Vamos Hacia la Vida
1 de agosto 2020
Durante la noche del sábado y madrugada del domingo se sucedieron en tres comunas de la Araucanía dolorosos episodios de servilismo nauseabundo y despreciable racismo. Las municipalidades de Curacautín, Victoria y Traiguén se encontraban ocupadas por comunerxs Mapuche como forma de presión, en solidaridad con los presos políticos que llevan más de 90 días en huelga de hambre. Estas formas de lucha se suman a una serie de otras acciones solidarias y de sabotaje, las que han gatillado la represión más dura por parte del Estado chileno, amparando a su vez a grupos paramilitares y de ultraderecha ligados a intereses latifundistas y de diversas industrias y gremios patronales (forestales, agricultores, transportistas). Fueron estos grupos, en evidente complicidad con los aparatos tradicionales de la represión estatal (policías y militares), los que organizaron violentos desalojos de los edificios tomados, convocando a turbas serviles que se agrupaban entonando diversos cánticos racistas. Mujeres y niñxs fueron insultadxs y golpeadxs, casi linchadxs, y posteriormente detenidxs por la policía. Se quemaron también algunos vehículos de lxs comunerxs movilizadoxs y un rewe –importante símbolo espiritual mapuche- en Victoria. Imágenes que inundaron de ira y pena los corazones de quienes empatizamos con todas las manifestaciones de lucha contra la miseria del mundo capitalista.
El 31 de julio, el recién nombrado ministro del interior Víctor Pérez, siniestro personaje de la derecha más rancia, ferviente pinochetista y con estrechas relaciones con Paul Schäfer y Colonia Dignidad (que, además de secta inspirada en ideas fascistas, funcionara como centro de detención y tortura durante la Dictadura), visitó precisamente la ciudad de Temuco para dar una señal de apoyo a todos los grupos reaccionarios y anti-Mapuche que operan en los territorios en conflicto y, por lo visto en la última jornada, para coordinar los horribles ataques racistas que presenciamos.
El gobierno encabezado por Piñera, atravesado con crisis internas, hace rato viene optando por reforzar su base de apoyo más conservadora y fascistoide, incapaz de recuperar cualquier atisbo de apoyo popular que lo aleje de las históricas e inéditas cifras de rechazo que se ha ganado por su criminal actuar desde la revuelta del 18 de octubre, incluyendo el asesino rol que han jugado en el manejo de la pandemia del coronavirus. El nombramiento de un ultraderechista como Víctor Pérez es una clara señal de esta deriva en pos de una represión totalmente desbocada, que recurre al fomento de cuadrillas nacionalistas, las que desde luego contarán entre sus filas con los siempre despreciables pobres con vocación de vasallos, tal como vimos este fin de semana.
Por su parte, la Izquierda en su más amplio espectro, que fue incapaz de lograr alguna mínima conducción de la revuelta proletaria, revuelta que desbordaba los medios y fines de todo el aparataje político, incluyendo los supuestos “críticos”, y que con mucho esfuerzo ha introducido la consigna de una “nueva constitución”, plebiscito pactado con sangre mediante, no puede tampoco abordar las reivindicaciones Mapuche de territorio y autonomía (y por tanto, expulsión de las industrias capitalistas, forestales y agrícolas principalmente, de las zonas en conflicto) sin traicionar su existencia anclada en la sociedad burguesa: la política como esfera separada de la sociedad, como gestión del Estado siempre capitalista. Pretende simpatizar con su lucha, con sus demandas, y levanta como bandera, queriendo emular la constitución del gobierno -obviamente- capitalista de Evo Morales y el MAS boliviano, y crear así la figura de un Estado plurinacional que integraría al fin al pueblo Mapuche. Por supuesto, eso es un sinsentido. Las comunidades Mapuche no son chilenas, y sus reivindicaciones apuntan a dejar en claro aquello. No es la participación en un Estado nacional que a ellas se les presenta incluso más ajeno que a todxs nosotrxs, lo que podría solucionar de alguna manera el conflicto. Como obviamente tampoco lo hizo la constitución boliviana plurinacional: en cuanto los intereses de los capitalistas nacionales e internacionales chocaron con los de las diversas comunidades originarias de ese país, el Estado no tardó en tomar partido por los primeros; no podría ser de otra manera, el Estado ES SIEMPRE el instrumento de la clase capitalista.
La lucha del pueblo Mapuche se enmarca en una historia centenaria de resistencia a la imposición de las relaciones capitalistas, que desde tiempos de la conquista del continente americano por la corona española vienen expandiéndose y enraizando, masacrando a las culturas originarias, en un proceso de despojo y proletarización forzada, tal como aconteció en todo el planeta. Las formas de vida de estos pueblos, muchos de ellos sin jerarquías políticas definidas en su interior, entraron en abierta contradicción con el progreso de la civilización del Capital, teniendo que pagar por ello con sangre. Y mucha sangre es la que ha corrido. Pero esta tarea genocida la profundizaron y llevaron al paroxismo los estados independientes y republicanos. Es el Estado chileno, y no la corona española, el que mediante su ejército lleva a cabo la “Pacificación de la Araucanía”, masacrando a lxs Mapuche e integrándolos en su territorio, a costa, claro, precisamente de robarles sus tierras y condenarlos a la miseria.
Es contra este Estado que las luchas de las comunidades se dirigen. El mismo Estado contra el que nos alzamos desde siempre, y en este siglo, con mayor fuerza desde el 18 de octubre pasado, en todo el territorio denominado por las castas dominantes como Chile. La expulsión de los intereses capitalistas del territorio ancestral mapuche no va a lograrse por las vías institucionales que propone el reformismo progresista; el percibido aislamiento de esta lucha respecto a otras expresiones del movimiento proletario “chileno” debe ser disuelto precisamente al reconocer como un mismo combate, con todas sus diferencias y contradicciones, el que llevamos a cabo todxs quienes debemos alimentar con nuestras vidas la acumulación de capital.
En las multitudinarias manifestaciones que se sucedían a diario durante las jornadas de revuelta, abundaban por miles las “banderas mapuches” (bandera que por cierto es creada recién en la década del 90 por parte de una agrupación particularmente proclive a la política institucional. Las comunidades mapuche no tenían una bandera nacional propiamente tal, pues el concepto mismo de nación y su fetichismo simbolizado en una bandera son propios de la burguesía moderna, reutilizando simbolismos de sociedades de clase predecesoras). Es ahora cuando esa afirmación de solidaridad se debe hacer carne. Pero no solamente en la necesaria participación de actividades específicamente solidarias con esta lucha, sino fundamentalmente en la comprensión y en el asumir un antagonismo abierto y radical con la sociedad capitalista y todas sus instituciones, para de una vez por todas poner la vida misma, el respeto por nuestra historia y nuestra diversidad, en el centro de nuestras prioridades. Para crear una verdadera comunidad humana rica, heterogénea y solidaria.
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