a cualquier política burocrática y autoritaria, sea de izquierda o de derecha. Con el correr de los años, esa desconfianza del pueblo hacia los partidos y su política se ha ido convirtiendo en un asunto de sentido común y de decencia, tanto como lo es su rechazo a los carteles del narcotráfico o al tráfico de personas, por ejemplo.

Por lo tanto, es completamente natural que ese ánimo antipartidista forme parte constitutiva de una gran parte de la militancia poblacional, de la lucha medioambiental, del activismo sindical, del rescate historiográfico y de la experimentación cultural, prácticas que no se reconocen ni en la ultraizquierda ni en sus críticos, pero sí en la historia del poder popular y la autonomía obrera, en las luchas de los pueblos originarios y en la idea, vaga pero enérgica, de un “buen vivir” opuesto al capitalismo.

Es de este campo de donde vienen consignas tales como “el pueblo unido avanza sin partido”, “sólo el pueblo ayuda al pueblo”, y “que se vayan todos”, las cuales expresan el ánimo de la mayoría de la población; y es ahí donde más se ha hecho sentir el escepticismo y el asco frente a un proceso constitucional visto como fraudulento. Cuando encontramos llamamientos organizados a no validar ese proceso, o iniciativas en pro de la desobediencia civil, estamos viendo tan sólo la punta del iceberg de una disposición de ánimo que es masiva: la misma que irrumpió en octubre del 2019, y que hoy sigue madurando en el subsuelo de la sociedad, aún cuando parezca haberse extinguido. Atribuir la voluntad de abstención frente al proceso constitucional a la acción de “la ultraizquierda”, como hace el MIT a través de Hank Escorpio es, por decir lo menos, disparatado.

Disparatado, pero predecible. Porque el MIT es una organización que gravita en torno al siguiente artículo de fe: la emancipación de la clase trabajadora no será obra de ella misma, porque sólo puede ser obra de un partido que la dirija. Este dogma refleja fielmente el pensamiento de la burguesía, que se ve a sí misma como protagonista, como agente activo y pensante de la historia, y al proletariado como comparsa, mero músculo ejecutor de las decisiones de la élite dirigente. A quienes ven el mundo de esta forma, simplemente no les entra en la cabeza que las personas comunes puedan forjar sus propias ideas a partir de sus experiencias, ni que actúen por iniciativa propia movidas por sus intereses y necesidades. Según los partidos de derecha, si el pueblo se levanta y protesta en masa es porque unos conspiradores chavistas deben haberlo instigado. Según los partidos de izquierda, si el pueblo se abstiene de votar o acude de mala gana a las urnas para anular su voto, es porque además de ser apático, unos cuantos ultraizquierdistas lo han persuadido. Por lo tanto, si una brisa de escepticismo y desconfianza popular empieza a soplar en torno al plebiscito del 4 de septiembre, si mucha gente empieza a hablar de abstención, de anular y de desobediencia civil… trayendo a la memoria la altísima abstención electoral de años anteriores, lo que el MIT hace no es tratar de explicar todo eso, sino echarle la culpa al ultraizquierdismo. ¡Plop!

La verdadera soberanía es el comunismo

En todo caso, la contundente “explicación” del MIT para la abstención electoral de 58% alcanzada en Chile hace unos años, es ésta: “la gente siente apatía, desinterés, rechazo a la política”. Esto podría haberlo dicho cualquier político de cualquier partido de izquierda o de derecha, sin distinción, por cierto. Ni por un segundo se les ocurre que ese desinterés sea la condición previa para que los proletarios se planteen tomar su destino en sus propias manos, sin abdicar su soberanía en representante alguno. Al contrario, el MIT ve en esa apatía sólo una condición defectuosa que el partido debe corregir, haciendo que el pueblo vuelva a entusiasmarse con una política de dirigentes.

Lo que el MIT no entiende, porque de no entenderlo depende su propia existencia, es esto: la soberanía es una facultad indelegable, es decir que sólo puede ejercerse directamente y no a través de representantes; por lo tanto en un contexto sociohistórico como el nuestro, para que un verdadero ejercicio de soberanía popular sea posible, es necesario que el pueblo haya experimentado antes, frente a la política representativa de los partidos, una apatía y un desinterés total, absoluto y definitivo.

Tal como lo explicamos en un artículo anterior, Lenin y Trotsky (que dicho sea de paso son los principales referentes intelectuales del MIT), daban por sentado que para hacer la revolución el pueblo debe delegar su soberanía en sus representantes políticos, en un partido. Pensaban que con eso el pueblo no abdica de su soberanía, sino que simplemente la transfiere a gente capacitada para ejercerla en su nombre. Esta forma de ver las cosas es inseparable de la deficiente comprensión del capitalismo que aquejó al movimiento socialdemócrata de esa época en general, y a los dirigentes bolcheviques en particular. Ellos pensaban que antes de poder superar el capitalismo había que incrementar en un sentido cuantitativo las fuerzas productivas, multiplicando la industria pesada, las infraestructuras logísticas, de comunicación y transporte, expandiendo al mismo tiempo la reproducción de la fuerza de trabajo asalariada. Todo esto, por supuesto, sólo podía responder a un plan concebido por expertos, el cual para ser ejecutado requería firmes cadenas de mando jerárquico en que los obreros seguían ocupando los escalafones inferiores, tanto en ingresos como en poder de decisión, por debajo de los dirigentes políticos, intelectuales, funcionarios y profesionales.

Nos guste o no, hemos alcanzado el punto en que cualquier incremento cuantitativo de la fuerza productiva tal como ha sido configurada por el capital, sólo nos acerca un paso más hacia la catástrofe global y la extinción de la especie humana. Por lo tanto, en adelante cualquier noción de un mundo post-capitalista debe obligatoriamente contemplar una economía de estado estacionario como mínimo, si no un decrecimiento material acompañado de un incremento exponencial de la fuerza productiva entendida -a la manera de Marx- como la socialización misma, es decir, como praxis subjetiva.

Si la dinámica socioeconómica que los bolcheviques implantaron en Rusia era absolutamente incompatible con el ejercicio de la soberanía popular, porque la soberanía no es una mera gestualidad simbólica sino el ejercicio directo del poder sobre las propias condiciones de existencia, nosotros en cambio no podemos pensar en ninguna transición más allá del capitalismo, sin que ella implique la soberanía popular real. A este tipo de soberanía, que es el dominio consciente y directo de la población sobre sus condiciones de existencia, es a lo que se refieren expresiones como “la organización de los productores libremente asociados”, o la “administración de las cosas y no de los hombres”; y sólo sobre ese trasfondo de soberanía tiene sentido pensar en una vida colectiva que recibe “de cada cual según su capacidad” y da “a cada cual según su necesidad”.

Pensamiento dialéctico e historia

Por más que estas consideraciones puedan parecer abstractas y lejanas de nuestros problemas inmediatos, son sumamente importantes, porque según qué entendamos por capitalismo y cómo concibamos lo opuesto del capitalismo, así serán nuestras ideas sobre la contingencia política y sobre los fenómenos sociales que se agitan bajo ella. Una abstención electoral de casi dos tercios de la masa votante, y la actitud de esa masa frente a un sistema político en el que cree sólo a medias o no cree en absoluto, son fenómenos que significan cosas muy distintas según cómo se entienda la soberanía, el capitalismo, el comunismo, y el paso de uno a otro.

Quienes piensan que la revolución ya fue suficientemente explicada por los líderes bolcheviques en 1920 y que no hay mucho más que agregar, interpretan esa abstención como una “apatía y desinterés” que habría que corregir restableciendo la vieja confianza en los partidos. Esa rigidez tan poco dialéctica, esa fijación en la lógica formal que equipara las condiciones de la lucha de clases de hace un siglo con las de hoy, les iguala quieran o no a todos los partidos burgueses que hoy se parten la cabeza buscando el modo de restablecer la legitimidad perdida del sistema de representación burguesa.

Quienes, por el contrario, pensamos por nosotros mismos de acuerdo con la realidad que vivimos y no según lo que Lenin y Trotsky dijeron sobre Rusia en 1920, vemos esa misma abstención, esa apatía y desinterés frente al sistema de partidos como una evolución positiva, una que habilita problemas y aprendizajes que tienden potencialmente a la soberanía popular, y por tanto hacia el comunismo. Es sobre ese terreno que pensamos y actuamos, y eso no nos convierte en ultraizquierdistas.

Por cierto, es curioso que haya que explicarle esto a gente que se jacta de ser leninista, cuando es bastante sabido que el mayor mérito de Lenin fue precisamente haber mostrado que el contenido de la revolución debe guiar las actitudes políticas de los revolucionarios en todo momento, independientemente de cuán lejos parezca estar el horizonte comunista. Si el propio Lenin no pudo extraer de esta base metodológica correcta conclusiones mejores que las que sacó, no es por un “error” que haya cometido, sino porque en su época no había nada que le permitiera ver más allá de lo que vio, siendo la persona que él era.

De nuevo, pese a su declarado leninismo, el MIT parece necesitar que le refresquen la memoria respecto de la dialéctica histórica que Lenin quiso expresar: nosotros no analizamos la historia para encontrar culpables ni para reprochar defectos, sino para entender los límites que cada período histórico impone a las mentes y a los actos de sus protagonistas, porque sólo así podemos entender hasta qué punto esos límites no son los nuestros, y cómo los límites que nos impone nuestra propia época exigen respuestas que ellos no podrían haber siquiera imaginado. En este punto, estamos obligados a preguntarnos quién es el que “habla por los muertos y es incapaz de pensar por sí mismo”, cuando es Hank Escorpio quien se exaspera porque “cierta ultraizquierda” cita a Lenin y a Trotsky para demostrar que la época de ellos no volverá jamás, mientras que no parece inquietarle que su propio partido los cite constantemente para erigirlos en una voz de autoridad.

Por último, estas observaciones deberían bastar para que quede descartada la acusación hecha por Hank, respecto de que quienes hemos llamado a la abstención estaríamos motivados por un desprecio moral y puritano hacia la “servidumbre voluntaria” de quienes sí votan. Pues no, las cosas no son tan sencillas: uno puede apreciar el tratado de Etienne de la Boetie y seguir haciendo la crítica materialista del mundo del capital, sabiendo que quienes participan del sistema político burgués lo hacen porque las condiciones materiales de su existencia se los impone, tal como mañana esas mismas condiciones les impondrán hacer lo contrario, del mismo modo que hoy nuestro ser social objetivo nos hace captar y expresar tal movimiento contradictorio. De eso se trata el pensamiento dialéctico, en caso de que hiciera falta ilustrarlo.

Pseudofilosofía para incautos

El MIT afirma que reivindicar el voto nulo y la abstención, denunciando el proceso constitucional como un fraude y una derrota, equivale a “renunciar a la lucha gris y cotidiana” en nombre de “criterios absolutos” basados en una “lógica lineal y formal de tipo aristotélico”. Uno no sabe si reír o simplemente menear la cabeza cuando lee estas frases. Es como leer a esos militantes izquierdistas de los años setenta que en sus encarnizadas (e irrisorias) peleas por dominar la opinión ajena se acusaban mutuamente de abandonar “el materialismo dialéctico”, enrostrándose unos a otros una verborrea pastosa y vacía aprendida en los manuales de la Academia de Ciencias de la URSS, o de Marta Harnecker, sin que esas discusiones llegaran nunca a nada.

Dejémoslo claro de una vez: cuando uno reivindica la abstención, la apatía y el desinterés respecto de la política burguesa, como condiciones necesarias para la autoactividad proletaria y el poder popular, en eso no hay ninguna falta a la dialéctica, ninguna concesión a la lógica formal aristotélica, ningún “criterio absoluto” y ninguna renuncia “a la lucha gris y cotidiana”. Las razones históricas, sociales, políticas que sustentan una posición abstencionista frente al proceso constitucional de la burguesía son profundas, pesan, y han sido expuestas tanto en lenguaje teórico como en consignas, así como en un sinnúmero de expresiones populares cotidianas. Hay una comprensión dialéctica de los procesos históricos, hay razones fundantes de una decisión política responsable, madura y argumentada. Lo que no hay, es indulgencia ante el oportunismo y la demagogia, y es esto lo que molesta al MIT, no la falta de rigor filosófico. Decir que la nueva constitución traerá mejores condiciones para el pueblo y que había que llamar a aprobar en el plebiscito, no es más dialéctico que decir lo contrario. Sólo es más cómodo. Sólo hace parecer que la gris lucha cotidiana tiene más sentido porque se la ha acompañado con un posicionamiento político que ofrece ventajas comparativas a corto plazo.

Una justificación post festum

Quienes afirman que la defensa de la abstención y del voto nulo es “ultraizquierdista”, que responde a un “método estudiantil”, a una “iluminación pedagógica” cercana al fascismo, que es “vanguardista”, que es “criminal” y que es “patológica”… quienes dicen todo eso tal vez consigan dar de buenas a primeras una impresión superficial de adultez política, de responsabilidad histórica y de certeza científica, pero basta con remover un poco esas hileras de frases grandilocuentes puestas una detrás de otra, para ver que ahí no hay nada: sólo la voluntad de denostar, de demonizar una opción política que es contraria a la de ellos y que ellos son incapaces de refutar con verdaderos argumentos. Después de todo, ¿para qué cansarse pensando en argumentos cuando eso entraña el riesgo de no encontrarlos, y además resulta más fácil convencer a una audiencia de lectores desatentos movilizando sus temores y antipatías?

El punto es, justamente, que muchísima gente ya decidió votar Apruebo, que el MIT ya decidió sumarse a esa movilización política de masas respondiendo a cálculos que le conciernen en tanto partido político, y que una vez tomada esa decisión, están obligados a combatir con ferocidad cualquier oposición o crítica. Acá “ferocidad” significa: con mentiras, con tergiversaciones, con trucos retóricos. Que la abstención/voto nulo es ultraizquierdista, que es fascista, criminal, enferma. Esto en psicología se llama proyección: le atribuyen a otros lo que ellos temen encontrar en el fondo de sí mismos.

Todo el artículo de Hank Escorpio está plagado de ese mecanismo neurótico. El objetivo: aplastar la opción abstencionista en cuanto empiece a mostrarse como algo más que un fenómeno periférico, marginal e insignificante. Porque eso es exactamente lo que ha sucedido en estas últimas semanas: que ante la pasividad y postración de las masas populares, la casta política y la oligarquía se desataron, mostraron sin tapujos lo que el proceso constitucional siempre ha sido, un fraude total, y en respuesta a eso la sospecha que anidaba en mucha gente empezó a convertirse en inquietud, en malestar y finalmente en la decisión política de abstenerse o de votar nulo.

Frente a ese tenue, incipiente regreso de la desobediencia civil que estalló en octubre de 2019, el MIT se ha visto enfrentado al siguiente dilema: o admite que se equivocó al sumarse al Apruebo y reconoce la legitimidad del rechazo popular al fraude constitucional, o justifica su decisión a sabiendas de lo que implica, huyendo hacia adelante. Ya sabemos: ha preferido huir hacia adelante, y para justificarse va a echar mano a lo que sea, incluso a insinuar que sus detractores son extremistas armados locos y peligrosos. Lo importante es mostrarse serios y respetables ante el partido del orden, con la esperanza de ser admitido en sus filas.

Sí, lo queremos todo

Hasta aquí sólo hemos esbozado algunas ideas que esperamos ayuden a despejar la neblina de malos entendidos y tergiversaciones ofrecidas por Hank Escorpio en su artículo para el MIT. Sobre todo, nos ha interesado desmentir algunas deformaciones bastante groseras que Hank hizo pasar bajo un barniz aparentemente filosófico, dialéctico, realista, optimista y asertivo… y que en realidad denotan exactamente lo contrario: un pensamiento superficial, rígido, voluntarista y acomodaticio. Sólo para dejar consignado el grado de hostilidad que el abstencionismo electoral puede suscitar: Hank ha llegado al extremo de decir que quienes no votan en elecciones, esos ultraizquierdistas dementes, profesan un “odio patológico” a la clase obrera, buscan deliberadamente vivir en la pobreza, padecen de personalidades narcisistas, y usan el anonimato debido a sus acciones violentas, clandestinas e ilegales.

Por supuesto, no vale la pena ocuparnos de acusaciones tan estrambóticas, pero sí es relevante mencionar, respecto del anonimato, que la gran mayoría de los anticapitalistas que no revelan su identidad en internet, lo hacen simplemente porque desdeñan la figuración pública, no tienen ningún interés en el prestigio autoral, y en cualquier caso son lo bastante prudentes para no olvidar que llegado el momento de la represión política no hace falta cometer ninguna ilegalidad para ser blanco de ella. Como sea, no es muy común encontrar a anticapitalistas que le den demasiada importancia a la presencia de su Yo virtualizado en el mundo de internet. Por si fuera poco, existe una abundante producción literaria, filosófica y política que ha puesto en tela de juicio el valor de la identidad egoica y de su publicidad, pero es obvio que Hank Escorpio la ignora o no la entiende; sin pensarlo dos veces, se contenta con el absurdo de diagnosticarle narcisismo precisamente a quienes por motivos que nada tienen que ver con la ilegalidad, han renunciado de buena gana al reconocimiento de una sociedad que produce narcisismo en masa.

En cualquier caso, sería muy raro que en ese esfuerzo por justificar su adhesión al partido del orden, el MIT no hubiera acertado en una que otra descripción de los elementos políticos que hoy día están posicionados en torno al plebiscito. A saber: en los sectores que defienden la abstención y el voto nulo sí hay, efectivamente, un componente impresionista que aísla algún aspecto de la lucha social y la eleva a categoría suprema, suplantando el todo por una parte. Tampoco se puede negar que existe un elemento voluntarista, empirista, inmediatista, que tiende a reemplazar el análisis sociohistórico por los deseos personales y las inclinaciones emotivas del momento. Estos rasgos son límites inherentes al movimiento social tal como existe en este momento, y no van a desaparecer por un acto de voluntariosa denuncia retórica. Por lo mismo, son también rasgos notorios de los sectores militantes que no han sabido aún romper con las lógicas de la ultraizquierda. Pero por más que estos rasgos existan, y constituyan un límite a las luchas, deducir de ello que la abstención electoral es una manía de ultraizquierdistas, es una estupidez. No vamos a insistir en los motivos que el MIT tiene para incurrir en ella.

Por último, queda comentar, aunque sea muy rápido y para rematar, ciertas acusaciones que la izquierda partidista -no sólo el MIT- ha dejado caer últimamente sobre quienes han puesto en duda su vía institucional. Existencialismo, milenarismo, maximalismo, ultimatismo. Sería interesante ver cómo experimentarían esos izquierdistas estas evocaciones si no estuvieran cegados, ensordecidos e insensibilizados por su necesidad de justificar las míseras cuotas de poder que ya les han sido concedidas dentro del orden burgués. Tal vez, sólo tal vez, descubrirían que antes que ellos llegaran a solicitar su admisión en el negocio de la representación política, el existencialismo, el milenarismo, el maximalismo y el ultimatismo ya se habían consolidado como fuerzas motrices definitivas e insustituibles de toda transformación histórica. No las escuelas filosóficas ni las corrientes literarias, sino las vivencias compartidas por masas de gente que en determinados momentos no pudieron tolerar más la miseria, el vacío y el sinsentido de una existencia reducida a una variable del mercado. Sin esas disposiciones de ánimo, que una y otra vez actúan como fuerzas elementales de lo humano frente a la alienación de lo real cosificado… sin esas proyecciones subjetivas y sociales hacia un más allá de la alienación cotidiana, jamás habríamos oído una palabra sobre Espartaco, ni sobre Thomas Müntzer, ni sobre Marx, Bakunin, Lenin o Mao, ni sobre los Cordones Industriales o el poder popular. Tampoco habríamos vivido en primera persona un levantamiento social como el de octubre de 2019, ni habría en este momento ningún “político realista” buscando que le concedan un puesto en la gestión racional de la barbarie neoliberal.

El MIT, el Frente Amplio, y todos los demás partidos que ya están o aspiran a ser admitidos en la administración del capitalismo, le deben todo a esas pulsiones existencialistas, milenaristas, maximalistas, tan emparentadas con la poesía, con la alegría de vivir, con el amor y el espíritu de aventura y de descubrimiento. Sin esas pulsiones, el politicismo rencoroso y gris, burocrático y sin imaginación, de los militantes del conformismo, se ahogaría en su propia insignificancia, aparte de que no tendría nada que reprimir, nada que controlar, nada que acallar ni administrar. Así que un consejo: cuando perciban un aire de romanticismo revolucionario, existencialista y utópico, deberían como mínimo observar el mundo de pesadilla en el que apenas sobreviven, examinarse a sí mismos vegetando dentro de él, y al menos por pudor, callarse la boca, porque en ese aire inconformista está la semilla de toda revuelta, de toda revolución futura.

Lo que fue y lo que vendrá

Dicho esto, concluyamos con una advertencia, por la que podrán acusarnos de muchas cosas pero no de un exceso de humildad: pese a todo lo que esta breve pausa pueda sugerir, en Chile no se va a restablecer la legitimidad del sistema de dominación política de la burguesía. Así como hoy avanza a paso acelerado en varias regiones del planeta una marea de recesión económica, colapso climático y derrumbe de los estados nacionales; así como las clases dominantes se aprestan para la guerra civil generalizada confiando en que esta vez, contra toda evidencia pasada, la destrucción física alcanzará para detener la historia; así como hoy los humillados y ninguneados de siempre aguardan pacientemente el resultado de su último acto de confianza en el orden de las cosas, sabiendo que no van a esperar indefinidamente… asimismo aquí y en todas partes hay quienes han llevado el conocimiento dialéctico de la historia a la conclusión lógica que en este momento es evidente por sí misma: no es el momento de ceder ninguna fuerza, ningún gesto, ninguna esperanza, a la continuación de las cosas tal como han sido hasta hoy.

La vieja ensoñación constitucional, democrática, representativa, hoy restaurada por un rato, va a durar muy poco. El agua y la electricidad, el trigo y las hortalizas, las correas de transmisión y los microchips, las camillas y medicamentos, las señales inalámbricas y las armas, pronto empezarán a imponer sin mediaciones sus propias leyes inapelables, y toda convocatoria a “la razón” ilustrada y a “la razón” política, se va a revelar como una abstracción insignificante y ridícula, frente a la razón concreta de los pueblos vivientes, reales, buscando subsistir. Cualquiera que observe con atención las curvas de datos macroeconómicos, climáticos y sociales, y que acompañe esas curvas con informaciones frescas sobre desempleo, automatización, inundaciones, sequías e incendios catastróficos, hambrunas, guerras civiles y derrumbe de estados-nación, sabe que este es el curso inevitable a seguir, y que si bien no hay nada que podamos hacer para evitarlo, sí podemos hacer esta simple, modesta y crucial elección vital -que es a la vez política e histórica-: o dedicamos nuestras fuerzas a alimentar ilusiones vanas, o a destruirlas.

La mayoría de la gente que se abstiene de votar o vota nulo, sin importar cuán intenso haya sido el asedio propagandístico, lo hace por hastío, apatía y desinterés, que son las actitudes más saludables que alguien puede tener en estos tiempos frente al capitalismo real. Entre ellos, hay unos cuantos que pese a estar también hastiados del capitalismo y de los embusteros izquierdistas y ultraizquierdistas, promueven la abstención no por hastío, sino por economía de fuerzas. Mientras menos ilusiones existan sobre la capacidad de la política burguesa para mejorar nuestras condiciones de vida, mejores serán nuestras probabilidades de salir del capitalismo, hacerlo por nosotros mismos, y a partir de ahí, ser dueños soberanos de lo que sea que vaya a venir después.

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