viernes, 7 de mayo de 2021

Colombia ha Perdido el Miedo. Continúa un Levantamiento a Nivel Nacional Frente a la Violencia Estatal

Crimethinc, primera semana de mayo de 2021

Después de décadas de conflicto armado y violencia paramilitar, durante el último año y medio Colombia ha visto cómo los movimientos de protesta regresaban con fuerza. Las poderosas manifestaciones que tuvieron lugar la semana pasada, superan incluso los puntos álgidos del levantamiento nacional de noviembre y diciembre de 2019. En respuesta, el gobierno más fuertemente armado de América Latina ha llevado a cabo una brutal represión.

  • Un Pueblo sin Piernas, Pero que Camina
  • COVID-19 El Menor de Nuestros Problemas
  • Si la Reforma Tributaria nos Arruina, la Reforma a la Salud nos Mata
  • Cinco Días de Movilización, Protestas y Huelga General
  • Cali: Capital de la Resistencia
  • Las Herramientas de lxs Enemigxs: Respuesta Militar a la Protesta Social
  • Calles Desbordadas

Texto completo: https://es.crimethinc.com/2021/05/05/colombia-ha-perdido-el-miedo-continua-un-levantamiento-a-nivel-nacional-frente-a-la-violencia-estatal

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CORRESPONDENCIA DESDE COLOMBIA

Anónimo. Recibido y publicado por Biblioteca Alberto Ghiraldo
Rosario, Argentina. Primer semana de mayo de 2021

La olas de protestas actuales inicia desde el 28 de abril donde se inició el paro en ocasión a una reforma tributaria con la intención de tapar el hueco fiscal del Estado y evitar que la deuda externa del país tenga más puntos en las calificadoras de riesgo, lo cual subiría la inflación. De lo que no se habla es de que la deuda del país pertenece a los grupos empresariales, banqueros, empresas de infraestructura, lo cual se reduce a los ricos del país, que son quienes no pagan impuestos.

Esta reforma buscaba gravar con el IVA del 19% un producto de uso básico y servicios básicos en un país donde el 43% de la población sobrevive con menos de un sueldo mínimo y come entre una o dos veces al día; donde el gobierno ha gastado dinero en 23 camionetas para su esquema de seguridad 9.600 millones de pesos, 18 tanquetas para las fuerzas represivas por 12.000 millones de pesos, 24 aviones de guerra f16 por 14 billones de pesos; donde el programa periodístico que el presidente emite todos los días para lavar su imagen cuesta 3.200 millones de pesos. Todo esto sin contar los robos por sobrecostos en la compra de mercados por parte de alcaldías y gobernaciones en muchas partes del país para la asistencia a las familias en crisis; sin contar con el pago de los auxilios de pandemia a personas inexistentes y muertxs; con el dinero destinado a la salud que se queda en las arcas de las empresas privadas, en un país donde 50 billones de pesos anuales se pierden en corrupción. Esto lo hace el segundo país más desigual de la región después de Haití.

Por esto inicia la protesta en la actualidad y se sale a las calles masivamente. No es sólo la reforma tributaria; es la reforma al sistema de salud que fortalece el sistema privado de salud, la tercerización de los trabajadores de salud, la crisis en el sistema pensional, el asesinato de defensores y activistas de derechos campesinos, indígenas, afros, ambientalistas, desplazados, mujeres (630) y excombatientes firmantes del acuerdo de paz (272), el asesinato el 4 de marzo de 14 menores víctimas de reclutamiento forzado por parte del bloque 1 (no desmobilizado) de la extintas FARC por bombardeo del ejército encubierto por el gobierno, el asesinato de 7 menores también en un bombardeo del ejército en Caquetá el 2 de septiembre del año pasado, la denominada “Masacre de Bogota”, la noche de protestas del 9 de septiembre en Bogotá con el asesinato de 12 jóvenes a raíz del asesinato de José Ordoñez por parte de la policía, la masacre de la cárcel La Modelo, donde fueron asesinados a manos de la guardia penal y el ejército 24 presos y donde hubo 80 heridos entre el 21 y el 22 de marzo de 2020 (protestas iniciadas por la falta de garantías de atención médica en ocasión de la pandemia, lo cual generó una crisis en todas las cárceles del país), el desplazamiento forzado de 27.431 personas en lo que va del 2021 por cuenta de actores armados legales e ilegales asociados al narcotráfico, la reanudación de la fumigación con glifosato en la zonas rurales del país, el imcumplimiento de los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC y un largo etcétera. Todo esto es lo que exacerba la protesta, consecuencia de la medida inoperancia del gobierno que mantiene los intereses de una clase política que se ha valido del paramilitarismo y el narcotráfico para posicionarse en el poder desde la llegada de Uribe Velez en el 2001 y sus candidatos presidentes. Eso representa el partido del gobierno de ultraderecha: una mafia narco-paramilitar, funcional a los intereses del capitalismo, de los terratenientes y banqueros, quienes se han beneficiado de los últimos 70 años de guerra interna.

El trato de guerra a la protesta obedece al miedo que ejerce el pueblo a los que controlan los privilegios, el crecimiento de la pobreza y la urbanidad de la población, resultado del empobrecimiento generado por los intereses de los ricos, y evidencia el postulado principal del escrito de “el ejército en las calles”. Lo vemos con el trabajo de exterminio coordinado entre los comandos de operaciones especiales de la policía (GOES), el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) y los grupos de operaciones urbanas del ejército. El fin es controlar a los pobres de manera sistemática porque los ricos tienen miedo, y el control se ejerce de la única manera que saben: construyendo terror a través de masacrar al pueblo. Ya sabemos quién dio la orden de masacrar la protesta desde Twitter: fue Uribe, al decir que se debía apoyar el derecho de policías y soldados de utilizar armas contra el terrorismo y el vandalismo.

Inmediatamente su títere Duque decretó la “asistencia militar” en las ciudades. Desde el día 3 de mayo se militarizó Cali, la ciudad más empobrecida en esta pandemia, y que presentó enfrentamientos en diferentes sectores populares de la ciudad. El mando de la ciudad fue tomado por el general Zapateiro, el aeropuerto es manejado por militares y la acción genocida inicia desde ese día principalmente en los barrios Siloe (histórico barrio popular habitado en su mayoría por población afro que ha venido desplazada desde el Pacífico por la guerra) y el barrio Puerto Resistencia (Puerto Rellena), al sur de Cali. Se ha cortado el suministro eléctrico en la noche, se ha bloqueado la señal de Internet para que la gente no pueda mostrar la masacre continua que se está realizando. Al 4 de mayo son 31 lxs asesinadxs por armas de fuego en todo el país, 814 detenciones arbitrarias, 10 víctimas de violencia sexual, 21 victimas de agresión en los ojos, 216 víctimas de violencia física. Estos son datos que han logrado verificar las organizaciones de DDHH, las cuales también han sido perseguidas y tiroteadas por la policía.

La militarización durante la protesta es más evidente al día de hoy, 5 de mayo, en las ciudades más grandes al suroeste de Bogotá. El ejercito utilizó helicópteros para movilizar tropas en Bosa, Kennedy. Se creó un centro de detención y tortura en el Portal de las Américas (terminal de transporte de transmilenio). Al igual que en Cali, cortaron la luz eléctrica y empezaron a disparar contra la población. Se están bloqueando los medios de comunicación de las organizaciones de DDHH y de víctimas para ocultar lo que está  pasando, y se inicia la persecución sistemática de todxs.

En Medellín el sector de extrema derecha está llamando a marchar en contra de la protesta y a favor de defender al ejército y la policía. Hay llamamientos de activistas de ultraderecha a salir armados a las calles para “defender la democracia”.

El tema es que ya nadie se come el cuento. En todos los rincones del país hay movilización. Desde Leticia en el punto más sur de la Amazonía hasta la Guajira en el Caribe. Todxs salimos a protestar. Poco a poco se van organizando los comités de apoyo y de protesta. Hemos visto en estos días que la esperanza está en las calles y la hacemos entre todxs.

Es necesario que poco a poco se geste una discusión desde la movilización sobre qué se quiere con el paro, pues el problema es estructural y no se resolverá con el cambio de politicas, ni de títeres de la burguesia. La gran mayoría que está en las calles comprende que el problema es el capitalismo. ¿Pero hasta qué punto asumimos esta lucha?

Con una juventud sin futuro y siendo esta “patria” una fosa común oculta por más de 200 años bajo la máscara de la democracia, es necesario desenmascarar totalmente al poder, para trascender mas allá de la protesta en una sociedad dominada por la ultraderecha y construida por la guerra.

Más que nunca, es en este momento urgente la solidaridad, la movilización y la denuncia de lo que está pasando actualmente. Por esto lxs invitamos a movilizarse en solidaridad con la protesta en Colombia y a evidenciar la masacre ordenada por Álvaro Uribe.

En Colombia todas las noches son la Noche de los Lápices.

Solidaridad con la revuelta en Colombia: Abajo el genocidio estatal

Vamos hacia la vida
Santiago de Chile, 04/05/2021

¡Proletarixs del mundo, uníos!

Colombia es, desde hace cuatro días, escenario de una revuelta proletaria con características similares a la que sacudió a la región chilena durante las jornadas de octubre-noviembre del 2019. La continuación del ciclo de lucha abierto por las revueltas en Ecuador y Chile es un síntoma de que el capital, en su reestructuración postpandemia, está en una crisis de magnitudes históricas.

El impulso que volcó a las multitudes a la calle es una reforma tributaria (impuesto a la renta e IVA), que el proletariado colombiano comprendió, en una lúcida crítica práctica, como un modo de dirigir el costo de la catástrofe hacia la población.

La crisis del capital, que la pandemia sólo ha acelerado, es un proceso que se manifiesta de diversas formas, siendo las reformas tributarias una de ellas, que se suma a la destrucción acelerada y extendida de la naturaleza y a la expulsión de grandes masas de asalariados fuera del proceso productivo -con la creación de población descartable para el capital- y sus secuelas encarnadas en oleadas migratorias y un creciente crimen organizado alimentado por la miseria, entre otras manifestaciones que se harán cada vez más cotidianas. En este sentido, es prioritario comprender que cualquier intento de reforma es sólo un mecanismo para eternizar a este verdadero zombi que es el capital, perpetuando la relación social fetichista, superponiendo la producción de valor por sobre las necesidades humanas, en síntesis, destruyendo en el altar del capital todo a su paso.

La respuesta del Estado colombiano -como también ha sido la del Estado chileno, y la de todos los Estados del mundo- no puede ser otra que la represión sangrienta contra nuestr@s herman@s: al momento de escribir estas palabras de solidaridad ya van más de 20 muert@s, much@s compañer@s pres@s y herid@s, además de inmigrantes expulsad@s por participar activamente de las protestas.

Cali, una de las ciudades más grande de Colombia, ha sido militarizada el 30 de abril. Se han desplegado 3.000 policías: un verdadero déjà vu del 19 de octubre en Santiago de Chile. El problema no es solo Iván Duque, es el sistema productor de mercancías, que se ha mostrado tal y como es, evidenciando que el verdadero rostro de la democracia no es más que la forma que asume el capital para imponer su dominación, criminalizando y dejando sentir toda su brutalidad sobre quienes luchan por la liberación de esta forma nefasta de relación social.

La necesidad de articular la lucha a nivel internacional, de vislumbrarla contra todas las separaciones que se nos ha impuesto como humanidad con la irracionalidad genocida, es una realidad que nos explota en las manos: urge generar lazos de apoyo y continuar la lucha en los territorios para superar este mundo. El movimiento del capital sólo seguirá produciendo miseria y, frente a esto, la lucha de clases estalla, y seguirá estallando, en distintos tiempos y espacios producto de este movimiento: sólo el proletariado es capaz de frenar este sinsentido en que se ha convertido este mundo.

¡Sólo la revolución comunista internacional nos hará libres!

1° DE MAYO: MEMORIA Y PERSPECTIVAS

Boletín La Oveja Negra
Rosario, Argentina. 2021

Una nueva conmemoración de las jornadas de mayo de 1886 nos encuentra para recordar, compartir, conmovernos, inspirarnos, debatir, reflexionar y agitar.

Nos encontramos otro 1° de mayo en la lucha anticapitalista por la cual hace tantísimos años fueron ejecutados a manos del Estado cinco compañeros y otros tres condenados a cadena perpetua, conocidos luego como los “mártires de Chicago”.

La lucha anticapitalista es tan necesaria como ayer para quienes sufrimos el Capital en carne propia: en cada jornada laboral, sea dentro o fuera de donde vivimos, con o sin salario, con o sin horario fijo, cada vez que buscamos trabajo, cuando padecemos las carencias, cada vez que nos relacionamos con otros seres humanos mediados por el dinero que todo lo cosifica.

Desde hace siglos el proletariado libra combates; sin embargo, aquellas jornadas de mayo en Chicago eran parte de una lucha en la cual proletarios y proletarias se organizaban con una perspectiva emancipatoria. George Engel, tipógrafo y anarquista ahorcado en 1887 lo expresaba de esta manera: «Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da el privilegio. Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepan quiénes son sus enemigos y quiénes son sus amigos.»

Los compañeros de Chicago y el movimiento del cual formaban parte no lucharon simplemente por las ocho horas. Cuando se referían a “ocho horas de trabajo, ocho de sueño y ocho de recreación” no se referían al ocio que conocemos actualmente. Querían recuperar ese tiempo para la agitación, el aprendizaje y para confraternizar con sus pares.

Partimos de esta fecha que nos convoca para proponer un breve recorrido a través de las transformaciones de la sociedad capitalista y la incesante lucha por superarla.

El desarrollo industrial

A fines del siglo XVIII el Capital se vuelca definitivamente a la producción y transforma profundamente los procesos de trabajo reorganizándolos, tanto temporal como geográficamente. En Inglaterra se observa patente toda la brutalidad de esta dinámica social en sus inicios. Los propietarios de las fábricas tenían poco éxito para reclutar mano de obra, para ello debían recorrer a menudo largas distancias y privar a los futuros proletarios de sus medios de vida, hacinándolos en las casas que conformarían los barrios obreros.

La constitución del ejército de reserva industrial conllevó, además del despojo, una militarización del conjunto de la vida social. El ludismo, “los destructores de máquinas”, junto a movimientos de resistencia y revueltas fueron respuestas al hambre y la miseria que comenzaba a reinar.

Para frenar a los luditas el Estado debió modernizar su policía; pronto la destrucción de máquinas fue penada con la muerte, mientras que el sindicalismo emergente era tolerado. Se sancionaron leyes para regular tanto el trabajo como algunas libertades civiles. Con esta oscilación entre la violencia y la reforma, el progreso capitalista establecía un método para reconducir la ira de aquellos esclavos modernos, cuyos ataques estaban dirigidos contra los instrumentos materiales de producción y no hacían distinción alguna entre las máquinas mismas y el modo en que eran usadas.

Expresiones luego mayoritarias de los incipientes movimientos obrero y socialista comienzan a expresar gran fe en la ciencia y la maquinaria, o por lo menos a afirmar su supuesta neutralidad.

Las luchas contra la feroz avanzada capitalista comenzaron a reproducirse a lo largo del mundo, muchas de ellas con un claro contenido reformador al interior del capitalismo, otras con una búsqueda más profunda de subversión del orden social.

Fruto de estas luchas surgió la Primera Internacional o Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Fue a partir de las luchas concretas que se desarrollaban, en la práctica masiva de la clase y en el marco de las relaciones de fuerza existentes en cada país, que se pudieron refutar o afirmar las influencias de las distintas tendencias y rupturas. En ese sentido, la segunda mitad del siglo XIX constituye un período de aprendizajes y modificaciones de la lucha revolucionaria.

Los proletarios de diferentes países eran arrojados al trabajo como también a combatir en una trinchera en defensa de la patria. En esta situación de guerras nacionales y competencias interburguesas, decidieron intentar actuar dejando a un lado las fronteras nacionales y uniéndose para enfrentar a la burguesía como una clase internacional.

En los estatutos inaugurales de la AIT nos brindan un gran aporte: «La emancipación de los trabajadores será obra de ellos mismos o no será». Es decir, para obtener el triunfo el proletariado necesita de una acción común masiva, a la vez que producir una teoría y una metodología revolucionaria que lo orienten en la lucha. El gran objetivo: la abolición de las clases.

En la misma sentencia podemos leer también que la lucha por «la emancipación de la clase obrera no es una lucha por privilegios y monopolios de clase, sino por el establecimiento de derechos y deberes iguales y por la abolición de todo privilegio de clase.» Por primera vez el proletariado buscaba tener su propio proyecto revolucionario al margen de la burguesía, pero lo hacía aún cargado de las concepciones burguesas de la política. Si bien era el comienzo de una búsqueda propia, se pensaba mayoritariamente como una continuidad de la revolución francesa, que consideraban inconclusa. La igualdad de derechos y deberes se concebía como un avance hacia el fin de la explotación e incluso como un objetivo revolucionario, como una premisa para la sociedad sin clases. Su “toma de la Bastilla” consistía en vencer a una clase concebida como parasitaria, una guerra de un bando contra otro para administrar y gestionar la misma sociedad, sólo que bajo signo obrero.

En el primer congreso de 1866, en Ginebra, la AIT declaraba que «la restricción de la jornada laboral es una condición previa, sin la cual han de fracasar todos los demás esfuerzos por la emancipación... Proponemos 8 horas de trabajo como límite legal de la jornada laboral». Es decir, se planteaban reivindicaciones concretas inmediatas con una perspectiva revolucionaria. Esta perspectiva es la que fue asumida por trabajadores radicalizados en muchas partes del mundo, tal es el caso del movimiento del que fueron parte los mártires de Chicago.

Reestructuraciones

La reducción de la jornada de trabajo fue el resultado de la lucha de generaciones de proletarios, pero también fue ineludible para el Capital que, a nivel internacional y por sus propias contradicciones internas, estaba atentando contra la base misma de su reproducción. La extensión sin límites de la jornada laboral estaba atacando la reproducción y sobrevivencia de la fuerza de trabajo, de la fuente de plusvalor. Al mismo tiempo que se reducía la jornada, el Capital se transformaba logrando ampliar sus ganancias a partir de la ayuda de la ciencia, con la introducción de maquinarias, disminuyendo el tiempo de producción de las mercancías e intensificando la explotación del trabajo. No obstante es preciso destacar que, ayer como hoy, mientras en algunos países se moderniza, en otros se continúa requiriendo del saqueo y el trabajo esclavo.

En el caso de Argentina, la ley que regulaba las ocho horas se promulgó en 1929, ya como legislación necesaria de la modernización capitalista y su propia regulación. Este ejemplo local evidencia, junto a tantos otros en la historia y en el mundo, que aquello que en un momento puede ser un objetivo de lucha, un ataque directo a la ganancia, una necesidad inmediata impostergable e incluso dinamizadora de potentes expresiones revolucionarias, en otro puede ser simplemente un derecho otorgado para lubricar la maquinaria capitalista.

Esto no significa un desprecio hacia las luchas pasadas, sino un intento por comprenderlas, por poner en tensión aquello considerado una conquista, su relación con una perspectiva de transformación revolucionaria o de reforma al interior del desarrollo capitalista.

Justamente durante las tres primeras décadas del siglo XX el proletariado en Argentina llevó adelante una intensa agitación social. Su máxima expresión se cristalizó en la FORA, con su gremialismo anarquista y sus innumerables iniciativas de propaganda y agitación social, cuya finalidad revolucionaria se orientaba hacia la concreción del comunismo anárquico.

En este contexto la respuesta del Estado argentino a los reclamos sociales y las luchas en curso, ya sea en la ciudad como en el campo, fue siempre la represión, la cárcel, el destierro o la muerte. Ninguna mejora en la vida social fue obtenida sin oponer fuerza a la fuerza y, cuando las energías proletarias se dispersaban, se perdía rápidamente lo conquistado.

Debido quizás a las características geográficas y de organización productiva del país, así como a la fuerte orientación anarquista de federalismo y autonomía en el seno del proletariado, este no realizó una campaña homogénea respecto de la jornada laboral, aunque sí hubo infinidad de huelgas y luchas al respecto.

De la mano dura de la represión se afianzó un proceso de fuerte integración del proletariado en el capitalismo. Esto implica toda una serie de transformaciones en la vida social, en el Estado y sus legislaciones, así como en las organizaciones del proletariado y el contenido de sus luchas. En Argentina es justamente a partir de la década del ‘30 que se cimienta, sobre la derrota de las expresiones revolucionarias, el reformismo sindical y parlamentario que dará luego lugar al peronismo.

Cuando hablamos de integración comúnmente se interpreta un fenómeno ideológico o relativo a la conciencia, algo así como una cooptación, como un engaño o persuasión. Pero nos referimos a las condiciones materiales de existencia: la profundización de la integración de la reproducción de la clase proletaria en la reproducción del Capital, basada fundamentalmente en el desarrollo de la industria y sus elevados niveles de productividad. Este proceso claramente excede lo local y su expresión máxima es aquello que se ha denominado “la edad dorada” del capitalismo, entre el final de la segunda guerra mundial y los años ‘70 con su aumento en los niveles de producción y consumo, con su “Estado de bienestar”.

Los métodos de producción predominantes de este período, junto a una serie de medidas políticas que se implementaron en gran número de países, constituyeron lo que se conoció como el modelo fordista-keynesiano. Como siempre, en el capitalismo conviven diferentes realidades y formas de producción entre las diferentes regiones e incluso en una misma región; por ello tratamos de analizar brevemente sus aspectos determinantes, para acercarnos a la comprensión de las dinámicas sociales, y por ende de lucha, generales en cada momento.

El aumento sostenido de la tasa de ganancia durante varias décadas y el aumento (claramente no en la misma proporción) de los salarios en muchas ramas de la producción posibilitó una pacificación social donde los sindicatos cumplieron un rol importante. Esta situación que podemos comprender como un “pacto de productividad” entre el Capital y el trabajo reforzó el proceso de integración del proletariado. Sin embargo, las barreras puestas por la propia valorización capitalista aparecen una y otra vez. La aceleración de fenómenos como el aumento de la composición orgánica del Capital y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia pusieron en crisis el modelo de desarrollo vigente que comenzó a reestructurarse más ampliamente en la década del ‘70. En el marco de este proceso de agotamiento se desarrollaron importantes expresiones de ruptura en la clase proletaria que decantarían en una nueva e intensa oleada de luchas a nivel internacional en las décadas de los años ‘60 y ‘70.

La derrota del movimiento revolucionario dio vía libre a la reestructuración capitalista de la producción y administración de la economía a través de diferentes procesos. Entre ellos: una renovada introducción tecnológica fundamentalmente apoyada en la “revolución informática”, la aceleración de la industrialización en diferentes regiones consideradas “atrasadas”, la reorganización de los procesos de trabajo y sus correspondientes legislaciones, al tiempo que la expansión de los mercados internacionales. Del mismo modo, la relocalización de fábricas gracias a la introducción de zonas francas permitió el acceso a mano de obra más barata, menos controles laborales, ambientales e impositivos, lo que incentivó una nueva y más eficiente división internacional del trabajo.

Todo esto trajo aparejado una transformación de las condiciones laborales, que dejó atrás muchas de las concesiones y conquistas propias de los niveles de productividad de las décadas anteriores. Se produjo un fuerte aumento de la precarización del trabajo y, por ende, de las condiciones de vida en general. Aquel se estructuró a través de distintas estrategias como flexibilización del uso de la fuerza de trabajo (flexibilidad del contrato de trabajo, pero también de los horarios, de los salarios y de las funciones); aumento de la desocupación y estabilización de un numeroso ejército de reserva que jamás sería incluido al trabajo asalariado; ejecución de procesos laborales estandarizados y simplificados, con la consecuente descalificación de la fuerza de trabajo; ingreso al mercado de trabajo de una cantidad cada vez más masiva de mujeres, que expresa la necesidad de más de un salario por familia; aumento del trabajo no registrado (que comprende desde la implementación de becarios o pasantes en la investigación, hasta la clandestinidad de trabajadores migrantes en talleres textiles); tercerización, subcontratación o externalización de determinadas tareas o fases de los procesos de producción que diseminan y disminuyen las responsabilidades patronales.

Estas transformaciones que el Capital encontró para mantener la explotación y dominación, es decir su propia reproducción, transformaron la reproducción del proletariado quebrando aquella fuerte integración que describíamos anteriormente, dando lugar a transformaciones importantes en las dinámicas de lucha y su contenido.

El presente

Hoy podemos estar seguros de algo que los compañeros en 1886 no podían estarlo tanto. La lucha por las ocho horas fue una lucha por la reducción de la jornada laboral en una situación en la que el capitalista ganaba más haciendo trabajar más tiempo a sus empleados. Los avances tecnológicos y organizativos hicieron que se pueda producir cada vez más en menos horas. Nos indignamos por la situación de aquellos que trabajaban y aún hoy trabajan más de ocho horas, pero no nos sensibiliza de igual forma que alguien trabaje menos de ocho horas bajo modalidades que destruyen cualquier cuerpo humano.

Si bien las categorías básicas del Capital permanecen –valor, trabajo, salario, mercancía, propiedad privada, Estado– mucha agua ha pasado bajo el puente. Las fábricas ya no son el centro de la sociabilidad capitalista, la composición de la clase proletaria no es la misma que antaño, el patrón dólar-oro ya no existe y las culturas proletaria y burguesa se encuentran prácticamente indiferenciadas.

El fin de los “años dorados” supuso la transformación del proletariado en general y una crisis del movimiento obrero en particular. La centralidad del trabajo en la industria y el lugar de la fábrica fue puesta en cuestión e implicó que el obrero industrial ya no fuera visto como el principal protagonista, ni mucho menos como la vanguardia de su clase. Esto significó que toda la experiencia acumulada en base a unas condiciones de trabajo que hacían posible la proliferación de grandes huelgas en los lugares de trabajo, prácticas de sabotaje, rompimiento de máquinas o herramientas, organizaciones de grandes contingentes de hombres y mujeres que compartían la cotidianeidad laboral en el mismo espacio, a veces incluso la vida en el mismo barrio obrero, no sea reproducible bajo las nuevas condiciones.

Evidentemente, estas dieron pie a nuevas formas: cortes de rutas para impedir la circulación de mercancías cuando miles de desocupados ya no pueden impedir la producción, por ejemplo. Por otra parte, y coincidentemente, a partir de ese momento la industria y el progreso capitalista dejaron más que nunca en evidencia la devastación que suponían para el planeta y para quienes lo habitamos. Comenzaron a gestarse cada vez más movimientos contra los efectos nocivos de la producción hacia la salud y el ambiente. Pero el abordaje de nuevas problemáticas o, mejor dicho, el abordaje de problemáticas históricas como novedad no necesariamente desembocan en la crítica y la lucha anticapitalista. Si bien las reivindicaciones salen masivamente de la esfera del trabajo para poner en cuestión diferentes aspectos de la reproducción social en su conjunto, se ha mantenido en la mayoría de los casos una perspectiva que parte de los niveles de la integración de antaño.

El retorno a los inicios del movimiento obrero o del Estado de bienestar no es deseable ni posible. Las luchas del pasado nos inspiran de cara al futuro, pero debemos quitarnos el lastre de la nostalgia progresista.

Hoy el Capital continúa pauperizando nuestras condiciones de vida. La extensión de la informática a cada vez más esferas del trabajo y de la sociabilidad en su totalidad junto a las medidas de aislamiento, profundizan la difícil situación a la que tenemos que hacer frente los proletarios y proletarias en nuestro día a día, y que debemos analizar a la hora de organizarnos si queremos transformar la realidad.

¿Cómo llevar a cabo la resistencia, incluso el más mínimo sabotaje, cuando todas las herramientas son nuestras y el lugar de trabajo es donde vivimos, cuando los niveles de desocupación crecen día a día, cuando no nos podemos encontrar con nuestras compañeras de trabajo más que a través de una pantalla, cuando las horas del día no parecen tener fronteras entre trabajo y no-trabajo, cuando la represión en las calles está legitimada por el discurso del “cuidarnos”? Son algunas de las preguntas que nos hacemos este primero de mayo.

La reestructuración capitalista produce el declive de la identidad obrera y la explosión de múltiples identidades, algunas de ellas vinculadas a las nuevas formas de lucha proletaria.

Las revueltas desatadas en diferentes partes del mundo en las últimas décadas, así como los “nuevos movimientos sociales”, a pesar del carácter interclasista y ciudadanista que observamos en muchas ocasiones, dejan en claro la persistencia de la lucha de clases. Al mismo tiempo nos advierten del carácter diverso que el proletariado tiene y ha tenido. La centralidad de la reproducción social en las luchas nos recuerda que la revolución debe implicar bastante más que la certeza de tener techo y comida. Debe atender, no solo como punto de llegada sino de partida, la denominada cuestión de género, lo racial, la sexualidad, la familia, la naturaleza de la cual formamos parte.

En las revueltas de nuestro tiempo, hoy atravesadas por la declaración mundial de pandemia, está muy claro que no hay una perspectiva de gestionar el objeto de las protestas. Solo los civilizadores progresistas proponen nacionalización, gestión obrera, referéndum, cambios en la administración capitalista. Pero no hay un mismo proyecto que tanto proletariado como burguesía deberíamos defender, gestionándolo de diferentes maneras. No se trata de una guerra de un bando contra otro para administrar y gestionar esta sociedad, sino de luchar contra el Capital en tanto que sociedad, que relación social.

El capitalismo, por sus propias contradicciones internas, no puede mejorar nuestras condiciones de vida. Por otra parte, esta conflictividad social tiende además a sincronizarse porque las medidas de austeridad en épocas de crisis son globales, porque el aumento de la explotación y el empeoramiento de las condiciones de vida no son un problema nacional o de políticas neoliberales. Ni los burgueses eligen este escenario ni los proletarios en lucha elegimos el nuestro. Las fuerzas ciegas de la economía nos han traído hasta acá. Ahora es importante saber qué hacemos, no de cara al futuro ¡sino lo que ya estamos haciendo!

Cada contexto produce condiciones diferentes para la revolución y genera contradicciones (materiales, no morales; sociales, no individuales) particulares. Estas pueden hacernos importantes señalamientos acerca de la sociedad capitalista y su superación, pero la revolución finalmente dependerá de lo que podamos hacer en tanto clase. La lucha es inevitable y necesaria, nos transforma y buscamos transformarla en una definitiva. Nuestra preocupación es que la lucha de clases sea capaz de producir algo más que su propia continuación.

Por esto confiamos en que es tan importante no solo participar sino también comprender, estudiar y debatir el desarrollo de las luchas del presente. Porque en las posibilidades y condiciones de estas luchas, en sus críticas y rupturas, se delinea el horizonte revolucionario del presente.

1° DE MAYO: EL TRABAJO NOS ENFERMA

Biblioteca La Caldera
Buenos Aires, 2021


«Ya está visto que el problema del contagio no está en las fábricas, no está centralmente en los negocios donde con distancia social se puede atender a los clientes; el problema central está en las reuniones sociales, donde la gente se distiende y – en ese momento de distracción, de esparcimiento – es mucho más fácil contraer el virus.»     Anuncio del presidente de la Nación, Alberto Fernández sobre nuevas medidas. Jueves 15 de abril - 2021
Las condiciones de vida durante este año y medio de pandemia mundial han empeorado para todos. Para quienes nos vemos obligados a trabajar (sea bajo patrón, precarizados, autogestionados o asalariados) esto se siente tanto en la disminución de nuestros ya escuálidos ingresos, como en la necesidad de movilizarnos al trabajo preocupados por cuidar nuestra salud y asfixiados por las exigencias burocrático-sanitarias; al tiempo que nos vamos desgastando entre la angustia porcontagiarse de COVID y la esperanza de que todo esto se acabe pronto para encontrarnos con la gente que queremos.

Pero hay que ser claros, la crisis que estamos atravesando no se debe al virus. Desde antes de su aparición, la precarización, la subida del costo de la vida, el desempleo y la destrucción del entorno natural, eran pan de cada día. Hoy, con pandemia, eso solo se ahonda y nos muestra que el rol del Estado, acá y en todas partes, es mantener el orden para asegurar el desarrollo de los negocios, garantizando que siga girando la rueda del capital. Para fomentar su idea de una “nueva normalidad” (que en lo esencial no es más que la misma vieja normalidad) los gobiernos en todos lados han recurrido tanto a “los palos como a las zanahorias”, para que nosotros, los trabajadores, mantengamos con ritmo el movimiento de sus negocios demostrando cuánto importan nuestras vidas en este sistema capitalista: NADA.

Específicamente en Argentina se nos ha dicho que, ante lo excepcional de la situación, hay que anteponer la salud a la economía. Sin embargo, el discurso colisionó contra la realidad capitalista. Se nos incentiva a no salir y a no usar el transporte público, diciéndonos que este está reservado para los trabajadores definidos como “esenciales”; pero lo realmente esencial para nosotros es conseguir los medios para subsistir. Con permiso o no, nos vemos obligados a movilizarnos para obtener algún dinero u otro medio para acceder a las mercancías que nos aseguren el alimento, el abrigo y alguna otra cosa. Se nos dice que no viajemos hacinados ¡cómo si alguna vez hubiésemos tenido la opción de elegir!

Mientras que, en los trenes, en los colectivos y en los lugares de trabajo estamos en constante contacto con otras personas; se nos dice que lo que tenemos que evitar son las reuniones sociales, que estas son el foco de los contagios. No sólo eso, sino que también se promueve la delación de los vecinos ante cualquier actividad que rompa con esta norma, siendo estas reuniones susceptibles a ser interrumpidas por las fuerzas represivas. Todo esto amplificado y alentado por la mierda de los medios de comunicación.

Así, en su discurso, “el trabajo es salud”, nuestros encuentros afectivos son el peligro y cuidarnos es denunciar al que no cumple. Pero la verdad es que no les importan ni nuestra salud ni nuestras vidas, solo les importa la reproducción de capital garantizada por el estado a través del control de las fuerzas represivas. De casa al trabajo y del trabajo a casa (si es que tenemos casa y trabajo), a morirnos aislados o soportarnos hacinados, enfermos de coronavirus, llenos de impotencia o depresión.

Todo esto que hemos experimentado el último año y medio debería hacer más evidente lo que se oculta detrás de cada mercancía que producimos y consumimos: en la sociedad capitalista lo esencial no es satisfacer nuestras necesidades, sino mantener en movimiento al capital, que aquello que se ha producido sea vendido. ¿No es acaso para eso que dicen cuidarnos? Para seguir trabajando y seguir consumiendo.

Y pese a todo, el trabajo es enaltecido en el imaginario colectivo como “digno”. Sabemos que es tedioso, aburrido, desesperante; pero es la forma que han tomado todas las actividades humanas en la sociedad capitalista, la única forma aparente de satisfacer nuestras necesidades materiales. En este proceso perdemos la perspectiva del conjunto de relaciones y consecuencias en nuestra vida que su naturalización acarrea, porque nos vemos envueltos en su lógica y su razón. Sin embargo, la actividad humana no siempre fue una mercancía a la venta y no tiene por qué seguir siéndolo para siempre.

Por eso, nuestra propuesta debe ir más allá de mejores condiciones laborales, debe cuestionar la normalización del trabajo asalariado y la producción capitalista que solo se nutre del robo de nuestra fuerza y energía vital. Porque lo que esta sociedad llama “saludable” no puede ser vivir para trabajar, con miedo a enfermarse. Nosotros somos quienes llevamos adelante la reproducción de esta realidad, debemos relacionarnos e implicarnos por fuera y en contra de sus lógicas, en la búsqueda colectiva hacia la trasformación radical (desde la raíz) de nuestra existencia. ¡Ese es el verdadero virus que debemos propagar!

¡Con la memoria histórica de nuestras luchas, por la destrucción de la sociedad capitalista!

1 de mayo: Producimos nuestra ruina, arruinemos su producción

Vamos hacia la vida
Santiago de Chile, 2021
    
Cada primero de mayo es un agridulce recordatorio de nuestra historia como proletarios y proletarias.

Este día resume todas las contradicciones tanto de la sociedad de la explotación mercantil, como de la lucha revolucionaria por la superación de ésta, es decir, por una sociedad que esté más allá de la explotación del trabajo y de producción de mercancías, lucha que sin embargo ha acabado muchas veces con su reforzamiento.

De esta manera, el movimiento obrero tradicional, y sobre todo bajo la conducción de la socialdemocracia, se enfrascó en la lucha contra un polo de la relación social capitalista, es decir, contra el capital personificado en la clase capitalista, en los patrones, enalteciendo su propia identidad de trabajador y postergando, u olvidando, la abolición de la relación capitalista como tal. De allí que durante el siglo XX todas las revoluciones -pese a la existencia de minorías revolucionarias críticas con el proceso- terminaran en la modernización capitalista de los “países atrasados” (Rusia, China, Cuba, etc.).

Desde el origen mismo del capitalismo, su desarrollo y consolidación ha debido sortear la tenaz resistencia de comunidades humanas que se negaban a alimentar con sus vidas el brutal ciclo de producción y acumulación de valor. El primero de mayo nos recuerda esto con claridad: tras la demanda aglutinante de fijar en 8 horas diarias la jornada laboral, se encontraba la necesidad concreta de trabajar menos (recordemos que las jornadas se extendían normalmente por 12 o más horas).

A pesar de los años transcurridos desde mayo de 1886, actualmente el capital en su constante reformulación sigue perpetuando la explotación de la actividad humana ya no mediante las extensas jornadas laborales de doce horas, sino que a partir de la introducción de diversas tecnologías que amplían el espacio y el tiempo del trabajo hasta nuestros hogares con el llamado teletrabajo. Además, la misma dinámica del trabajo, producto del desarrollo tecnológico en las diversas ramas productivas, crea una creciente masa de seres humanos “sobrantes”, expulsad@s de las esferas directamente vinculadas a los ciclos productivos, extremando la precarización que sufren millones de personas alrededor del globo, lo que solo se irá incrementando en el tiempo. Quien pretenda retroceder a los pasados años “dorados” del capitalismo keynesiano, y seguir enalteciendo la ideología del trabajo, está condenado irremediablemente al total fracaso.

Considerando el hecho de que nuestra clase produce con sus esfuerzos toda la riqueza de esta sociedad, la izquierda del capital ha levantado el mito de que el socialismo sería la mera toma de posesión de ésta, de los medios que la producen y de su repartición “más justa”. Es cierto: todo lo que se produce, crea y construye es obra del proletariado, o más bien de su explotación, de su actividad enajenada. Pero el mundo que construimos bajo la dirección ciega de la necesidad de acumulación de capital es cada vez más invivible, la inmensa riqueza producida por esta sociedad es miseria generalizada para la vida de millones de proletari@s. La crítica al capital es necesariamente una crítica a la forma en que se lleva a cabo la producción de mercancías, a la descomunal devastación que genera inevitablemente del entorno natural, a las condiciones cada vez más horribles de subsistencia a la que nos condena: que mejor ejemplo que la actual crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus, a la que solo puede responder llevando al extremo su sistema represivo.

Esta sociedad ha fomentado también, con su culto al trabajo y al productivismo, la acentuación de la jerarquización sexista y de la relegación de las mujeres al plano invisible del capital en donde desaparece al considerar como natural su rol e improductivas sus actividades, inclusos las asalariadas. Silenciando la centralidad que posee su explotación para la creación y subsistencia de la civilización capitalista. La relegación al llamado “trabajo doméstico” y/o de cuidados ha llevado a generaciones de mujeres a buscar la posibilidad de una relativa autonomía de la que gozan la mayoría de los varones en el acceso a diversos ámbitos sociales, políticos y económicos.

La situación de la mujer y la dominación patriarcal no son meros vestigios de antiguas y retrógradas sociedades patriarcales, sino el muy actual resultado lógico y necesario de la presente organización capitalista de nuestro mundo. No es a través de la incorporación de las mujeres en esferas tradicionalmente masculinas como se superan las relaciones patriarcales, sino en la abolición de estas instituciones y las relaciones sociales que las engendran, mediante una lucha que reconoce su especificidad, que no hipoteca sus posibilidades por cantos de sirena que prometen una liberación luego de una revolución mitificada, y que no se reduce a una -por lo demás imposible en las actuales condiciones- participación igualitaria en la administración del mundo existente, como pregonan hoy con más fuerza los aparatos políticos de diferentes colores, que ahora se jactan de tener sus propios brazos feministas, luego de años de silenciamiento y, muchas veces, complicidad y encubrimiento del abuso de mujeres.

Trabajo viene del latín tripalium, que era una herramienta romana con tres puntas que se utilizaba como instrumento de tortura para esclav@s y re@s.

Somos actor@s del mundo. Nuestro acto es también cambio en la naturaleza y con la naturaleza, lo que a veces se confunde con la idea de que el ser humano, al modificar su realidad para sobrevivir, está “trabajando”. El trabajo asalariado, el trabajo que intercambiamos por un salario, es nuestro tripalium. Por eso defendemos nuestra vida frente al trabajo y todo lo que podamos arrancar lo arrancaremos de cuajo, cada mejora que podamos tomar la tomaremos sin dudar, pero también apuntamos a un horizonte llamado comunismo. Este horizonte no contempla el trabajo asalariado, contempla la acción en el mundo sin mediaciones, es decir, la distribución directa de los bienes sin la intervención del dinero, los salarios u otros mecanismos.

Hoy el carácter indispensable del trabajo, de nuestra explotación, para mantener las ganancias de la clase capitalista, se hace mucho más evidente con las medidas represivas y de control social que llevan a cabo todos los Estados en nombre de la crisis sanitaria, donde nos prohíben toda actividad comunitaria que no esté directamente vinculada con la producción y el consumo. Así, las actividades que conllevan mayor riesgo de contagio y expansión del virus, como el transporte hacinado, las condiciones inadecuadas en los lugares de trabajo y los grandes centros comerciales, siguen en funcionamiento, mientras reprimen brutalmente lo que se salga de esos estrechos márgenes. Esta realidad ya no podemos soportarla más.