lunes, 30 de marzo de 2020

[Covid19] Del control social al control mental

25 de marzo de 2020


Que existe una cosa que se llama control social, por el cual se vigila, dirige y conduce al grueso del cuerpo de una sociedad hacia una serie de conductas convenientes para los gobiernos y otros poderes, es más que evidente. Diversas tendencias políticas denuncian el hecho desde hace décadas y muchas disciplinas estudian el cómo y el por qué de dicho control social. El tema básicamente es que la población se esté calladita mientras la putean sus dirigentes y otros parásitos, o si se harta, que su hartazgo se canalice a través de una protesta mansa y redirigida de la cual dichas élites puedan sacar provecho, o al menos conseguir que sea lo menos dañina posible para sus intereses. Espectáculos de masas, modas, líneas de pensamiento (salidas de las universidades), dispositivos tecnológicos, drogas, todo tipo de ocio e incluso la salud o el trabajo y las condiciones materiales son los elementos de control social más potentes, pero no los únicos.

El deporte hace que estemos más pendientes de quién ficha por qué club o del último partido que de nuestros propios problemas, así podemos ver cómo hay miles de personas que atraviesan un continente para ver un espectáculo deportivo, o que llegan a realizar manifestaciones contra los árbitros de fútbol mientras la miseria o la injusticia (o ambas) les explotan en la cara. Una manera de desfogar… como quien va al gimnasio o quien busca pelea un fin de semana en la puerta de una discoteca. La moda o las redes sociales nos van a hacer estar más pendientes de la dieta que hay que llevar porque es guay o supermegarrespetuosa con el medio ambiente, o de quién enseñó el culo en su instagram, antes que estar pendiente de qué es lo que pasa con nuestra propia vida o de cómo nos la pisotean día sí y día también. Las tecnologías nos hacen dependientes, sumisos y estúpidos, modificando nuestro comportamiento al dictado de 180 caracteres, del pitido de un aparato o porque sin ellos cada vez podemos hacer menos cosas, además de que gracias a esas tecnologías podemos ver quién enseñó el culo en instagram o la final de la champions league. Modas modernas ideológicas hacen que te pelees con quien está jodido como tú antes de pelearse con quien dirige nuestra explotación y opresión. Y ni qué decir tiene cómo nos controlan a través del chantaje del trabajo (si protestas a la calle, hay mil como tú optando al puesto) o cómo nos llevan de las orejas a donde quieren con el tema de la salud, como por ejemplo matándonos de pánico con el coronavirus (que por cierto, ha apagado como por arte de magia los disturbios y revueltas en lugares como Chile, Líbano, Irán o Hong Kong, Bolivia e incluso ha rebajado la tensión en Catalunya).

Y precisamente es el coronavirus la herramienta que le está permitiendo al estado dar un paso más en el control social y llevarlo más allá, al control mental, por el cual la gente se acaba convirtiendo en un policía a tiempo completo de sí mismo y de los demás (yomequedoencasa). Cómo han hecho esto, pues con una sencilla técnica psicológica que se denomina precisamente control mental.

En primer lugar, nos asustan pero nos aseguran que todo está bajo control y se va a solucionar. Asustados pero confiando en que la cosa no es tan grave y va a pasar rápido, nos confinan, para nuestro bien (faltaba más), y a partir de aquí dosifican el miedo. Cuando ya estamos en casa sin salir entre la coacción del miedo y la represión policial (hasta un año de cárcel por saltarse el confinamiento), nos aterrorizan: lo peor está por llegar, el ejército sale a las calles de todo el país (no sabemos a hacer muy bien qué, parece ser que a limpiar estaciones de tren, que todo el mundo sabe que es para lo que está el ejército), si sales de casa poco menos que mueren 10 viejos por tu osadía… pero como ya estamos en casa y no se puede salir porque se lo han metido a la gente en la cabeza, pues ya estamos desorganizados, impotentes, aislados, desarmados… y así es como aplican las técnicas de control mental que establece la psicología:

Aislamiento total o parcial del núcleo familiar o social. En este caso, fundamentalmente, se cortan los lazos con los amigos, pero en muchos casos también con la familia. Cortar con los lazos afectivos de los posibles manipulados facilita el proceso de control mental, ya que hay una dependencia total o parcial hacia el manipulador, con el cual estamos conectados las 24 horas gracias a la Tv y las redes sociales.

Agotamiento físico y psicológico paulatino. Se utilizan varias actividades para disminuir las capacidades físicas y cognitivas del manipulado. En este caso concreto, la inactividad del confinamiento, pues al no poder desarrollar una actividad física adecuada, el cuerpo se cansa dado que la energía no circula correctamente, se estanca y eso produce cansancio. Además en situaciones de confinamiento, se añade el agotamiento psicológico por el estrés que se acumula al no poder salir y relacionarse cara a cara con los demás y, en este caso particular, la incertidumbre sobre el futuro y más que el miedo inducido, el pánico, que nos agota psíquicamente, lo cual también nos produce cansancio físico.

Cambio de dieta. Un cambio en los hábitos alimenticios (en este caso uno puede comer lo que hay en el supermercado y eso no siempre es lo que quiere, sin contar con que puedan surgir problemas de abastecimiento) también debilita el cuerpo y la mente del manipulado, en particular si en la dieta se disminuyen las proteínas. En estos casos la ansiedad puede hacer que recurramos a la comida basura para saciar el nerviosismo; ésta comida, más dulce y en apariencia sabrosa es abundante en hidratos de carbono pero pobre en proteínas y sobretodo en vitaminas y eso nos mella físicamente y también psicológicamente, estando este procedimiento muy relacionado con el anterior.

Recordatorio constante de ideas sencillas o complejas. Esta es una de las técnicas más importantes, ya que solo teniendo presente constantemente las ideas que quieren ser insertadas en el manipulado, será efectivo el control mental. Esto se hace las 24h gracias a la televisión y el mantra que nos introducen es el “yo me quedo en casa” o el “confíemos en los expertos”

Demostraciones medidas de afecto y recompensas. El manipulador le da atención y premios al manipulado siempre y cuando este haga algo que facilite la manipulación mental . Todo esto con el objetivo de generar una dependencia entre el manipulado y el manipulador. En este caso concreto, confianza, alabanzas, ayudas económicas, reconocimiento, la creación de sentimientos identitarios y patrióticos (juntos podemos, lo hacemos por todos, por España), que nos reconfortan psicológicamente, con la institución de referentes y hazañas heróicas, etc (los aplausos en el balcón a nuestros héroes sanitarios mientras a todo el mundo le importa una mierda que curren 12 horas o que palmen por infectarse de un virus tras una bajada de defensas por agotamiento)

Utilización sutil o directa de drogas. Facilita el control mental. En este caso concreto la droga es la televisión y los fármacos.

Hipnosis. Para hacer vulnerable la mente del manipulado, y de esta manera facilitar el propio proceso de manipulación. La hipnosis en este caso viene por el mantra repetido hasta la saciedad en los televisores, cuyos más de 400 puntos hipnóticos ubicados en la pantalla está más que demostrado que influyen en la atención y el comportamiento de la gente (para ejemplo cuando alguien entra algún sitio donde hay una tele encendida y como acto reflejo su atención se desvía a la pantalla, quedándose como atrapado. Sólo un acto de voluntad te hace desviar la atención)

Gracias al miedo y al aislamiento (cuya eficacia contra esta pandemia es más que discutible), a este encierro casi total, nos inducen a la mansedumbre, a repetir como papagayos unas consignas que son pura propaganda. Y consiguen cosas como que la gente vea cómo la policía apalea a una corredora y la gente aplauda el correctivo desde sus ventanas (“por lista”), que ertzainas y picoletos se den la mano en homenaje a un guardia civil muerto por el covid 19 cuando los demás hemos de ir de uno en uno por la calle y no podamos acercarnos a nadie a menos de metro y medio y nadie diga nada, o que se prohíba a los sanitarios denunciar por redes sociales sus condiciones de trabajo o cuestionar las directrices oficiales de las autoridades sanitarias en aras de la protección de datos y sin embargo cualquier empresa de mierda nos pueda llamar al teléfono para vendernos cualquier porquería… y nadie diga nada. Como dice una gran pensadora de nuestro tiempo, pero qué mierda es esta.

Y así es como se pasa de que nos controlen, a que nosotros mismos nos controlemos (a nosotros mismos y a los demás). Ahora hay millones de policías que coaccionan a quien se salta el confinamiento (muchas veces por inconsciencia, sí, pero otras muchas con responsabilidad y conocimiento, sabiendo que todo esto es una estafa). Y baratito, oiga, baratito.

[Covid19] Una guerra ficticia

25 de marzo de 2020


Durante el desarrollo de la crisis debida al Covid-19, hemos podido asistir a numerosas intervenciones por parte de lxs representantes del gobierno recurriendo a la narrativa de que nos encontramos en una guerra.
La necesidad del Estado de promulgar dicha semántica belicista es fácil de entender, especialmente en la Europa ‘segura’, civilizada y pacificada en la que nos han enseñado a creer – y a adorar –, y en la que hemos sido (muchxs de nosotrxs) construidxs, la Europa que subcontrata sus guerras para ser luchadas en otros territorios, así como esconde todo lo que puede su devastación, deslocaliza la mayor parte de sus industrias extractivas, construye centros de internamiento y mataderos lo mas alejados posible de la población y envía sus residuos a lo que llama “tercer mundo” mientras pule los suelos del escaparate turístico en el que ha convertido sus ciudades.

En nuestras jaulas de algodón no podría estallar la guerra, pero el Estado depende de la guerra para poder sobrevivir.

Es por ésto que el Estado utilizará cualquier oportunidad para recuperar este escenario, el cual ofrecería un aspecto bien distinto o quizá incluso jamás se hubiera producido de no ser por las masacres de la civilización y el capitalismo, usándolo para la reincorporación del miedo a la guerra, en este caso, la guerra contra el virus.

La conceptualización de un elemento externo que desea perjudicarnos es la aspiración del Estado de promover en el imaginario social la idea de una amenaza siempre presente y al acecho que supone la guerra, y como contrapunto, la imagen de sí mismo como nuestra única posibilidad de salvación frente a ésta.

Por ésto es, ahora más que nunca, imprescindible desarticular la existencia de las ficciones bélicas que nos vende su propaganda.

La existencia del Estado es el componente político que origina la guerra como la entendemos.

La guerra es la herramienta con la que se expande la civilización.

La necesidad del capitalismo de un crecimiento exponencial es el desencadenante de las guerras por recursos.

El Estado no existe para salvarnos de la guerra, sino que es su precursor.

La rapidez con la que el Estado adoptó esta estrategia propagandística que le retrata como imprescindible por un lado mientras aplica restricciones de movilidad, cierra sus fronteras y llena las calles de uniformes policiales y militares y el cielo de drones para confinarnos entre cuatro paredes por el otro; no son hechos aislados entre sí, sino que son medidas preventivas por parte del Estado para intentar impedir una posible insurrección durante el periodo de inestabilidad que está provocando la crisis sanitaria en la que nos encontramos, y provocará más aún la crisis social y económica derivadas de ésta.

Rechacemos las ficciones que distribuye el Estado para su propia salvación y luchemos para abrirnos camino a través de la oscuridad.

Desmantelemos las líneas de pensamiento o acción que sacrifiquen la libertad en favor de la “seguridad”, y los discursos que disfrazan leyes y restricciones como algo establecido para nuestro beneficio cuando sabemos que ni lo son ni jamás lo serán.

Desenmascaremos el absurdo del llamado al patriotismo y la unidad que surge a través de rituales como el aplauso que pretende felicitar y aclamar a lxs denominadxs por el presidente del Gobierno como “nuestra primera línea de defensa”, para seguir alimentando esta guerra invisible, cuando son los presupuestos del Estado mismo los que aumentan la severidad de la sobrecarga que está atravesando el sistema sanitario.

Aprendamos a distinguir a nuestrxs enemigxs.
Ataquemos a la civilización y a sus crisis.
Hagamos que el miedo que propagan alimente nuestro odio.

Contra la autoridad y las mentiras que la justifican.
Contra la policía y sus medidas represivas.
Contra su guerra ficticia.

Guerra al Estado.

Covid-19: homicidio del capital

Barbaria
29 de marzo de 2020

Personas confinadas, hospitales y UCIs que no dan abasto, residencias convertidas en morgues; fábricas de cerveza o de motores de avión abiertas, obras nuevas en calles vacías, jardineros en los parques, transportes públicos llenos de trabajadores; militares que vigilan, guardias civiles que detienen y ponen multas, policías que hacen redadas a inmigrantes en las plazas…

Estos días asistimos a una aceleración de nuestros tiempos históricos. El coronavirus no inventa nada, es una pandemia causada por la lógica del capital, y que a su vez acelera la crisis sistémica del capitalismo. Nos parece importante hacer un pequeño balance de la catástrofe que estamos viviendo.

Lo que preocupa a todos los gobiernos es la salud de la economía nacional y no la de las personas. Por eso al inicio todos banalizaron el virus, decían que en abril todo el mundo se habría olvidado de él, insistían en seguir con la vida normal: la de la producción y circulación mercantil, la de los trabajos y los consumos, la de manifestaciones como el 8M o la de eventos futbolísticos. Todo va bien en el reino de la mercancía, nos decía Ada Colau cuando insistía en celebrar el Mobile World Congress.

Los gobiernos solo toman medidas cuando se encuentran desbordados, desde Pedro Sánchez a Conte, de Xi Jinping a Boris Johnson e incluso Donald Trump. Lo que les mueve no es la salud de las personas sino la preocupación de que la expansión del virus quiebre la producción y circulación de las mercancías. Lo que les preocupa es que arrastre su mundo, el mundo del capital, a un colapso inmediato por la muerte de millones de personas. Por eso el gobierno de España no detiene algunos sectores de la producción hasta que se contabilizan más de 6.000 muertos oficiales (El País, nada sospechoso de anticapitalismo, reconoce que los muertos reales son muy superiores). Y, por supuesto, habrá que devolver la jornada laboral a las empresas hasta la última gota de nuestra sangre.

Gobierne quien gobierne, todos actúan del mismo modo, con las mismas preocupaciones y objetivos: defensa de la economía nacional, presencia policial y militar en las calles para frenar las previsibles revueltas sociales, despidos colectivos, créditos a las empresas y otras medidas en las que todas las facciones políticas coinciden. Reina el estado de alarma, los móviles son geolozalizados para controlar nuestros movimientos, los policías en la calle ponen más de 180.000 multas y hay casi 1.600 detenidos en el Estado español. Todo esto bajo el gobierno democrático del PSOE y Podemos y no de los presuntos fascistas de Vox. No hay mal absoluto dentro del capitalismo: el mal absoluto es el capitalismo. Todos los partidos no son sino gestores de la catástrofe capitalista: no hay mal menor por el que votar.

Es importante entender estas lecciones de cara al futuro. No solo ante la catástrofe humana que estamos sufriendo, mucho más mortífera en Nou Barris que en Sarria, en Vallecas que en La Moraleja, sino a la que está por venir. No estamos todos en el mismo barco. Ensalzan al personal sanitario al mismo tiempo que lo tratan como carne de cañón para que se infecte sin medios de protección. Salvan la economía nacional y el funcionamiento de las empresas a costa de un endeudamiento masivo por parte del Estado. Endeudamiento que se verá acompañado de una caída brutal del PIB en los próximos meses y que habrá que pagar en forma de subidas de impuestos, intereses de la deuda, recortes masivos de salarios y despidos. El futuro inmediato es el de una agudización de la crisis del capitalismo, el de la aceleración de una catástrofe que vendrá de la mano de revueltas y rebeliones masivas como las de 2019. Como las que se intuyen en los trabajadores que se niegan a continuar su producción de muerte en las fábricas italianas, españolas, brasileñas o norteamericanas.

Vivimos tiempos históricos y en tiempos históricos es importante tomar determinaciones históricas. El futuro ya está escrito, y será el de una lucha a vida o muerte, un conflicto de clase, un combate de especie, entre la humanidad y el capital. Preparémonos con claridad y determinación.

jueves, 26 de marzo de 2020

¿Colapso del sistema capitalista? Algunas notas sobre los acontecimientos actuales

Boletín Contra la Contra #3 (México)
26 de marzo de 2020

Desde el año 2019 la economía mundial ha venido dando señas de desaceleración, augurando una inminente crisis para este 2020. Si esto no fuera suficiente, desde principios de este año se ha agudizado la guerra comercial por el precio del petróleo, fraguada entre EEUU y Rusia, desembocando en la caída estrepitosa del precio del crudo, beneficiando con esto a los países que tienen las suficientes reservas (Rusia y Arabia Saudita) para amoldar su producción a los precios bajos. Por otro lado, el brote de la nueva sepa de coronavirus “Covid-19”, que ha ocasionó estragos en China desde fines del año pasado, ha rebasado fronteras y ha impactado en el resto del mundo, con ello, la inminente crisis económica no ha hecho sino adelantarse. La economía mundial ya está en plena crisis, los gestores del poder están pendientes a los grandes rescates financieros, la burguesía comienza a cerrar fábricas y despedir empleados tomando como pretexto la dichosa “cuarentena”. El desastre es inminente.

No obstante, es importante saber que las pérdidas monetarias no significan la caída del sistema capitalista. El capitalismo buscará en todo momento reestructurarse con base en medidas de austeridad impuestas a los proletarios para paliar todas las catastróficas consecuencias que traerá consigo[1]. Y esto se debe a que los “golpes” que ha sufrido el capitalismo a causa de estos fenómenos, son simplemente pérdidas en su tasa de ganancia, pero tales pérdidas no alteran en lo absoluto su estructura y esencia, es decir las relaciones sociales que le posibilitan seguir en pie: mercancía, valor, mercado, explotación y trabajo asalariado. De hecho, es en estas situaciones cuando el capital reafirma más sus necesidades: sacrificar a millones de seres humanos a favor de los intereses económicos, haciendo que la polarización entre clases sociales se agudice y revelando con más fuerza en qué posición se encuentra la clase dominante, la cual realiza todos los esfuerzos a su alcance para preservar este estado de cosas.

Y no es que la burguesía “haya planeado con antelación toda esta situación en torno a la pandemia para beneficiarse” (como rezan los conspiranoicos) al permitir que el sector más vulnerable (los ancianos) fallezca en los hospitales, en sus casas o hasta en la calle… y así ahorrarse millonarias cantidades de dinero en pagar pensiones. Esta situación, así como muchas otras, solo se dio como una maniobra oportuna que el momento exigía. Las cuestiones geopolíticas, de competición de mercados y de guerra mediática que puedan resultar de esto, son solo la consecuencia, más nunca la causa de lo que va configurándose.

Es evidente que toda esta situación que ha ganado terreno mundialmente aún yace en una fase temprana, pues las carencias y desabasto que afrontan los hospitales y las casas funerarias, rebasados en capacidad, son solo la punta del iceberg, pues aún falta ver los efectos de la escasez de alimentos y el desempleo cuando todo llegue a tope, en resumen, los efectos más adversos están aún por ocurrir.
De hecho, no es de extrañar que a raíz de este recrudecimiento se han exacerbado la locura y la histeria social, y cuyo reducto deja por resultado mayor atomización e individualismo, imperando el “sálvese quien pueda”, así como el “chivateo” de los buenos ciudadanos que secundan las labores de la policía, delatando a cualquiera que transité por las calles a pie.

Y pese a lo anterior, la lógica del capital no ha podido materializarse de manera total y uniforme. La conciencia de clase resurge y se vislumbra como única perspectiva posible entre cientos de  escombros, tal vez de manera difusa, pero su desarrollo es latente. Cada vez se generaliza más la noción de que la burguesía ha sido la responsable de propagar el virus, no sólo “porque son los burgueses los que viajan más”, sino porque ellos descansan en cuarentena mientras nosotros nos exponemos a infectarnos debido a que estamos obligados a salir a la calle para buscar el sustento diario. Es aquí donde la solidaridad de clase reaparece poniendo en común algunos medios de subsistencia básicos, participando de los saqueos y colocando barricadas para cortar las vías al turismo (como en chile). Esos resquicios de comunidad humana son una base que será decisiva en las luchas que pudieran generarse cuando la catástrofe sobrepase sus dimensiones.

Sin embargo, no debemos conformarnos ni sentirnos complacidos con esos mínimos aspectos; por el contrario debemos plantearnos ir más allá de eso. Es vital entender que mientras como clase sometida a los designios de la burguesía, permanezcamos contemplando y afrontando esta situación bajo meros paliativos reformistas que evadan la necesidad de superar definitivamente este sistema[2], todos nuestros esfuerzos solo darán tiempo a nuestros enemigos para fortalecerse y continuarnos gobernando y explotando a su antojo.

¿Qué los avistamientos de la fauna silvestre en las urbes citadinas que yacen en cuarentena, son un triunfo de la naturaleza que ahora reclama lo que es suyo?  Tal “triunfo”, aún así suponga la realización malthusiana de “acabar con la población excedente”, es solo una situación pasajera que está condenada a retornar a lo mismo de manera casi inmediata. Porque en el fondo, lo que seguirá dominando es un modo de producción que no puede prescindir de las metrópolis de concreto, asfalto y coches, de las industrias de monocultivos, las plantas de energía nuclear y de la industria pesada a base de combustibles fósiles.

Las contradicciones cada vez más agudas de este modo de producción (crisis, guerra, pandemias, destrucción ambiental, pauperización, militarización), que recrudecerán nuestras condiciones de supervivencia, no darán paso de manera mecánica ni mesiánica al fin del capitalismo. O mejor dicho, tales condiciones, aunque serán fundamentales, no bastarán. Porque para que el capitalismo vea su fin, es imprescindible la existencia de una fuerza social, antagonista y revolucionaria que logre direccionar el carácter destructivo y subversivo hacia algo completamente diferente de lo que presenciamos y conocemos ahora.

Querámoslo o no, no podemos dejar una cuestión tan importante como la revolución a rienda suelta, a la simple suerte.  Es necesario experimentar la resolución a ese problema con base en la organización de tareas que puedan irse presentando, es decir, el agrupamiento para la apropiación y defensa de las necesidades más inmediatas (no pagar adeudos, ni alquileres, ni impuestos), pero también, la ruptura con todas las ilusiones y espejismos que nos llevan a gestionar las mismas miserias bajo otra careta.

¿Fomentar la economía local?
¡Abolir el intercambio mercantil y el dinero!
¡Frente al reformismo, la ruptura radical!
¡Frente al inmediatismo, la perspectiva histórica!
¡Frente al localismo, el internacionalismo!

***
   
Nota apócrifa
La ideología dominante nos bombardea a través de todos sus aparatos con ilusiones que versan sobre una “posible” prosperidad bajo las condiciones existentes de explotación y miseria. La clase capitalista nos ideologiza para acatar dócilmente “un modo de vida” alienado, donde todo cuestionamiento a sus fundamentos esté fuera de todo raciocinio.

Pero lo cierto es que nada de ese paraíso en el “mejor de los mundos posibles” concuerda con los cientos de esclavos negros traficados en Libia; los ghetos copados de droga en Afganistán, la represión feroz en la franja de Gaza, los migrantes haitianos muriendo de inanición en Tijuana, la represión sangrienta contra los proletarios en Chile, los bombardeos en la frontera turco-siria o la hambruna que azota Yemen.

No es necesario esperar la distopía o las escenas hollywodescas del apocalypsis, porque estas ya se manifiestan materialmente en distintas partes del globo, y de hecho superan con creces cualquier intento de representación en la ficción cinematográfica.

La actual pandemia del covid-19 es una etapa más en la degradación a la que nos lleva esta sociedad productora de mercancías.

Etapa ante la cual solo se reafirma que el verdadero provenir solo pende de dos hilos:
¡Revolución comunista o perecer en la penumbra!


Notas:
[1]  Medidas que de hecho ya están siendo llevadas a cabo del modo más brutal y ruin: cientos de miles (si no es que millones) de despedidos, echados sin más de sus puestos de trabajo, dejados a su suerte en mayor probreza y precariedad.

[2]  Se nos ha hablado mucho de que una alternativa es fomentar el comercio local por fuera de las multinacionales y grandes corporativos. El problema de este tipo de respuestas es que, por un lado, si bien resuelven momentáneamente el problema del abastecimiento de insumos para algunos proletarios, los reajustes que traerá consigo al crisis del capital, solo traerán más inflación y contingencias por periodos más breves de tiempo. Refugiarnos en intentos de economías más benevolentes, solo prolongan lo que inevitablemente en un futuro sin alternativas deberemos asumir: la guerra de clases, es decir el enfrentamiento contra la burguesía y el ejercicio de un programa revolucionario que tenga como objetivo concluir toda relación social mediada por el intercambio, el tiempo como medida de trabajo y la relación salarial. 


martes, 24 de marzo de 2020

¿Crisis sanitaria o crisis civilizatoria? Apuntes breves entre Covid19 y capitalismo

Círculo de Comunistas Esotéricos (Chile)

La única forma de salir de la crisis sanitaria es poner en entredicho los límites y proyecciones del proyecto civilizatorio en el que nos desarrollamos y que manifiesta su crisis de manera rampante con miles, y posiblemente millones, de muertos en todo el planeta a partir de un episodio específico. Esta humanidad está condenada a la muerte y a una pseudovida, por lo que es necesario que se geste una de nuevo tipo que aprenda e incorpore en negativo lo que la civilización moderno-capitalista le entregó. No se trata de encontrar el verdadero sentido de la humanidad porque este no existe en cuanto tal sino solo como articulación histórica específica. No existe una humanidad esencial, pero sí la posibilidad de transformarla constantemente en la historia. No hay ningún lugar donde volver a rescatar esa esencia de “lo humano”. A esa posibilidad reinventiva es lo que nombramos “comunismo”.

Artículo completo: PDF (8 páginas)
 

[Covid19] Carta de Jacques Camatte a un compañero de la región chilena


Querido X:

Desde hace mucho tiempo creo que la especie humana está en riesgo de extinción. Esto ha sido confirmado científicamente. Ya han existido dos casos: uno hace 120.000 años y otro hace 70.000 años. La amenaza ha dejado su huella en la especie. Para evitar la extinción, la humanidad salió de la naturaleza. Pero, a fin de cuentas, al rechazar esta amenaza provoca ella misma la posibilidad de su extinción. Hemos alcanzado un momento final, decisivo. Es el fin de la errancia [1]. En el Capítulo 14 de Emergencia del Homo gemeinwesen, Punto final de la actual errancia [2], expongo todo esto de la forma más precisa posible. Sintéticamente: para escapar a la amenaza “natural” de extinción, la especie se ha separado del resto de la naturaleza, para escapar a la amenaza “antrópica”, ella deberá reintegrarse, lo que no implica una fusión. Para ello será necesario que se produzca un inmenso retorno de lo reprimido [3]: de la naturalidad, tal como se ha verificado en el curso de las catástrofes naturales con la manifestación de la solidaridad, de la preocupación y el cuidado por el otro, etc... con la suspensión de la dinámica de la enemistad que hoy en día se transformado necesariamente en una dinámica de eliminación, y que se deberá evitar que vuelva a emerger entre quienes han elegido, o elegirán, por una virtualización -agudizada con la pérdida de lo que aún queda de las relaciones humanas-, y entre aquellos que serán afectados por el retorno de lo reprimido.

En otras palabras, para protegerse la especie se ha encerrado en una dinámica, en su errancia, y ha devenido incapaz de imaginar un devenir diferente; esto es lo que constituye su locura. Ello se ve claramente a través de las reacciones de los dirigentes en los diversos campos. De allí, subyace y tiende a emerger, el pánico. Podemos sentir, por ejemplo, el hecho de que el coronavirus evoca irresistiblemente una amenaza.

Lo interesante es que estamos siendo testigos del resultado de este vasto fenómeno que se desarrolla durante miles de años entre los dos momentos de la afirmación de la amenaza del riesgo de extinción. Estamos en el corazón de su despliegue, es decir, de la manifestación, de la epifanización para señalar su potencia integral, del riesgo. Es como si nada fuera a pasar y, sin embargo, todo está sucediendo ahora. No obstante, no sabemos cuánto tiempo va a tomar. En última instancia, lo importante es ser capaz de poder experimentarlo –vivirlo- efectivamente en su totalidad, lo que requiere restablecer la preeminencia de la afectividad que permite el sentido de la continuidad [4] y, por consiguiente, del poder de la vida.

Comencé a escribir un texto para ser publicado en el sitio [5] donde repetiré lo anterior pero también otros temas relacionados que son esenciales.

Nuestra correspondencia ha sido interrumpida por mucho tiempo. Espero que, a pesar de la difícil situación, permanezcas bien y espero tener noticias suyas.

Todo lo mejor para ti en estos tiempos difíciles. Afectuosamente,

Jacques

NOTAS:

[1] En Jacques Camatte el vocablo errancia (errance) se refiere al modo de ser de la especie humana cuando se ha separado de la naturaleza. “Se debe salir de la errancia y destruir la conciencia represiva que inhibe el devenir hacia el comunismo. Par ello es esencial dejar de percibirlo como prolongación del Modo de Producción Capitalista, dejar de pensar que basta con eliminar el valor de cambio y hacer triunfar el valor de uso ya que, como hemos visto, esta dicotomía ya no significa nada en nuestros días; por otro lado el valor de uso está aún ligado al valor, pero centrado en el principio de utilidad y no de productividad, ligado por tanto a la dominación directa de los seres humanos, por lo que es inseparable de la propiedad privada. El comunismo no es un nuevo modo de producción; es la afirmación de una nueva comunidad. Por eso mismo es una cuestión de ser, de vida, aunque sólo sea porque se produce un desplazamiento fundamental: de la actividad engendrada al ser vivo que la ha producido”. (Jacques Camatte, Errancia de la Humanidad).

[2] En el “Glossaire” de la “Revue Invariance” podemos encontrar la siguiente definición de Gemeinwesen: “Concepto ampliamente utilizado por K.Marx y G.W.F. Hegel. Indica no sólo el ser común, sino también la naturaleza y la esencia común (Wesen). Es lo que nos funda y nos acomuna participando en el mismo ser, en la misma esencia, en la misma naturaleza. Es el modo de manifestación de este ser participante. Puedo añadir una interpretación personal sobre Gemein. Ge es una partícula inseparable que expresa la generalidad, lo común, lo colectivo. Mein indica lo que es individual: mío. Así surge la idea de una no separación entre lo común y lo individual, lo que implica el concepto de participación donde uno se percibe a sí mismo en un todo que le es como consustancial. La Gemeinwesen se presenta, así como el conjunto de individualidades, la comunidad que resulta de sus actividades en la naturaleza y en el mundo creado por la especie, al mismo tiempo que las engloba, dándoles su naturalidad (indicada por wesen), su sustancia como una generalidad (indicada por gemein), en un devenir (wesen)”.

[3] En Freud, el retorno de lo reprimido describe el proceso o mecanismo psíquico mediante el cual los contenidos que fueron “reprimidos”, es decir expulsados de la consciencia, tienden constantemente a reaparecer. En el “Glossaire” de “Revue Invariance” encontramos la siguiente definición de Represión (Refoulement): “Concepto forjado por S. Freud que indica el proceso inconsciente que impide (inhibe) aquello que causa un sufrimiento intolerable o lo que podría recordarlo, reactivarlo, para volverlo consciente”.

[4] Con “sentido de la continuidad” (continuité), Jacques Camatte se refiere a un modo de ser en el cual el ser humano se encuentra en continuidad con la naturaleza y, por lo tanto, no separado de la comunidad humana. Se experimenta a sí mismo como una unidad con el devenir del cosmos. Este modo de ser, que ha sido constantemente mistificado por las diferentes religiones que, de hecho, perpetúan la dinámica de la errancia y la represión, es la naturalidad original de la especie humana y que podrá ser retomada –aunque enriquecida por el devenir histórico- por la humanidad en el comunismo.

[5] El espacio virtual de la “Revue Invariance” es: https://revueinvariance.pagesperso-orange.fr


Fuente: Proletarixs en revuelta (facebook)

Más artículos sobre coronavirus y cuestión social


Análisis mínimo de una situación casi inédita
Periódico anarquista Gato Negro (Buenos Aires)
17 de marzo de 2020
https://periodicogatonegro.wordpress.com/2020/03/17/analisis-minimo-de-una-situacion-casi-inedita/


Coronavirus y capitalismo
Emancipación Buenos Aires
17 de marzo de 2020
https://escritosparalaemancipacion.wordpress.com/2020/03/17/coronavirus-y-capitalismo-declaracion-de-emancipacion-buenos-aires/

Contra la dictadura del Capital y su democrático Estado de excepción
Emancipación Buenos Aires
22 de marzo de 2020
https://escritosparalaemancipacion.wordpress.com/2020/03/22/contra-la-dictadura-del-capital-y-su-democratico-estado-de-excepcion-declaracion-de-emancipacion-buenos-aires/


sábado, 21 de marzo de 2020

[Chile] Presxs políticxs


Dos artículos de Barbaria sobre la pandemia covid19


Las pandemias del capital
20 de marzo 2020

Es difícil escribir un texto como este ahora. En el contexto actual, en el que el coronavirus ha quebrado ―o amenaza con hacerlo pronto― las condiciones de vida de muchos de nosotros, lo único que deseas es salir a la calle y prenderle fuego a todo, con la mascarilla si hace falta. La cosa lo merece. Si la economía está por encima de nuestras vidas, tiene sentido retrasar la contención del virus hasta el último momento, hasta que la pandemia es ya inevitable. También tiene sentido que cuando ya no se puede parar el contagio y hay que perturbar ―lo mínimo imprescindible― la producción y distribución de mercancías, seamos nosotros a los que se despide, a los que se fuerza a trabajar, a los que se sigue confinando en cárceles y CIEs, a los que se les obliga a elegir entre la enfermedad y el contagio de los seres queridos o a morirse de hambre en la cuarentena. Todo esto con los vítores patrios y el llamamiento a la unidad nacional, con la disciplina social como el mantra de los verdugos, con los elogios al buen ciudadano que agacha la cabeza y calla. Lo único que deseas en momentos como este es reventarlo todo.

Y esa rabia es fundamental. Pero también lo es comprender bien por qué está sucediendo todo esto: comprenderlo bien para pelear mejor, para luchar contra la raíz misma del problema. Comprenderlo para cuando todo estalle y la rabia individual se convierta en potencia colectiva, para saber cómo utilizar esa rabia, para terminar realmente, sin cuentos, sin desvíos, con esta sociedad de miseria.

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Frente a la Sagrada Familia del capital, defendamos nuestra vida a través del antagonismo social
20 de marzo 2020

En este artículo pretendemos afrontar las cuestiones que se desprenden del actual estado de alarma que ha decretado el gobierno de Pedro Sánchez en España, junto a las medidas que ha anunciado el martes 17 de marzo. Vivimos en tiempos de profunda crisis social, una crisis sanitaria que, al mismo tiempo, se combina con una crisis económica, de cambio climático, psicológica, política, etc. En realidad estamos ante la crisis de un mundo que esta empezando a colapsar, que está agotando su tiempo histórico: es el mundo del capital. Es la crisis del capital. 

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viernes, 20 de marzo de 2020

Monólogo del virus

Desconocido/a
19 de marzo de 2020

Dejen de proferir, queridos humanos, sus ridículos llamamientos a la guerra. Dejen de dirigirme esas miradas de venganza. Apaguen el halo de terror con que envuelven mi nombre. Nosotros, los virus, desde el origen bacteriano del mundo, somos el verdadero continuum de la vida en la tierra. Sin nosotros, ustedes jamás habrían visto la luz del día, ni siquiera la habría visto la primera célula.
Somos sus antepasados, al igual que las piedras y las algas, y mucho más que los monos. Estamos dondequiera que ustedes estén y también donde no están. ¡Si del universo sólo pueden ver aquello que se les parece, peor para ustedes! Pero sobre todo, dejen de decir que soy yo el que los está matando. Ustedes no están muriendo por lo que le hago a sus tejidos, sino porque han dejado de cuidar a sus semejantes. Si no hubieran sido tan rapaces entre ustedes como lo han sido con todo lo que vive en este planeta, todavía habría suficientes camas, enfermeras y respiradores para sobrevivir a los estragos que causo en sus pulmones. Si no almacenasen a sus ancianos en morideros y a sus prójimos sanos en ratoneras de hormigón armado, no se verían en éstas. Si no hubieran transformado la amplitud, hasta ayer mismo aún exuberante, caótica, infinitamente poblada, del mundo -o mejor dicho, de los mundos- en un vasto desierto para el monocultivo de lo Mismo y del Más, yo no habría podido lanzarme a la conquista planetaria de sus gargantas. Si durante el último siglo no se hubieran convertido prácticamente todos en copias redundantes de una misma e insostenible forma de vida, no se estarían preparando para morir como moscas abandonadas en el agua de vuestra civilización edulcorada. Si no hubieran convertido sus entornos en espacios tan vacíos, tan transparentes, tan abstractos, tengan por seguro que no me desplazaría a la velocidad de un avión. Sólo estoy ejecutando la sentencia que dictaron hace mucho contra ustedes mismos. Perdónenme, pero son ustedes, que yo sepa, quienes han inventado el término «Antropoceno». Se han adjudicado todo el honor del desastre; ahora que está teniendo lugar, es demasiado tarde para renunciar a él. Los más honestos de entre ustedes lo saben bien: no tengo más cómplice que su propia organización social, su locura de la «gran escala» y de su economía, su fanatismo del sistema. Sólo los sistemas son «vulnerables». Lo demás vive y muere. Sólo hay vulnerabilidad para lo que aspira al control, a su extensión y perfeccionamiento. Mírenme atentamente: sólo soy la otra cara de la Muerte reinante.

Así que dejen de culparme, de acusarme, de acosarme. De quedar paralizados ante mí. Todo eso es infantil. Les propongo que cambien su mirada: hay una inteligencia inmanente en la vida. No hace falta ser sujeto para tener un recuerdo o una estrategia. No hace falta ser soberano para decidir. Las bacterias y los virus también pueden hacer que llueva y brille el sol. Así que mírenme como su salvador más que como su enterrador. Son libres de no creerme, pero he venido a parar la máquina cuyo freno de emergencia no encontraban. He venido a detener la actividad de la que eran rehenes. He venido a poner de manifiesto la aberración de la «normalidad». «Delegar en otros nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar de las condiciones de vida ha sido una locura»… «No hay límite presupuestario, la salud no tiene precio» : ¡miren cómo hago que se retracten de palabra y de obra sus gobernantes! ¡Miren cómo los reduzco a su verdadera condición de mercachifles miserables y arrogantes! ¡Miren cómo de repente se revelan no sólo como superfluos, sino como nocivos! Para ellos ustedes no son más que el soporte de la reproducción de su sistema, es decir, menos aún que esclavos. Hasta al plancton lo tratan mejor que a ustedes.

Pero no malgasten energía en cubrirlos de reproches, en echarles en cara sus limitaciones. Acusarlos de negligencia es darles más de lo que se merecen. Pregúntense más bien cómo ha podido parecerles tan cómodo dejarse gobernar. Alabar los méritos de la opción china frente a la opción británica, de la solución imperial-legista frente al método darwinista-liberal, es no entender nada ni de la una ni de la otra, ni del horror de la una ni del horror de la otra. Desde Quesnay, los «liberales» siempre han mirado con envidia al Imperio chino; y siguen haciéndolo. Son hermanos siameses. Que uno te confine por tu propio bien y el otro por el bien de «la sociedad» equivale igualmente a aplastar la única conducta no nihilista en este momento: cuidar de uno mismo, de aquellos a los que quieres y de aquello que amamos en aquellos que no conocemos. No dejen que quienes les han conducido al abismo pretendan sacarles de él: lo único que harán será prepararles un infierno más perfeccionado, una tumba aún más profunda. El día que puedan, patrullarán el más allá con sus ejércitos.

Más bien, agradézcanmelo. Sin mí, ¿cuánto tiempo más se habrían hecho pasar por necesarias todas estas cosas aparentemente incuestionables cuya suspensión se decreta de inmediato? La globalización, los concursos, el tráfico aéreo, los límites presupuestarios, las elecciones, el espectáculo de las competiciones deportivas, Disneylandia, las salas de fitness, la mayoría de los comercios, el parlamento, el acuartelamiento escolar, las aglomeraciones de masas, la mayor parte de los trabajos de oficina, toda esa ebria sociabilidad que no es sino el reverso de la angustiada soledad de las mónadas metropolitanas. Ya lo ven: nada de eso es necesario cuando el estado de necesidad se manifiesta. Agradézcanme la prueba de la verdad que van a pasar en las próximas semanas: por fin van a vivir en su propia vida, sin los miles de subterfugios que, mal que bien, sostienen lo insostenible. Todavía no se habían dado cuenta de que nunca habían llegado a instalarse en su propia existencia. Vivían entre las cajas de cartón y no lo sabían. Ahora van a vivir con sus seres queridos. Van a vivir en casa. Van a dejar de estar en tránsito hacia la muerte. Puede que odien a su marido. Puede que aborrezcan a sus hijos. Quizás les den ganas de dinamitar el decorado de su vida diaria. Lo cierto es que, en esas metrópolis de la separación, ustedes ya no estaban en el mundo. Su mundo había dejado de ser habitable en ninguno de sus puntos, excepto huyendo constantemente. Tan grande era la presencia de la fealdad que había que aturdirse de movimiento y de distracciones. Y lo fantasmal reinaba entre los seres. Todo se había vuelto tan eficaz que ya nada tenía sentido. ¡Agradézcanme todo esto, y bienvenidos a la tierra!

Gracias a mí, por tiempo indefinido, ya no trabajarán, sus hijos no irán al colegio, y sin embargo será todo lo contrario a las vacaciones. Las vacaciones son ese espacio que hay que rellenar a toda costa mientras se espera la ansiada vuelta al trabajo. Pero esto que se abre ante ustedes, gracias a mí, no es un espacio delimitado, es una inmensa apertura. He venido a descolocarles. Nadie les asegura que el no-mundo de antes volverá. Puede que todo este absurdo rentable termine. Si no les pagan, ¿qué sería más natural que dejar de pagar el arriendo ? ¿Por qué iba a seguir cumpliendo con sus cuotas del banco quien de todos modos ya no puede trabajar? ¿Acaso no es suicida vivir donde ni siquiera se puede cultivar un huerto? No por no tener dinero se va a dejar de comer, y quien tiene el hierro tiene el pan, como decía Auguste Blanqui. Denme las gracias: les coloco al pie de la bifurcación que estructuraba tácitamente sus existencias: la economía o la vida. De ustedes depende. Lo que está en juego es histórico. O los gobernantes les imponen su estado de excepción o ustedes inventan el suyo. O se vinculan a las verdades que están viendo la luz o ponen su cabeza en el tajo del verdugo. O aprovechan el tiempo que les doy ahora para imaginarse el mundo de después a partir de las lecciones del colapso al que estamos asistiendo, o éste se radicalizará por completo. El desastre cesa cuando la economía se detiene. La economía es el desastre. Esto era una tesis antes del mes pasado. Ahora es un hecho. A nadie se le escapa cuánta policía, cuánta vigilancia, cuánta propaganda, cuánta logística y cuánto teletrabajo hará falta para reprimirlo.

Ante mí, no cedan ni al pánico ni al impulso de negación. No cedan a las histerias biopolíticas. Las próximas semanas serán terribles, abrumadoras, crueles. Las puertas de la Muerte estarán abiertas de par en par. Soy la más devastadora producción de devastación de la producción. Vengo a devolver a la nada a los nihilistas. La injusticia de este mundo nunca será más escandalosa. Es a una civilización, y no a ustedes, a quien vengo a enterrar. Quienes quieran vivir tendrán que crearse hábitos nuevos, que sean apropiados para ellos. Evitarme será la oportunidad para esta reinvención, para este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el que algunos eran lo suficientemente miopes como para ver la forma misma de la institución, pronto ya no obedecerá a ninguna etiqueta. Caracterizará a los seres. No lo hagan «por los demás», por «la población» o por la «sociedad», háganlo por los suyos. Cuiden de sus amigos y de sus amores. Vuelvan a pensar con ellos, soberanamente, una forma justa de vida. Creen conglomerados de vida buena, amplíenlos, y nada podré contra ustedes. Esto es un llamamiento no a la vuelta masiva a la disciplina, sino a la atención. No al fin de la despreocupación, sino al de la negligencia. ¿Qué otra manera me quedaba de recordarles que la salvación está en cada gesto? Que todo está en lo ínfimo.

He tenido que rendirme a la evidencia: la humanidad sólo se plantea las preguntas que no puede seguir sin plantearse.

CORONAVIRUS: Reporte de Chile

EVADE CHILE
20 de marzo de 2020

Compañerxs:

Luego de 5 meses de avances y resistencia, nuestra comunidad de lucha se enfrenta hoy a un nuevo reto. La llegada de la pandemia global al territorio chileno anuncia el cierre de una etapa y el inicio de otra para la insurrección en curso.

La crisis mundial se agudiza, y junto a ella emergen las posibilidades de deshacernos de una vez por todas de los lastres que nos han arrastrado a este abismo. Sabemos que la solidaridad reencontrada al calor de la insurrección ofrecerá sus frutos nuevamente.

Nosotrxs nos volveremos a disolver en la masa insurrecta de la que brotamos y volveremos a brotar.

Hasta entonces: ¡Amor y lucha!



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CORONAVIRUS: Reporte de Chile

La pandemia no detendrá la rebelión: será la rebelión la que termine con la pandemia que los Estados del mundo administran.

Esa pandemia tiene varios nombres: patriarcado, capitalismo, dinero, trabajo asalariado, incluso poder, economía política, ilustración, religión, plaga emocional, estupidez, etc. Es la enfermedad que divide y separa a la humanidad en clases, razas, naciones, estratos, privilegiados y desafortunados, nobles ricos y pobres diablos, izquierdas y derechas, etc.

Los Estados, que en las últimas décadas habían pasado de moda, hoy hacen una re-aparición triunfal. Son sus estructuras políticas y militares las únicas que pueden garantizar que las pérdidas no sean totales para los funcionarios del capital. Pero la burbuja esta vez les explotó en la cara.

De un momento a otro, como por acto de magia, los gobiernos del primer mundo nacionalizan empresas, suspenden el pago de cuentas de servicios básicos, aseguran un ingreso universal mínimo a lxs proletarixs, todxs son liberadxs del acuartelamiento escolar o laboral, etc. En el tercer mundo son los grandes capos de los bancos los que salen a condonar deudas, mientras que algunos sindicatos arreglan una rebaja del 50% del sueldo de sus afiliados y los gerentes sacrifican un 25% del suyo. Todo sea por superar esta crisis.

Las medidas parecen coincidir con el nivel de terrorismo mediático y político que presenta esta como la peor catástrofe de los últimos siglos a pesar de que el mundo ha visto situaciones mucho peores, como la muerte de 50 millones de personas de “gripe española” luego de la primera guerra mundial o los 20 millones de yemeníes que actualmente mueren de hambre. ¿Temerá perder su hegemonía Occidente?

La unidad a la que llaman, como siempre, es falsa. Funciona solo mientras gestionan el “aislamiento social” que tantos costos les trae pero que tan conveniente les resulta, al mismo tiempo, frente a una población fundamentalmente indefensa luego de siglos de precarización y empobrecimiento.

Dado que las necesidades de la producción de mercancías nos fuerzan a reunirnos, aunque por mandato nos llaman a aislarnos, los políticos se esfuerzan en que ahora, y de una vez por todas, se instaure la mediación definitiva de la abstracción vía el internet: teletrabajo, teleducación, telesociabilidad. La pandemia capitalista, hoy disfrazada de “crisis sanitaria”, abre la posibilidad de correr el cerco del dominio de la vida cotidiana haciéndola incluso más estrecha y confinandola al campo de lo digital.

Pero esta crisis mundial no pilló de rodillas ni desprevenido al pueblo que habita el territorio ocupado por el Estado chileno. Lo pilló en pie: sabemos perfectamente que esta crisis no es producto de un nuevo tipo de gripe, sino más bien que el nuevo tipo de gripe es resultado de sus industrias productoras de muerte.

Los expertos apuran sus juicios y culpan de la propagación del virus a la globalización, a los hospitales públicos sin presupuesto, a un “rastro de salvajismo” de los chinos que comen “cosas raras” y trafican especies exóticas, al aumento de la población que supuestamente demanda la destrucción de los ecosistemas globales, lo que a su vez empuja a los animales, vectores de virus que pueden matarnos, a estar más cerca de los humanos, etc. El neurótico es ciego a lo obvio.

Las condiciones materiales que genera la producción industrial, y que vuelven a todo el mundo vulnerable a la catástrofe, están en el origen de esta crisis. En estas latitudes explotan glaciares y desertifican regiones completas; venden el agua y transforman la vivienda en un problema existencial; aniquilan toda la vida del fondo marino y gestionan la salud como un Cartel; hacen de la educación un chiste negro; saquean el territorio entero y vuelan los ojos, matan o encarcelan a quien quiera rebelarse contra esta miseria. Todo el territorio es una “zona de sacrificio”, incluidos sus supuestos sectores privilegiados que viven encandilados por el dinero.

La trama se vuelve aún más espesa. El Poder debe impedir que la pandemia haga explotar su infraestructura y, a la vez, debe aprovechar el tiempo-fuera para montar su show de la normalidad nuevamente. Pero esta vez no hay ninguna garantía de que podrá lograrlo: la situación global impide cualquier certeza respecto del estado de salud de la bestia moribunda. Estamos siendo testigos de una de sus últimas sacudidas, y con ella toda nuestra vida está cambiando más rápido que nunca. Pareciera que todo lo que se necesita es una gran carcajada para abatirla.

Así, mientras las bolsas del mundo se desploman y los grandes empresarios corren a saquear al Estado para que mantenga a flote sus capitales paralizados por la reducción de los actos de compra-venta, esta crisis ha realizado algo que jamás podría haber logrado todo el lobby político: la dramática reducción, aquí y ahora, de las emisiones de gases de efecto invernadero. Solo en China, el freno de la actividad económica de los últimos meses llevó a una disminución equivalente al 6% de las emisiones mundiales. Los expertos, moralmente confundidos, afirman: “parece que esta crisis sanitaria a largo plazo logrará salvar más vidas de las que está quitando”.

Quieren hacernos tragar la píldora de la emergencia —que para nosotrxs es la norma—, intentan separarnos, inyectarnos el miedo del individualista que prefería ahogar las penas en ofertas. Serán las redes de apoyo mutuo las que podrán responder a esta crisis de una forma que erradique para siempre el poder y la legitimidad de los administradores políticos y económicos del mercado, acabando con el modo de reproducción social que los hace necesarios.

Ahora que los escombros de la economía y la política crecen frente a nuestros ojos hasta el cielo, ahora que ha caído el decorado de la vida cotidiana y aterrizamos forzosamente en nuestra existencia para contemplar, ya sin posibilidades de distracción, el estado al que nos ha arrojado la inercia del dinero, se nos presenta una oportunidad única: o nos dejamos aplastar por la basura de una civilización arruinada o nos dejamos llevar por la vida que brota gratuita y profusamente allí donde se desnaturaliza, en los actos, las condiciones existenciales del empobrecimiento soportado en silencio.

La lucha por la liberación saca su fuerza no de la visión del futuro, sino de la visión del pasado. Y ese pasado que tenemos frente a nosotros apesta. Su pestilencia insensibilizó nuestros sentidos durante mucho tiempo. ¿No sería absurdo esperar que los zombies que nos arrojaron a este estado de putrefacción nos lancen un salvavidas?

Todo está por hacerse. Podemos construir en el reverso de las ruinas una vida guiada por la satisfacción inmediata de las necesidades humanas y, al hacerlo, recrear nuestros entornos sacrificados a la acumulación ciega de riqueza abstracta.

El despertar de octubre ha sido la lucha de un pueblo reavivada cada día por salir de este trance, de la pesadilla de lo que sucede y ha sucedido:

No volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema.

Coronavirus

Raoul Vaneigem
17 de marzo de 2020

Cuestionar el peligro del coronavirus es seguramente absurdo. Por otra parte, ¿no es igual de absurdo que una interrupción en el curso habitual de las enfermedades sea objeto de tal explotación emocional y despierte la arrogante incompetencia que una vez barrió la nube de Chernóbil de Francia? Por supuesto, sabemos con qué facilidad el espectro del apocalipsis sale de su caja para apoderarse del primer cataclismo que se produce, jugar con las imágenes del diluvio universal y conducir la reja de la culpa al suelo estéril de Sodoma y Gomorra.

La maldición divina fue un complemento útil para el poder. Al menos hasta el terremoto de Lisboa de 1755, cuando el Marqués de Pombal, amigo de Voltaire, aprovechó el terremoto para masacrar a los jesuitas, reconstruir la ciudad según sus ideas y liquidar felizmente a sus rivales políticos a través de pruebas "protoestalinistas". No insultaremos a Pombal, por muy odioso que sea, comparando su golpe de estado dictatorial con las miserables medidas que el totalitarismo democrático aplica en todo el mundo a la epidemia de coronavirus.

¡Qué cínico es culpar de la propagación del flagelo a la deplorable insuficiencia de los recursos médicos desplegados! Desde hace décadas, el bien público se ha visto socavado y el sector hospitalario ha sido víctima de una política que favorece los intereses financieros a expensas de la salud de los ciudadanos. Siempre hay más dinero para los bancos y cada vez menos camas y cuidadores para los hospitales. Qué payasadas ocultarán por más tiempo el hecho de que esta gestión catastrófica del catastrofismo es inherente al capitalismo financiero que es globalmente dominante, y que hoy en día lucha globalmente en nombre de la vida, del planeta y de las especies a salvar.

Sin caer en ese resurgimiento del castigo divino que es la idea de que la Naturaleza se deshaga del Hombre como una sabandija inoportuna y dañina, no es inútil recordar que durante milenios la explotación de la naturaleza humana y de la naturaleza terrestre ha impuesto el dogma de la anti-física, de la anti-naturaleza. El libro de Éric Postaire 'Les Épidémies du XXIe siècle', publicado en 1997, confirma los desastrosos efectos de la desnaturalización persistente, que vengo denunciando desde hace decenios. Refiriéndose al drama de las "vacas locas" (predicho por Rudolf Steiner ya en 1920), el autor nos recuerda que además de estar indefensos ante ciertas enfermedades, nos damos cuenta de que el propio progreso científico puede causarlas. En su petición de un enfoque responsable de las epidemias y su tratamiento, incrimina lo que el prefecto, Claude Gudin, llama la "filosofía del cajero". Hace la siguiente pregunta: "Si subordinamos la salud de la población a las leyes del beneficio, hasta el punto de transformar a los animales herbívoros en carnívoros, ¿no corremos el riesgo de provocar catástrofes que serían fatales para la Naturaleza y la Humanidad?" Los gobiernos, como sabemos, ya han respondido con un SÍ unánime. ¿Qué importa ya que el NO de los intereses financieros sigue triunfando cínicamente?

¿Hizo falta el coronavirus para demostrar a los más estrechos de vista que la desnaturalización por razones de rentabilidad tiene consecuencias desastrosas para la salud universal, la salud que se gestiona sin desarmar a una Organización Mundial cuyas preciosas estadísticas compensan la desaparición de los hospitales públicos? Existe una clara correlación entre el coronavirus y el colapso del capitalismo global. Al mismo tiempo, no es menos obvio que lo que está encubriendo y abrumando la epidemia de coronavirus es una plaga emocional, un miedo histérico, un pánico que oculta la falta de tratamiento y perpetúa el mal al asustar al paciente. Durante las grandes epidemias de plagas del pasado, la gente hacía penitencia y proclamaba su culpa flagelándose a sí misma. ¿No les interesa a los gestores de la deshumanización mundial persuadir a la gente de que no hay forma de salir del miserable destino que se les está infligiendo? ¿Que todo lo que les queda es la flagelación de la servidumbre voluntaria? La formidable máquina mediática sólo repite la vieja mentira del impenetrable e ineludible decreto celestial donde el dinero loco ha suplantado a los sanguinarios y caprichosos dioses del pasado.

El desencadenamiento de la barbarie policial contra los manifestantes pacíficos demostró ampliamente que la ley militar es lo único que funciona eficazmente. Ahora confina a mujeres, hombres y niños a la cuarentena. ¡Afuera, el ataúd, dentro de la televisión, la ventana abierta en un mundo cerrado! Es un condicionamiento capaz de agravar el malestar existencial apoyándose en las emociones desgastadas por la angustia, exacerbando la ceguera de la ira impotente.

Pero incluso la mentira da paso al colapso general. La cretinización estatal y populista ha llegado a sus límites. No puede negar que se está llevando a cabo un experimento. La desobediencia civil se está extendiendo y soñando con sociedades radicalmente nuevas porque son radicalmente humanas. La solidaridad libera de su piel de oveja individualista a los individuos que ya no tienen miedo de pensar por sí mismos.

El coronavirus se ha convertido en el signo revelador de la bancarrota del estado. Al menos eso es algo en lo que deben pensar las víctimas de confinamiento forzoso. Cuando publiqué mis 'Modestas Propuestas a los Huelguistas' , algunos amigos me dijeron lo difícil que era recurrir a la negativa colectiva, que yo sugerí, para pagar impuestos y gravámenes. Ahora, sin embargo, la bancarrota comprobada del Estado corrupto es la prueba de una decadencia económica y social que está haciendo que las pequeñas y medianas empresas, el comercio local, los ingresos modestos, los agricultores familiares e incluso las llamadas profesiones liberales sean absolutamente insolventes. El colapso del Leviatán ha logrado convencernos más rápido que nuestras resoluciones para derribarlo.

El coronavirus lo hizo aún mejor. El cese de las molestias productivistas ha reducido la contaminación del mundo, salva una muerte programada a millones de personas, la naturaleza respira, los delfines vuelven a retozar en Cerdeña, los canales de Venecia purificados del turismo de masas encuentran un agua clara, el mercado de valores se derrumba. España resuelve nacionalizar los hospitales privados, como si redescubriera la seguridad social, como si el Estado recordara el estado de bienestar que destruyó.

Nada se da por sentado, todo comienza. La utopía sigue arrastrándose a cuatro patas. Abandonemos a su inanidad celestial los billones de billetes e ideas huecas que circulan sobre nuestras cabezas. Lo importante es "hacer nuestro propio negocio" dejando que la burbuja del negocio se desenrede e implosione. ¡Tengamos cuidado con la falta de audacia y confianza en sí mismo!

Nuestro presente no es el confinamiento que nos impone la supervivencia, es la apertura a todas las posibilidades. Es bajo el efecto del pánico que el estado oligárquico se ve obligado a adoptar medidas que ayer mismo decretó imposibles. Es al llamado de la vida y de la tierra para ser restaurada que queremos responder. La cuarentena favorece la reflexión. El confinamiento no suprime la presencia de la calle, la reinventa. Déjeme pensar, cum grano salis, que la insurrección de la vida cotidiana tiene insospechadas virtudes terapéuticas.


El coronavirus como declaración de guerra

19 de marzo de 2020
Santiago López Petit

Por la mañana me lavo las manos a conciencia. Así consigo olvidar los ojos arrancados por la policía en Chile, Francia o Irak. Antes de comer, me vuelvo a lavar las manos con un buen desinfectante para olvidar a los migrantes amontonados en Lesbos. Y, por la noche, me lavo nuevamente las manos para olvidar que, en Yemen, cada diez minutos, muere un niño a causa de los bombardeos y del hambre. Así puedo conciliar el sueño. Lo que sucede es que no recuerdo por qué me lavo las manos tan a menudo ni cuando empecé a hacerlo. La radio y la televisión insisten en que se trata de una medida de autoprotección. Protegiéndome a mí mismo, protejo a los demás. Por la ventana entra el silencio de la calle desierta. Todo aquello que parecía imposible e inimaginable sucede en estos momentos. Escuelas cerradas, prohibición de salir de casa sin razón justificada, países enteros aislados. La vida cuotidiana ha volado por los aires y ya sólo queda el tiempo de la espera. Fue bonito oír ayer por la noche los aplausos que la gente dedicaba al personal sanitario desde sus balcones.

Permanecemos encerrados en el interior de una gran ficción con el objetivo de salvarnos la vida. Se llama movilización total y, paradoxalmente, su forma extrema es el confinamiento. “La mayor contribución que podemos hacer es ésta: no se reúnan, no provoquen caos”, afirmaba un importante dirigente del Partido Comunista Chino. Y un mosso que vigilaba ayer Igualada añadía: “Recuerde que, si entra en la ciudad, ya no podrá volver a salir”, mientras le comentaba a un compañero: “el miedo consigue lo que no consigue nadie más”. Pero la gente muere, ¿verdad? Sí, claro. Sucede, sin embargo, que la naturalización actual de la muerte cancela el pensamiento crítico. Algunos ilusos hasta creen en ese nosotros invocado por el mismo poder que declara el estado de alarma: “Este virus lo pararemos juntos”. Pero solamente van a trabajar y se exponen en el metro aquellos que necesitan el dinero imperiosamente.

Cada sociedad tiene sus propias enfermedades, y dichas enfermedades dicen la verdad acerca de esta sociedad. Se conoce demasiado bien la interrelación entre la agroindustria capitalista y la etiología de las epidemias recientes: el capitalismo desbocado produce el virus que él mismo reutiliza más tarde para controlarnos. Los efectos colaterales (despolitización, reestructuraciones, despidos, muertes, etc.) son esenciales para imponer un estado de excepción normalizado. El capitalismo es asesino, y esta afirmación no es consecuencia de ninguna afirmación conspiranoica. Se trata simplemente de su lógica de funcionamiento. Drones y controles policiales en las calles. El lenguaje militarizado recuerda el de los manuales de la contrainsurgencia: “En la guerra moderna, el enemigo es difícil de definir. El límite entre amigos y enemigos se halla en el interior mismo de la nación, en una misma ciudad, y en ocasiones dentro de la misma familia” (Biblioteca del Ejército de Colombia, Bogotá, 1963). Recuerden: la mejor vacuna es uno mismo. Esta coincidencia no es extraña, ya que la movilización total es sobre todo una guerra, y la mejor guerra —porque permanece invisible— es aquella que se libra en nombre de la vida. He aquí el engaño.

Si la movilización se despliega como una guerra contra la población es porque su único objetivo consiste en salvar el algoritmo de la vida, lo cual, por descontado, nada tiene que ver con nuestras vidas personales e irreductibles, que bien poco importan. La “mano invisible” del mercado ponía cada cosa en su sitio: asignaba recursos, determinaba precios y beneficios. Humillaba. Ara es la Vida, pero la Vida entendida como un algoritmo formado por secuencias ordenadas de pasos lógicos, la que se encarga de organizar la sociedad. Las habilidades necesarias para trabajar, aprender y ser un buen ciudadano se han unificado. Éste es el auténtico confinamiento en que estamos recluidos. Somos terminales del algoritmo de la Vida que organiza el mundo. Este confinamiento hace factible el Gran Confinamiento de las poblaciones que ya tiene lugar en China, Italia, etc. y que, poco a poco, se convertirá en una práctica habitual a causa de una naturaleza incontrolable. El Gobierno se reestataliza y la decisión política regresa a un primer plano. El neoliberalismo se pone descaradamente el vestido del Estado guerra. El capital tiene miedo. La incerteza y la inseguridad impugnan la necesidad del mismo Estado. La vida oscura y paroxística, aquello incalculable en su ambivalencia, escapa al algoritmo.

Desmantelar

19 de marzo de 2020. Biblioteca Alberto Ghiraldo

El virus se cobró la muerte de miles de personas de manera directa. Es muestra de la frialdad de la mentalidad dominante actual que 195.957 contagios y 7.868 muertos sean cifras que hablan de la pandemia, tanto en los baners como en los mapas que el sensacionalismo propagandista dominante publica minuto a minuto, sin siquiera decir que son personas las afectadas, solo números. La otra cara de la (des)información reinante, la de la contención y represión social (que aun parece no haber mostrado su potencial ferocidad por estas latitudes) puede asustar aún mas que la posibilidad de contagio.

Pero por otro lado la paranoia oficial (sea cual sea su verdadero motivo) parece dejar al desnudo la inmundicia del sistema de producción actual en el que hay que producir valor, supurar mercancías a cualquier precio. Posiblemente el coronavirus, y sin intentar comparaciones cuantitativas, haya salvado cientos de vidas. En principio por la total paralización de fabricas en el epicentro de la producción capitalista con la reducción de muertes en asesinatos laborales que ello conlleva, aunque si buceamos en la web es imposible encontrar estimaciones del numero de "accidentes" evitados en China o Italia. La paralización del transporte en varias regiones nos hace arribar a especulaciones similares.

Desde otro punto de vista, este parate de la producción (y la circulación) trajo aparejados una drástica reducción de la emisión de gases contaminantes y de efecto invernadero, con la consiguiente mejora en la calidad de vida de las personas que habitan las regiones afectadas, incluso bajando la cantidad de afecciones respiratorias por dicho motivo. Esta inesperada reducción en la polución debería llevarnos a reflexionar que alimentar al monstruo de la economía tiene como correlato la destrucción del hábitat donde nos movemos, mientras la cuarentena pasa, los arboles no se talan, el aire se limpia y el agua se vuelve cristalina (basta sólo con buscar fotos de Venecia donde sus otrora nauseabundos canales hoy se volvieron cristalinos y hasta algunos cisnes pasean por ellos).

Lamentablemente como fue decisión estatal paralizar la economía en determinadas regiones, la potestad de reiniciarla también corresponderá al Estado, es por esto que los momentáneos beneficios de dicha suspensión se verán revertidos en cuestión de días. Sin embargo estos ejemplos dejan una enseñanza al respecto de las prioridades de un sistema en la cual la producción de valor reina notablemente sobre la salud tanto de personas como del ecosistema terrestre mismo. Y nos orienta a pensar que el sistema productivo actual debe ser desmantelado para la supervivencia de la especie.

Tomado del muro de facebook Alberto Ghiraldo (biblio)

martes, 17 de marzo de 2020

5 demandas para sobrevivir el Covid19 con dignidad





[Argentina] Sobre la cuestión social del Covid19

16 de marzo de 2020. Biblioteca Alberto Ghiraldo


Cuando anochecía el domingo, el presidente Alberto Fernández anunció por cadena nacional la suspensión de las clases y el cierre de las fronteras por 15 días para minimizar la circulación del coronavirus.

Tal como viene repitiendo desde septiembre del año pasado la conclusión es la misma: «Evitemos estar en las calles». No se puede estar en la calle para protestar, ni para pasear, ni para simplemente encontrarnos. Con o sin pandemia, como decía el general: «De la casa al trabajo y del trabajo a la casa».

Si la situación es tan grave como para adoptar medidas que impiden el funcionamiento de las escuelas, y es necesario cerrar bares, estadios y otros recintos ¿por qué nos mandan a seguir trabajando hacinados y a viajar hacia el trabajo amontonados en el transporte público? ¡Para producir para las necesidades de la economía!

Ya hay cada vez menos que develar. Los Estados hablan abiertamente de imponer medidas de "aislamiento social". Y en muchos países se comienzan a imponer ajustes económicos cada vez mas duros en nombre de la pandemia. A la vez que se refuerzan los controles y la militarización de las ciudades.

El FMI publicó, antes de la pandemia, sus previsiones en el Foro Económico de Davos, y su pronóstico de crecimiento para 2020 daba a la baja. Sus principales conclusiones fueron que la economía mundial se encuentra en una situación «peligrosamente vulnerable». Tal como señala Zibechi y otros: la epidemia no es la causa de la crisis económica sino su catalizador.
Quienes trabajan con contrato seguirán haciéndolo en peores condiciones. Quienes trabajen informalmente deberán pensar como sobreviven. Y quienes buscan trabajo se encuentran con un mercado laboral aún mas cerrado. Quienes tienen hijos deberán hacer todo esto mientras intentan cuidarlos. Y muchos hogares, centros de violencia familiar, se concentrarán aún más lo cual será un infierno cotidiano. Ni que decir de la situación de las personas prisioneras en cárceles y campos de refugiados.

Pero ya en diferentes ciudades (pese al miedo, la desconfianza y el control) la solidaridad no se hace esperar, así como tampoco la autoorganización para dar pelea a las consecuencias sociales de una pandemia en un mundo capitalista.


Tomado del muro de facebook Alberto Ghiraldo (biblio) 
 

Una nota sobre coronavirus y colapso

15 de marzo de 2020. Carlos Taibo.

Me preguntan varias personas –y me hago yo también la pregunta- si lo que estamos viviendo en estas horas cabe situarlo en la órbita general del colapso o, al menos, en la antesala de éste. En realidad me he hecho la misma pregunta a menudo, en los últimos meses, cuando he tenido que sopesar la condición de muchos de los movimientos que se han registrado en escenarios dispares. Al fin y al cabo, los chalecos amarillos en Francia y la revuelta chilena –propongo dos ejemplos entre varios-, ¿no bebían en su origen de demandas vinculadas con el encarecimiento de las materias primas energéticas? A decir verdad, no tengo respuestas firmes para esas preguntas o, lo que es lo mismo, ignoro si fenómenos como los mencionados se sitúan en la lógica de funcionamiento normal del capitalismo y sus crisis cíclicas o, por el contrario, remiten a algo más profundo que mucho nos dice sobre el futuro que nos aguarda.

Cuando, tres o cuatro años atrás, escribí Colapso, me referí a dos causas mayores de este último –el cambio climático y el mentado agotamiento de las materias primas energéticas-, no sin identificar otras que, aparentemente secundarias, podrían oficiar como multiplicadores de las tensiones. Y en esa segunda rúbrica situé a epidemias y pandemias, y coloqué, también, la previsible expansión de los cánceres y las enfermedades cardiovasculares. A título provisional –no puede ser de otra manera- no veo motivo mayor para alterar el análisis, tanto más cuanto que, en la trastienda, se hace valer un elemento adicional importante.

Y es que el fortalecimiento del Estado y de las instituciones acompañantes al que asistimos en estas horas no parece ser lo propio del colapso, aunque pudiera serlo, eso sí, de su antesala. Me permito recordar la definición que propuse en el libro que acabo de recordar: “El colapso es un proceso, o un momento, del que se derivan varias consecuencias delicadas: cambios sustanciales, e irreversibles, en muchas relaciones, profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas, reducciones significativas en el tamaño de la población humana, una general pérdida de complejidad en todos los ámbitos -acompañada de una creciente fragmentación y de un retroceso de los flujos centralizadores-, la desaparición de las instituciones previamente existentes y, en fin, la quiebra de las ideologías legitimadoras, y de muchos de los mecanismos de comunicación, del orden antecesor”.

Es verdad, claro, que la consideración que acabo de formular en el párrafo anterior tiene un aliento limitado y que, de resultas, el escenario en el que estamos permite otras lecturas. Una de ellas sugerirá, sin ir más lejos, que la ineptitud palmaria de nuestros gobernantes, la inmundicia de la oposición –a la que no se le ocurre reclamar otra cosa que la restauración de una deleznable reforma laboral que en los hechos sigue, infelizmente, en pie- y el intento postrero de reconstruir una pirámide autoritario-represiva no reflejan sino debilidades que a duras penas ocultan la permanente sumisión de los diferentes poderes a los intereses del capital.

Para cerrar el círculo, y en virtud de un camino bien diferente, lo suyo es recordar que de por medio se han hecho valer fenómenos saludables que obligan a no descartar ningún escenario alternativo. Pienso en la reducción operada en los niveles planetarios de contaminación, en la conciencia, cada vez más clara, de los tributos que ha habido que pagar por el deterioro de los servicios sociales, en el freno brutal que ha experimentado en estas semanas la turistificación o, en fin, en la proliferación de redes de apoyo mutuo. Ignoro, claro, si todo esto será flor de un día o, por el contrario, está llamado a perseverar en el tiempo. Entre tanto, no me queda sino confesar que, con todas las cautelas, muchas de las circunstancias que nos rodean en estas horas me han recordado, y poderosamente, a materias de las que hube de ocuparme cuando escribí Colapso.

Extraído de www.carlostaibo.com

En la epidemia de emergencia fase 3: luego fue el turno de las fábricas y la clase obrera...

Publicado el 14 de marzo de 2020 - en Intervenciones -
por Sandro Moiso, Jack Orlando y Maurice Chevalier

Para tod@s l@s compas hispanohablantes, he traducido esta declaración de compas de Italia, donde las huelgas se están extendiendo en el contexto de la epidemia. (Alessi Dell'Umbria)



«Veamos a todos esos actores y cantantes que en la televisión o en los medios sociales, hermosos como el sol, invitan a la gente a quedarse en casa sonriendo. ¿Pero cómo hace un trabajador eso? …nos sentimos atrapados y nos preguntamos: ¿por qué estoy aquí?» (un trabajador de Brianza en «Repubblica»)

¿Por qué estamos aquí ya? ¿En la fábrica, encerrado en una casa, en cuarentena o en hospitales que están a punto de estallar? Eso es lo que mucha gente está empezando a preguntarse, como en una novela de Stephen King o en otra precuela o secuela de «The Walking Dead». 
Mientras tanto, sabemos la única respuesta segura que el gobierno de los homínidos y bufones parece querer y saber dar: los poderes de policía otorgados por decreto al ejército que patrulla las calles y otras medidas restrictivas para todos los ciudadanos, porque «después de la emergencia sanitaria y económica, el gobierno teme que la seguridad pública también pueda estallar, como ocurrió en las cárceles». Como se afirma en un artículo de Emiliano Fittipaldi y Giovanni Tizian, Coronavirus, ejército y fuerzas policiales en alerta: se necesita un plan contra el caos y los disturbios, en el último número del Espresso.

Por lo que a nosotros respecta, ya lo habíamos anunciado hace diez días y lo confirmamos el miércoles pasado: con las mínimas y necesarias pretensiones eliminadas, la represión y la militarización serían las únicas demostraciones de fuerza que daría un gobierno asustado por sus responsabilidades, por las posibles consecuencias electorales y en una aparente crisis de identidad perenne. Primero a los levantamientos en las cárceles italianas y ahora a las protestas espontáneas de los trabajadores, especialmente de las fábricas de metalistería del norte y del sur. Inevitablemente, tanto las protestas y revueltas como las respuestas dadas. Y veremos inmediatamente por qué.

Poco bastó para que salieran a la luz las odiosas características de clase de nuestra sociedad, que en otros momentos podían estar más o menos ocultas tras las pantallas formales de la democracia representativa y de la televisión, de los medios de comunicación zumbantes e inconclusos por naturaleza, o del ritual del consumo de bienes inútiles elevado a la única razón de vivir y realizado metódicamente todos los fines de semana en esos auténticos campos de concentración del psiquismo que seguimos llamando centros comerciales. De la manera más clara y obvia posible.

El Estado y los empresarios, individualmente o a través de sus asociaciones, han tirado la máscara. Sin pensarlo dos veces. Nos dijeron a la cara lo que Marx y Engels dijeron hace casi doscientos años en el Manifiesto del Partido Comunista: «el poder estatal moderno no es más que un comité que administra los asuntos comunes de toda la clase burguesa» (21 de febrero de 1848). Es el defensor y promotor de esos intereses. Tanto en la paz como en la guerra o durante una epidemia. Y en algunas de estas situaciones ya no puede ocultarlo.

Los trabajadores, por otra parte, aunque ayunando en teoría, al mismo tiempo, ven ahora en su propia piel que el cuento de hadas de la comunidad de intereses nacionales o el «bien común» no es otra cosa que eso. Lo entienden en su propia piel y en la de sus familias y, aunque es cierto que en algunos casos pueden haber sido engañados de su interés principal por vagas promesas sobre el trabajo, las hipotecas y el bienestar compartido, sólo pueden reaccionar. Ahora sale a la luz que sus intereses son completamente diferentes a los de los empleadores y el capital en su conjunto.

Se llama clase contra clase, lucha de clases o guerra de clases. No necesita ser declarado, existe de hecho. Todos los días, incluso si son los momentos de mayor intensidad de la catástrofe social los que revelan su existencia, sin ninguna posibilidad de compromiso. Una guerra sin cuartel que se ha librado tortuosamente durante años por la clase en el poder y sus mezquinos representantes políticos en una situación de normalidad, pero que revela toda su urgencia y ferocidad, con todo el aparato represivo y militar necesario en el terreno, cuando los actores inconscientes (los oprimidos y los trabajadores), empujados hasta el extremo por el miedo y la frustración, toman conciencia del juego y del verdadero papel de la carne de matadero que se ven obligados a desempeñar por los hechos concretos y dramáticos que los involucran, sin más pantalla institucional o retórica.

Eso es exactamente lo que ha sucedido y está sucediendo en estos días. 
El gobierno ha pretendido cerrarlo todo, pero ante las exigencias de las categorías individuales que ha cedido, en casi toda la línea. Si esto hubiera significado que actividades como perfumerías, ferreterías, lavanderías u otras permanecieran misteriosamente abiertas, habría significado muy poco. A lo sumo, la incapacidad del gobierno de mostrar el mismo puño de hierro que tan generosamente distribuyó entre los prisioneros en la revuelta.

El verdadero problema, disculpen el artificio retórico porque todos ustedes lo han pensado y entendido como lectores, fue causado por el hecho de que frente a las protestas, las huelgas espontáneas e incluso el absentismo (hasta el 40%) que se manifestaron en las fábricas frente a la obligación de continuar la producción, incluso en la ausencia parcial o total de cualquier medida para proteger la salud de los trabajadores, Conte y su gobierno apoyaron plenamente las exigencias de Confindustria. Añadiendo el daño a lo que ya era ridículo en sí mismo.

Desde Lombardía a toda la región del Valle del Po, hasta la ILVA de Taranto, los trabajadores comprendieron automáticamente que el intercambio de trabajo/salario contra la salud ya no era aceptable. Al igual que una ética de trabajo que antepone la productividad y la conciencia de la propia función productiva a cualquier otro requisito ya no puede ser aceptable. Esa ética de trabajo de estilo calvinista (con la que los trabajadores transfronterizos italianos empleados en Suiza, por ejemplo, hacen las cuentas) que denuncia como una especie de pecado todas las formas de ausencia del propio trabajo.

Junto con las huelgas, extendidas y numerosas en todo el país, es el número de ausencias de las fábricas lo que está en huelga. Por enfermedad u otras razones. Revelando así que la huida, la deserción, el absentismo son la primera manifestación de la revuelta individual contra la opresión y la condena implícitas en las restricciones para los soldados en guerra y para los trabajadores obligados a trabajar durante una epidemia que puede tener consecuencias mortales o muy graves para familias enteras. Son, contrariamente a lo que el laborismo suele denunciar e incluso a su pequeña manera, gestos atrevidos, micro resistencias, auténticos prodromes del rechazo colectivo y mejor organizado que vendrá.

Pero procedamos en orden, repasemos juntos los últimos días y sus consecuencias.

La propagación del virus covid19 en los lugares de trabajo, desde las pequeñas empresas hasta las fábricas medianas y grandes y las obras de construcción, refleja el clima del país y se desarrolla entre la propaganda bélica de los medios de comunicación que, por un lado, conduce a un aplanamiento de la unidad y la lealtad al Estado, y un negacionismo que subestima la extensión del virus (caracterizado por «no me pasan tantas cosas» o «es como una simple gripe»).

Esta situación, en los lugares de producción y de trabajo, invierte a una clase obrera y a un modo de producción marcado por años de derrotas, de recortes salariales y, sobre todo, del chantaje de mantener el «lugar», del miedo a encontrarse sin empleo o con un ingreso muy bajo.
Como siempre, el sindicato confederal (el Triple) busca un punto de encuentro con la Confindustria y el gobierno basado en proporcionar derechos de propiedad intelectual y garantizar las medidas de seguridad en el lugar de trabajo.
A medida que pasan los días y se agrava la situación, comienzan a difundirse los rumores de colegas afectados por la enfermedad (datos que muchas empresas ocultan), la primera respuesta general se manifiesta con un aumento del número de horas de asistencia mutua que en los días previos a las huelgas, según la declaración de Confindustria y de los sindicatos confederados, se estima en un 30-40% de «absentismo».

Los días previos al día de huelga del jueves 12 de marzo, salvo algunas iniciativas loables como la de S.I. Cobas el 11 de marzo en Pomigliano en la FCA Auto, ven prevalecer en las empresas un clima de confusión, miedo, rabia y espera. Se espera mucho del inminente decreto que se emite en la noche del 11 de marzo y que se anuncia a la nación por el discurso de Conte. Todo el mundo piensa que todos los trabajos serán cerrados, excepto los relacionados con los servicios esenciales. Las medidas del decreto, en realidad, prevén el cierre de tiendas, etc., pero excluyen por completo el cierre de centros de producción, confiando a las empresas individuales la elección de detenerse o no y exigiendo el cumplimiento general de las normas de seguridad.
Está claro que, después de días de enfrentamientos dentro de Confindustria y en la CGIL entre la FIOM y la CGIL, la lógica que antepone el beneficio a la salud gana una vez más.

El discurso de Conte se revela así, en un baño de realismo capitalista, una verdadera bofetada contra la clase obrera de los sectores productivos. Como en la época de las guerras mundiales del siglo pasado, una vez más los proletarios son carne de matadero. 
La medida, de hecho, favorece la continuidad de la producción sin imponer a las empresas la observanción exacta de las normas de seguridad en una especie de autorregulación y, por consiguiente, no queda claro cuán rígidas son las normas que se aplican en los territorios en relación con el comercio y la movilidad de las personas, mientras que esto no se aplica a las empresas.

La mañana del 12 de marzo, sin ninguna declaración de huelga de los sindicatos confederados, comienza con paradas en el interior de las fábricas y salidas en masa de las mismas, con huelgas espontáneas, con piquetes y guarniciones apoyadas por delegados internos -aunque a un metro de distancia- que involucran a todo el país, en particular a Liguria, Piamonte, Lombardía y Emilia Romaña.

En Génova se activa la huelga de los estibadores, en Mantua se detienen los Cornegliani, mientras que los S.I. Cobas proclaman la huelga provincial en Módena, huelga también en el Valeo di Mondovì, el Remolino de Caltanissetta, el MTM, IKK, Dierre, Trivium en Asti, Vercelli y Cuneo, por citar sólo algunos.
Todos los sectores están involucrados, desde la producción hasta la logística, incluso algunas de las siglas de los jinetes, cuyo paro laboral coincide con la ausencia total de salario.
La consigna en todos los lugares de trabajo es clara: cierre total.
Así como la lucha de los prisioneros de los días anteriores asumió la indulgencia y la amnistía como consignas, la de la clase obrera es un cierre absoluto.
Tanto en un caso como en otro, el sindicalismo y las asociaciones reformistas de la prisión intentan trasladar el tema a las condiciones de salud necesarias para permanecer en la «jaula» de la prisión y la fábrica.

Aunque dentro de las contradicciones del frente confederal con la Fiom, que cubre las huelgas y pide el cierre, pero luego en las palabras del secretario general declara «en las empresas ‘de acuerdo’ trabajaremos, en las que seguirán resistiendo seguiremos haciendo huelgas y no trabajando» dividiendo así el frente obrero, vemos de nuevo el auge de la palabra ‘trabajo’ por encima de todo. Esto se puede ver también en un folleto, distribuido a los trabajadores por la FILLEA CGIL (trabajadores de la construcción), que nos recuerda: «… que el trabajador no puede ausentarse del trabajo injustificadamente, no presentarse al trabajo en ausencia de medidas de la Autoridad Pública por la mera preocupación de contraer el virus y sin ningún otro motivo es un caso de ausencia injustificada sancionada disciplinariamente…» una verdadera intimidación disfrazada de información.

El día de la huelga coincide con el hecho de que las empresas ya no pueden ocultar los numerosos casos de contagio, como ocurrió en la obra de construcción del túnel del Fréjus, que trató durante unos días de silenciar la presencia de dos posibles infectados con el fin de no perder un contrato. El sitio de construcción fue entonces cerrado después del «descubrimiento» de una verdad conocida por todos, a saber, que no era seguro trabajar allí (distancias, etc.).
La situación del contagio en los puestos de trabajo se convierte en un boletín de guerra: desde los Pirelli de Settimo Torinese, donde el trabajador hospitalizado no es ciertamente un anciano y sin embargo está en cuidados intensivos, hasta el trabajador de SITAF en cuidados intensivos, el LEAR de Grugliasco, el Amazonas de Torrazza Piemonte, Piaggio, FIAT de Rivalta, etc.
Los sindicatos confederados, en lugar de lanzar la única consigna posible -huelga general hasta el cierre de las fábricas y astilleros-, abren mesas formales e informales con el fin de detener el conflicto de los trabajadores y encontrar mediaciones en el seno de la confindustria, el gobierno y las burocracias sindicales. En realidad se trata de un ballet de compañías que cierran por unos días por su cuenta con la excusa de sanear el ambiente.

El resultado de las diversas mesas será evidente para todos después de la reunión por videoconferencia del 13 de marzo entre el Gobierno y los interlocutores sociales que logrará el objetivo central de tomarse el tiempo y mantener a todos en el trabajo con un decreto que sigue aplazándose y con propuestas como la distribución de guantes y máscaras a todos, admitidas y no permitidas para ser realmente aplicadas. Es perfectamente comprensible, para aquellos que conocen los lugares de producción, como cantinas, vestuarios, máquinas de café y la colocación de la maquinaria, que todos han sido aplastados, y es prácticamente imposible mantener una distancia segura.

Como es evidente, si la «solución» fueran las máscaras y los guantes, no está claro por qué se han cerrado las tiendas de los pequeños pueblos, donde es muy factible entrar una persona a la vez y no las fábricas.

Así lo entienden los trabajadores de las grandes empresas de Turín, donde la producción se detiene en las empresas metalúrgicas (Meccanica di Mirafiori, Mopar, Denso, Teksid, MAU, Maserati, Thales Alenia Space, Carrozzeria di Mirafiori, sólo por nombrar algunas) llegan a doce mil trabajadores en un día. La preocupación por el número de infectados en las fábricas aumenta y el número de los que se cruzan de brazos, en una espiral que parece, sobre todo en el frente de la lucha, imparable.

En la mañana del 14 de marzo la burla se cumple, los sindicatos confederados y el gobierno firman un protocolo que confirma cómo se abordará el tema empresa por empresa y el cierre se contemplará sólo para adaptar los lugares a las normas de seguridad sanitaria. En lugar de unir y generalizar la lucha de los trabajadores, las confederaciones sindicales los aíslan empresa por empresa y delegan la protección de la salud a los representantes de la seguridad (RLS).
Habrá que esperar hasta el lunes, cuando se reabran los puestos de trabajo, para ver cuál será la respuesta concreta de los trabajadores, si se incrementará lo que la patronal sindical y las burocracias llaman «absentismo», si se volverá a empezar con huelgas y paros o si el truco de «garantizar la salud mientras se trabaja» con el chantaje del lugar de trabajo prevalecerá sobre el miedo, la rabia y la rebelión que puede poner en duda la pasividad conflictiva de los últimos decenios.

Somos parciales, es verdad y lo declaramos abiertamente porque la tarea de los que quieren cuestionar el capitalismo es obvia: soplar en el fuego.
Y es precisamente por esta razón que queremos destacar algunas cosas más. Por ejemplo, las razones dadas para mantener las fábricas abiertas. Como las del presidente de Confindustria Lombardía, Marco Bonometti: «Ante la creciente emergencia del Coronavirus, es esencial mantener abiertas las empresas. Las empresas lombardas, fuertemente orientadas a seguir garantizando la continuidad del negocio, se comprometen a reforzar sus medidas de prevención y contención de la epidemia en línea con las indicaciones de la ISS «1 . Ahora los datos deben proporcionarse no por grupos de edad, sino por función social (empleados, pensionistas, desempleados, amas de casa, trabajadores autónomos, estudiantes) para tener una imagen más precisa de la situación real, tanto dentro como fuera del lugar de trabajo. Las mismas zonas donde, mientras escribimos, la producción manufacturera se detiene con una adhesión del 100% a las huelgas y a la protesta de las enfermeras, dejadas cada vez más a menudo sin tampones y sin protecciones para tomar turnos masivos expuestos al contagio2 propio y ajeno y donde hoy otro trabajador sanitario ha perdido la vida a causa del virus.

Otros representantes de empresas individuales se expresaron de la siguiente manera: «No hay cierres temporales de carácter voluntario y facultativo. Conducirían a desequilibrios y disparidades. Nuestras empresas ya están sufriendo dificultades económicas y no sufriríamos menos como resultado «3. La lógica férrea del interés individual, disfrazada de lo habitual o de todo o de nada (lo que está destinado a conducir casi siempre a nada). Acompañada de estas últimas reflexiones desde el verdadero corazón de los intereses de los empresarios, que no conciernen a la salud colectiva sino a la exportación, como afirma Douglas Sivieri en una entrevista con Apindustria: «Los datos confirman una tendencia negativa que ya habíamos observado en 2019 (3,7% menos que en 2018). Sin embargo, serán datos que lamentaremos y creo que cualquiera, en este momento, se inscribiría para tener los números de 2019 a finales de 2020″4.
Cogito ergo sum: mejor el aumento porcentual de infectados y muertos, que una nueva disminución porcentual de las exportaciones. Sin embargo, es difícil convencer a los trabajadores con estos discursos.

Así que ese es el llamado nacional a las armas, como solía ser. Cada vez hay más invitaciones para cantar el Himno de Mameli y Bella ciao desde los balcones o para recitar oraciones en el tejado de la Catedral de Milán, como ha hecho el Arzobispo de Milán en los últimos días, para una bela Madunina que, al parecer, puede servir tanto para invocaciones de carácter medieval como para coros nacionales-populares.

Luego vino el incomparable Tito Boeri, con su perorata por los trabajadores del frente5, en la que una vez más pedía la abolición de la cuota 100 (su bestia negra), la rebaja de los salarios de los empleados de las compañías aéreas (como si no estuvieran ya cerrando por su cuenta, por las malas administraciones que se han sucedido a lo largo de los años y ciertamente no sólo por los salarios de los empleados) y otras amenidades retóricas semejantes, insertas en un clima de guerra que debe acostumbrarnos a lo que está por venir: el gran sacrificio común.

Ahora, después de la explosión de las prisiones, con el avance de la insubordinación en el lugar de trabajo, la demanda cada vez más apremiante de nuevas medidas policiales por parte de los sectores del Estado más reaccionarios, la intolerancia que parece aumentar junto con las multas por violación de la cuarentena, queda por ver dónde y cuándo todo este conflicto, por ahora latente y comprimido, encontrará su cauce de liberación soldando micro resistencias individuales, rechazo colectivo e intolerancia a esta perenne condición de miseria, en un gran incendio.

Más de cien años después, la verdadera cuestión sigue siendo la planteada por Rosa Luxemburgo: socialización o barbarie.
Seguimos a favor de lo primero, contra esta barbarie disfrazada de progreso y desarrollo.
Pero esta vez ya no seremos nosotros los que paguen.