Entrevista realizada a Emilio Minassian por zyg en octubre/noviembre de 2024
Introducción de DNDF: En el marco de los intercambios que han tenido lugar aquí y allá y en dndf tras nuestra publicación de una primera entrevista al camarada Minassian, Gaza: "una militarización extrema de la guerra de clases en Israel-Palestina", reproducimos la entrevista en dos partes que acaba de conceder a Courant Alternatif este diciembre de 2024.
1ª parte
Como continuación y profundización del debate que tuvo lugar con Emilio Minassian en los Rencontres Libertaires du Quercy de este verano, para defender una lectura y una perspectiva de clase de la situación en Palestina-Israel, le planteamos algunas preguntas. En la primera parte, hablaremos de la integración de la región Israel/Palestina en el capitalismo mundial y de la composición de clase de Palestina. En la próxima, analizaremos las implicaciones para las luchas proletarias y la lucha de liberación nacional.
• A modo de introducción
Primero, unas palabras sobre "desde dónde hablo", como suele decirse. No soy palestino, pero he pasado regularmente algunos meses en Cisjordania durante los últimos veinte años, haciendo cosas habituales de los occidentales de izquierdas que visitan los Territorios: actividades de solidaridad, documentales cortos, investigación académica sin seguimiento. No cabe duda de que en muchos lugares ha sido una forma de turismo militante, con un toque marxista.
Rápidamente intenté evitar los marcos sociales en los que se proyecta el activismo propalestino, pasando el rato con los "profesionales" de la narrativa de la opresión, en encuentros estructurados. Lo he conseguido en mayor o menor medida, según el periodo, el contexto y la energía gastada, y más a menudo con los desocupados y los maleantes de los campos de refugiados que con los trabajadores (por no hablar de las trabajadoras): los desocupados tienen tiempo libre, y los maleantes a menudo quieren compartir sus historias de lucha contra las fuerzas armadas (tanto israelíes como palestinas), de encarcelamiento y tortura (practicadas en las cárceles israelíes y palestinas).
Abrir la boca para decir que "en Palestina hay clases sociales" puede parecer fuera de lugar en un contexto en el que la población de Gaza lleva un año ahogada bajo las bombas. Sin duda no lo haría, o lo haría de otra manera, si hubiera pasado mi vida en Gaza y no en Cisjordania. No lo hago para distanciarme de la masacre, sino para combatir la idea de una alteridad radical, de una exterioridad, de lo que ocurre en términos de relaciones sociales capitalistas, allí como aquí.
• Usted defiende la idea de que Israel-Palestina es una unidad en el espacio capitalista mundial y regional. ¿Puede explicar por qué?
Originalmente, el proyecto sionista preveía una sociedad judía separada en Palestina. Este proyecto condujo a la limpieza étnica de 1947-1948, que, aunque no fue total, creó una zona "judía", entonces esencialmente de origen europeo. En 1967, con la ocupación de la Franja de Gaza y Cisjordania, que habían sido anexionadas por Egipto y Jordania respectivamente, la población del territorio administrado por Israel dejó de ser esencialmente judía. Al mismo tiempo se fue construyendo un nacionalismo específicamente palestino -y ya no "árabe"-. Esto dio la impresión de que se enfrentaban dos "naciones" en el mismo territorio. Pero hasta la fecha, de este nacionalismo palestino no ha surgido ninguna entidad estatal separada, salvo sobre la base de la administración de "bolsas" en Gaza y Cisjordania. El territorio controlado por Israel no está formado, por un lado, por territorios judíos y, por otro, por territorios palestinos. Hay muchas zonas predominantemente palestinas en los territorios del Estado formado en 1948, y una gran población de colonos en Cisjordania. Este territorio es un rompecabezas en el que las distinciones nacionales, siempre que abandonemos las afiliaciones subjetivas, son a su vez objeto de múltiples subdivisiones que, aunque étnicas (incluso en el lado "judío"), son ahora de carácter social y forman parte todas ellas de la economía israelí.
Partir de la "unidad de espacio" entre Israel y Palestina es, por tanto, una forma de alejarse de un análisis de la cuestión palestina vista como la de un "pueblo sin Estado", unificado por un sentimiento compartido de pertenencia y una única desposesión. Esta lectura tiende a esencializar categorías nacionales que se producen socialmente, y también a anclar la violencia del Estado israelí en una continuidad desde 1948, continuidad que no tiene en cuenta su lugar en la dinámica mundial.
Lo que está ocurriendo desde hace un año no es una guerra, en la que se enfrentan dos espacios nacionales, ni una empresa de conquista destinada a acaparar recursos y mercados. No es el "pueblo palestino" ahogado bajo las bombas en el marco de una lucha por la existencia entre dos naciones. La Franja de Gaza no es una entidad social fuera de Israel. Lleva casi sesenta años integrada en el mercado israelí, en el capitalismo israelí. La inmensa mayoría de los palestinos que viven allí son proletarios sin recursos propios que consumen productos israelíes, que compran con moneda israelí, pero que no son trabajadores cuyo trabajo se explota. Son supernumerarios [población sobrante] a los que el capital israelí expulsó del mercado laboral en los años 90 y estacionó en una enorme "reserva" a unas decenas de kilómetros de Tel Aviv, en una lógica de animalización inscrita en la historia colonial.
• ¿Puede detallar la historia de la integración de esta zona (y su mano de obra) en el mercado capitalista?
Desde el punto de vista del mercado, el espacio "palestino" se creó con la partición del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial. El punto de partida era una situación dominada por estructuras feudales y los inicios de una burguesía comercial. El Mandato y el sionismo marcaron el verdadero inicio de la proletarización del campesinado árabe palestino, pero el verdadero detonante fue 1948 y la Nakba. La burguesía palestina y los señores feudales abandonaron el territorio bajo control israelí con sus enseres bajo el brazo; los campesinos palestinos, en su mayoría aparceros, fueron expulsados de sus tierras y hacinados en campos.
El colonialismo israelí puede dividirse en tres ciclos. En la primera fase (1948-1967), el campesinado palestino se enfrentó a una tipología similar a la de un asentamiento: limpieza étnica, acaparamiento de tierras, capital y mano de obra "judíos". Esto tiene un corolario, como he dicho antes, que es la importación de un proletariado judío del mundo árabe, a su vez etnificado y atrapado en una relación colonial de animalización-explotación. Durante este periodo, el capital se acumuló bajo el férreo dominio de un Estado planificador omnipotente, dirigido por élites asquenazíes y socialistas, con el sindicalismo integrado en el Estado.
En una segunda fase, entre 1967 y alrededor de 1990, con la conquista de Gaza y Cisjordania, se pasó a una situación colonial del tipo "explotación de la mano de obra autóctona". El capitalismo israelí entró en una fase de integración intensiva con el capital internacional, sobre todo a través de la industria militar. Durante unos veinte años, el proletariado de los campos de Gaza y Cisjordania se integró masivamente en el sector asalariado, en los sectores menos cualificados: construcción, agricultura, etc.
Los acuerdos de Oslo abrieron una nueva fase, la de una relación colonial estructurada en torno a la figura del supernumerario palestino y la subcontratación de su gestión. Israel conservó el control del territorio, prosiguió su ofensiva de destrucción del campesinado y confió la gestión de los proletarios palestinos, estacionados en zonas urbanas cerradas, a un equipo de gestión nacional surgido de la lucha de liberación.
En este contexto, la burguesía comercial que había escapado a la Nakba -la asentada en Hebrón y Nablús, que se encontraba en el territorio anexionado por Jordania entre 1948 y 1967- se integró con esta clase dirigente procedente de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina). Esta última, integrada en el aparato de seguridad de la AP (Autoridad Palestina), tiene un doble origen: están los cuadros de "fuera", que llegaron en las maletas de Arafat entre 1994 y 1996, y los de "dentro", procedentes de la primera Intifada y de las cárceles israelíes. Es una clase compuesta, dividida en facciones enfrentadas. Se beneficia de la seguridad internacional, pero también controla sectores enteros de la economía en los territorios, en la construcción, las infraestructuras, la telefonía y, por supuesto, la importación-exportación con Israel. Todos estos sectores están relacionados con el mercado y las inversiones israelíes.
• ¿No marca la guerra de Gaza el inicio de una nueva fase?
Podría pensarse que sí. La fase posterior a [el acuerdo de] Oslo estuvo marcada por la inflación de las técnicas de control desplegadas por Israel sobre este proletariado que se había vuelto esencialmente improductivo: división del territorio en microzonas, introducción de un sistema de permisos delirantes para autorizar los desplazamientos, el trabajo, el acceso a la sanidad, el archivo general, vigilancia de las redes sociales, sistema de reconocimiento informatizado, pero también utilización masiva de la aleatoriedad (en las detenciones, la apertura o el cierre de los pasos fronterizos, el acceso a los permisos) para "probar" los comportamientos. Estas tecnologías y conocimientos se exportaron masivamente y, por tanto, produjeron valor.
Me parece que el año pasado entramos en la fase militar de esta lógica de experimentación. La práctica actual de destrucción y masacre no sólo no tiene límites: es meticulosa, bien pensada y controlada, y al mismo tiempo es difícil imaginar qué "victoria" se busca. Mi hipótesis es que las masacres de Gaza constituyen una secuencia de experimentos, de valor para el capitalismo global -al igual que, de otra manera, la lógica de "parar y seguir" de la economía global durante los Covid tuvo una fuerte dimensión de "biopoder". Eso sí, no se trata de ser posmoderno y decir que alguna lógica de dominación se ha vuelto autónoma de las relaciones capitalistas. Los proletarios supernumerarios de Gaza ya no tienen una función productiva para el capital israelí, pero el sector puntero de las tecnologías de control, con su alto valor añadido, los "necesita" como conejillos de indias para que luego puedan formar parte de una circulación internacional. Se ensayan los bombardeos y la elaboración de perfiles de individuos mediante inteligencia artificial, se gestiona con meticulosidad la relación con el hambre para mantenerlos constantemente al borde de la desnutrición (hasta ahora), se hace lo mismo con las epidemias, etcétera.
Esta lógica de agresión militar sin fin contra los proletarios supernumerarios de Gaza es apoyada a distancia por las potencias occidentales: todas las posturas políticas que llaman a la moderación no son más que teatro (sólo hay que comparar la cuestión de las entregas de armas con Ucrania para ver que sus aliados no ponen límites a la maquinaria de guerra israelí).
• Usted habla de una burguesía y un proletariado en Palestina. ¿Podría hacernos un retrato de la composición de clase en Gaza y Cisjordania y decirnos cuáles son las condiciones para la lucha entre estas clases? ¿El estatuto de Israel determina la pertenencia a una clase?
La burguesía palestina no forma una clase nacional firmemente constituida: sigue dependiendo efectivamente de su sumisión al capital israelí y al Estado israelí. Los capitalistas palestinos (si entendemos "de origen palestino"), en cuanto tengan libertad para invertir, preferirán espontáneamente realizar su capital fuera del territorio palestino y, por tanto, fuera del marco nacional israelí. Es innegable que la ocupación israelí ha limitado el desarrollo de una clase capitalista palestina territorializada. Una investigadora estadounidense (Sara Roy) ha popularizado la noción de "des-desarrollo" para referirse al modo en que Israel ha impedido la creación de una economía de mercado "libre", es decir, que forme parte del mercado mundial, en los territorios. La ocupación ha dirigido el desarrollo del capitalismo en Gaza y Cisjordania en la dirección de la complementariedad exclusiva y subordinada, ha moldeado la producción en una lógica de subcontratación, y los capitalistas israelíes se han labrado un mercado cautivo en los Territorios. La burguesía empresarial palestina tiene todas las razones para resentirse de la ocupación: está confinada al sector del tráfico, es una burguesía “compradora”, por utilizar un término acuñado por los trotskistas. ¿Significa esto que sus luchas son las de los proletarios de los Territorios? A menos que creamos en el escurrimiento [ruissellement], debemos dudarlo.
Por otra parte, lo que está en el centro de la dinámica social que atraviesa los Territorios es la burguesía "política" formada en el contexto de los acuerdos de Oslo, cuyo destino está ligado a la gestión del proletariado palestino. En su sociología, ella misma desciende en gran medida de este proletariado. Se ha impuesto a las clases dirigentes tradicionales (las llamadas "grandes familias"), que le han jurado lealtad, y ha penetrado en su mundo. Sus mandos intermedios (de Hamás en Gaza, pero sobre todo de Fatah en Cisjordania) constituyen una fuerza de supervisión del proletariado supernumerario "sobre el terreno". Se encuentran en la intersección del mundo de la militancia y el mundo de las rentas de los donantes internacionales. Son a la vez fuertemente contestados (en la medida en que hacen todo lo posible por "cerrar la puerta detrás de ellos") y solicitados para acceder a los salarios; y han encarnado una forma de ascenso social y de revancha de clase a través de la lucha política.
Hablar de un proletariado supernumerario no implica que la gente no trabaje, sino que ha sido empujada a los márgenes de la explotación capitalista. Muchos trabajan de forma caótica, en pequeñas estructuras, a menudo comerciales, por salarios miserables y sin contrato (unos 10 dólares al día, mientras que el coste de los bienes está indexado a los del mercado israelí).
Otros, en Cisjordania, siguieron trabajando en Israel, en la construcción, la restauración o la agricultura, en condiciones muy precarias, ya fuera cruzando ilegalmente o dependiendo de intermediarios para acceder a permisos que podían ser revocados en cualquier momento (están suspendidos desde el 7 de octubre). Los trabajadores contratados cobraban unos 1.400 euros al mes, de los que había que deducir los prohibitivos costes del "pasaje" y, a menudo, la compra de permisos de trabajo.
En Cisjordania también persiste una economía campesina, a menudo "de reserva" y bajo la presión de la colonización. La dinámica de proletarización del campesinado no ha cesado desde los inicios del sionismo, como consecuencia directa del proceso de acaparamiento de tierras y de rentabilización de las mismas.
Y luego está el mundo de las rentas políticas, derivadas del dinero vertido por los donantes internacionales para defender formas de estabilidad relativa ligadas a sus intereses. Estas rentas mantienen entre un cuarto y un tercio de la población, teniendo en cuenta que el 40% de los empleados del sector público trabajan para las fuerzas de seguridad de la AP. Se les paga según la escala legal de salarios "formales", unos 450 euros al mes, pero los fondos pagados a la AP por sus donantes y por Israel (a través de un sistema de retrocesión de impuestos) están bajo amenaza constante de ser cortados, lo que lleva a suspensiones salariales.
Además, parte de esta renta política es malversada por los cuadros políticos en beneficio propio, para mantener sus clientelas y desarrollar inversiones en el sector informal. Una gran parte del proletariado supernumerario sobrevive gracias a estas malversaciones. Se trata de una población socialmente inquieta, que se integró masivamente en la fuerza de trabajo en Israel en los años 1970-1980, y que se movilizó masivamente durante las dos Intifadas. Se concentra en los campos de refugiados, que históricamente han sido el caldo de cultivo de las "clases peligrosas" palestinas y siguen siéndolo hoy en día. Tanto en Gaza como en Cisjordania, de Jabaliya a Yenín, estos "suburbios dentro de los suburbios" están bajo el fuego constante del ejército israelí.
La volatilidad de la estructura social en los Territorios Ocupados es, por tanto, significativa. La burguesía política y especialmente sus dirigentes están siempre bajo la amenaza de retroceder, es decir, de ser degradados por Israel de la condición de colaboradores a la de combatientes de la resistencia y, por tanto, de ser encarcelados.
• ¿Y en Gaza?
En Gaza, durante el período en que Hamás estuvo en el poder (desde 2007), la centralidad de las rentas políticas y de una burguesía esencialmente "compradora" integrada en los circuitos políticos siguió siendo la misma, pero en un contexto de bloqueo, con inversiones aún más débiles y una volatilidad exacerbada. Las rentas procedían del control de la circulación de mercancías y de las prebendas internacionales de Qatar e Irán. Los empresarios que han amasado fortunas en los últimos años (en la economía de túneles, por ejemplo) lo han hecho en asociación con el aparato de seguridad de Hamás.
¿Podemos hablar siquiera de una estructura de clases en la situación actual de Gaza? Incluso en este tipo de situación, en la que cada mañana es incierto, siempre hay grupos de individuos (vinculados a Hamás, a organizaciones militares basadas en clanes, o formados sobre la base de bandas) que consiguen hacer negocio. Pero eso no constituye una estructura de clases, o bien se trata de una estructura de clases de tipo concentracionario, que no forma parte de ninguna reproducción social a lo largo del tiempo.
2ª parte
Como continuación y profundización del debate que tuvo lugar con Emilio Minassian en los Rencontres Libertaires du Quercy de este verano, para defender una lectura y una perspectiva de clase de la situación en Palestina-Israel, le planteamos algunas preguntas. En la primera parte (CA n° 345), hablamos de la integración de la región Israel/Palestina en el capitalismo mundial y de la composición de clase en Palestina. En este número, queremos discutir las implicaciones de esta composición de clase para las luchas proletarias y la lucha de liberación nacional.
• ¿No puede la lucha de liberación nacional, por muy interclasista que sea, aflojar el dominio de clase de los proletarios palestinos? Porque es posible que la colonización israelí proteja a la burguesía palestina de una extensión de las contradicciones de clase.
¿Cuál es el estado actual de la lucha de liberación nacional en Palestina? ¿Sigue existiendo? La lucha de liberación nacional es ciertamente una perspectiva (un Estado nacional libre del colonizador), y podemos considerar que esta perspectiva sigue siendo válida en Palestina mientras persista el colonialismo. Pero, ¿qué ocurre con el proceso de movilización? Históricamente, la movilización siempre ha tenido lugar en torno a formaciones políticas, actuando al mismo tiempo sobre la estructura de clases.
En Palestina, la lucha por la liberación nacional se encarnó en los partidos de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), actores de lo que se ha dado en llamar la "revolución palestina" tras la guerra de 1967: fue en torno a estos partidos (Fatah, FPLP -Frente Popular para la Liberación de Palestina- y todas las escisiones que surgieron) donde tomó forma un movimiento social que trastocó las jerarquías tradicionales heredadas del mundo feudal. La "revolución palestina" dio lugar a una clase dirigente procedente de la pequeña burguesía intelectual en el exilio que, mediante la circulación de rentas políticas, integró al proletariado de los campos de refugiados de Jordania, Líbano y Siria (y a veces a proletarios no palestinos de esos países) en las organizaciones de lucha. La burguesía tradicional no fue derrocada, pero fue sacudida: fue llevada a negociar con estas organizaciones para protegerse de los proletarios armados que llevaban sus colores. Este es el motor clásico de los movimientos de liberación nacional: la absorción, por una dirección política que aspira a transformarse en aparato de Estado, de un movimiento social proletario o campesino o, las más de las veces -y este fue el caso de Palestina-, de una parte de la proletarización de las masas campesinas resultante de las relaciones coloniales. Luego, en los años 80, el proceso se extendió a Gaza y Cisjordania, pero sin la dimensión militar: la primera Intifada comenzó como una revuelta de los proletarios de los Territorios Ocupados (en gran parte los que vivían en los campos de refugiados) explotados por el capital israelí; sólo más tarde la OLP la "recuperó" para convertirla en un movimiento político nacional.
¿Qué ocurrió después? En el modelo "clásico", cuando la dirección política se hace cargo del Estado, los intereses del movimiento social y de la formación política se desvinculan, y los proletarios vuelven a ser enviados a trabajar por el Estado nacional, supuestamente al servicio de las masas. Lo particular de Palestina es que esta desconexión se produjo sin que se hubiera logrado la independencia: al final del periodo que va de los Acuerdos de Oslo a la segunda Intifada (1993-2004), la dirección nacional abandonó la lucha por la independencia para conformarse con las rentas y los mercados concedidos por Israel. Desde entonces, la opresión de los proletarios sigue tomando la forma de la ocupación y la colonización israelíes, pero sin ninguna perspectiva de lucha ofrecida por las organizaciones políticas surgidas de la lucha de liberación nacional, porque sus dirigentes son ahora subcontratistas de esta configuración. Es la famosa "doble ocupación", omnipresente en el discurso de Cisjordania.
• ¿No ha tomado el poder Hamás?
En algunos aspectos, Hamás ha seguido los pasos de la OLP. La composición social de sus dirigentes es similar: clases medias sin capital propio, licenciados universitarios, que caminan por una fina línea entre una base proletaria y los intereses de la burguesía comercial. Pero Hamás, a diferencia de la OLP, no se basa en un movimiento social. Ha formado una especie de contrasociedad piadosa y jerárquica que respeta el orden social. Ha integrado a los proletarios en sus filas mediante el reclutamiento y nunca ha tratado de captar su actividad autónoma en sus negociaciones con la burguesía.
A este respecto, creo que hay que distinguir, al menos metodológicamente, entre la noción de lucha, que implica una forma de acción autónoma, apuestas materiales y contradicciones sociales, y la de "resistencia" tal y como la utilizan organizaciones militares jerarquizadas como las Brigadas Al-Qassam en Gaza. Hamás puede pretender legítimamente formar parte de la resistencia (como Hezbolá y otros grupos político-militares de la región), pero tiene que basarse en un modelo militar centralizado y jerárquico, separando a la población de sus "tropas" y estando dispuesto a liberar a estas últimas para reprimir las luchas.
A mediados de la década de 2000, algunos dentro de Hamás le empujaron a unirse al marco de los acuerdos de autonomía participando en las elecciones, es decir, a posicionarse, siguiendo a Fatah, como subcontratista de Israel en la gestión de los proletarios de los Territorios. Esto es lo que acabó haciendo cuando se hizo con el poder en Gaza en 2007. Como lo hizo militarmente, y sin negociar con el ocupante, pudo mantener su cara de intransigencia, pero no obstante se convirtió, objetivamente, en un subcontratista local en la gestión de los proletarios excedentes.
Durante dieciséis años, Hamás administró la franja, gestionó las relaciones con Israel (mediante negociaciones y misiles), reprimió las luchas y permitió que una clase de empresarios se enriqueciera bajo su ala. Hasta que, de repente, el 7 de octubre de 2023, abandonó su papel de subcontratista y, me imagino, reinvirtió su dimensión de organización político-militar transnacional del tipo de Hezbolá. Al hacerlo, ha sacrificado a la clase de empresarios gazatíes que se había desarrollado bajo su ala. Podemos suponer que esta reorientación no ha estado exenta de tiras y aflojas internos, que refleja la ruptura de una vieja contradicción en su seno entre su rama político-militar con una fuerte clientela proletaria y su franja insertada en la burguesía empresarial palestina.
• La dominación británica, luego la colonización sionista, la enorme proporción de refugiados, el ejercicio cotidiano de la violencia colonial, etc., han construido materialmente una identificación común de los palestinos y su resistencia expresada bajo la forma del término "pueblo". ¿Refleja esta construcción únicamente el discurso de las élites palestinas?
Esta identificación existe evidentemente, pero hay que preguntarse qué ocurre detrás. No trato de decir a toda costa "los pueblos no existen, es una mistificación de la clase dominante destinada a enmascarar su dominación"; y menos aún "si cayera la máscara, los proletarios tomarían conciencia de sus intereses de clase".
La idea de un pueblo palestino no es exclusiva de las élites palestinas; a veces incluso se utiliza contra ellas. La cuestión es: ¿qué luchas se libran dentro de la categoría "pueblo", abierta o encubiertamente, entre los diferentes segmentos de clase que la esgrimen? No por identificarnos con un pueblo dejamos de luchar desde nuestra posición social.
Y volvemos a lo que decía sobre la lucha de liberación nacional y el interclasismo. En los años 1960-1990, la OLP necesitaba las luchas proletarias para negociar su parte del pastel con Israel, mientras que los proletarios utilizaban su dirección "nacional" como medio para legitimar sus luchas contra las élites. En los Territorios, la primera Intifada fue el apogeo de esta doble lógica de captura del movimiento social por la dirección política y de utilización de la lucha nacional por el movimiento social. Pero entre 2002 y 2005, las luchas proletarias y las de las direcciones nacionales, que hasta entonces habían trabajado juntas (en conflicto), dejaron de hacerlo. Tras el fracaso de la segunda Intifada (que en sus primeros meses continuó la misma lógica interclasista que vinculaba a los proletarios amotinados o armados con los dirigentes políticos), las direcciones nacionales (en Cisjordania e incluso en Gaza) entraron en una lógica de represión de las luchas, incluidas las que movilizaban el lenguaje de la liberación nacional.
Aunque pueda parecer contraintuitivo, desde el fracaso de la segunda Intifada, las luchas proletarias en los Territorios han tenido como principal adversario un marco nacional palestino. Esto se debe sencillamente a que están en conflicto con él, porque desempeñan el papel de amortiguador. Israel se ha liberado de la carga de la reproducción de la población, que ha traspasado a los dirigentes palestinos. Israel interviene en las aglomeraciones de Cisjordania con un enfoque de "redada", y en Gaza con un enfoque de masacre.
• ¿Y las luchas de los últimos 20 años fuera/contra los partidos?
Por hablar de lo que mejor conozco (solo he estado una vez en Gaza, en 2002), en 2015-2016, en el norte de Cisjordania, hubo una insurrección latente del proletariado de los campos de refugiados contra la Autoridad Palestina (AP). En su momento se habló de una Intifada "interna", cuyo epicentro fue el campo de Balata, a las afueras de Nablus. Este movimiento social hizo retroceder a la policía palestina, dejando espacio para que los jóvenes reformaran grupos armados en sus bases, al margen de la jerarquía del partido, y se impusieran socialmente frente a los notables vinculados a la AP en Naplusa y Yenín. Los enfrentamientos de la primavera de 2021 (revueltas en Jerusalén y en las ciudades palestinas de los territorios israelíes "de 1948", ofensiva político-militar de Hamás, anulación de las elecciones por la AP) clavaron el clavo: la AP se encontró debilitada y esto calmó un poco su deseo de gobierno autoritario.
Lo que me pareció interesante del ciclo de disturbios de 2015-2016 fue que mucha gente mantenía un discurso (que solo es contradictorio en apariencia) en el sentido de que la administración palestina impedía tanto la confrontación física con la ocupación como el acceso a la economía israelí como trabajador. Había nostalgia por los días en que "trabajábamos para los israelíes de día y lanzábamos molotov a los israelíes de noche".
Ese mismo año se produjo una importante huelga de profesores empleados por la AP, que ésta consiguió neutralizar recurriendo a la intimidación, la represión y el chantaje, siguiendo el modelo de los regímenes "árabes" de la región, pero que constituyó una secuencia de protesta social que sacudió los cimientos de su control político.
• ¿Por qué nuestro campo político guarda tanto silencio sobre estas luchas?
La AP y la burguesía palestina están omnipresentes en el discurso de Cisjordania como fuente de opresión. Pero hay que tener en cuenta las situaciones de interacción, por supuesto: los activistas blancos de vacaciones en los Territorios nos apropiamos de una función: la de dar testimonio para contrarrestar la máquina de propaganda israelí. Esta apropiación la llevan a cabo esencialmente las clases medias, que de un modo u otro forman parte de una lógica de acceso al capital (material o simbólico) de Occidente, y es un hecho que nadie espera solidaridad en la lucha de clases contra los explotadores palestinos. Así que las personas atrapadas en estas relaciones "internas" de explotación (desde un punto de vista nacional) van a hablar contigo de ello, todo el tiempo incluso, pero no vamos a investir este discurso con la dimensión de un mensaje político - excepto en momentos de extrema tensión, como fue el caso en 2015-2016 en el norte de Cisjordania.
Lo que los proletarios palestinos experimentan como proletarios apenas llega a nuestros oídos, lo que no es de extrañar: esta experiencia no está contenida en la "causa nacional" que los cuadros políticos transmiten a sus relevos en el exterior.
• ¿Qué perspectivas comunes pueden tener los proletarios de esta zona?
Israel representa la imagen de un futuro de pesadilla: el de un Estado perteneciente al bloque central de países capitalistas que ha reproducido en su territorio la zonificación mundial de la fuerza de trabajo observada en la división mundial del trabajo. Esta zonificación social tiene lugar en una cuasi-conurbación: la distancia entre Gaza y Tel Aviv es apenas mayor que la que separa París de Mantes-la-Jolie. Y funciona sobre la base de la etnicidad (se trata de una constante en la historia de Israel y de muchos otros Estados, incluso fuera del contexto de la lucha nacional: antes de la ocupación de Cisjordania y Gaza, eran los proletarios judíos "importados" de los países árabes quienes pagaban el precio).
Pero en los últimos veinte años, el Estado se ha impuesto como garante no sólo de la reproducción social del proletariado judío al que domina, sino de su propia existencia "física", de su supervivencia. Hoy somos testigos de cómo este proletariado "nacional" se ve arrastrado detrás de sus explotadores a una escala nunca vista en la historia, a diferencia de los supernumerarios de Gaza, estacionados en un campo de concentración bajo el fuego constante de las bombas.
Así que hay que tener en cuenta que las luchas forman parte de este universo de pesadilla. Es difícil imaginar que puedan producir una relación de fuerzas capaz de "romper las divisiones". Hasta el año pasado, el simple hecho de que esas luchas siguieran existiendo en los Territorios y forzando la reproducción de las relaciones sociales (una vez más, hablo de luchas, no de resistencias jerárquicas) era en sí mismo algo que, personalmente, me estremecía y me alimentaba. Hoy, el peso de la lógica de la masacre lo aplasta todo: la capacidad de acción autónoma del proletariado palestino está amenazada por los bombardeos y, mientras el proletariado judío siga cautivo del Estado israelí (lo que no va a cambiar), no hay nada que negociar a través de la relación de fuerzas. En efecto, hemos entrado en otra fase, que no ofrece muchas esperanzas.
• ¿Negar la base material del "pueblo" palestino no equivale a dar un "apoyo pasivo" al Estado que lo coloniza y reprime?
Creo que es posible desarrollar un marco de análisis en el que nos sintamos solidarios con las luchas en Palestina sin engañarnos sobre las perspectivas que mantienen los aparatos sociopolíticos "nacionales". Eso es lo que Socialisme ou Barbarie consiguió en parte durante la guerra de Argelia: desarrollar una línea internacionalista capaz de mantener una posición crítica frente al FLN, basada en un análisis de clase.
En Palestina, como en todo el mundo, estamos en un periodo en el que en ninguna parte encontraremos una encarnación política "de clase" del proletariado. Algunos se aferran a una identificación con partidos de izquierda como el FPLP o el FDLP (Frente Democrático para la Liberación de Palestina), o con una hipotética sociedad civil a distancia de los partidos. Comprendo el planteamiento, y me he visto llevado a compartirlo en mis viajes por afinidad "cultural", pero esos partidos y esa sociedad civil están atravesados por contradicciones de clase que los cuadros quieren hacer pasar por secundarias frente a la dominación nacional. Sin embargo, es con el discurso de esos cuadros con el que (generalmente) nos solidarizamos, sin darnos cuenta.
Me aferro a la idea de que las relaciones sociales tienen prioridad sobre las ideologías políticas, y que, tanto emocional como intelectualmente, siempre debemos intentar "empezar desde abajo", socialmente hablando, más allá de las identificaciones políticas, para comprender las luchas que "la" lucha nacional pretende abarcar.
En la identificación con Palestina, con la idea de Palestina, se disciernen distintas lógicas en función de la clase, la relación con la política, el capital militante, el capital cultural, etc. Este es el caso allí, pero también aquí en casa, en las expresiones de solidaridad. Este es el caso allí, pero también aquí en casa, en las expresiones de solidaridad. Estas lógicas diferentes no coexisten, no forman una convergencia o una unidad: son contradictorias, están en lucha, de manera más o menos asumida o silenciosa.
Tengo poco que decir sobre el tema del "qué hacer". En cualquier caso, me parece que, más que las diferentes posiciones políticas mantenidas dentro del movimiento de solidaridad (lo que uno piensa de Hamás, de un Estado binacional o lo que sea), es necesario cuestionar su composición social y las prácticas de lucha que se derivan de ella, para luego posicionarse dentro del movimiento -con la esperanza de "traer la guerra a casa", y de atacar el mantenimiento del orden social allí donde uno está, y así poner fin a las masacres en Gaza.
En Francia, la captura y la gestión de las manifestaciones de solidaridad por los políticos de La France insoumise y los de su calaña, que utilizan la "causa palestina" para favorecer sus propios intereses, o incluso por asociaciones que se posicionan como interlocutores ante las autoridades, apunta, en mi opinión, a una derrota del componente proletario y apolítico del movimiento, que se expresó con más fuerza, por ejemplo, durante la guerra de 2014.