domingo, 9 de enero de 2022

[Chile] La alegría nunca llegó y el miedo se disfraza de esperanza

Notas sobre el cambio de administración estatal en la región chilena

05/01/2022, Chile
Vamos hacia la vida

I

El pasado 19 de diciembre pasó a la historia y no por pocas razones. Aquella jornada el nuevo presidente electo, la joven ex figura de la burocracia estudiantil, Gabriel Boric, se impuso en el balotaje con una gran diferencia sobre su contrincante José Antonio Kast, un anticomunista y pinochetista recalcitrante que había logrado apoderarse de la primera mayoría en la primera vuelta, y con ello de la representación de la derecha y su pacto “Chile Podemos Más”.

Este logro electoral fue celebrado, en ese sentido, por fervientes demócratas e izquierdistas “críticos” como una verdadera victoria popular, como un triunfo aplastante frente al “fascismo” y como la continuidad de un proceso que desde el estallido de la revuelta en adelante, con Convención Constitucional incluida, viene abriendo el camino para la “dignidad del pueblo chileno”; una actitud que contrasta mucho con la demostrada un mes antes, cuando con pavor estos mism@s demócratas e izquierdistas veían como esta figura del “fascismo” lograba obtener la primera mayoría: una lluvia de lamentos, insultos, memes, amenazas con irse del país y todo lo que el imaginario de izquierda lleva consigo junto al miedo se sumó a las repetidas increpaciones al “pueblo ignorante” y a l@s “fascistas de izquierda”, que gracias a su abstención permitieron —supuestamente— aquel resultado.

Y le agregamos “supuestamente”, pues la reacción frente a este primer resultado fue la que le permitió a Boric su “aplastante” triunfo electoral en segunda vuelta. En efecto, una vez pasada esta primera vuelta, Boric y Kast no dejaron de moverse hacia el centro como naturalmente buscaría cualquier candidato; Boric apelando a la vieja Concertación, cortejando sobre todo a la Democracia Cristiana, con los apoyos explícitos de Lagos y Bachelet, mientras que por su lado Kast se enfocaba en la cuestión de la mujer, desprendiéndose de los elementos reaccionarios extremos que aún generaban anticuerpos en su electorado. Ambos, obviamente, concentrando su discurso en la estabilidad y el orden. Este lobby político junto al uso de la famosa calculadora fue el que mantenía a Boric liderando en las encuestas por un pequeño margen, manteniendo la incertidumbre acerca de la eventual participación de quienes histórica y mayoritariamente se han restado de estos procesos eleccionarios. No hay encuesta MORI para medir esto, pero efectivamente tras la primera vuelta que ponía a Kast en la delantera, y a contra corriente del “giro” hacia el centro de su candidato —que en verdad es la continuidad de la política institucional y policial que siempre ha defendido—, un tedioso vendaval desde la mayor parte de la izquierda se desató en las redes sociales, algunos espacios sociales y calles, con su campaña de apoyo “crítico”: comunidades LGTBIQ+ y feministas institucionales, izquierdistas trasnochados y antifascistas de conciertos, comenzaron la verdadera campaña “contra el nazi” que le dio el triunfo a Boric, un candidato al que nadie quería y famoso por su rol reaccionario, pero que fue capaz de movilizar a sus propi@s adversari@s en base a la caricatura del fascismo —incluso sin tener que mencionarlo—. Boric, sin ningún pelo de tonto, selló con un broche de oro su triunfo en una jornada multitudinaria con la frase “ganó la esperanza sobre el miedo” (cuando en realidad fue el miedo a la ultraderecha pinochetista la que lo hizo ganar, no alguna esperanza general en su ya mediocre programa de gobierno), a sabiendas que su elección cerraba un ciclo y con él se intenta enterrar toda proyección revolucionaria de la experiencia de octubre, o por lo menos, aplazarla lo suficiente por un buen periodo de tiempo.

Por otro lado, y también a contra corriente del pensamiento popular, no fue su “fascismo” lo que le impidió captar más votos a Kast, sino todo lo contrario: la falta de él. En primer lugar, el discurso de Kast no contó para nada con elementos revolucionarios y populares propios del fascismo histórico que pudieran enganchar con algún sector indeciso del proletariado —al cual necesita ganarse para imponerse democráticamente—, y en segundo lugar, no logró trascender el esquema político tradicional aferrándose a su pinochetismo clásico con un carácter claramente burgués, lo que al igual que en las elecciones del Apruebo/Rechazo se reflejó bien, por ejemplo, en el mapa del voto en las comunas del gran Santiago. Esto, al parecer, lo ha sabido leer bien el ex candidato, el cual inaugura una nueva etapa dentro del Partido Republicano el primer día del 2022, presentando públicamente su renuncia a la presidencia del partido, tomando la dirección de su ala social Acción Republicana y llamando a disputar las “muchas zonas y territorios de nuestro país donde la izquierda tiene un predominio y donde por años, nos hemos marginado de ejercer la acción social y política de nuestras ideas”, afirmando de paso que “el debate en Chile sigue centrado en los problemas de la elite y los grupos de presión, alejado de la realidad que día a día golpea a millones de chilenos”.

Sin duda alguna, estas últimas elecciones terminaron conmocionando a todo el país y la artificial y publicitada polarización de la que tanto hablaron los periodistas terminó por movilizar a casi 1.300.000 personas más a las urnas: el voto “antifa” y “antiKast”, de proletari@s que no suelen votar, fue fundamental para que Boric venciera, más que un voto a favor de su programa. En los tiempos de la volatilidad política se pasó de un mes a otro, de una marcada abstención —votó en primera vuelta el 47.33% del padrón electoral— a una participación histórica —55.65% del padrón—, todo esto en medio de debates televisados y ampliamente difundidos, declaraciones, polémicas, funas y des-funas. Basta recordar como Boric, repudiado con justa razón desde su época como burócrata estudiantil en donde asumió un rol desmovilizador en los momentos clave del 2011, pasando por su participación insigne en la firma del repudiado “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, y su recordado apoyo al paquete de leyes represivas implementadas en plena revuelta —Ley anti saqueos y anti barricadas—, golpeado, escupido y bañado en cerveza rancia, le ganó a un Daniel Jadue que, adulado por grandes sectores de la izquierda, venía desde hace años preparándose como una de las grandes promesas de la política pre y post revuelta. De esta misma forma, un Kast con capacidad de voto marginal, representante de una ultraderecha que se daba por muerta a no ser de por un par de ex boneheads y viejos pinochetistas sin influencia alguna, logró ganarle al candidato de un oficialismo con aires de renovación (Sebastián Sichel); o un Franco Parisi y el Partido de la Gente, que con su candidatura virtual captó gran parte del electorado y fue también relevante en el resultado final de la competencia al cargo presidencial.

Efectivamente, las últimas elecciones fueron un gran negocio para l@s analistas y periodistas polític@s, y de hecho afloró también en la población misma, todo un espíritu republicano con viej@s militantes y “opinólog@s” de política, expert@s en estadísticas y, sobre todo, usuari@s pretendidamente hábiles en los cálculos políticos a la hora de escoger “el mal menor”. Toda esta ensalada que se presenta ahora como los síntomas de un sistema político en recuperación, como los sanos gestos de un país que vuelve a dialogar, solo expresan en resumen la bancarrota total de la política que desde hace varios años debe recurrir más a figuras televisivas que a polític@s profesionales, y que por ende se encuentra aún más a merced de los criterios del capital mundial; expresa la recta final de un aparato gubernamental con cada vez menos injerencia y más supeditado a los consejos de tecnócratas y asesor@s fieles a los índices macro económicos. Es la crisis en actos.

II

Como es bien sabido, el Covid-19 solo ha acelerado un proceso de restructuración capitalista frente a una crisis de valor y ecológica sin precedentes, con las consecuencias nefastas que recaen sobre nuestra clase y la Tierra. La crisis de valorización del capital –disminución tendencial de la tasa de ganancia capitalista por la sustitución del trabajo humano provocada por la automatización de los procesos productivos– se ha manifestado en tiempos de pandemia de diversas maneras: migraciones masivas, crisis logística en los puertos y en las cadenas de suministro, escasez de suministros tecnológicos, aumento del costo del transporte marítimo, subida de los precios de alimentos, combustibles y materias primas. Con respecto al aumento de los precios, el Banco Mundial indica que ha sido la recesión con el incremento inflacionario más rápido de los últimos 50 años: el aumento de los precios de los combustibles y de las materias primas, ha repercutido  directamente en un aumento de los precios de otras mercancías, y de esta forma, a través de precios inflados, se encubre la disminución real del valor –que representa el tiempo de trabajo socialmente necesario, en constante disminución desde la tercera revolución tecnológica– a la vez que se sigue asegurando una rentabilidad para la clase capitalista en términos de ganancia y renta de la tierra.

En la región dominada por el Estado chileno la inflación se ubicó a fines del 2021 cerca del 7%, lo que implica un marcado aumento del costo de la vida que no escapa a la dinámica mundial y su potencial agravamiento frente a un proceso de recesión más duradero. Sin embargo, esta región presenta una “caja chica” aún solvente y una deuda pública baja, lo que le entrega una mejor situación para hacer frente a la crisis del capital con respecto a otros países de la región latinoamericana. Además Chile, por su posición geográfica, es fundamental para el capital mundial como puerta de entrada de mercancías a través de sus puertos en el Pacífico, y los Tratados de Libre Comercio firmados, como también por los capitales internacionales y nacionales instalados en el territorio, que poseen un marcado carácter extractivista y son altamente contaminantes –megaminería, forestales, agricultura de exportación y salmoneras–, por lo que no deja de ser una buena fuente de negocios para la clase capitalista, mientras generan mayores desastres ecológicos y “zonas de sacrificio”. La destrucción ecológica de suelos, la sequía permanente, y los cambios a nivel climáticos que hemos observados durante la última década han disminuido la productividad de las tierras locales presionando a un alza de los precios de los alimentos: todos ellos son síntomas que indican el carácter demencial del modo de producción capitalista. Por otra parte, la región chilena ha presentado durante el último año una depreciación de la moneda nacional sin precedentes, llegando el precio del dólar a los $872 durante el triunfo de Boric, lo cual haría aún más complejo el escenario inflacionario debido a la fuerte dependencia de esta región al capital internacional, y que recae por completo en la capacidad de nuestra clase de acceder a los medios de subsistencia para nuestra reproducción.

La fase actual de descomposición del capital hace incierto el panorama futuro, una reestructuración sin conflictos es imposible, y como sabemos todo el peso de la crisis recaerá sobre nosotr@s, por saludable que sea la economía chilena hoy, y por ingenuas que sean las aspiraciones de mejorar el capitalismo, el peso de las tendencias destructivas del modo de (re)producción capitalista se impondrán de forma violenta.

III

Ante la expectación e ilusión de una parte de votantes que ven en Boric un cambio en la forma de hacer política, una verdadera inoculación a un sistema en profunda crisis y muy recientemente cuestionado que busca extender su vida de manera desesperada, es lógico preguntarnos qué es realmente lo que podemos esperar del próximo gobierno y, en contrapartida, qué respuesta se puede visualizar de los grupos de izquierda frente al posible futuro escenario.

Como elementos de vital urgencia, se nos presentan dos aspectos fundamentales que constituyen el foco más amplio de interés, expectativa y controversia. Estos son, por un lado, la prisión política y el desarrollo de la guerra social en el Wallmapu, cuyo carácter humano lo transforma en la más amplia contradicción de los principios originales que alguna vez proclamó encarnar el proyecto hoy electo, y, por otra, la galopante inflación que amenaza las bases materiales de cualquier gobierno y que no es otra cosa que un síntoma de la profunda crisis que atraviesa el capital global.

En cuanto a lo primero, se hace fundamental recordar a la propia concentración que se volcó a las calles el domingo 19 de diciembre que vociferó la imperante necesidad de la liberación de l@s pres@s polític@s, específicamente l@s de la revuelta, que cuentan con mayor respaldo social en sus demandas, llamamiento que durante varios días fue enfrentado con evasivas por el presidente electo y que junto con el avance de la lucha mapuche autónoma en el Wallmapu, que en los últimos meses ha significado un recrudecimiento de las medidas represivas, han suscitado el más polémico viraje de los principales ejes del discurso del otrora candidato desde  la primera a la segunda vuelta, que en el interés de salvaguardar la democracia lo han encaminado a develar en su proclama el resguardo del orden público y el camino de la paz como el horizonte del siguiente gobierno, situación que ha tenido como consecuencia incluso las refutaciones con destacados miembros de su coalición, como son Jackson y Siches, que han llegado tarde al desnudamiento de los verdaderos principios que mueve a la política en la democracia.

Por otro lado, pero no menos importante, la creciente inflación y la desaceleración del crecimiento ha llevado al Banco Central a advertir el grave problema de las excesivas expectativas que se enfrentan, aconsejando “moderación fiscal” ante la alerta amarilla de la economía e invitando a reducir la incertidumbre dando confianza al mercado con estabilidad social y política, tornando altamente improbable que existan reformas o contrarreformas significativas. Muy por el contrario, se hace esperable que se perpetúe un Estado subsidiario de carácter focalizado que pueda entregar medidas conciliadoras que no lograrán satisfacer las promesas de estatización de los servicios básicos y derogación de las leyes represivas que formaron parte del entramado de respuestas que buscaron explicar el descontento que vio nacer y resultó de octubre 2019. Lo que, sin ir muy lejos, queda de manifiesto en el cambio que se ha dado al anhelado fin de las AFP –que junto con la educación, salud y vivienda han sido las demandas históricas de los movimientos sociales locales– y que ha sido postergado a un plazo de cuarenta años hacia el futuro según el equipo de Boric.

Es indudable que, ante un eventual escenario de masiva decepción provocada por el sistemático abandono de los principales ejes de campaña que heredó Boric de su experiencia en los movimientos sociales que ignora su propia naturaleza inviable en el marco capitalista,  se buscará apoyo en la izquierda y probablemente la convocatoria a la moderación, la  unidad y el respaldo a un programa que traiciona sus propias raíces muertas invocará a la desmovilización ante una cada vez mayor amenaza de una derecha alimentada del desencanto, lo que hace posible prever el resurgimiento de los llamados a respaldar y proteger al gobierno y, junto con esto, el aislamiento y la criminalización de quienes rechacen este camino por “hacerle el juego a la derecha”, por amenazar el orden público y la paz, que se perpetúan como las directrices de esta ficción de nuevo proyecto de país.

IV

Desde luego, Chile no es una excepción en esta dinámica de contención institucional que le sigue a una profunda ruptura de la continuidad capitalista producida por una intensa agitación social. Además de la brutal represión estatal, la política de cooptación suele acompañarse con el aprovechamiento electoral del descontento generalizado por parte del progresismo y la centroizquierda, siempre en defensa del orden.

Esta es una constante histórica, pero baste recordar lo que ha ocurrido recientemente en Grecia y España, países que han visto el ascenso al poder de distintas fracciones de la socialdemocracia, para refrescar la memoria.

Grecia, a fines de la primera década de este siglo, experimentó grandes movilizaciones sociales. En diciembre de 2008, luego del asesinato del adolescente de 15 años Alexandros Grigoropoulos en Atenas a manos de la policía, se desata una revuelta que encuentra su fermento en la grave situación económica y política del país. A partir de ahí la tensión es constante, y a fines del 2009 estalla la conocida como “crisis de la deuda soberana en Grecia” o “depresión griega”. Organismos del capital y la Unión Europea exigen la implementación de medidas de austeridad, atacando directamente las condiciones de vida del proletariado, el que resiste tenazmente estas políticas. Particularmente, en mayo de 2011 surge el “Movimiento de las Plazas”, en sintonía con la aparición de movilizaciones similares por toda Europa, Medio Oriente y otras regiones del mundo (EEU.U., por ejemplo), ocupando las plazas centrales de las ciudades, y centrado en este caso en el rechazo a la implementación de estas medidas de precarización de la vida. En 2015, una coalición de organizaciones de izquierda formada en 2004, que agrupaba a grupos trotskistas, maoístas, escisiones del Partido Comunista Griego (KKE) y otras variedades de izquierdismo, denominada Coalición de Izquierda Radical (SYRIZA), logra hacerse del gobierno a través de las urnas —la coalición pasa a conformarse como partido político ante estas elecciones, para optar a los premios electorales que el sistema griego otorga al partido más votado—, marcando un hito en la historia política del país, siendo Alexis Tsipras nombrado primer ministro. Llega al poder prometiendo la cancelación de la deuda pública y la abolición de los programas de austeridad, bajo el discurso de la no subordinación nacional a las medidas impuestas por la UE (a través de la Comisión Europea), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) a cambio del “rescate económico” del país. Sin embargo, SYRIZA no logra mayoría absoluta en el parlamento, por lo que forma alianza con el partido de derecha nacionalista y populista ANEL (lo que causa una primera decepción con el reciente gobierno). Posteriormente, en las negociaciones por las medidas de austeridad, el mismo gobierno promovió un referéndum para decidir si se aceptaban o no las condiciones impuestas al país —al proletariado griego, en realidad— para el rescate económico, ganando el rechazo a estas medidas por un amplio margen (con un 61.31%). Sin embargo, se desentendió a los pocos días del resultado y terminó sometiéndose a las exigencias de la troika, que fueron incluso más duras que las que se habían considerado cuando se llamó al referéndum. Finalmente, fue a través de este gobierno izquierdista —por su conformación, situado más a la izquierda que el actual bloque FA-P”C” y sus amistades exconcertacionistas— que las medidas de austeridad impuestas contra el pueblo griego por el capital, y que habían sido férreamente combatidas durante años en las calles, pudieron seguir implementándose, allanando el camino para que hoy sea nuevamente la derecha (Nueva Democracia) la que se encuentre instalada en el gobierno.

En España, con sus particularidades, se vive un proceso que sigue una lógica similar. El movimiento de ocupación de las plazas tiene como referencia precisamente al movimiento de “los indignados” españoles o 15M, que también en mayo de 2011 explotara en el país ibérico. Si bien el contenido de dicho movimiento se encuentra desde un inicio supeditado a un ciudadanismo que exigía “más y mejor democracia”, algunas de sus experiencias van más allá en el cuestionamiento del orden social capitalista. Surge de un rechazo a un sistema político deslegitimado y que se aprecia como agotado, y a una creciente precarización de la vida, que se observa en el progresivo desmantelamiento de políticas de seguridad social a partir de la crisis mundial del 2008 y a la implementación de medidas privatizadoras de corte neoliberal. Este descontento lo intenta canalizar el partido político PODEMOS, que pretende abandonar el eje izquierda-derecha y abrazar aquel que supone como contrarios a la democracia y la dictadura. PODEMOS surge con el discurso de defender y promover una verdadera democracia. Se formó el 2014 y en poco tiempo logró cosechar varias victorias electorales, y desde el 2020 forma parte del gobierno español gracias a un acuerdo con el PSOE —partido tradicional del bipartidismo que era uno de los blancos de las protestas del movimiento 15M—. En esta posición, por ejemplo, han implementado fundamentalmente las mismas políticas frente a la pandemia de coronavirus que casi todos los países, es decir, salvaguardando los intereses de la clase capitalista frente a la vida de las personas, y se han destacado hace unas semanas por ser responsables de la brutal represión a la huelga de los obreros del metal en Cádiz, dulcificada por las declaraciones de algunos de sus portavoces. Y es que, como es lógico, los gobiernos solo pueden defender los intereses del capital, y harán todo lo que tengan a mano para cumplir con tal fin.

La izquierda del capital funciona como agente desarticulador cuando llega a las esferas de poder. Incluso sin quererlo —ni comprenderlo— forman parte de una estructura que no está hecha para defender al proletariado, una estructura que tiene su función en garantizar la supervivencia a largo plazo de las relaciones de explotación. La izquierda se comporta como un medio eficiente para implementar medidas a favor de la acumulación capitalista que encontrarían mayor resistencia si fueran promovidas por otros gobiernos, y reprime tan brutalmente como le sea necesario: en la región chilena, con la llegada de Boric y “Apruebo Dignidad” al control del Estado, no tiene por qué ser diferente.

 

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