Un anarquista de Jaffa sobre la necesidad de estrategias anticoloniales para la liberación
2024-02-13, publicación original en CrimthInc.
Tras cuatro meses de asalto a Gaza, el ejército israelí ha obligado a
más de un millón de refugiados a refugiarse al borde de la frontera
egipcia y ahora los bombardea mientras amenaza con organizar un asalto terrestre contra ellos. En el siguiente texto, Jonathan Pollak, participante desde hace mucho tiempo en Anarquistas contra el Muro
y otros esfuerzos de solidaridad anticolonial, explica por qué no
debemos esperar que las instituciones internacionales o los movimientos
de protesta de la sociedad israelí pongan fin al genocidio de Gaza y
hace un llamamiento a la gente corriente para que pase a la acción.
Una versión más corta de este texto fue rechazada por la plataforma liberal israelí Haaretz, un indicio de la disminución del espacio para la disidencia en Palestina y dentro de la sociedad israelí.
El discurso de los derechos humanos no ha logrado detener el genocidio en Gaza
Llevamos ya más de 120 días de un ataque israelí sin precedentes
contra Gaza. Sus terribles repercusiones y nuestra incapacidad para
ponerle fin deberían obligarnos a reevaluar nuestra perspectiva sobre el
poder, nuestra forma de entenderlo y, lo que es más importante, lo que
tenemos que hacer para combatirlo.
En medio de la sangre derramada, los interminables días de muerte y
destrucción, la insoportable escasez, el hambre, la sed y la
desesperación, las incesantes noches de fuego y azufre y fósforo blanco lloviendo indiscriminadamente del cielo, debemos enfrentarnos a la cruda realidad y remodelar nuestras estrategias.
Las víctimas mortales registradas oficialmente -además de las muchas
personas palestinas que permanecen sepultadas bajo los escombros y que
aún no figuran en el recuento oficial- suponen ya la aniquilación de
casi el 1,5% de toda la vida humana en la Franja de Gaza. A medida que
Israel intensifica sus ataques contra Rafah, parece que no hay final a
la vista. Pronto se habrá extinguido la vida de uno de cada cincuenta
habitantes de Gaza.
El ejército israelí está infligiendo un número sin precedentes de
sufrimiento y muerte a los 2,3 millones de habitantes de Gaza, superando
cualquier cosa jamás presenciada en Palestina -o en cualquier otro
lugar- durante el siglo XXI.
Sin embargo, estas asombrosas cifras no han penetrado en las gruesas
capas de disociación y desconexión que caracterizan a la sociedad
israelí y a los aliados occidentales de Israel. En todo caso, la
reducción de esta tragedia a estadísticas parece dificultar más que
mejorar nuestra comprensión. Presenta un todo que oscurece lo
específico: las cifras ocultan la personalidad de los innumerables
individuos que han sufrido muertes dolorosas y particulares.
Al mismo tiempo, la insondable magnitud de la masacre de Gaza hace
imposible comprenderla a través de las historias de las víctimas
individuales. Periodistas, barrenderos, poetas, amas de casa,
trabajadores de la construcción, madres, médicos y niños, una multitud
demasiado vasta para ser narrada. Nos quedan figuras anónimas sin
rostro. Entre ellos hay más de 12.000 niños. Probablemente muchos más.
Por favor, hagan una pausa y digan esto en voz alta, palabra por
palabra: más de doce mil niños y niñas. Asesinadas. ¿Hay alguna forma de
que podamos asimilarlo y superar el ámbito de las estadísticas para
comprender la horrible realidad?
Las frías y contundentes cifras también ocultan cientos de familias aniquiladas, muchas de ellas completamente borradas -a veces tres, incluso cuatro generaciones, borradas de la faz de la tierra.
Estas cifras eclipsan a las más de 67.000 personas que han resultado
heridas, miles de las cuales quedarán paralizadas para el resto de sus
vidas. El sistema médico de Gaza ha sido destruido casi por completo; se
están llevando a cabo amputaciones vitales sin anestesia. El grado de
destrucción de las infraestructuras en Gaza supera al de los bombardeos de Dresde
al final de la Segunda Guerra Mundial. Casi dos millones de personas
-aproximadamente el 85% de la población de la Franja de Gaza- se han
visto desplazadas, con sus vidas destrozadas por los bombardeos
israelíes mientras se refugian en el sur de la Franja, peligrosamente
superpoblada, que el gobierno israelí declaró falsamente “segura”, pero
que sigue bombardeando con cientos de bombas de 2000 libras. El hambre en Gaza, creado por la política estatal israelí
incluso antes de la guerra, es tan grave que equivale a una hambruna.
En su desesperación, la gente ha recurrido a comer forraje, pero ahora
incluso eso se está acabando.
Hace aproximadamente un mes, un conocido mío que huyó a Rafah desde
la ciudad de Gaza después de que bombardearan su casa allí me dijo que
él y su familia ya se habían visto obligados a trasladarse de un refugio
temporal a otro seis veces diferentes en sus intentos de
escapar de las bombas. Desesperado, me dijo: “No hay comida, ni agua, ni
un lugar donde dormir. Estamos constantemente sedientos, hambrientos y
mojados. Ya he tenido que sacar a mis hijos de debajo de los escombros
dos veces: una en Gaza y otra aquí en Rafah”.
Estos ríos de sangre deben romper los muros de nuestra apatía. Ojalá
el tiempo se detuviera lo suficiente para que todos pudiéramos procesar
nuestro dolor. Pero no lo hará. Sigue pasando mientras caen más bombas
sobre Gaza.
Décadas de injusticia han allanado el camino para esto. Han pasado 75
años desde la Nakba, 75 años de colonialismo israelí, y sus defensores
siguen negando los hechos. Incluso después de que la Corte Internacional
de Justicia (CIJ) afirmara que hay motivos para temer que se esté
cometiendo un genocidio en Gaza, Estados Unidos y muchos de los demás
aliados occidentales de Israel han guardado silencio.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, calificó
la mera disposición del tribunal a debatir el caso de “una vergüenza
que no se borrará en generaciones”. Efectivamente, la sentencia es una
vergüenza. A pesar de que todo quedó a la vista, el tribunal no ordenó a
Israel que cesara el fuego. Es una vergüenza para el propio tribunal y
para la idea misma de que el derecho internacional debe proteger las
vidas y los derechos de las personas que son aplastadas por la fuerza
militar de las naciones.
Se dirá sin duda que el derecho, por naturaleza, es meticuloso y que
considera el bosque no como un todo sino como árboles individuales. A
eso debemos responder que la realidad, los hechos, el sentido común
deben estar por encima de la ley, no por debajo de ella. Israel dedica
considerables recursos a un legalismo del campo de batalla, destinado a
dar cobertura a sus actos asesinos. Este enfoque consiste en trocear la
realidad en finas lonchas de observaciones y acciones independientes
aprobadas legalmente. En el bloque X había un objetivo militar, lo que
justifica la muerte de más de dos docenas de civiles no implicados; el
bloque Y era el hogar de un bombero empleado por Hamás, lo que legitima,
según el principio de proporcionalidad, la decisión de aniquilar a tres
familias vecinas. Pero esta práctica no puede convertir el agua
genocida en vino legítimo. Se trata de una luz de gas legal que
desmenuza la realidad para ocultar un patrón de asesinato masivo
indiscriminado.
Si la matanza del 1,5% de la población en cuatro meses no es
genocidio; si los actos de Israel no se consideran lo suficientemente
graves como para que un tribunal ordene el cese inmediato de la matanza,
ni siquiera a la luz de la incitación abierta al exterminio de los
palestinos por parte de destacados políticos israelíes y miembros de la prensa, por no mencionar al presidente y al primer ministro
de Israel; cuando se acepta la falta de castigo por tales incitaciones y
tales actos en lugar de calificarlos de genocidio en los términos más
sencillos, entonces las palabras que utilizamos para describir la
realidad han perdido todo su significado y necesitamos urgentemente un
nuevo lenguaje que vaya más allá de los confines de la jerga jurídica.
Dejar el cuchillo del carnicero en la mano del carnicero -dejar a
Israel sin trabas ni obstáculos- significa permitir que continúe la
matanza en Gaza. Este es el fracaso absoluto y continuo del derecho
internacional y de las instituciones encargadas de mantenerlo.
Este fracaso traspasa la responsabilidad de forzar el fin de la
catástrofe en curso, para que recaiga sobre los hombros de la sociedad
civil. Esto debería obligarnos a superar los vacíos paradigmas liberales
de los derechos humanos, que han sustituido a la liberación como
discurso dominante en la política de izquierdas.
El camino a seguir
El discurso de los derechos humanos que ha secuestrado a la izquierda
política en las últimas décadas nos ha alejado de un marco de
liberación y acción eficaz. Ahora está claro que debemos desviarnos del
pensamiento liberal para restablecer estrategias que desarmen y
deconstruyan el poder. La complicidad moral con los crímenes de Israel
que representa la negativa de la CIJ a ordenar un alto el fuego
inmediato nos obliga a ello. Ofrece un argumento convincente de que
todos debemos romper con el actual sistema fracasado.
Por otra parte, la realidad no esperará a que resolvamos las cosas.
No podemos simplemente tomarnos nuestro tiempo y esperar a pasar a la
acción hasta que hayamos desarrollado y popularizado nuevas narrativas y
marcos conceptuales. Tenemos que utilizar todos los medios a nuestro
alcance para actuar ahora mismo.
¿Nos ofrece la CIJ alguna herramienta que podamos utilizar? la CIJ
está considerada la más alta instancia del derecho internacional. Aunque
no dispone de mecanismos de aplicación independientes del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, sus sentencias y jurisprudencia se
consideran la base de la jurisprudencia del derecho internacional, y a
menudo se incorporan a las sentencias de los tribunales nacionales sobre
estos asuntos. A pesar de haber ordenado muy pocas medidas contra
Israel o el genocidio en curso que se está llevando a cabo, el tribunal
sí determinó que hay motivos considerables para creer que se está
produciendo un genocidio.
Dado que el tribunal no adoptó ninguna medida real contra Israel,
debería ser evidente que la responsabilidad de actuar recae sobre
nosotras y nuestros movimientos. Afortunadamente, la sentencia también
podría darnos algunas herramientas para utilizar aquí y ahora mientras
desarrollamos nuevos marcos de liberación. Un ejemplo de ello es una
reciente demanda ante un tribunal federal de California
que pretendía ordenar a la administración estadounidense que pusiera
fin al apoyo militar a Israel. El caso fue desestimado alegando que la
política exterior estadounidense está fuera de la jurisdicción del
tribunal, pero éste determinó que es plausible que Israel esté
cometiendo genocidio en Gaza basándose en la sentencia de la CIJ.
El argumento jurídico de que los gobiernos deben abstenerse de
complicidad en el genocidio no carece de fundamento en la legislación
estadounidense, así como en muchos otros países. Un tribunal holandés ha ordenado recientemente
al gobierno de los Países Bajos que detenga la entrega de piezas para
los aviones de combate F-35 que Israel está utilizando para bombardear
la Franja de Gaza. Ahora podría ser plausible obligar a más gobiernos a
imponer embargos de armas, sanciones u otras medidas a través de los
tribunales nacionales.
Sin embargo, tales estrategias nos siguen reduciendo a confiar en
supuestos expertos; no nos ayudarán a construir movimientos. El
genocidio no se detendrá desde dentro de la sociedad israelí. La presión
para hacerlo debe venir de fuera. Ha llegado el momento de la acción
directa y de los esfuerzos de abajo arriba, como los boicots impulsados
por las comunidades a los productos israelíes, a los vendedores que
comercian con ellos, a las exportaciones culturales y propagandísticas
israelíes y a cualquier otra cosa que alimente el movimiento mundial de
boicot, desinversión y sanciones. El bloqueo del puerto de Tacoma o las acciones de los trabajadores portuarios de todo el mundo que se niegan a cargar barcos
y mercancías israelíes y a transportar armas a Israel son ejemplos de
cómo podríamos avanzar, construyendo hacia un movimiento de base
proactivo.
Debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano para detener el
genocidio que se está produciendo ahora, pero es importante que
abordemos el hecho de hacerlo como un paso hacia la promoción de la
liberación palestina y el desmantelamiento del colonialismo de los
colonos israelíes. La descripción del pueblo palestino como poco más que
víctimas a merced de la represión israelí es a veces bien intencionada,
pero borra su personalidad y su capacidad de acción. Mientras nos
esforzamos por poner fin a la maquinaria bélica de Israel, debemos
articular que esto forma parte de la lucha para acabar con el
colonialismo israelí, y centrar a los y las palestinas como
protagonistas de esa historia.
Las raíces del problema
Desde antes de la creación del Estado israelí, Israel ha sido una
sociedad racista y colonialista, basada en la idea de que los israelíes
son fundamentalmente superiores a los palestinos. Esta es la corriente
principal del pensamiento político israelí, tanto en su ala derecha como
en la llamada izquierda. Este es el pensamiento que motivó la
desposesión masiva de familias palestinas que precedió a la formación
del Estado, la limpieza étnica de la Nakba en 1948, y diversas formas de
apartheid y gobierno militar desde entonces. De hecho, sólo ha habido
un año en la historia de Israel -1966- en el que no impusiera un régimen
de dictadura militar sobre al menos parte de su población palestina.
Desde mucho antes del actual asalto a Gaza, la realidad cotidiana de
la existencia palestina bajo el dominio israelí ha sido un terror
continuo y permanente en medio de la violencia y la incertidumbre. Ser
palestino significa pasar por un puesto de control sin saber si te
sacarán y te detendrán; significa la violencia de las turbas de colonos;
significa que te metan en la cárcel bajo detención administrativa, sin
saber para qué ni durante cuánto tiempo; significa una redada militar en
mitad de la noche. Son todas estas cosas y otras peores, día tras día, a
lo largo de toda una vida, a lo largo de generaciones. Una de las
muchas cosas que ocurrieron el 7 de octubre fue que, durante un breve
periodo de tiempo, también los israelíes, como sociedad, experimentaron
ese tipo de terror existencial, esa inquietante incertidumbre y falta de
seguridad.
Los sucesos del 7 de octubre han tenido tal impacto en la sociedad
israelí que, incluso hoy, la mayoría de la ciudadanía israelí sigue
centrándose en sí misma como principal víctima de la narración. Uno de
los efectos de esto es la obsesión israelí por contextualizar el
genocidio de Gaza en relación con la violencia del 7 de octubre. Una
queja común sobre la decisión de la CIJ entre los israelíes es que el
tribunal no mencionó el 7 de octubre en su decisión (de hecho, sí lo
mencionó). Al mismo tiempo, esta exigencia de contexto pretende suprimir
el contexto más amplio. Muchas personas, incluso de la llamada
izquierda, expresan su indignación cuando la situación actual se pone en
el contexto de la Nakba, la ocupación de 1967 o el asedio en curso.
Según esta lógica al revés, proporcionar ese contexto se percibe como un
genocidio contra los israelíes.
El racismo israelí era frecuente antes, pero desde el 7 de octubre,
el discurso genocida no disimulado y los llamamientos abiertos al
genocidio real se han convertido en la norma. Dentro de la sociedad
israelí no existe ningún movimiento realmente significativo contra el
genocidio. Los movimientos de protesta que existen tienen un tamaño y
una influencia insignificantes, o se dedican principalmente a exigir un
acuerdo de intercambio de rehenes, o se centran en cuestiones internas
israelíes, reminiscencias del movimiento pro-judicial de antes del 7 de octubre.
Los minúsculos islotes aislados de resistencia al asalto a Gaza y a
los aspectos más generales del dominio israelí son tan pequeños que
deben entenderse como un error de redondeo, no como una fuerza real. La
idea de que existe un movimiento contra el colonialismo y por la
liberación palestina dentro de la sociedad israelí es una ilusión. Para
desempeñar un papel a la hora de labrar un camino hacia un futuro de
verdadera libertad, quienes proceden de esta sociedad de colonos tendrán
que rechazar de raíz el colonialismo israelí. Debemos tener en cuenta
que, por mucho que queramos ser parte de la solución, también seguiremos
siendo inherentemente parte del problema.
Al abordar el futuro posterior al genocidio, debemos preguntarnos
cómo sobrevivirán las ideas igualitarias en una realidad asolada por la
guerra, la muerte y la destrucción. No está claro cómo podemos prever y
crear un futuro que pueda trascender el trauma del pasado reciente,
sobre todo teniendo en cuenta que, aunque la ruina y la violencia
podrían disminuir una vez que haya cesado el asalto, la represión
israelí continuará.
Todavía no hay nada claro sobre el futuro posterior al genocidio,
incluidos los giros que tomará el movimiento palestino de liberación.
Eso sólo lo puede decidir los y las palestinas. Lo que es obvio -y
debería haber estado claro mucho antes- es que quienes se oponen al
colonialismo no deben regodearse en los privilegios que éste otorga. Los
detalles exactos del camino hacia la liberación son inciertos, pero es
innegable que quienes quieran contribuir a allanarlo sólo pueden
desempeñar un papel en ello dentro del movimiento palestino. La
responsabilidad de encontrar formas de hacerlo, de transgredir los
límites de la identidad nacional forzada que existen precisamente para
impedirlo, recae en quienes desean apoyar al pueblo palestino y romper
los confines del colonialismo.