por Luther Blisset
5 de septiembre 2022, Chile
No hemos perdido nada, porque nada en ese proceso era nuestro: todo era sobre la oligarquía y sus lacayos intentando reordenar el juego para perpetuar su dominación sobre la mayoría.
Cuando en el plebiscito de entrada el Apruebo ganó con el 80% de los votos, nadie salió a celebrar: esa fue una noche lúgubre, porque todo el mundo sabía que lo que se estaba aprobando era el menos malo de los chanchullos impuestos por los ricos mediante el terrorismo de estado y el confinamiento masivo.
Lo que vino después, la campaña del terror con que hicieron ganar a Boric, y la reciente algarabía histérica de la campaña del Apruebo, no ha sido otra cosa que el efecto amplificado del delirio de la burguesía, obligada a creer rabiosamente en sus propias mentiras. Tan sumergidos están en sus propios fluidos ideológicos, que llegaron a creer que ganarían si obligaban a todo el mundo a votar.
Si alguien ha salido victorioso hoy, fueron las más de 2 millones de personas que a pesar de las amenazas no acudieron a las urnas. Si a ellos sumamos los votos nulos y en blanco -cuatro veces más numerosos que en el plebiscito de entrada-, resulta que un 16% de los inscritos, cerca de 2 millones y medio de personas, o bien se rehusaron a responder al interrogatorio fariseo de la casta política, o bien respondieron con un digno silencio.
Esa rebeldía elemental, esa voluntad de desertar de la política burguesa, es el piso mínimo para cualquier ambición emancipadora. Quienquiera que se pretenda revolucionario o anticapitalista, debe partir por fomentar y potenciar esa evasión. Esa evasión, la de quienes saltan sin miedo el torniquete del sistema de representación política burguesa, fue y seguirá siendo nuestro gesto primordial de rebelión, y es la condición previa de toda política independiente de las clases explotadas.
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