viernes, 28 de agosto de 2020

[Argentina] Una reflexión a orillas del río

Boletín La Oveja Negra
Rosario, 25 de julio de 2020. Panfleto repartido el 25 de julio en el corte del puente Rosario-Victoria contra las quemas en las islas

Una vez más nos estamos encontrando.

El espectáculo horroroso del que somos testigos nos trajo hasta aquí para manifestarnos, para gritar, para juntarnos en este tiempo de aislamiento oficial.

Invitamos a reflexionar acerca de todos los atropellos que se llevan adelante contra la vida, que en este caso pone en el centro de la problemática al humedal, por la situación inmediata que se viene repitiendo hace varias semanas de quema permanente de montes y pastizales.

Queremos centrarnos en las acciones que se vienen llevando adelante, sus limitaciones y posibles escenarios de acción. En este sentido, vale recalcar que lo que nos une ante esta situación es la lucha, y que lo único que puede poner en tensión la urgencia de los incendios es la acción colectiva, en el seno de la movilización misma.

La impotencia de los primeros días se transformó en asambleas y encuentros y, sin que nadie nos lo ordene, y aunque más de uno nos haya tratado de delincuentes, el fin de semana pasado cortamos este puente y obstruimos por unas horas la normalidad. Esa normalidad basada en la circulación de mercancías, donde la destrucción de la naturaleza es el núcleo fundamental.

Hay mucha gente que se moviliza sinceramente, pidiendo una Ley de Humedales, una producción sustentable en las islas o un Parque Nacional. Estas soluciones se pintan como realistas e inmediatas pero ¿atacan al problema de fondo?

Desde la reforma del ‘94, la necesidad de una vida sana, reducida a derecho legal, se encuentra consagrada en el artículo 41 de la Constitución Nacional. En ese sentido, Argentina suscribe a todos los acuerdos ambientales internacionales: Protocolo de Kyoto, Protocolo de Montreal, Convención de Humedales y otros. También desde esa reforma, en el artículo 75 inciso 17 se reconoce la preexistencia al Estado de los pueblos originarios y sus territorios. Argentina también ha sido pionera en la creación de áreas protegidas. En 1922 crea el Parque Nacional del Sud, actual Nahuel Huapi, tercero del mundo después del Yellowstone en EEUU (1872) y el Banff en Canadá (1885). En cuestión de humedales, también participa del Convenio Ramsar.

Sin embargo, la realidad ha sido y es bien distinta tras las abstracciones de la legalidad. Desde los años 90 y en especial en los últimos veinte años, la destrucción de la naturaleza ha llegado a límites brutales. La expansión de la frontera agrícola se aceleró como pocas veces en la historia y la comida transgénica puebla nuestras mesas como nunca. 500 millones de litros de agrotóxicos son vertidos cada año en toda el área productiva agroindustrial. Entre 1998 y 2017 se arrasaron más de cinco millones de hectáreas de monte nativo, parte de los 35 millones que se desmontaron en total en el Cono Sur. El éxodo del campo a la ciudad no se detiene y las comunidades rurales, tanto criollas como indígenas, siguen siendo desalojadas, asediadas y reprimidas. Como corolario del histórico apriete que sufren las poblaciones que quedan dentro de los límites de áreas protegidas, en noviembre del 2017, por defender la tierra y la vida de su comunidad, Rafael Nahuel fue asesinado de un balazo en la espalda por Prefectura Naval tras una denuncia de Parques.

Entonces, queremos hacer la pregunta: ¿se podrá frenar todo este desastre con una ley? ¿Son más leyes lo que necesitamos?

El intendente Javkin en recientes declaraciones se lavó las manos, como si no pudiera hacer nada, afirmando que es un problema de Entre Ríos. El ministro de ambiente de la Nación, Juan Cabandié, anticipó en estos días una nueva figura legal, los “faros de preservación”, que daría una solución “de fondo” al problema del humo. Una vez más, el ojo vigilante y controlador señalará a quienes recorremos las islas, pero no a las ganancias de los ganaderos.

Queremos respirar aire puro, queremos caminar por los montes siendo parte de ellos, queremos bañarnos en el río como tantos miles de personas lo hicieron en el pasado. Queremos que otras especies animales sigan su vida tranquilamente, sin agrotóxicos, sin incendios, sin dragados ni alambrados.

El río, como todo lo que llamamos ‘naturaleza’, se halla en permanente cambio. Vida y muerte son una parte constitutiva suya: fluye, se seca, renace, observamos los cambios de color de los ciclos de su flora. Un día aquí una isla desaparece y otro día emerge un banco de arena que mañana será un monte tupido. Toda esa vida en constante ebullición, ¿cabe en la letra muerta de una ley de escritorio? ¿Es algo que se pueda vender al precio de una entrada, cual museo natural? ¿Tiene un funcionario político la sensibilidad de entender todo esto?

Compañeras y compañeros, esta lucha la hacemos entre todos. No es una guerra contra Entre Ríos, ni tampoco debemos permitir que sea el trampolín para que los especialistas de hoy sean los funcionarios de mañana. De este modo, discutamos las acciones que queramos llevar adelante entre nosotros y si los políticos tienen que enterarse, será por nuestras propias actividades, por el eco que de ellas se haga, y no por la invitación a una instancia en particular.

Sigamos luchando y encontrándonos. Sigamos conversando sobre hacia dónde queremos ir.

Después de todo, si hemos observado bien, sabremos que cuando el río se desborda es cuando más fecunda se vuelve la tierra...

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