domingo, 17 de mayo de 2020
[Chile] De mal en peor gracias a su medidas
Anónimo
15 de mayo de 2020
En un 60% aumentaron los casos positivos de COVID-19 el miércoles 13 de mayo respecto al informe del día anterior, alcanzando la cifra récord de 2.660 personas contagiadas. Hoy jueves, esta cantidad se mantiene casi idéntica: 2.659 casos nuevos, y 22 personas fallecidas (el número más alto de muertes diarias hasta ahora). Este explosivo incremento viene signado por el uso masivo de las mascarillas, los mensajes desde el poder clamando por el retorno a la «normalidad» y el endurecimiento del discurso y accionar represivo del Estado, encarnado en una cada vez mayor y más agresiva presencia militar en las calles.
Cuando por parte de varixs expertxs y organismos de salud pública se desaconsejaba la utilización de mascarillas como medio por sí mismo efectivo para la prevención de la expansión del virus, era precisamente para evitar escenarios como el actual. Si bien éstas sirven como una barrera física, su efectividad depende de varias otras medidas concretas relevantes, principalmente el lavado correcto de manos, el distanciamiento espacial y evitar tocarse la cara. Es sabido que el cumplimiento de estas medidas se relaja cuando se portan mascarillas. Es decir que, en general, entregan una sensación de falsa seguridad, conduciendo a resultados contrarios a los perseguidos. De poco sirve culpar individualmente a las personas por no seguir todas las indicaciones para su uso adecuado, cuando este comportamiento social debe ser considerado de entrada para el manejo de estas situaciones.
Pero Piñera y cía. comenzaron a afirmar hace unas semanas que lo peor ya había pasado, que se podía ir retomando las actividades vitales para SU sociedad, como la reapertura de los centros comerciales y la vuelta de escolares a clases. De esta forma, el uso obligatorio de esta prenda decretado por el gobierno (medida que se replica en varios otros países), tan solo unas semanas después de haber públicamente cuestionado su efectividad, no constituye sino una medida parche o incluso perniciosa para evitar los contagios y las subsecuentes muertes, principalmente fundamentada en la necesidad de reactivar la circulación de mercancías y, en particular, de la mercancía “fuerza de trabajo”; Es decir, nosotrxs mismxs. Medidas sanitarias precarias y hasta contraproducentes para que no dejemos de trabajar y consumir.
Sin las aglomeraciones que se derivan directamente de las dinámicas del trabajo, necesarias para mantener con vida a la economía, no observaríamos estos niveles de contagio. En tal hipotético contexto, la utilización de utensilios como guantes y mascarillas se encontraría acotado a situaciones específicas en las que realmente contribuyera a evitar la transmisión del virus.
Por otra parte, la militarización de los espacios públicos es un fenómeno que llegó para quedarse. Queda claro que estos esfuerzos gubernamentales (en todo el mundo) no están enfocados en el control de la pandemia, sino en la represión de los efectos sociales que se ven venir producto de la crisis sanitaria y económica. Un clima social aún más hostil que el “normal”, plagado de desconfianza entre las personas, simbolizado con el uso obligatorio y generalizado de mascarillas (en Argentina se les llama sin tapujos “tapabocas”), es el que preparan para asegurar la continuidad de la explotación capitalista.
Evidentemente, a nivel individual debemos hacernos cargo de las responsabilidades que se desprenden de este contexto. El coronavirus es algo real, que está causando millares de muertes por todo el mundo. No podemos descansar en la mera denuncia de la desidia (voluntaria) de los gobiernos de turno. La aplicación de medidas concretas en nuestro diario vivir se torna imprescindible. En tal caso, el uso adecuado de mascarillas sí puede jugar un rol importante para evitar contagiarnos o contagiar al resto. Pero no debemos caer en la falsa disyuntiva de oponer a nuestros intereses generales las necesidades que se nos presentan como más urgentes y prácticas. Intentemos no secundar los discursos inquisitoriales del poder, el que señalará las culpas en la supuesta irresponsabilidad de la gente. También debemos resistir las medidas que, justificadas en la prevención del contagio, no hacen sino promover la reactivación de las lógicas que originan y expanden crisis sanitarias como la actual.
Por lo demás, muchas de estas medidas públicas son inéditas en su magnitud para el combate de epidemias. Según la OMS, la gripe estacional causa entre 290.000 y 650.000 muertes en todo el mundo cada año [1]. De las muertes en niños y niñas menores de 5 años con infecciones en las vías respiratorias inferiores, asociadas a estas gripes, el 99% de ellas ocurre en los llamados “países en vías de desarrollo” [2]. El año 2016, se calculó en 652.572 las muertes de niñxs por este tipo de enfermedades [3]. Muertes que, por una parte, son en su inmensa mayoría evitables con un acceso a tratamientos adecuados, y por otra, aún más importante, son producidas por las condiciones materiales impuestas por esta sociedad del Capital, por ejemplo, en materia de higiene, polución del aire dentro y fuera de los hogares, hacinamiento, etc. Estas horribles cifras no se corresponden sin embargo con el desarrollo de políticas del nivel que estamos presenciando hoy frente al coronavirus. Si bien las muertes proyectadas a causa del COVID-19 están en el orden de cientos de miles e incluso millones, lo anterior pone en evidencia el hecho de que no es la vida humana la que realmente importa al momento de tomar medidas. Con todo esto no queremos decir que se deba relajar nuestra actitud frente a la actual pandemia, sino dejar en claro que fenómenos equivalentes en sus efectos sobre la salud humana fueron, son y seguirán siendo integrados como necesarios dentro del funcionamiento normal de la economía.
Las gripes comunes que enferman y matan a millones de personas cada año, seguirán produciendo su devastador efecto mientras las necesidades de acumulación capitalista sigan exigiendo que vivamos hacinadxs, viajemos en transportes colmados de gente, trabajemos bajo condiciones insalubres y debamos asistir a centros de salud normalmente colapsados. Y esta es solo una entre muchas otras causas de enfermedad y mortalidad en el género humano bajo las condiciones de sobrevivencia que el modo de producción capitalista produce y expande.
Por todas estas razones, plantear la perspectiva de un cambio radical del modo en que vivimos es una necesidad vital. Muchos podrán escamotear el asunto en nombre de medidas más “concretas” e “inmediatas”. Algunxs querrán calificar estas palabras como idealistas o “ideológicas”. Pero no hay nada más ideológico e idealista que suponer que alguna mejora significativa, o tan solo algún alivio momentáneo, podrá surgir de este sistema capitalista que no hace otra cosa que dar cada día más pruebas de la catástrofe cotidiana que significa su existencia.
Notas:
[1] https://www.who.int/es/news-room/detail/14-12-2017-up-to-650-000-people-die-of-respiratory-diseases-linked-to-seasonal-flu-each-year
[2] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/22078723
[3] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC6202443
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